“Mientras estoy en el
mundo, yo soy la luz del mundo”
30 DE MARZO
CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
DOMINGO LAETARE
DOMINGO LAETARE
1ª Lectura: 1 Samuel
16,1b.6-7.10-13ª
Salmo 22
El Señor es mi pastor, nada me
falta.
2ª Lectura: Efesios 5,8-14
Levántate de entre los muertos y
Cristo será tu luz.
PALABRA DEL DÍA
Juan 9,1-41
“En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego
de nacimiento. Entonces dijo: -Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del
mundo. Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó
en los ojos al ciego, y le dijo: -Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado). El fue, se lavó y volvió
con vista. Y los vecinos preguntaban: -¿No es éste el que se sentaba a pedir?
Unos decían: Es el mismo. Y otros. No es él, pero se le parece. El respondía:
Yo soy. Entonces llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado
el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le
preguntaban cómo había adquirido la vista. El les contestó: -Me puso barro en
los ojos, me lavé, y veo. Algunos de los fariseos comentaban: -Este hombre no
viene de Dios, porque no guarda el sábado. Otros replicaban: -¿Cómo puede un
pecador hacer semejantes signos? Y estaban divididos. Volvieron, pues a
preguntarle al ciego: -Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos? El
contestó: -Que es un profeta. Ellos le dijeron: -Confiésalo ante Dios: nosotros
sabemos que ese hombre es un pecador. El contestó: -Si es un pecador, no lo sé;
sólo sé que yo era ciego y que ahora veo. Le preguntaron de nuevo: -¿Qué te
hizo, cómo se abrió los ojos? Les contestó: -Os lo he dicho ya y no me habéis
hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez ¿También vosotros queréis haceros
discípulos suyos? Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: -discípulo de
ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a
Moisés le habló Dios, pero -ese no sabemos de dónde viene. Replicó él: -Pues
eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha
abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es
religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos
a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.
Le replicaron: -En pecado naciste de pies
a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros? Y lo expulsaron. Oyó Jesús que
lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: -¿Crees en el Hijo del hombre? El
contestó:-¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: -Lo estás
viendo: el que te está hablando ése es. El dijo: -Creo, Señor. Y se postró ante
él”.
Versión para América Latina,
extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.
Sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién ha
pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?".
"Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús;
nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios.
Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió,
mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar.
Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo".
Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro
con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego,
diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de
Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al
regresar, ya veía.
Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar,
se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?".
Unos opinaban: "Es el mismo". "No,
respondían otros, es uno que se le parece". El decía: "Soy realmente
yo".
Ellos le dijeron: "¿Cómo se te han abierto los
ojos?".
El respondió: "Ese hombre que se llama Jesús hizo
barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: 'Ve a lavarte a Siloé'. Yo fui, me
lavé y vi".
Ellos le preguntaron: "¿Dónde está?". El
respondió: "No lo sé".
El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos.
Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos.
Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había
llegado a ver. El les respondió: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y
veo".
Algunos fariseos decían: "Ese hombre no viene de
Dios, porque no observa el sábado". Otros replicaban: "¿Cómo un
pecador puede hacer semejantes signos?". Y se produjo una división entre
ellos.
Entonces dijeron nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué
dices del que te abrió los ojos?". El hombre respondió: "Es un
profeta".
Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre
había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres
y les preguntaron: "¿Es este el hijo de ustedes,
el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?".
Sus padres respondieron: "Sabemos que es nuestro
hijo y que nació ciego,
pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no
lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta".
Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya
se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a
Jesús como Mesías.
Por esta razón dijeron: "Tiene bastante edad,
pregúntenle a él".
Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido
ciego y le dijeron: "Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es
un pecador".
"Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé
es que antes yo era ciego y ahora veo".
Ellos le preguntaron: "¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te
abrió los ojos?".
El les respondió: "Ya se lo dije y ustedes no me
han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren
hacerse discípulos suyos?".
Ellos lo injuriaron y le dijeron: "¡Tú serás
discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés!
Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de
donde es este".
El hombre les respondió: "Esto es lo asombroso:
que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos.
Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al
que lo honra y cumple su voluntad.
Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a
un ciego de nacimiento.
Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer
nada".
Ellos le respondieron: "Tú naciste lleno de
pecado, y ¿quieres darnos lecciones?". Y lo echaron.
Jesús se enteró de que lo habían echado y, al
encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?".
El respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en
él?".
Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está
hablando".
Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se
postró ante él.
Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para
un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven".
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le
dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?".
Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no
tendrían pecado, pero como dicen: 'Vemos', su pecado permanece".
REFLEXIÓN
El
Evangelio de S. Juan nos habla de la sed o del hambre o de la ceguera, no sólo
en el sentido primario, sino en un sentido espiritual, y desde esas realidades
humanas nos presenta a Jesús como respuesta salvadora, el que puede saciar
nuestra hambre y nuestra sed, el que vino como luz para curar nuestras
cegueras. Lo hace con signos y palabras. Multiplica los panes para decir: yo
soy el pan; pide de beber para decir: yo tengo el agua; cura al ciego para
decir: yo soy la luz.
La
sed, el hambre, la ceguera, son símbolos universales, como lo son el agua, el
pan, la luz, todos cargados de fuerza, de belleza y contenido.
El
encuentro, no fue un encuentro casual. Tampoco fue una iniciativa del ciego. Su
ceguera era tan honda que no sólo le impedía ver, sino incluso el deseo de ver.
Hay muchos ciegos que se instalan en su situación, quizá la mayoría.
El que
toma la iniciativa es Jesús. Él es la luz del mundo y su misión no es otra que
luchar contra las tinieblas. Por eso al pasar Jesús vio a un hombre ciego de
nacimiento. No será una mirada cualquiera, sino una mirada divina, hecha de
misericordia y gracia. Este encuentro del ciego con Jesús, de las tinieblas con
la luz, es algo simbólico y la acción resultante no será un milagro cualquiera,
sino un signo mesiánico, una catequesis sobre la iluminación, su proceso y
exigencia; y se nos ofrece también el contrasigno, la falta de respuesta, que
imposibilita toda salvación.
El
proceso de la curación es, decimos, una hermosa catequesis. Se da primero una
reflexión sobre el porqué y el para qué de la ceguera. No es cosa del pecado,
sino de la graca; no es castigo, sino bendición. Esta mirada en positivo
podíamos aplicarla a todo.
El
barro. Inexplicable medicina. No aceite o colirio o aquella hiel de pez, que
utilizó Tobías, sino barro, algo feo y
oscuro. Es para sacar al ciego de su conformismo, es para provocarle el deseo
de ser lavado, de ser curado. El milagro sólo es posible si se desea fuertemente.
Dios suele llevar al culmen de la negatividad para que el hombre grite su
desesperación y para que brille el culmen de la misericordia. “El abismo invoca
al abismo” (Sal 41,8), el abismo de la miseria al abismo de la misericordia.
Podemos recordar los casos más conocidos, como el de Abraham, el de la
Magdalena, el de Saulo, el de Agustín.
La
piscina de Siloé es la necesidad de poner un medio humano, algo tiene el ciego
que hacer. Lavarse los ojos, pero no es el hecho en sí, sino la obediencia en
la palabra, como le pasó a Naamán el sirio con Eliseo, o sea, la fe. Ya se
explica que no era una piscina cualquiera, sino del Enviado, el Mesías. Era el
agua del Espíritu. Será el agua del bautismo. Hay que lavarse en la piscina de
la Iglesia, pero con fe.
Se
lavó y volvió con vista. Le iluminó ese hombre, se llama Jesús, el Dios que
verdaderamente salva, y “no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres
por el que nosotros podamos salvarnos” (Hch 4,12). Fue iluminado para que
pudiera ver, para que pudiera creer.
Su fe
fue progresiva, primero ve a Jesús como un hombre. Después lo verá como un
profeta: que es un profeta y que viene de dios. Al fin lo confesará postrado
que es el Mesías. Y terminará sufriendo persecución por dar testimonio de
Jesús. Este ciego era un hombre pobre, humilde, dócil, pero era valiente y
libre, no calla ante los fuertes, no cede ante la persecución; el ciego se
convierte en un testigo, en un hijo de la luz. Un buen ejemplo para todos:
seamos luz, sobre todo viviendo en el amor, porque “el que ama a su hermano permanece
en la luz” (1 Jn 2,10).
ENTRA EN TU INTERIOR
CAMINOS HACIA LA FE
El relato es inolvidable. Se le llama
tradicionalmente "La curación del ciego de nacimiento", pero es mucho
más, pues el evangelista nos describe el recorrido interior que va haciendo un
hombre perdido en tinieblas hasta encontrarse con Jesús, «Luz del mundo».
No conocemos su nombre.
Sólo sabemos que es un mendigo, ciego de nacimiento, que pide limosna en las
afueras del templo. No conoce la luz. No la ha visto nunca. No puede caminar ni
orientarse por sí mismo. Su vida transcurre en tinieblas. Nunca podrá conocer
una vida digna.
Un día Jesús pasa por su vida. El ciego está
tan necesitado que deja que le trabaje sus ojos. No sabe quién es, pero confía
en su fuerza curadora. Siguiendo sus indicaciones, limpia su mirada en la
piscina de Siloé y, por primera vez, comienza a ver. El encuentro con Jesús va
a cambiar su vida.
Los vecinos lo ven transformado. Es el mismo
pero les parece otro. El hombre les explica su experiencia: «un hombre que se
llama Jesús» lo ha curado. No sabe más. Ignora quién es y dónde está, pero le
ha abierto los ojos. Jesús hace bien incluso a aquellos que sólo lo reconocen
como hombre.
Los fariseos, entendidos en religión, le piden
toda clase de explicaciones sobre Jesús. El les habla de su experiencia: «sólo
sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Le preguntan qué piensa de Jesús y él
les dice lo que siente: «que es un profeta». Lo que ha recibido de Él es tan
bueno que ese hombre tiene que venir de Dios. Así vive mucha gente sencilla su
fe en Jesús. No saben teología, pero sienten que ese hombre viene de Dios.
Poco a poco, el mendigo se va quedando solo.
Sus padres no lo defienden. Los dirigentes religiosos lo echan de la sinagoga.
Pero Jesús no abandona a quien lo ama y lo busca. «Cuando oyó que lo habían
expulsado, fue a buscarlo». Jesús tiene sus caminos para encontrarse con
quienes lo buscan. Nadie se lo puede impedir.
Cuando Jesús se encuentra con aquel hombre a
quien nadie parece entender, sólo le hace una pregunta: «¿Crees en el Hijo del
Hombre?» ¿Crees en el Hombre Nuevo, el Hombre plenamente humano precisamente
por ser expresión y encarnación del misterio insondable de Dios? El mendigo
está dispuesto a creer, pero se encuentra más ciego que nunca: « ¿Y quién es,
Señor, para que crea en él?»
Jesús le dice: «Lo estás
viendo: el que te está hablando, ése es». Al ciego se le abren ahora los ojos
del alma. Se postra ante Jesús y le dice: «Creo, Señor». Sólo escuchando a
Jesús y dejándonos conducir interiormente por él, vamos caminando hacia una fe
más plena y también más humilde.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
San Pablo, parafraseando a Jesús, que dijo: “El que me
sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12), y
también: “Vosotros sois la luz del mundo… Así, pues, que brille vuestra luz
ante los hombres” (Mt 5,14-16), hoy nos ha recordado:
“En
otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de
la luz, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien
poniéndolas en evidencia… La luz denuncia a las tinieblas y las pone al
descubierto.”
No nos
queda, pues, otra alternativa que llamarnos cristianos denunciando a las
tinieblas encarnadas dentro de nosotros y fuera de nosotros, o renunciar al
título de cristianos y a nuestro bautismo. Con orgullo los primeros cristianos
llamaban a los recién bautizados “los iluminados”, y bien supo el imperio
romano que esa palabra no era una simple metáfora. Eran temibles aquellos
hombres que caminaban con los ojos bien abiertos.
Por
eso Pablo nos urge a salir de nuestro estado de inconsciencia: “Despierta tú
que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”.
ORACIÓN
Si antes éramos tinieblas, ahora somos luz en el Señor.
Caminemos como hijos buscando lo que agrada al señor, sin tomar parte en las
obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia con
nuestra vida y nuestro compromiso bautismal.
Expliquemos el Evangelio a los niños
Imágenes proporcionadas por
Catholic.net
SEMANA DE LA LUZ
La cuaresma es tiempo de
conversión; pero, ojo, no nos engañemos: la cuaresma es, ante todo, tiempo de
gracia; la conversión es una inmersión en el eterno designio de Dios. No se
trata tanto de hacer un esfuerzo cuanto de descubrir lo que ya somos, por la
gracia. La cuaresma es un tiempo bautismal; toda la Iglesia vuelve a
zambullirse en Cristo. Si es verdad que ya nos ha liberado, no lo es menos que
nos hará libres.
La
conversión cuaresmal no tiene otra razón de ser que la de llegar a ser por la
gracia lo que ya somos por carácter.
Se nos
invita a redescubrir nuestras raíces o, mejor, nuestra raíz, pues nuestra raíz
permanente en este mundo es Jesús, muerto y resucitado, que no cesa de germinar
en la tierra de los hombres. Esta raíz permanente es obra del Espíritu, que nos
hace capaces de entrar en comunión con el Dios de amor y de la vida.
El
bautismo es un acto único en la vida del creyente que le permite unirse a ese
otro acto único que, en la historia, marca el advenimiento de los últimos
tiempos, la muerte y resurrección de Jesús. Lo que aconteció en Jesús se hace
realidad en cada hombre. Nuestro hombre viejo, escribió Pablo, fue crucificado
con él. La grandeza del bautismo consiste en que nos integra en el compromiso
adquirido por Cristo, muerto y resucitado, de cara a la vida nueva. Así, poco a
poco, se desvela el sentido de nuestra historia.
A
partir del jueves y hasta el sábado de la quinta semana de Cuaresma, entramos
de lleno en el PROCESO A JESÚS.
Los
días que nos conducen a la Semana Santa se caracterizan por el desenlace de la
crisis suscitada por la oposición contra Jesús: “Vino a los suyos, y los suyos
no lo recibieron”. El proceso se inició con el comienzo del ministerio en
Galilea. Para unos, el nuevo profeta tiene palabras de vida eterna, para otros,
no es más que un vulgar blasfemo. Para unos es piedra de tropiezo; para otros,
piedra angular de una vida fundada en su palabra. Pero el proceso que se abre
contra Jesús es, en definitiva, el proceso de Dios mismo. En efecto, a Jesús no
se le reprocha tanto el que se proclame Dios cuanto que manifieste a un
determinado Dios.
31 DE MARZO
LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE
CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Juan 4,43-54
“Salió Jesús de Samaria para Galilea. Jesús mismo había
hecho esta afirmación: “Un profeta no es estimado en su propia patria”. Cuando
llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo
que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a
la fiesta. Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua
en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm.
Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verle, y le pedía que
bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: “Como no veáis
signos y prodigios, no creéis”. El funcionario insiste: “Señor, baja antes de
que se muera mi niño”. Jesús le contesta: “Anda, tu hijo está curado”. El
hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando
sus criados vinieron a su encuentro diciéndole, que su hijo estaba curado. Él
les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: “Hoy a la
una lo dejó la fiebre”. El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora
cuando Jesús le había dicho: “Tu hijo está curado”. Y creyó él con toda su
familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea”.
REFLEXIÓN
Se abre hoy la cuarta semana de cuaresma, y la
proximidad de la pascua ya se siente en las lecturas bíblicas. Todo en cuaresma
está orientado hacia la resurrección con Cristo. Por eso no es la cuaresma un
tiempo tristón. El triunfo de Jesús sobre la muerte es el nuestro si creemos en
él y renovamos y vivimos la opción bautismal. Tema que se irá acentuando
progresivamente hasta el final de la cuaresma. En la aurora de la resurrección,
primera mañana del universo nuevo, se realiza la creación por Dios del nuevo
cielo y de la nueva tierra de que habla el Tercer Isaías, el posexílico, en la
primera lectura.
Jesús
se manifiesta en este episodio como la vida en persona, tema que el evangelista
Juan desarrolla en los capítulos siguientes al de hoy. La narración de este
milagro quizá sea la versión joánica de la curación del siervo del centurión,
que refiere la tradición sinóptica (Mt 8,5ss y Lc 7,1ss). Juan le da todo el
realce de “segundo signo” de Jesús en Caná, donde antes había convertido el
agua en vino.
ENTRA EN TU INTERIOR
El padre del niño enfermo, al acudir suplicante a Jesús,
admite humildemente que la situación se le escapa de las manos, pero solamente
después de acaecida la curación llega a ser un “creyente”. La súplica de
petición a dios, es un reconocimiento humilde de nuestra dependencia de él;
pero tal oración no debe agotar nuestra relación con Dios.
El
buen creyente no piensa en Dios sólo cuando lo necesita. Una persona que quiere
a otra cultiva el detalle del cariño desinteresadamente, como el marido que
regala flores a su mujer nada más que para decirle que la quiere u recordarle
que ha pensado en ella. Así también
nuestra actitud respecto a Dios debe ser lo más desinteresada posible y con el
mayor nivel de gratuidad a nuestro alcance. Él se lo merece.
ORA EN TU INTERIOR
¿Cómo no bendecirte, Señor, sí, quitando el velo de
oscuridad y tristeza que cubría la tierra, cambiaste la noche en día con la
resurrección de Cristo? En la mañana de pascua creaste el cielo nuevo y la
tierra nueva, habitados por hombres y mujeres libres, capaces de construir, con
tu gracia, una nueva civilización del amor.
Cristo
venció el pecado, la enfermedad y la muerte, y de su victoria participamos por
la fe y el bautismo. Concédenos, Señor, prepararnos a la pascua próxima
mediante una vivencia profunda de la opción bautismal; y renueva nuestro
corazón convirtiéndolo a la esperanza y al amor gratuito que se entrega sin
interés ni medida
1 DE ABRIL
MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE
CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Juan 5,1-16
“En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos
y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas,
una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí
estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, que aguardaban el
movimiento del agua. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho
años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que llevaba mucho tiempo, le
dice: “¿Quieres quedar sano?”. El enfermo le contesta: “Señor, no tengo a nadie
que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro
se me ha adelantado”. Jesús le dice: “Levántate, toma tu camilla y echa a
andar”. Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel día era sábado y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano:
“Hoy es sábado y no se puede llevar la camilla”. Él les contestó: “El que me ha
curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a andar”. Ellos le
preguntaron: “¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a
andar?”. Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús,
aprovechando el barullo de aquel sitio, se había alejado. Más tarde lo
encuentra Jesús en el templo y le dice: “Mira, has quedado sano, no peques más
no sea que te ocurra algo peor”. Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que
era Jesús quien lo había sanado. Por eso los judíos acosaban a Jesús, porque
hacía tales cosas en sábado”.
EL AGUA QUE SANA Y REGENERA
REFLEXIÓN
El evangelio sitúa a Jesús ya en Jerusalén, la ciudad
que mataba a los profetas. En la piscina de Betesda realiza la curación física
y espiritual de un enfermo que llevaba treinta y ocho años esperando quién lo
metiera en las aguas termales cuando éstas se removían. Aquel día era sábado:
“Por esto los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado”. En
los evangelios de estos días, a partir de hoy, irá creciendo la oposición a
Cristo por parte de sus enemigos, hasta culminar en su pasión y muerte.
El
paralítico y los numerosos enfermos que yacen en los cinco soportales de la
piscina esperando su curación, son imagen de una humanidad doliente que ansía
el agua de una difícil salvación integral, siempre aplazada: “Señor, no tengo a
nadie que me ayude”. Pero hubo alguien que tomó sobre sí nuestras dolencias y
enfermedades: Cristo, el varón de dolores, que mediante los sufrimientos nos
sanó a todos.
ENTRA EN TU INTERIOR
También hoy Cristo nos pregunta a cada uno de nosotros:
¿Quieres quedar sano? ¿Quieres curarte de tu pecado y mezquindad? ¿Quieres
dejar tu camilla de inválido y comenzar a caminar? ¿Quieres saciar tu sed
inextinguible de felicidad y liberación total? Repasa de nuevo el camino del
agua y de la fe de tu bautismo; en él se operó tu nacimiento a la vida nueva de
Dios, a la filiación adoptiva divina y a la fraternidad eclesial. Tu vida puede
cambiar si renuevas a fondo tu opción bautismal.
ORA EN TU INTERIOR
“Loado seas, Señor, por
la hermana agua, que es útil, casta, humilde y preciosa en su candor…” (Cántico
de las criaturas de san Francisco de Asís).
Esta agua de Dios que me
regeneró en el bautismo; esa agua viva, surtidor que alcanza la vida eterna y
colma para siempre la sed de tus hijos. Esa agua bautismal que es nueva
creación y luz amanecida en la primera aurora del universo nuevo; en la
resurrección gloriosa de tu Hijo, Cristo Jesús.
2 DE ABRIL
MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DE
CUARESMA
PALABRADEL DÍA
Juan 5,17-30
“En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos:”Mi Padre
sigue actuando, y yo también actúo”. Por eso los judíos tenían más ganas de
matarlo: porque no sólo abolía el sábado, sino también llamaba a Dios Padre
suyo, haciéndose igual a Dios. Jesús tomó la palabra y les dijo: “Os lo
aseguro: El Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre.
Lo que hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y
le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que ésta, para
vuestro asombro. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida,
así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie,
sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo
como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo envió.
Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida
eterna y no se le llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte a la vida.
Os aseguro que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz
del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. Porque, igual que el Padre
dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Y le ha
dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre. No os sorprenda, porque
viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan
hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a
una resurrección de juicio. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo,
juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del
que me envió”
AMOR QUE CREA VIDA
REFLEXIÓN
El evangelio es continuación del de ayer. En él
responde Jesús a quienes le criticaban porque, según ellos, había violado el
sábado curando al paralítico de la piscina de Betesda. Y contesta añadiendo un
motivo más de escándalo al llamar a Dios Padre suyo y hacerse igual a Dios: “Mi
Padre sigue actuando, y yo también actúo… Lo que hace el Padre, eso mismo hace
también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace… Lo
mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da
vida a los que quiere”.
Así
comienza Jesús su discurso sobre la obra del Hijo, que continuaremos leyendo
mañana. Según el Génesis, Dios descansó al séptimo día, después de completar la
creación. De ahí la institución judía del Sabbat, que significa descanso. Pero
su reposo no fue inactividad, sino mantenimiento en la vida de todo lo que
creó. Igualmente, Jesús da salud y vida, incluso en día de sábado, porque él es
el señor del sábado, que se estableció para el hombre y no al revés.
La
obra fundamental de Jesús es revelar el amor que Dios tiene al hombre y
transmitirle la vida divina, porque tiene poder para ello. Ese amor de Dios
crea vida, transforma y regenera: experimentarlo es pasar de la muerte a la
vida, presente y eterna. Por eso decías Jesús: “quién escucha mi palabra y cree
al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado ya
de la muerte a la vida”.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
Al igual que Israel en el exilio, en los momentos
difíciles de la vida nos preguntamos a veces si Dios se acuerda y preocupa de
nosotros. Entonces se pone a prueba nuestra fe. En el aprieto e infortunio es
cuando, acudiendo a la oración, hemos de creer más firmemente que Dios no nos
ha abandonado, sino que sigue amándonos igual y más que antes. En los momentos
de crisis sólo puede rehabilitarnos un encuentro personal y suplicante con el
Dios que es vida y amor, y que los da a quien con él se comunica.
Padre
Santo, en Cristo, tu palabra de vida, nos dices que somos queridos por ti y que
nos sostienes con tus manos. No nos juzgues, Señor, conforme a nuestras culpas.
Haznos experimentar tu amor, tu perdón y tu vida en Cristo resucitado, tu Hijo,
en quien creemos y cuya palabra escuchamos con fe.
3 DE ABRIL
JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DE
CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Juan 5,31-47
“En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Si yo doy
testimonio de mí mismo, mi testimonio no
es válido. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es válido el testimonio
que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio de
la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es
para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y
vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo
tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar;
esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el
Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado
su voz, ni visto su semblante, y su palabra no habita en vosotros, porque al
que él envió no le creéis. Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas
vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí
para tener vida! No recibo gloria de los hombres, además, os conozco y sé que
el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no
me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis. ¿Cómo
podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la
gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el
Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quién tenéis vuestra esperanza. Si
creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no
dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mis palabras?”
REFLEXIÓN
A los que buscan su interés y su gloria les cuesta
aceptar un Dios amigo de los pecadores y de los pobres, de los marginados e
ignorantes. Ésa fue la imagen del Padre que reflejó Cristo, demostrando con su
solidaridad y atención al hombre que éste es la gloria de Dios. Sobre todo
cuesta aceptar a un Dios crucificado, porque la cruz de Cristo derriba el
pedestal del becerro de oro, es decir, los falsos dioses que el hombre se crea:
poder y soberbia, riqueza y bienestar, sexo y consumismo.
Jesús
tuvo que aguantar la increencia de sus contemporáneos. Igualmente su discípulo
de hoy tendrá que vivir en medio del fenómeno actual de la increencia, que ha
pasado de ser reducto de minorías intelectuales a ser patrimonio de masas. Esto
nos obliga a reafirmar nuestra opción personal de fe y a revisar la imagen que
de Dios, de Cristo y de su evangelio ofrecemos al mundo los cristianos.
Sólo
con la fe se puede ver en Jesús de Nazaret el rostro de Dios, el vivo retrato
del amor que da vida al hombre, como lo demostró Cristo perdonando a los
pecadores y curando a los enfermos. Ésas son las obras de Jesús, que son
también las del Padre; pero fueron rechazadas por la incredulidad de los
judíos.
ENTRA EN TU INTERIOR
La respuesta que se pide hoy al discípulo de Cristo es
tomar la situación de increencia como un reto y una oportunidad que, al
descubrir también nuestras deficiencias, propicia una continua conversión
evangélica, personal y comunitaria, para vivir y testimoniad mejor nuestro
seguimiento de Cristo. Para esto, antes de nada, hemos de reconstruir nuestra
propia identidad cristiana con Dios. San Pablo decía: Creí, por eso hablé”. El
encuentro con Cristo resucitado es anuncio de vida y salvación para el
cristiano y para todos aquellos con quienes éste se relaciona.
ORA EN TU INTERIOR
Concédenos creer
firmemente en medio de la increencia; para eso haz que tu amor y tu verdad
habiten en nosotros. Ayúdanos a derribar los ídolos de nuestro corazón.
Queremos buscar en todo tu gloria, Señor, Dios nuestro.
¿Cómo darte a conocer y
revelar tu nombre a los que te ignoran sino a través del testimonio del amor?
¡Dichoso el pueblo que sabe aclamarte por siempre, Señor!
4 DE ABRIL
VIERNES DE LA CUARTA SEMANA DE
CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Juan 7,1-2
“En aquel tiempo, recorría Jesús la galilea, pues no
quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la
fiesta judía de las tiendas. Después de que sus parientes se marcharon a la
fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas. Entonces
algunos que eran de Jerusalén dijeron: “¿No es este el que intentaban matar?
Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se
han convencido de que este es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene,
mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene”. Entonces
Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó:”A mí me conocéis, y conocéis de
dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es
veraz; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco porque procedo de él, y él
me ha enviado”. Entonces intentaron agarrarlo, pero nadie le pudo echar mano,
porque todavía no había llegado su hora.”
EN MEDIO DE LA INCREENCIA.
REFLEXIÓN
En el texto del evangelio de hoy que continuaremos mañana,
se va preparando ese desenlace fatal. Los judíos trataban de matar a Jesús,
pero todavía no había llegado su hora; por eso marcha el Señor a Galilea y,
cuando sube a Jerusalén a la fiesta de las tiendas, lo hace en secreto. No
obstante, con acento profético y como un desafío, “mientras Jesús enseñaba en
el templo, gritó: A mí me conocéis y sabéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no
vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz. A ése vosotros no lo
conocéis, yo lo conozco porque procedo de él y él me ha enviado”.
Los
responsables judíos no ven en Cristo más que un hombre ordinario, porque los
letrados y doctores de la ley mosaica, supuestos conocedores de la Escritura,
no conocen a Dios. Más todavía: ven a Jesús como un peligro muy grave para su
seguridad, es decir, para el tinglado religioso que ellos habían montado. Les
cegaba su maldad; no conocían los secretos de Dios. Hasta última hora, al pie
de la cruz en que moría Jesús, tentaron a Dios diciendo: “Salvó a muchos y no
puede salvarse a sí mismo. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y
creeremos en él”. Ni aun así hubieran creído; aparte de que Dios quiere una fe
libre y no coaccionada por un milagro aplastante.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
El cristiano auténtico, que es fiel al evangelio, no
puede menos de convertirse, como Jesús mismo, en signo de contradicción, pues
sus criterios desentonarían necesariamente de los del mundo. Si no abandona la
carrera del seguimiento, el discípulo participará inevitablemente de la
condición de su Maestro, que “vino a prender fuego en la tierra”, abriendo así
la era escatológica del juicio de Dios y anhelando un bautismo de fuego: su
pasión y muerte por la salvación del mundo.
Nos
ronda el cansancio y el miedo ante la incomodidad que conlleva el ser cristiano
hoy. Para seguir a Cristo y mantener nuestra opción bautismal necesitamos pedir
la fortaleza del Espíritu, porque nuestro destino está ligado al de Cristo, que
hubo de soportar la oposición. No perdamos el ánimo, sino que, como el atleta,
“quitándonos de encima lo que nos estorba y el pecado que nos ata, corramos en
la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en aquel que inició y
completa nuestra fe, Jesús, quien, renunciando al gozo inmediato soportó la
cruz sin miedo a la ignominia y ahora está sentado a la derecha del Padre” (Heb
12,1s).
5 DE ABRIL
SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DE
CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Juan 7,40-53
“En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían
oído los discursos de Jesús, decían: “este es de verdad el profeta”. Otros
decían: “Éste es el Mesías”. Pero otros decían: “¿es que de Galilea va a venir
el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de
Belén, el pueblo de David?”. Y así surgió entre la gente una discordia por su
causa. Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima. Los
guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y estos les
dijeron: “¿Por qué no lo habéis traído?” Los guardias respondieron: “Jamás ha
hablado nadie como ese hombre”. Los fariseos les replicaron: “¿También vosotros
os habéis dejado embaucar?” ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él?
Esa gente que no entiende de la Ley son unos malditos”. Nicodemo, el que había
ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo: “¿Acaso nuestra ley
permite juzgar a alguien sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?”.
Ellos le replicaron: “¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea
no salen profetas”. Y se volvieron cada uno a su casa.”
REFLEXIÓN
El evangelio evidencia la división de opiniones que
suscitaba la persona de Jesús. Hay gente sencilla que lo reconocen como profeta
e incluso como mesías. Pero los sabios y conocedores de la Escritura son
precisamente los que menos entienden y los más reacios a creer en Jesús. ¿Es
que de Galilea puede venir el mesías? ¿No dice la Escritura que vendrá del
linaje de David y de Belén, el pueblo de David? Como ayer, vuelve de nuevo el
tema del origen humano de Jesús.
El
relato de Juan cobra fuerza narrativa. Los sumos sacerdotes y los fariseos son
los más beligerantes contra Cristo, hasta el punto de recriminar a los guardias
del templo por no haberlo prendido. Pero hay un fariseo que pone la nota de
moderación y sensatez. Es Nicodemo, que en otro tiempo se entrevistó con Jesús:
¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo? No obstante, los
entendidos tratan de hacerle callar: “¿También tú eres galileo? Estudia y verás
que de Galilea no salen profetas”.
Una
vez más queda patente que sólo mediante la fe podía darse alcance al misterio
de Cristo y comprender su personalidad y su mensaje. El mayor pecado, es sin
duda, cerrar la voluntad y el corazón a la verdad.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
Nicodemo es un ejemplo para nosotros, él, que en otra
ocasión contactó con Jesús de noche y en secreto por miedo a sus colegas, los
jefes religiosos, es ahora quien da la cara por él. Su miedo se ha cambiado en
valentía, porque abrió su corazón a la verdad. Con frecuencia el miedo a
confesar nuestra fe en Cristo, el miedo a significarnos, el miedo al ridículo,
a perder nuestra reputación y seguridad, nos lleva a debilitar, si no a
traicionar, nuestras convicciones.
El
miedo a comprometernos a seguir a Cristo sin condiciones puede a veces con
nosotros. Cuando confrontamos el evangelio con nuestros criterios personales y
los que se llevan en torno nuestro, sentimos el vértigo del desánimo al ver que
a cada paso que damos perdemos el compás. Como Jesús sabía de nuestra
debilidad, previno contra el miedo a sus apóstoles cuando los envió a anunciar
el evangelio: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar
el alma… Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su
parte ante mi Padre del cielo. Pero si uno me niega ante los hombres, yo
también lo negaré ante mi Padre del cielo” (Mt 10,28ss).
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