16 DE MARZO
SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
1ª Lectura: Génesis 12,1-4ª
Salmo 32.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre
nosotros como lo esperamos de ti.
2ª Lectura: 2 Timoteo 1,8b-10
PALABRA DEL DÍA
Mateo 17,1-9
“Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano
Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos
y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como
la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro,
entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: “Señor, ¡qué hermoso es estar aquí!
Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y
una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Escuchadle”. Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y tocándoles les dijo: “Levantaos, no temáis”. Al alzar los
ojos no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña,
Jesús les mandó: “No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre
resucite de entre los muertos”.
Versión para América Latina,
extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a
su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.
Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro
resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando
con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos
aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías".
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los
cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi
Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo".
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en
tierra, llenos de temor.
Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo:
"Levántense, no tengan miedo".
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a
Jesús solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No
hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre
los muertos".
REFLEXIÓN
La Cuaresma es el camino hacia la Pascua, y en este
segundo domingo, contemplamos a Jesús Transfigurado. Como cristianos, como
bautizados, hemos sido, también nosotros, transfigurados con Cristo. Por esto
nos ponemos en actitud de escucha, en actitud de contemplar la Palabra de Dios
y rezarla para que nos conforte y nos estimule en este camino cuaresmal. La fe
de Abrahán, como la de los primeros cristianos, nos es modelo y garantía de que
el seguimiento de Cristo nos llevará también a nuestra transfiguración. Aunque
también pasaremos, como identificados con Cristo, por nuestro calvario. Pero la
escucha de la voz del Padre que ratifica la filiación de Jesús nos abre un
camino de confianza.
La
primera lectura nos ha presentado la vocación de Abrahán. Culmina con la
sencilla frase: “Abrán marchó, como le había dicho el Señor”. Estas palabras
sencillas definen la fe de Abrahán. Dios le promete bendición, pero también le
exige abandonar cualquier seguridad. Le promete una tierra, aunque le hace
abandonar la seguridad de la tierra de sus padres. Abrahán confía. Es el padre
de nuestra fe. Su confianza le convierte en modelo y padre de los creyentes
porque Abrahán escucha, está dispuesto a escuchar y obedecer la voz del Señor.
El
Salmo 32 que hemos proclamado es una alabanza poética de la Palabra del Señor.
La define como palabra sincera, fiel, actuante. El salmista nos ayuda a cantar
el amor de este Dios que vela por sus fieles, que les libra de la muerte. La
actitud del salmista es la de escuchar, actitud de profundo júbilo al
contemplar la Palabra del Señor que lleva a cabo y realiza el amor de Dios
hacia los que lo esperan todo en él.
La segunda lectura nos
ha presentado los consejos de Pablo a timoneo, responsable de una de las
primeras comunidades cristianas. Pablo no le esconde las dificultades del
seguimiento de Cristo y del Evangelio. Pero
Cristo ha desposeído a la muerte y, con su Buena Nueva, con su palabra
de Evangelio, ha hecho resplandecer la luz de la vida para todos los que lo
quieren escuchar y seguir.
El evangelio de Mateo
nos sitúa hoy en una montaña alta. Jesús la sube con sus discípulos. Ante ellos
se transfigura: se manifiesta resplandeciente como el sol y vestido como de
luz. Moisés y Elías conversan con él. Pedro manifiesta una alegría irresistible
y quiere fijar este momento. La Palabra culminará esta manifestación. Al igual
que en el bautismo de Jesús en el Jordán, la voz ratifica la filiación divina
de Jesús. Ante esto sólo se puede adorar. Jesús retorna a los discípulos a la
realidad con su característico “no temáis” y con el mandato del silencio hasta
que la resurrección no aclare el sentido de esta manifestación.
Nosotros, en esta
Cuaresma, con la Iglesia, queremos poner de nuevo en el centro de nuestra vida
la voluntad de Dios. Por el bautismo hemos sido identificados con Cristo. Con
él penetrábamos en el desierto y con él afrontamos las muchas maneras con que
el tentador intenta dividir nuestro corazón; afanes, ansias, envidias.
En esta Cuaresma,
mediante la escucha de la Palabra, queremos aprender a contemplar las cosas, el
mundo, nuestra realidad, como realidad ya transformada, profecía de la Pascua
de Cristo que salva y trasforma lo más profundo de cada ser humano y de la
historia.
ENTRA EN TU INTERIOR
MIEDO A JESÚS
La escena conocida como "la
transfiguración de Jesús" concluye de una manera inesperada. Una voz
venida de lo alto sobrecoge a los discípulos: «Este es mi Hijo amado»: el que
tiene el rostro transfigurado. «Escuchadle a él». No a Moisés, el legislador.
No a Elías, el profeta. Escuchad a Jesús. Sólo a él.
«Al oír esto, los
discípulos caen de bruces, llenos de espanto». Les aterra la presencia cercana
del misterio de Dios, pero también el miedo a vivir en adelante escuchando sólo
a Jesús. La escena es insólita: los discípulos preferidos de Jesús caídos por
tierra, llenos de miedo, sin atreverse a reaccionar ante la voz de Dios.
La actuación de Jesús es conmovedora: «Se
acerca» para que sientan su presencia amistosa. «Los toca» para infundirles
fuerza y confianza. Y les dice unas palabras inolvidables: «Levantaos. No
temáis». Poneos de pie y seguidme. No tengáis miedo a vivir escuchándome a mí.
Es difícil ya ocultarlo. En la Iglesia tenemos
miedo a escuchar a Jesús. Un miedo soterrado que nos está paralizando hasta
impedirnos vivir hoy con paz, confianza y audacia tras los pasos de Jesús,
nuestro único Señor.
Tenemos miedo a la innovación, pero no al
inmovilismo que nos está alejando cada vez más de los hombres y mujeres de hoy.
Se diría que lo único que hemos de hacer en estos tiempos de profundos cambios
es conservar y repetir el pasado. ¿Qué hay detrás de este miedo? ¿Fidelidad a
Jesús o miedo a poner en "odres nuevos" el "vino nuevo" del
Evangelio?
Tenemos miedo a unas celebraciones más vivas,
creativas y expresivas de la fe de los creyentes de hoy, pero nos preocupa
menos el aburrimiento generalizado de tantos
cristianos buenos que no pueden sintonizar ni vibrar con lo que allí se está
celebrando. ¿Somos más fieles a Jesús urgiendo minuciosamente las normas
litúrgicas, o nos da miedo "hacer memoria" de él celebrando nuestra
fe con más verdad y creatividad?
Tenemos miedo a la libertad de los creyentes.
Nos inquieta que el pueblo de Dios recupere la palabra y diga en voz alta sus
aspiraciones, o que los laicos asuman su responsabilidad escuchando la voz de
su conciencia. En algunos crece el recelo ante religiosos y religiosas que
buscan ser fieles al carisma profético que han recibido de Dios. ¿Tenemos miedo
a escuchar lo que el Espíritu puede estar diciendo a nuestras iglesias? ¿No
tememos apagar el Espíritu en el pueblo de Dios?
En medio de su Iglesia Jesús sigue vivo, pero
necesitamos sentir con más fe su presencia y escuchar con menos miedo sus
palabras: «Levantaos. No tengáis miedo».
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Después de que Jesús ha predicho su pasión toma consigo
a Pedro, Santiago y Juan y se transfigura ante ellos en la cumbre de una alta
montaña; de esta manera, los discípulos más cercanos a Jesús experimentan algo
de la gloria de su resurrección. Sólo desde la vida de Dios, que supera toda
muerte, se puede entender el gesto de Jesús de dar su vida, y su invitación a
todo discípulo, de “perderla para recuperarla”.
La
versión de la Transfiguración del evangelio de Mateo se caracteriza por sus
pinceladas apocalípticas (la cara resplandeciente como el sol, y los vestidos
blancos como la luz) y por las evocaciones de la teofanía del monte Sinaí (una
montaña alta, la nube luminosa).
Con la
aparición de Moisés y Elías conversando con Jesús el texto nos quiere decir que
es a partir de la Ley y los profetas que se puede comprender la voluntad de
Dios sobre Jesús y sus discípulos; la voz del cielo pone el acento en que es en
Jesús (el amado, el Hijo, el que tiene la predilección de Dios) donde está la
plenitud de la revelación y que es a él a quien todo ser humano tiene que
escuchar. Ésta fue, precisamente, la experiencia que tuvieron los discípulos
después de la muerte de Jesús, a partir de la conciencia de su Resurrección. De
hecho, Jesús les dice a sus discípulos, asustados por la visión, lo que dirá
después a los primeros testigos de la Resurrección: “No temáis”.
ORACIÓN
Jesús,
lo que contemplo en el cuarto misterio luminoso del rosario de los jueves, me
lo ofreces hoy para darme ánimos en esta Cuaresma, camino de la Pascua. Tu
Transfiguración es un anticipo de tu Resurrección y un anuncio del proyecto que
tienes para mí, avalado por el Padre: transfigurarme en otro Cristo, dando
muerte a mi hombre viejo contrario a la Ley, a los Profetas y al Evangelio.
SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA
RECORRE
EL CAMINO DE LA MISERICORDIA
Esta segunda semana es
en el leccionario cuaresmal, la semana de la Misericordia. Es el tema dominante
durante toda la semana.
El
Dios que se presenta es un Dios de entrañas de misericordia. En contraposición
con el Dios legalista y justiciero, los evangelios nos descubren un Dios con
entrañas de misericordia y de perdón.
Pero
no solo esto: se pide al cristiano que sea él mismo misericordioso como lo es
Dios.
El
domingo segundo de cuaresma vemos el pasaje de la transfiguración. Jesús lleva
a los suyos a una montaña alta. La Ascensión y el camino de Jesús acaban
siempre en una montaña.
La
cuaresma acabará en una montaña, la del Gólgota y la de la Ascensión. Mientras
se llega a aquella, y como empuje para llegar allí, está el Tabor, la gloria de
Dios que aparece en todo su esplendor por unos momentos.
Se les
anuncia lo incomprensible para ellos justamente en estos momentos de luz: “He
aquí que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado”.
Los
evangelios de la semana comienzan por una invitación a la misericordia: “Sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”.
He
aquí un camino a realizar durante estos cinco días, y la novedad que se está
pidiendo al creyente. El cambio y la transfiguración que se nos exige pasan por
hacernos hombres y mujeres llenos de ternura y de misericordia.
Acoger
al hermano es darle vida, es levantarle de su postración y entronizarlo en el
mundo de la comunidad. Acoger es algo así como dar existencia y recrear al
otro. Donde nos sentimos acogidos, allí
somos distintos, allí todo lo bueno que llevamos en el corazón crece y se
desarrolla y es posible el futuro y el cambio.
Abrir
los brazos a todos y acercarse a todos y dar cabida a todos es el mensaje de la
predicación de Jesús. Por eso, Él es el hombre nuevo, sabe perdonar y sabe
entrar en la casa de los pecadores para perdonarlos y dejar que entren todos en
su casa, en su corazón.
17
DE MARZO
LUNES
DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA
DEL DÍA
Lucas
6,36-38
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no
juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad,
y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa,
colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros.”
REFLEXIÓN
Este texto se enmarca dentro del discurso de las
bienaventuranzas en el Evangelio de Luca
Cuando Jesús habla de los que odian, maldicen, tratan mal
o dan una bofetada en la mejilla (entre los judíos la bofetada en la mejilla
derecha era señal del máximo agravio), está pensando, naturalmente, en los que
persiguen a la comunidad de los pobres que ponen su confianza en Dios salvador,
en los que se han abierto al Reino, en los que son perseguidos a causa del Hijo
del hombre.
Los que responden a los agravios con perdón, con amor,
con la oración y la bendición, no hacen más que hacer presente en el mundo al
Dios de la misericordia: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”.
Por eso son con toda propiedad los hijos del Altísimo,
los miembros de la familia divina, los herederos del Reino. El modelo del
cristiano es ese Dios de quien dice la Biblia en el libro del Éxodo: “Nuestro
Dios es un Dios misericordioso y clemente, lento a la cólera y rico en
clemencia, fidelidad y misericordia, mantiene su amor hasta la última
generación; soportando infidelidades, faltas y pecados, aunque sin
disculparlos”.
El amor cristiano es un amor fuerte, que se enfrenta al poderoso
y al opresor como un espejo en el cual debe mirarse, como una llamada al cambio
y a su propia regeneración.
Es un amor tierno y compasivo, hecho de gestos concretos,
de sentimientos hondos y de profundo acercamiento al hombre, pero también es un
amor tremendamente respetuoso: “No juzguéis para no ser juzgados…”
Nadie tiene derecho a hacerse juez de los sentimientos,
actitudes o actos de los demás, porque el amor maduro es respetuoso de la
individualidad del otro, comprende sus circunstancias y, en último caso,
intenta ayudar al otro a salir de su conflicto. El juicio queda en la
conciencia de cada uno y es, en definitiva, un atributo exclusivo de Dios.
“Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará… La
medida que uséis, la usarán con vosotros”. La misericordia y el perdón son
grandes cualidades de Dios, como le gusta repetir al evangelista Lucas. Dios
actúa así precisamente porque lo puede todo. Si san Juan define a Dios como
amor, Lucas lo muestra como misericordia, que es decir lo mismo. De ahí se
concluye que la verdadera grandeza del hombre, lo que le realiza como tal, es
reflejar esa imagen del Dios santo que lleva dentro. Demasiadas veces la velamos con nuestra ruindad,
estrechez de juicios y sed de venganza.
Convertirnos al amor y al perdón, No tenemos otra opción:
o crecemos en estatura espiritual mediante el amor que perdona y acepta a los
demás con sus limitaciones humanas, o disminuimos hasta enquistarnos en el
enanismo mediante una actitud egoísta. No hace falta decir que la actitud correcta
es la primera, la única que verifica el seguimiento de Cristo por su discípulo.
ENTRA EN TU INTERIOR
Con qué facilidad nos hacemos jueces de los otros y
pasamos por alto nuestras propias flaquezas:
“¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el
ojo y no reparas en la viga que tienes en el tuyo?”.
Jesús vuelve a su idea esencial: si no nos liberamos de
nuestro egoísmo, de nuestro afán de aprovecharnos y oprimir a los demás; si no
eliminamos de nuestro corazón cuánto hay de mentira e hipocresía…, la
corrección que pretendemos hacer del otro es, más que una corrección caritativa
y fraterna, una mentira, una hipocresía.
El auténtico discípulo del maestro Jesús ha de actuar con
los criterios de su maestro, y cuando intenta ser más que el maestro, hace el
ridículo más espantoso.
Quién quiera que se llame cristiano, ya sabe cuál debe
ser su forma de actuar: No juzgar, no condenar, perdonar, dar. Sólo así nos
verterán una medida generosa, remecida, rebosante. La que usemos con los
hermanos la usarán con nosotros.
ORA EN TU INTERIOR
Hoy, comprendo, Señor, que muchas veces en la Iglesia se
pretendieron usar otros criterios, y qué desastrosas fueron las consecuencias.
El evangelio del amor fue sustituido por la espada, el
perdón por la inquisición y la censura, el amor a los pobres por las riquezas y
el poder. Las consecuencias aún las estamos padeciendo hoy.
Pero yo sé, Señor, que tú, el Dios del amor y de la
misericordia, el Dios que se acerca al hombre en su hijo Jesucristo, no se
cansa de darme nuevas oportunidades de cambio, de renovación, de
transformación.
Y esto, Señor, precisamente, es el tiempo de cuaresma que
me regalas, el tiempo del cambio, de la transformación, de la renovación
interior, de la conversión profunda.
ORACIÓN FINAL
Enséñame, Señor, a ser indulgente como tú lo eres, para
que destierre todo juicio duro y toda acritud. Tú, que eres Dios lento a la
cólera, rico en clemencia y lleno de ternura, cambia, a imagen de Cristo, tu
Hijo y mi hermano, mi corazón de piedra,
para que, sin calcular ni medir mi perdón, pueda recibir de ti una medida
colmada y rebosante. Amén.
Te pido, Dios misericordioso y fiel y a tu Hijo
Jesucristo, pasión, que es camino de resurrección, salvación y vida, que nos
conceda el don de la conversión, para que en el tiempo santo de las Pascua,
pueda renacer al hombre nuevo. Amén
18
DE MARZO
MARTES
DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA
DEL DÍA
Mateo
23,1-12
“En aquel tiempo, Jesús
habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: “En la cátedra de Moisés se han
sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no
hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían
fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero
ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es
para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del
manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor
en las sinagogas; que les hagan reverencia por la calle y que la gente los
llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno
solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre
vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.
No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo.
El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será
humillado, y el que se humilla será enaltecido.”
REFLEXIÓN
Al árbol se le conoce por sus frutos. A los fariseos les
gustaba que se notara su obediencia a la ley. Alargaban sus filacterias (esas
tiras de pergamino con pasajes de la Ley que se llevaban colgadas de la frente
o del brazo). Ensanchaban las franjas del manto para recordar los Mandamientos
divinos y reclamaban los puestos de honor en las sinagogas. Tanto celo para que
les honrasen…Pero qué lejos están los deseos de la realidad, y cómo gusta
hacerse llamar “padre” en la Iglesia de Jesucristo.
“El primero entre vosotros será vuestro servidor”. Jesús
denuncia en este evangelio la actitud hipócrita de los escribas y fariseos.
Arremete contra quienes no sólo no hacen lo que dicen, sino que son
intransigentes con los demás en lo que ellos mismos no cumplen. Y encima se
tienen por buenos y por maestros. Pero, atención, porque la conclusión a la que
nos lleva el Señor es toda una regla de oro para nosotros los creyentes: “El
primero entre vosotros será vuestro servidor”. Es este un evangelio que
deberíamos leer muy a menudo, porque nos desviamos fácilmente. Seguro que tendremos mucho, muchísimo que revisar y
cambiar todos.
ENTRA EN TU INTERIOR
Fácilmente nos desviamos de las enseñanzas de Jesús.
Vamos a concretar nuestro compromiso en algo tan concreto como en no ser
demasiado exigente con alguien en concreto de nuestra casa, de nuestro trabajo,
de nuestra Hermandad, de nuestra comunidad.
ORA EN TU INTERIOR
Dios continúa hablándonos
y ofreciéndonos su perdón. Y cuando se trata de ello, automáticamente
solemos proponernos ganarnos a Dios, pero no es este el camino. Pretendemos, si
no engañarle, al menos disimular nuestra condición pecadora y maquillarnos con
una serie de ritos y fórmulas para que se fije en lo bueno que somos. Pero él
quiere que seamos humildes y servidores.
ORACIÓN FINAL
Dios y Padre nuestro, nuestro único Señor, líbranos de
todo espíritu de superioridad, pues todos somos hermanos en Jesús. Amén.
19
DE MARZO
MIÉRCOLES
DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA
SOLEMNIDAD
DE SAN JOSÉ,
ESPOSO
DE LA VIRGEN MARÍA
1ª
Lectura: 2 Samuel 7,4-5ª.1214ª.16
Salmo
88
Su
linaje será perpetuo.
2ª
Lectura: Romanos 4,13.16-18.22
PALABRA
DEL DÍA
Mateo
1,16.18-21.24ª o bien: Lucas 2,41-51ª
“Jacob engendró a José,
el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de
Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y,
antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu
santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió
repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le
apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: “José, hijo de David, no
tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella
viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús,
porque él salvará a su pueblo de los pecados”. Cuando José se despertó, hizo lo
que le había mandado el ángel del Señor”.
REFLEXIÓN
En medio del tiempo de Cuaresma se nos ofrece el
testimonio ejemplar de un hombre sencillo y justo, san José. Una sencillez que
lo engrandece humanamente y una justicia que es regalo del amor de Dios. Ante
las iniciativas de Dios cuenta muy poco ser hombre o mujer. Dios llama y cada
uno responde de una manera personal y única. Y la humildad transparente de José
le lleva a convertirse en ayuda incondicional, en apoyo eficaz y silencioso de
María, en un principio, y de María y de Jesús, después y hasta el final de su
vida. Un hombre servicial, discreto y sensato. Pero también un hombre de fe
sincera y de esperanza firme.
Ciertamente que el protagonista de las lecturas de hoy no
es en realidad José, sino Jesús. Y tanto José como María adquieren relieve e
importancia en relación a Jesús. La vida
de todo creyente corre el riesgo de empobrecerse e incluso secarse cuando se
vanagloria de sus propias obras olvidando que Dios es la fuente y el origen de
todo bien. Pero si se mantiene confiadamente en una postura de dependencia de
Dios, aumenta su nobleza interior y su entrega a los demás. Éste es un criterio
que orientó la vida de José para poner todas sus cualidades al servicio de Dios
y no de una manera abstracta sino concreta, ofreciendo compañía, protección y
amor a María y a Jesús. Es entonces cuando la persona, habiendo roto el círculo
de su propio egoísmo, se abre a la vida con una actitud cercana y generosa.
José se consagró a María y a Jesús pasando por encima de
su perplejidad, de sus vacilaciones y de sus dudas. Todo esto se desvanece
cuando capta que Dios está interviniendo de una manera asombrosa en esa mujer a
quien él ama. Y se entrega sin más explicaciones a su nueva tarea de ser padre
y esposo. También nosotros necesitamos una mirada limpia de sospecha y de
malicia para descubrir la huella de Dios en las circunstancias más ordinarias
de nuestra vida. Necesitamos desprendernos de muchos prejuicios para acercarnos
a las personas con más cariño y naturalidad. Necesitamos fiarnos más del
evangelio para convertirnos en buenos instrumentos de los planes de Dios. Como
Jesús, debemos ejercitarnos en saber escuchar la voz de Dios en el evangelio y
en la vida y ponernos, de inmediato y sin reservas, a secundar su voluntad.
José, hombre justo y bueno, es un inmejorable compañero
para seguir nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua. Movido por la fe y la
esperanza en la Palabra de Dios, José emprende un camino que estará jalonado de
contratiempos. En ese camino perseverará siempre cercano a María y a Jesús.
Para nosotros es, pues, un ejemplo para no decaer en nuestro trato de amistad
con Dios, en nuestra atención solícita a cuantos se cruzan en nuestra vida y en
nuestra libertad interior para no dejarnos encadenar por nuestro egoísmo y
permanecer así disponibles a secundar lo que Dios nos pide en las situaciones
comunes de la vida.
ENTRA Y ORA EN TU
INTERIOR
El Seminario.
Hoy es el día del Seminario. La vocación es una semilla
que debe ser cultivada. En el Seminario se cultivan las vocaciones
sacerdotales. Se comprende que de la mano de José nos acerquemos a los
seminarios y a los sacerdotes. Él fue padre y formador de Jesús, el Sacerdote
eterno.
Hoy debemos pedir para que haya muchos santos sacerdotes,
pero como Jesús, no en los templos, sino en la vida. El oficio sacerdotal es
como el del Pastor: conoce el rebaño, lo guía, lo enseña, lo alimenta, lo
defiende, lo mantiene unido, da la vida…, teniendo en cuenta que el rebaño no
está compuesto de ovejas, sino de personas llenas de carismas, que tienen
también su sacerdocio existencial.
• El sacerdote es un teólogo y un testigo. Conoce a Dios, no
tanto por el estudio cuanto por la experiencia y por la vida.
• Es una persona de oración y de pasión, unido a Dios y
comprometido con los hermanos. Habla a Dios de los hombres y a los hombres de
Dios. Cerca de Dios y cerca de los que sufren, misericordioso siempre.
• Es hombre de profecía y de bendición. Lee los signos de los
tiempos, vive en positivo, con esperanza, siempre bendiciendo.
• Es pastor y servidor. Su autoridad reside en coordinar. Su
carisma principal es suscitar carismas y armonizarlos.
• Evangelizador y liberador de los pobres. Serán sus
preferidos, les predica con palabras y con servicios, padece con ellos y camina
con ellos.
• Celebra y vive la eucaristía, parte el pan de Cristo y se
hace pan con Cristo. Actualiza la Pascua y vive pascualmente, pasando de la
muerte a la vida por amor.
Te
pedimos, Señor, por medio de S. José, Patrono de la Iglesia, por nuestros
pastores, bendícelos, Señor. Te pedimos por cuantos sienten la llamada al
sacerdocio y responden con generosidad. Ayúdalos, Señor. Te pedimos por las
familias, los primeros seminarios, para que las bendigas. Señor. Amén.
20
DE MARZO
JUEVES
DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA
DEL DÍA
Lucas
16,19-31
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a los fariseos: “Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino
y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba
echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que
tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las
llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de
Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno,
en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a
Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro
que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan
estas llamas.” Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus
bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentras aquí consuelo,
mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo
inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros,
ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.” El rico insistió: “Te ruego, entonces,
padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos,
para que, con su testimonio, evite que vengan también ellos a este lugar de
tormento.” Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los
escuchen.” El rico contestó: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos,
se arrepentirán.” Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas,
no harán caso ni aunque resucite un muerto.”
REFLEXIÓN
Jesús contrapone la suerte desigual, entre el rico Epulón
y el pobre Lázaro. Jesús desarrolla la parábola en tres escenas: situación de
los dos en vida, cambio de escena después de su muerte y diálogo de Epulón con
Abrahán. En las dos primeras escenas Jesús
contrasta las dos situaciones, felicidad de uno y pobreza extrema del
otro; en la tercera escena está la enseñanza de la parábola.
El desigual destino de Epulón y Lázaro no se debe sólo a
su condición sociológica, sino, sobre todo, a sus actitudes personales. El rico
no se condena por el mero hecho de serlo, sino porque no teme a Dios, y porque
egoístamente se niega a compartir lo suyo con el pobre que muere de hambre a su
puerta. Tampoco el pobre se salva exclusivamente por serlo, sino porque está
abierto a Dios y espera la salvación de él, que hace justicia a los oprimidos.
A
nuestro alrededor tenemos ancianos abandonados y solos, familias rotas que
necesitan nuestra ayuda, marginados que necesitan una mano amiga. Si les
cerramos las entrañas, ¿cómo creernos a bien con Dios? Los cristianos no
podemos ser espectadores neutrales de la pobreza y miseria ajenas, porque “los
gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres y mujeres de
nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez
gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay
verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1).
Si
no somos solidarios compartiendo nuestros bienes y dinero, tiempo y talentos,
con los que son más pobres que nosotros, nuestras eucaristías no serán
auténticas. Según venía a decir Pablo a los cristianos de Corinto (1 Cor
11,17s).
ENTRA EN TU INTERIOR
Escuchar la Palabra de Dios, convertirnos a la ley de su
Reino de justicia y amor, abandonar la falsa seguridad de los bienes materiales
y compartir con los hermanos lo que tenemos son las consignas que se desprenden
de la enseñanza de Jesús en esta parábola.
Para un cristiano, que quiere vivir su fe con
autenticidad, nadie le es indiferente, el cristiano auténtico es el que sabe
llorar con el que llora, sufrir con el que sufre, es el que sabe hacer suyos
los sufrimientos y las angustias de los demás, es el que sabe dar una palmada
en el hombro, el que ofrece una sonrisa, el que tiene entrañas de misericordia.
ORA EN TU INTERIOR
Te alabamos, Señor, porque oyes el clamor del pobre,
liberas al oprimido y sustentas al huérfano y a la viuda. Tú derribas del trono
a los poderosos y enalteces a los humildes; al hambriento colmas de bienes y a
los ricos los despide sin nada.
Cuando nuestro corazón se cierra ignorando al pobre, al
enfermo, al anciano, al que sufre, abre, Señor, nuestros ojos para que te
veamos a ti en ellos; cuando el pobre, el enfermo, el anciano, el que sufre
tiende su mano hacia nosotros, abre nuestro corazón al gozo de compartir lo
nuestro.
Bienes, tiempo… Para dar, porque hay más alegría en dar
que en recibir, para acompañar, porque estuve enfermo y me visitaste, para
denunciar proféticamente las injusticias que vemos a nuestro alrededor.
ORACIÓN FINAL
Ayúdanos a romper la soga del egoísmo consumista y
acaparador, liberándonos del afán de poseer, gastar y consumir, para que no nos
habituemos nunca a las desigualdades ni nos cerremos a ti y a los hermanos.
Haz que nos convirtamos radicalmente de la codicia, al
amor que comparte, para que así podamos cambiar las estructuras injustas, que crean
desigualdades entre los hombres nuestros
hermanos. Amen
21
DE MARZO
VIERNES
DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA
DEL DÍA
Mateo
21,33-34.45-46
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “Escuchad otra
parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca,
cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos
labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus
criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero
los labradores, agarraron a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a
otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, he
hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose:
“Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron:
“Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y,
agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva
el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”. Le contestaron: “Hará
morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores,
que le entreguen los frutos a sus tiempos”. Y Jesús les dice: “¿No habéis leído
nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la
piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”?.
Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de Dios y se dará a un
pueblo que produzca sus frutos”. Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír
sus parábolas, comprendieron que hablaba por ellos. Y, aunque buscaban echarle
mano, temieron a la gente, que lo tenía por profeta.”
REFLEXIÓN
Jesús sube hacia la cruz. La escalada no tendrá límite.
La parábola de los viñadores homicidas es un resumen estremecedor de la
escalada de los hombres contra Cristo y contra todos aquellos que, como él,
pretenden dar testimonio de Dios. Los viñadores están impacientes por
apoderarse de la viña, de la herencia. En cuanto lo consigan, ya no serán
pobres obreros dependientes, sino los poseedores de lo que se les había dado
como gracia. El asesinato del heredero es casi ritual. El hijo se ha convertido
en el rival, en el obstáculo a su deseo. Una vez muerto él, la viña se hará, al
fin, igualitaria, sin necesidad de gracias ni favores. Una religión sin el Hijo
y, en definitiva, sin hijo alguno.
Esta es la explicación del asesinato de Jesucristo. Nada
obligaba a matarlo, a no ser la voluntad hipócritamente religiosa de los
sacerdotes y notables de conservar una religión sin dependencia filial. Una
religión en la que cada uno cumple su deber, y así queda en paz con Dios. ¡Pero
que Dios envíe a su propio Hijo es demasiado! La historia es de ayer… y es de
hoy, en que hombres religiosos torturan al hombre en nombre de un supuesto
“orden cristiano”. ¿Hasta dónde llegará la escalada del crimen y el
holocausto?.
Pero Dios responde con otra escalada: la del amor y la
Alianza. No conoce más respuesta que la de comprometer cada vez más con su obra
encarnecida. Los viñadores mataron al
Hijo, pero Dios lo resucita para que él mismo sea la Viña. Nosotros somos los
sarmientos de su viña y los miembros de ese cuerpo. ¿Qué hemos hecho de él?
Nosotros también hemos destrozado al Amado. ¿Qué otra cosa hacer, sino entrar
en la escalada evangélica, renunciando a todo espíritu de posesión? ¡Qué donde
impera la violencia pongamos una dulzura sin límite! Eso es dar fruto. No el
fruto insípido de nuestros contratos, sino un fruto luminoso, madurado al calor
del espíritu, sin otro artífice que la gracia.
Daremos fruto si la resurrección de Cristo pasa a través de nosotros
como la savia que da vida a los sarmientos. La alianza entre Dios y los hombres
será cosa de amor o no será nada.
ENTRA Y ORA EN TU
INTERIOR
La comunidad cristiana primitiva, en su reflexión
pascual, entendió la parábola como una advertencia de Cristo también para ella
misma. Se trata de una invitación del Señor a dar frutos según Dios, puesto que
se nos ha confiado la viña, el Reino, para un servicio fiel y fecundo.
La fe, el culto y la oración han de plasmarse en frutos
para no frustrar las esperanzas que el Señor ha puesto en nosotros en esta hora
del mundo, tiempo de vendimia, sazón y cosecha de Dios.
Nuestra elección como pueblo consagrado a él no ha de ser
motivo de orgullo puritano y estéril, sino de fértil responsabilidad cristiana.
Así es como debemos aplicarnos hoy esta parábola para que la escritura sea
eficaz en nosotros: con espíritu de revisión y conversión cuaresmal. Así
seremos un pueblo que produce frutos.
ORACIÓN FINAL
Te bendecimos, Padre, por el cáliz del vino nuevo que
sella tu alianza con nosotros por la sangre de Cristo. Que ese vino nuevo de tu
espíritu, fermento de la nueva humanidad, haga reventar nuestros odres
envejecidos, por el odio y el desamor.
Tanto amaste al mundo que le diste a tu propio Hijo.
Cristo Jesús se entregó en manos de los verdugos para que de su sangre
derramada naciera el nuevo pueblo, como de la uva prensada nace el vino de la
fiesta. Amén.
Cristo
murió perdonando. Fue la escalada divina, respuesta a la escalada criminal de
los hombres. Ese día el holocausto, que debía asegurar la cohesión total de los
hombres, se transfiguró en sacrificio de amor del Dios que hace lucir el sol
tanto sobre la viña de uvas agrias como sobre el plantío generoso. Por pura
gracia.
22
DE MARZO
SÁBADO
DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA
DEL DÍA
Lucas
15,1-3.11-32
“En aquel tiempo, solían
acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los
fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y
come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor
de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El
Padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando
todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo
perdidamente. Cuando lo hubo gastado todo, vino por aquella tierra un hambre
terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un
habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban
ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de
comer. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen
abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino
adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya
no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se puso
en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo
vio y se conmovió; y, echando a correr,
se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado
contra el cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre
dijo a sus criados: “Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un
anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo;
celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido;
estaba perdido, y lo hemos encontrado”.
REFLEXIÓN
Jesús nos presenta una típica familia de campo: todos
trabajan para lo mismo, ya que la tierra es el patrimonio familiar, por lo que
es un grave pecado pretender dividirla o enajenarla. Sin embargo, para aquel
padre lo importante no era todo eso, sino la relación con sus hijos. Respeta su
libertad, sabe callar y esperar. Ante la petición del hijo menor, accede, pues
sabe que su hijo ya no es un niño: quiere ahora hacer su vida; el padre lo
comprende, no sin gran dolor.
Después viene la larga y confiada espera. Conoce a fondo
el corazón de su hijo: sabe de su debilidad, pero también de las posibilidades
que hay en él. Sabe que tiene que hacerse hombre en la escuela de la vida, y
acepta el derroche de sus bienes a cambio de la madurez de su hijo. Su
testimonio de comprensión, silencio y amor será como un imán para el hijo en
desgracia.
Así ve Jesús a Dios, “el Padre” por excelencia. No impone
su voluntad ni mendiga el cariño de nadie. Le dio la libertad al hombre y
acepta el riesgo de su desobediencia y el desafío del pecado… sin
resentimiento. Es un Dios que cree en el amor, y que el amor es más fuerte que
el pecado más tremendo. Cree que el amor puede transformar al hombre; por eso
espera. Es un amor que se adelanta a todo gesto de arrepentimiento; un amor
–gran paradoja- que hace vivir al pecador.
El nuestro es un Dios que no tiene más ley que el amor ni
más justicia que el perdón; sin tribunales, ni fiscales ni cárceles. Sólo tiene
una casa que quiere llenar con la alegría de sus hijos. Ya bastante cárcel y
tribunal tiene cada uno con su conciencia y con las heridas y humillaciones que
la misma vida le proporciona. Un Dios que no castiga ni aplasta, sino que
espera en silencio el proceso de liberación interior de cada hombre: duro y
trabajoso parto hacia la luz.
La parábola aclara mucho el concepto de pecado. El pecado aparece como una
decisión personal, como algo que define a uno mismo. Más que un acto malo, es
una actitud en la que el hombre pretende encontrarse consigo mismo, si bien
acabará en un frágil espejismo.
La parábola del
PADRE BUENO es la escenificación de
nuestra situación y de la misericordia de Dios, significado en
el padre; es un canto al amor que siempre perdona de Dios, es la síntesis de la
buena nueva de Jesús. Así es Dios, tan bueno, tan comprensivo, tan indulgente
con quien se arrepiente, tan lleno de misericordia y tan rebosante de amor como
el padre que se alegra del retorno de su hijo.
El
pecado aparece como la fuga de la condición humana, como un evadirse de la
responsabilidad de todos los días, como un negarse a construir algo en un
proceso lento y un tanto duro. Como ese falso refugio, en el que creemos
sentirnos seguros, pero que nos deja más insatisfechos.
El pecado es el camino
ancho y fácil…, lleno de espejismos seductores de ahí que aparezca como la
tentación permanente del hombre.
El pecado llega, llama y golpea a la puerta con fuerza.
Bastan pocos minutos para destrozar una familia o una comunidad. Nada importa,
porque el pecado es egoísmo ciego. Su esencia es destruir (destruir la hacienda
familiar) y levantar la enseña absoluta del yo y nada más que el yo.
Y así el hijo menor parte de la casa, abandona el hogar y
da la espalda al padre y a toda la familia.
Ahora ya está lejos de su casa y libre de toda responsabilidad. Primero
mantiene la ilusión de la libertad y de la felicidad; después. La cruda
realidad lo vuelve en sí. Está sólo, tremendamente sólo, vacío, desnudo y
hambriento. Por primera vez en su vida comprende que ha perdido su dignidad de
hombre y de hijo, y siente envidia de los cerdos que guardaba.
La parábola describe tres momentos en la conversión del
hombre: Recapacitar… Ponerse en camino… Volver al Padre….
Lo
primero: pensar y reflexionar. Cada día cometemos errores y nos desviamos, pero
esto es parte de nuestra condición humana. Si queremos ser auténticos,
enfrentémonos con los hechos, juzguemos nuestra propia conducta y avancemos.
Y
después de la reflexión viene el momento crítico: levantarse y partir,
desandando el camino, corrigiendo el rumbo y retornando a la comunidad. En ese
levantarse del hijo hay todo un sentido de regeneración y resurrección: nace de
nuevo a la vida, como lo dice el mismo padre. Ahora tiene que sepultar el
pasado y enterrar una vida vieja y absurda.
Todo este proceso de conversión termina en el encuentro
del hijo con el padre. En la parábola no se dice que el padre lo perdonó, pero
si que afirma efusivamente: “Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y lo hemos encontrado”. El perdón no es algo que se otorga o se recibe, sino
algo que se construye entre dos, porque es la vuelta al amor, a un amor más
profundo y duradero. Primero fue el
abrazo del Padre a un hijo que sólo quería ser tenido como un criado más.
Después vino la fiesta: la familia se ha reencontrado. El vestido nuevo, el
anillo y las sandalias son los símbolos del renacimiento del hijo en la
comunidad, el padre viste a su hijo precisamente como “hijo”, hijo en todo el
sentido de la palabra.
ENTRA EN TU INTERIOR
En
ninguna otra parábola ha querido Jesús hacernos penetrar tan profundamente en
el misterio de Dios y en el misterio de la condición humana. Ninguna otra es
tan actual para nosotros como ésta del “Padre bueno”.
El
hijo menor dice a su padre: «dame la parte que me toca de la herencia». Al
reclamarla, está pidiendo de alguna manera la muerte de su padre. Quiere ser
libre, romper ataduras. No será feliz hasta que su padre desaparezca. El padre
accede a su deseo sin decir palabra: el hijo ha de elegir libremente su camino.
¿No
es ésta la situación actual? Muchos quieren hoy verse libres de Dios, ser
felices sin la presencia de un Padre eterno en su horizonte. Dios ha de
desaparecer de la sociedad y de las conciencias. Y, lo mismo que en la
parábola, el Padre guarda silencio. Dios no coacciona a nadie.
El
hijo se marcha a «un país lejano». Necesita vivir en otro país, lejos de su
padre y de su familia. El padre lo ve partir, pero no lo abandona; su corazón
de padre lo acompaña; cada mañana lo estará esperando. La sociedad moderna se
aleja más y más de Dios, de su autoridad, de su recuerdo… ¿No está Dios
acompañándonos mientras lo vamos perdiendo de vista?
Pronto
se instala el hijo en una «vida desordenada». El término original no sugiere
sólo un desorden moral sino una existencia insana, desquiciada, caótica. Al
poco tiempo, su aventura empieza a convertirse en drama. Sobreviene un «hambre
terrible» y sólo sobrevive cuidando cerdos como esclavo de un extraño. Sus
palabras revelan su tragedia: «Yo aquí me muero de hambre».
El
vacío interior y el hambre de amor pueden ser los primeros signos de nuestra
lejanía de Dios. No es fácil el camino de la libertad. ¿Qué nos falta? ¿Qué
podría llenar nuestro corazón? Lo tenemos casi todo, ¿por qué sentimos tanta
hambre?
El
joven «entró dentro de sí mismo» y, ahondando en su propio vacío, recordó el
rostro de su padre asociado a la abundancia de pan: en casa de mi padre «tienen
pan» y aquí «yo me muero de hambre». En su interior se despierta el deseo de
una libertad nueva junto a su padre. Reconoce su error y toma una decisión: «Me
pondré en camino y volveré a mi padre».
¿Nos
pondremos en camino hacia Dios nuestro Padre? Muchos lo harían si conocieran a
ese Dios que, según la parábola de Jesús, «sale corriendo al encuentro de su
hijo, se le echa al cuello y se pone a besarlo efusivamente». Esos abrazos y
besos hablan de su amor mejor que todos los libros de teología. Junto a él
podríamos encontrar una libertad más digna y dichosa.
José
Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Padre
Santo, tú eres misericordioso y compasivo y perdonas nuestras culpas.
No nos tratas como merecen nuestros pecados, sino que
corres a nuestro encuentro y, como al hijo pródigo, nos colmas de ternura. En
las parábolas de la misericordia Cristo nos dejó una radiografía exacta de tu
corazón de padre.
Hoy queremos desandar nuestro camino equivocado para
descansar al fin en tus brazos abiertos, dejándonos querer por ti. Así,
rehabilitados por tu amor, podremos sentarnos a tu mesa con todos los hermanos.
Bendito seas por la mesa que le preparaste al hijo
pródigo, bendito seas por la fiesta. Bendito seas por la mesa que preparas para
nosotros en la que tu Hijo entrega su cuerpo y su sangre para unir a tus hijos
dispersos en una fiesta que lo renueva todo. Dios de bondad, Padre de
misericordia, te damos gracias y proclamamos sin fin tu fidelidad. Amén.
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