domingo, 27 de mayo de 2012


3 DE JUNIO
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
DÍA PRO ORANTIBUS

1ª Lectura: Deuteronomio 4,32-40
Salmo: 32
2ª Lectura: Romanos 8,14-17

“HABÉIS RECIBIDO UN ESPÍRITU DE HIJOS
ADOPTIVOS, QUE OS HACE GRITAR:
¡ABBÁ! PADRE”

LECTURA DEL DÍA
Mateo 28,16-20

“En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.

REFLEXIÓN

Profesamos nuestra fe en Dios uno y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La profesamos desde nuestro bautismo, fuimos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, hasta que morimos abrazados a la cruz. La profesamos en nuestras oraciones, signos y bendiciones, catequesis y enseñanzas, cantos y tradiciones.
            Aunque no hemos sido muy conscientes de la importancia espiritual de este misterio, hoy, por la gracia de Dios, sabemos que es fuente, marca y meta de toda nuestra vida.
·        Fuente: Tres corrientes en una, origen de toda vida y toda gracia.

·        Marca: Estamos hechos a su imagen, con dinamismo de comunión.

·        Meta: “Nos has hecho, Señor, para ti”, decía san Agustín. Caminamos hacia el abrazo trinitario.
El Padre, decía san Juan de la Cruz, es mano blanda. Blanda por la ternura y la misericordia. Pero es también mano fuerte, creadora y protectora. De sus dedos salieron las espirales de las estrellas, la vida innumerable, las figuras del hombre y la mujer, bien moldeados.
      El Hijo es “toque delicado”, carne de nuestra carne. Su toque era curativo y amistoso. Su toque era transmisión de gracias. Su toque elevaba y dignificaba. Después se dejó tocar y traspasar para redimirnos y salvarnos.
            El Espíritu es “llama viva”, que purifica y transforma, da calor y amistad, embellece y transfigura. De su llama se desprenden inflamaciones de amor. Ya nunca tendremos miedo, porque en Él estamos encendidos.
            Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidos en fuerte abrazo, viviendo la comunión perfecta, sosteniendo y recreando la vida toda, desbordando en hijos y familias, tan distintos, tan iguales, sostén y fundamento de todo lo creado.
            Dios Padre, que es creación, amor. Dios es amor. Dios Hijo, que es el camino que tenemos que recorrer, la verdad que tenemos que creer y la vida que tenemos que vivir. Dios Espíritu Santo, que es donación, comunicación, comunión.
            ¿En qué Dios creemos?.
            ¿En un Dios serio, justiciero. En un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos?.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
            Yo creo:
·        En un Dios que es todo corazón, compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.

·        En un Dios-Padre, fuente de vida, generosidad desbordante.

·        En un Dios-Hijo, palabra eterna del Padre por la que todo vino a la existencia, que paso por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal porque Dios estaba con él.

·        En un Dios-Espíritu Santo, llama viva, fuerza desbordante, comunión profunda, alma de la Iglesia.

·        Creo en un Dios siempre alegre, uno y trino, comunidad, familia, las tres divinas personas en comunión de vida y amor.
Creo también que este Dios bueno no quiso quedarse tanta bondad para él solo y creó al hombre: A imagen de Dios los creó, hombre y mujer los creó.
Tres veces repite el libro del Génesis en el relato de la creación, en un solo versículo, que el hombre es una imagen de Dios.
Por eso, también necesito creer en el hombre:
·        En un hombre que sea donación, como Dios. Aprendamos a dar y a darnos, a compartir bienes y talentos, a abrir la mano y el corazón al otro.

·        En un hombre que sea comunicación. Como Dios, el hombre tiene la palabra. Porque frente a la incomunicación y a la confusión de Babel, está Pentecostés.

·        En un hombre que sea comunión. Creer en la Trinidad es optar por la comunión entre los hombres. Por eso debemos sentirnos felices cuando vivimos nuestra fe en comunidad de fe y amor en la eucaristía.
Solo Dios puede colmar la insatisfacción del hombre, solo él puede colmar nuestra sed: “El que tenga sed, que venga a mí y beba”, decía Jesús.
Tenemos sed de muchas cosas, pero solo él puede calmar nuestra sed, es lo que san Agustín expresaba tan certera y bellamente:
“Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti”.
Dios es pues nuestra meta. Hacia Él caminamos todos, aunque no lo sepamos. En todas nuestras búsquedas sinceras Dios se hace el encontradizo.
Cuando deseamos un mundo mejor, cuando nos comprometemos con la paz y la solidaridad, estamos deseando a Dios. Cuando tenemos hambre y sed de justicia, estamos deseando a Dios. Cuando buscamos la verdad, la felicidad de los hermanos, sobre todo de los que más lo necesitan estamos deseando a Dios.
Y nos encaminamos hacia el Dios uno y Trino, cuando nos queremos, cuando formamos una familia, una comunidad unida en la fe, en la esperanza y en la caridad, cuando trabajamos por la reconciliación entre los hombres. Cuando amamos de verdad, estamos dando pasos hacia la Trinidad.



domingo, 20 de mayo de 2012


27 DE MAYO
PASCUA DE PENTECOSTÉS
JORNADA DE ACCIÓN CATÓLICA Y
DEL APOSTOLADO SEGLAR
TERMINA EL TIEMPO PASCUAL

1ª Lectura: Hechos 2,1-11
Salmo: 103
2ª Lectura: 1 Corintios 12,3-13

“COMO EL PADRE ME HA ENVIADO,
ASÍ OS ENVIO YO… RECIBID
EL ESPÍRITU SANTO…”

PALABRA DEL DÍA
Juan 20,19-23

“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: ”Recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quiénes se los retengáis, les quedan retenidos”.

REFLEXIÓN
            El Espíritu Santo es como el Soplo de Dios. En hebreo Ruah significa a la vez espíritu y soplo o viento; también en griego: Pneuma. Parece que el soplo, el aliento, el viento es algo más espiritual, porque no se ve, pero se siente su vitalidad y su fuerza. Hay realidades que están más allá o más adentro de nuestra perspectiva. El mismo Jesús compara el Espíritu a lo que sucede con el viento: “El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu, le dice Jesús a Nicodemo. No vemos el Espíritu, pero oímos su voz. No sabemos definir bien el Espíritu, pero experimentamos su dinamismo creador, vivificante. Nos resulta imposible explicar, siquiera analógicamente, el origen y la misma identidad del Espíritu, pero sentimos su presencia y palpamos la multiplicidad de sus actuaciones y sus efectos. Por eso las mejores definiciones del Espíritu son descriptivas o simbólicas.
            Pero este Aliento actúa desde dentro, oxigenando nuestras neuronas, vitalizando nuestras células, como la savia de todo el organismo. No es una fuerza externa que nos obligue y nos conduzca. Es un dinamismo íntimo que nos hace ser y crecer.
            El aliento que Jesús transmite a los suyos, es el mismo Espíritu en persona: Recibid el Espíritu Santo. No reciben solamente una iluminación, una consolación, una fuerza, un don, reciben todo el Espíritu Santo, la fuente de todas las gracias y el tesoro que encierra todos los dones. No reciben una parte del Espíritu, sino todo el Espíritu.
La misión del Espíritu es llenarnos de la Vida de Jesús, asemejarnos a Cristo en todo. Él nos habla de Cristo. Él va pintando en nosotros la imagen de Cristo. Él nos recrea con la misma “genética” de Cristo.
            Donde hay Espíritu no hay miedo. Cuando llega el Espíritu se abren las puertas cerradas, se habla claro y bonito, se dicen las verdades delante de todos los públicos. Eso sí, con respeto y con misericordia, sin amenazas ni insultos.
            Donde hay Espíritu hay libertad. El Espíritu está reñido con la esclavitud, sea interior –todo lo que te ata-, sea exterior, por condicionamientos de cualquier tipo. El que tiene el Espíritu respeta, pero no se doblega ante nada ni ante nadie; no adora a los poderosos o a los líderes o a los sabios o al dinero o al ambiente cultural y social… Sólo adora a Dios.
            Donde hay Espíritu hay fortaleza y paciencia. Se asume la persecución, la cárcel, los azotes. El Espíritu conforta y consuela en la lucha, en la enfermedad, en la humillación. El Espíritu es el que unge a los mártires y a cuantos sufren por la fe y por el amor.
            Donde hay Espíritu hay generosidad. El Espíritu es Don y capacidad de donar. El Espíritu no es posesivo, sino comunicativo. Nada retiene, libre como el aire. Comparte cuanto es y cuanto tiene. Y siempre desde la gratuidad, no es interesado, es gracia.
            Donde hay Espíritu hay amor. Claro, el Espíritu se define como el Amor de Dios personalizado. Amor de Dios derramado en nuestros corazones. En el fondo, cuando hablamos de energía, de fortaleza, de libertad, de generosidad, estamos hablando de resplandores de una misma realidad, que es el amor. Desde el amor nos hacemos libres, valientes, pacientes, generosos, entregados. Desde el Espíritu podemos amar como nos amó Jesucristo.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR CON LOS SIETE DONES DEL ESPÍRITU.
            Sabemos muy bien que todo lo que somos ha sido un don de Dios y, por eso, nos queremos dirigir a él con las manos totalmente vacías para acoger sus dones, los dones del Espíritu.
DON DE LA SABIDURÍA: Sabemos que Dios nos ha dado una nueva identidad, nos ha marcado con su Espíritu; por eso pedimos la fuerza necesaria para ser capaces de vivir sin temor la libertad que supone el hecho de ser bautizados.
 También queremos ofrecer nuestra capacidad de ir a fondo para descubrir la profundidad de este misterio, para conocer, madurar y saborear, cada vez más, nuestra fe.
DON DE ENTENDIMIENTO: Entendemos que Dios nos acoge siempre, para lo que pase; y por eso pedimos que en la comunidad nos acojamos también con la misma incondicionalidad.
 Queremos ofrecer nuestra espontaneidad y apertura para afrontar cualquier situación.
DON DE CONSEJO: No tenemos demasiadas cosas, pero sí un camino que recorrer, por eso pedimos no ir solos en este camino.
 Ofrecemos la voluntad de aprovechar cada etapa de nuestro crecimiento y maduración en la fe, conscientes de que, en cada momento, Dios nos sale al encuentro.
DON DE FORTALEZA: También queremos llegar muy arriba; y por eso pedimos el apoyo y la ayuda de Dios y de los hermanos, fuertemente unidos y parando los golpes que nos pueda traer la vida.
DON DE PIEDAD: También queremos pedir que la comunidad nos ayude a vivir una espiritualidad firme y sólida, a fin de escuchar la voz de Dios y poder responder a ella.
Ofrecemos nuestra necesidad de interiorización, oración y recogimiento, para experimentar silencios llenos en lugar de palabras vacías.
DON DE CIENCIA: Queremos pedir también un esfuerzo conjunto para intentar adaptarnos a los signos de los tiempos, para dar respuesta a las necesidades de hoy, fundamentalmente en las verdades de siempre.
DON DE FIDELIDAD A DIOS: La mano de Dios la encontramos en los testimonios de la comunidad por esto pedimos que los cristianos seamos siempre un ejemplo a seguir para todos. Ofrecemos nuestro compromiso y nuestra fidelidad a Dios intentando siempre, dar una respuesta de fe.




sábado, 19 de mayo de 2012

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR


SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA

“No os dejaré huérfanos: os enviaré el Espíritu”. El discurso de despedida de Jesús, que leemos en este tiempo de la Ascensión, se hace oración. Antes de dejar a los suyos, Jesús invoca al Padre por aquellos que ha recibido de su mano.

            Recibirán el Espíritu. La Iglesia va a recibir su constitución: no ya un código de mandamiento, sino una ley interior incesantemente reescrita y puesta al día por el Espíritu. De edad en edad, la Iglesia nacerá del Espíritu y será llamada a reencontrar la fuente de su existencia. Vivirá del Espíritu, abandonándose a la pasión de amar que la abrasa.

            Los discípulos van a recibir el Espíritu. De siglo, la Iglesia será la caja de resonancia de la Buena Nueva sobre el escenario del mundo; prefigurará la unión de todas las cosas en el amor al Padre.

            “¡No os dejaré huérfanos!”. El Espíritu, que hace a la Iglesia, es el don pascual del Señor Jesús. Por tanto, no vamos a celebrar Pentecostés como algo distinto a la Pascua, sino, más bien, como la eclosión de lo que Jesús ha sembrado venciendo a la muerte. Los cincuenta días del tiempo de Pascua no habrán sido demasiados para acoger al Espíritu de Cristo, vivo para siempre.

            En este sentido, somos invitados también a hacer un retiro en el cenáculo esta semana, con María, la madre de Jesús, y los apóstoles, para pedir la efusión del Espíritu. En el curso, a menudo monótono, del tiempo, la celebración litúrgica permite que irrumpan los tiempos de Dios, para que se renueve el gran don pascual. Pedir con insistencia el don del Espíritu durante esta semana que precede a la fiesta de Pentecostés tiene, pues, mucho sentido; repetir incansablemente: “Ven, espíritu Santo”, es profesar en la fe que ciertamente vendrá (nuestra oración no es un grito insensato), pero que su venida depende necesariamente de nuestra petición y de nuestra sumisión a él.

            En el Cenáculo estaba presente María. Discretamente. Está con la Iglesia para siempre, como icono de acogida y de fecundidad. En ella, la Palabra se ha hecho carne por el Espíritu, pues “nada es imposible para Dios”: también en la Iglesia la Palabra se hará carne de los hombres, por la fuerza del Espíritu.

20 DE MAYO: DOMINGO

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

JORNADA DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

PALABRA DEL DÍA

Marcos: 16,15-20

1ªLectura: Hechos 1,1-11

Salmo: 46

2ªLectura: efesios 4,1-13

“En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos”. Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban”.

REFLEXIÓN
            La Ascensión del Señor, quiere significar: cercanía al Padre, igualdad de poder y de gloria.
            Pero en vez de Ascensión podríamos hablar de comunión. Que Jesucristo suba al Padre quiere decir que se abraza en comunión perfecta con el Padre. El Padre y yo somos uno, decía Jesús. Pero aquí se añade la dimensión humana del Hijo, que vive también en comunión trinitaria.
            En la Ascensión se destaca la glorificación de la naturaleza humana, divinizada de Jesucristo. El Hijo de Dios se despojó del manto divino para asumir la humanidad y vivir entre los hombres.
Y ahora, en la Ascensión, el Hijo del Hombre se adorna con el manto de Dios para vivir eternamente en Él. Lo humano y lo divino se suman, no se contrarrestan. Dios se ha hecho hombre, el hombre se ha hecho Dios.
            La realización plena de este dinamismo se encuentra en Jesucristo. Pero alcanza de una manera u otra a todos los hombres. Dios se hizo hombre. Pero el misterio de la encarnación se prolonga indefinidamente.
            Dios se hizo hombre en el hijo de María, pero se sigue haciendo hombre en los pobres, en los enfermos, en todos los que sufren. Se hace hombre en los hermanos, en todos los que están llamados a ser hermanos.
            Dios se humaniza en el amor humano. En los que se quieren, en los que viven en común, en los que rezan en común, en los que tienen entrañas de misericordia.
            Dios se humaniza en los que creen en Jesús y guardan su palabra, en los que se dejan guiar por el Espíritu, en los que transforman sus vidas viviendo en Jesucristo.
            Y el hombre se hace Dios. Hay una semilla divina en todo ser humano, porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Esta semilla debe desarrollarse en plenitud.
            Es camino es salir de sí, no vivir para sí, sino en relación solidaria, en comunión.
            Jesús sube al cielo.
            El cielo no es un lugar, sino una manera de estar, otra manera de ser. El cielo está donde se vive y cuando se vive en amor. El cielo es experimentar la presencia de Dios.
            Hay fuerzas que nos ayudan a llegar al cielo:
· El deseo, hijo del amor y de la esperanza.

· La oración, que es diálogo y encuentro, que es apertura a Dios.

· El servicio desinteresado y alegre, que es un camino directo hacia Dios.

· La pobreza, para aligerar el equipaje.

· El esfuerzo, para poder llegar a la cima.

· La fortaleza, para superar los caminos y los momentos oscuros.
· La misericordia, para aprender a sentir como Dios.
Todo se resume en el amor como nos recuerda la oración litúrgica: “Tú que por el camino del amor descendiste hasta nosotros, haz que nosotros por el mismo camino ascendamos hasta ti”
Alguien dijo que uno no está donde está sino donde ama, donde tiene su corazón. Así de sencillo, pero así de verdad y así de gratificante.
Uno está más donde anhela, donde piensa, donde sufre, donde suspira, donde quiere, donde ama.
Y esto que es verdad ahora, es más verdad cuando se vive más en el Espíritu. Porque el Espíritu, que es amor, está donde ama y donde le aman.
Salimos ganando con la Ascensión del Señor:

· Porque nos garantiza su presencia: “ánimo, no temáis…”

· Porque está más dentro de nosotros, en mayor intimidad.

· Porque puede estar con todos nosotros, sin limitación de espacio.

· Porque puede estar siempre con nosotros, sin limitación de tiempo.

· Porque está con nosotros en su Espíritu, la presencia más lograda y más rica. Es una presencia divina que acompaña y transforma. Es como si el mismo Cristo viviera en nosotros, hasta convertirnos en otros Cristos. Presencia dinámica y transformadora.

· Porque está con nosotros en su Palabra, presencia que se convierte en luz para el camino.

· Porque está con nosotros en el pan partido y en los sacramentos, presencia real, que acompaña, consuela, fortalece y alimenta.

· Porque está con nosotros en los hermanos, en los que le recuerdan y le aman, en los que comulgan, en los que se unen, en los que se comprometen.

· Porque está con nosotros en los enfermos, en los pobres y en los que sufren, presencia ardiente, llagas dolorosas del cuerpo del Señor Jesús.

Jesús está presente en el hombre. ¿Qué tú no lo ves? Es porque te falta fe y te falta amor. Grita como el ciego de nacimiento: “Señor, que pueda ver, Señor, que pueda verte”.
ENTRA EN TU INTERIOR
            Jesús encontró el modo de mitigar el dolor de la separación. Cierto que la ausencia de amor solo se cura con la presencia, pero es que Jesús, nuestro gran amigo, no es un ausente, él se hace presente de muchas y variadas formas.
            Los que se aman nunca se separan, porque uno está donde ama. Es una presencia, no corporal, sino espiritual, pero real. El amor devora los espacios y los tiempos.
            Cuando Salimos de nosotros mismos y nos ponemos en camino solidario, ahí encontramos a Jesús. Él ha Sacramentalizado a los pobres, y a los pequeños y débiles, a todos los que sufren.
            Donde hay comunidad, donde hay familia, donde hay amistad, allí está Cristo, que convierte los encuentros en sacramento. Cuando nos reunimos en su nombre, cuando nos querremos, cuando nos perdonamos, ahí se hace presente al Señor.
            Cuando oramos, cuando nos abrimos a la presencia de Dios, cuando escuchamos su palabra. Entonces el nos habla al corazón. Su palabra es también como un sacramento, y nos enciende el corazón.
ORA EN TU INTERIOR
            A ti, Cristo, que estás con el Padre y que eres nuestro hermano, te pedimos: Señor Jesús, intercede por nosotros.

· Mira a tu Iglesia, que sea sacramento de tu presencia. Suscita en ella testigos de tu amor.

· Mira al mundo, que se abra a los valores del Reino. Suscita trabajadores de la paz, la justicia y la solidaridad.

· Mira a los más pequeños y a los que más sufren, que sean respetados y ayudados.

· Mira a los niños y jóvenes que reciben los sacramentos de iniciación. Que sean siempre tus amigos y tus testigos.

· Míranos, Jesús, que vivamos cada vez más unidos a ti. Suscita en todos anhelos de tu presencia.
ORACIÓN FINAL
            Escúchanos, Jesús, que lleguemos hasta ti por el camino del amor y de la entrega. Amén.




LUNES DE LA 7ª SEMANA DE PASCUA
21 DE MAY0
· Hechos 19,1-8
“Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego” Durante su estancia en Éfeso, Pablo se encuentre con algunos discípulos a quienes pregunta si han recibido el Espíritu Santo. Y ellos muestran su extrañeza, han recibido el bautismo de Juan, sí, pero no han oído hablar del acontecimiento de Pentecostés.
¿Quiénes son? Probablemente, discípulos del bautista, como Apolo. Han conocido a Jesús de Nazaret, pero no le han seguido en su Pascua y, como los discípulos de Emaús, están perdidos por el camino, no habiendo percibido el alcance profundo de lo sucedido en Jerusalén. Pablo les abre los ojos. Les anuncia a Jesucristo muerto y resucitado y les da el bautismo cristiano. Quedan iluminados. Es como un nuevo Pentecostés: reciben el Espíritu, hablan en lenguas y profetizan.
· Salmo 67: “Reyes de la tierra, cantad a Dios”.
El salmo 67 es difícilmente clasificable. Está compuesto de antiguos poemas que evocan el poder y la gloria divinos, en los que se arraiga la esperanza de los creyentes.
· Juan 16,29-33
Si queremos definir a ese gran desconocido que es el Espíritu, con una expresión actual y bíblica, vital y única, tendremos que decir: es el don de Cristo resucitado a la Iglesia, que es su cuerpo; es el Espíritu de Jesús mismo en nosotros; en el “nosotros”trinitario y la conciencia eclesial; ese amor que Dios nos tiene, difundido en nuestros corazones; es nuestra nueva dimensión personal y comunitaria de discípulos de Jesús, cristianos, hijos de Dios y hermanos de los hombres.
En nuestros días asistimos con gozo al redescubrimiento del Espíritu en la Iglesia, que pone de relieve el protagonismo decisivo del Espíritu en la renovación interna del pueblo de Dios y en su misión evangelizadora del mundo. Los carismas y la llama de pentecostés no se han apagado y son perceptibles en los constantes movimientos que de uno y otro signo vivifican a la Iglesia, tales como comunidades que están redescubriendo su bautismo con una nueva evangelización, comunidades carismáticas, cursillos de cristiandad, equipos matrimoniales, grupos de oración, hermandades, y otros grupos apostólicos que se esfuerzan y trabajan por hacer una Iglesia cada vez más viva y visible por el testimonio de vida.
MARTES DE LA 7ª SEMANA DE PASCUA
22 DE MAYO
· Hechos 20,17-27
Pablo ha partido el pan del Señor en Tróade. Ahora se va a Jerusalén, donde quiere estar el día de Pentecostés; llegado a Mileto, convoca a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso.
El apóstol presiente su fin próximo, pero esta perspectiva no ralentiza su carrera, pues está seguro de ser conducido por el Espíritu. Como Jesús, ha “endurecido su rostro” ahora que Jerusalén está en el horizonte.
· Salmo 67: (Lunes de la séptima semana).
· Juan 17,1-11
El Evangelio como la lectura de los Hechos, respira un aire de despedida. Pablo reúne a los presbíteros de Éfeso para decirles adiós, y Jesús se despide también de sus discípulos. En ambos casos flota una atmósfera de oración. A partir de hoy, durante tres días, leeremos fragmentado el capítulo 17 de san Juan, que es uno de los más sublimes del cuarto evangelio, Jesús concluye su coloquio final con los discípulos dirigiendo su oración al Padre. Una oración que resume el significado de toda su vida y que trasciende el tiempo y el espacio para alcanzar a los discípulos de Cristo de todos los tiempos. Te indicaré los textos de estos días y te invito a hacer una lectura creyente y reposada del capítulo 17 del evangelio de Juan.
MIÉRCOLES DE LA 7ª SEMANA
DE PASCUA
23 DE MAYO
· Hechos 20,28-38

· Salmo 67
· Juan 17,11-19
JUEVES DE LA 7ª SEMANA DE PASCUA
24 DE MAYO
· Hechos 22,30;23,6-11

· Salmo 15
· Juan 17,20-26

VIERNES DE LA 7ª SEMANA DE PASCUA
25 DE MAYO
· Hechos 25,13-21
El proceso de Pablo se prolonga, pero, al igual que la Ley, el derecho romano, a pesar de su imparcialidad, poco puede hacer por el apóstol de Cristo. Claudio, Félix, Festo y Agripa reconocen la inocencia de Pablo, pero deben inclinarse ante su apelación a la jurisdicción imperial. Para evitar ser juzgado ante una jurisdicción judía. Pablo apela al Emperador.
· Salmo 102: “El Señor puso en el cielo su trono”.

· Juan 21,15-19

En la triple insistencia de Jesús en el amor de Pedro, le está diciendo que su primado, será un primado de amor. El evangelio contiene dos partes. En la primera de ellas Jesús confiere al apóstol Pedro una investidura pastoral preeminente, y en la segunda le preanuncia su destino martirial. Subyace en este evangelio la tradición neotestamentaria de una aparición del Señor resucitado a Simón Pedro, y vemos también afinidad con el pasaje del primado según Mt 16,18s.
SÁBADO DE LA 7ª SEMANA DE PASCUA
26 DE MAYO
· Hechos 28,16-20.30.31
Pablo está en Roma, y allí se quedará dos años en régimen de libertad vigilada. Como ha hecho siempre, el apóstol se dirige en primer lugar a los judíos y les habla de la esperanza de Israel, es decir, de la resurrección de los muertos, anticipada en la de Jesús. Los judíos se dividen una vez más.
Con la etapa de Roma finaliza la proclamación del evangelio a los judíos. Desde ahora se traza una nueva perspectiva: el tiempo de las naciones. Ahí se encuentra, en definitiva, el verdadero juicio, la palabra de gracia del Resucitado, que, a través de Israel, viene al encuentro de todos los pueblos.
· Salmo 10: “Los buenos verán tu rostro, Señor”.
· Juan 21,20-25
Concluimos la lectura continua que durante estas siete semanas del tiempo pascual hemos venido haciendo del libro de los Hechos de los apóstoles como primera lectura, y del evangelio según san Juan como segunda. Los Hechos nos han mostrado la apasionante historia de los primeros pasos de la Iglesia y el anuncio misionero de los apóstoles bajo la guía del Espíritu Santo desde el día de Pentecostés, en cuya víspera estamos. A su vez, el evangelio de Juan nos ha transmitido el testimonio del discípulo amado de Jesús sobre el misterio y mensaje de la Palabra de Dios hecha carne.“Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”.