lunes, 27 de agosto de 2012


 




27 DE AGOSTO
 San Agustín, Patrono de los que buscan a Dios
Hermanas, hermanos, amigos, hoy es el día litúrgico de San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia. “Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé”, esta queja amorosa hecha a Dios, fue pronunciada después de su conversión por San Agustín, aquel gran obispo africano del siglo IV, modelo de pastor y una de las mentes más brillantes de la historia de la Iglesia. Uno de los cuatro doctores más reconocidos de la Iglesia Latina. Es llamado el "Doctor de la Gracia". Es el Patrón de los que buscan a Dios, de los teólogos, y de la imprenta. Aparece frecuentemente en la iconografía con el corazón ardiendo de amor por Dios.
 
(San Agustín recibe  el Bautismo de manos del Obispo Ambrosio en Milán,
con Alipio y su hijo)
 

             San Agustín a pesar de haber vivido a finales del siglo IV, es un santo muy actual, y esto es así, por la vida que vivió. Tuvo una juventud bastante desviada en su moral, pasados sus 30 años se convierte, deja su vida de pecado e inicia su seguimiento de Cristo por caminos nunca sospechados por él. 28 años de lágrimas le costó su conversión a su madre Santa Mónica.

              Llevando una vida de gran penitencia es elegido Obispo de Hipona. Durante 34 años fue un modelo para su grey, a la que dio una sólida formación por medio de sermones y de sus numerosos escritos, con los que contribuyó de gran manera a una mayor profundización de la fe cristiana. Murió en el año 430.
(San Agustín recibe el hábito de la salvación, confirmación de que había dejado el mundo,
se pone una capucha negra y se ciñe un cinturón de cuero
convirtiéndose en siervo de Dios)

            “Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé”, con cuanto fervor habrá repetido estas palabras luego de su vida inmersa en el pecado. Y es esto lo que hace a San Agustín un santo para nuestros días. El hombre moderno es, en una gran mayoría, un hombre sin Dios; un hombre que vive sin rumbo, porque ha sacado a Dios como fin último de su vida; un hombre que vive y piensa como quiere y así le va. Quiere construir su vida sin Dios, pero ha olvidado aquellas palabras del Salmo 127, 1: “Si el Señor no construye su casa, en vano trabajan los albañiles”. Tenemos, por tanto, que trabajar para merecer el don inmenso e inmerecido de la conversión de la mente y del corazón a Dios, nuestro Señor.
(San Agustín recibe el corazón ardiendo con el fuego del amor de Dios)

              Convertirnos es dar un giro en la vida de todos los días y orientarnos de una vez y para siempre hacia Dios. El está al principio de nuestra vida, está junto a nosotros en cada paso, y está esperándonos al final de nuestros días, como nuestra meta definitiva. El hombre que vive sin Dios construye a cada paso castillos en el aire, edifica su vida sobre pompas de jabón. Pero Dios nos llama a construir el edificio de nuestra existencia sobre la roca firme, sólida, que es Cristo, y por más que vengan los vientos, las tormentas y las lluvias, nuestra casa no se derrumbará porque su fundamento es Cristo, Rey de reyes y Señor de los señores.


 
 
(San Agustín y su madre Santa Mónica)
 

              Que San Agustín nos sirva de ejemplo: dejar ya de una vez el pecado que nos esclaviza y vivir la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Que no tengamos que decir al final de nuestros días: “Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé”.




domingo, 26 de agosto de 2012

Domingo XXII del Tiempo Ordinario (B)

 
"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me  dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”.

 

DOMINGO 2 DE SEPTIEMBRE

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)

Primera Lectura: Deuteronomio 4,1-2
Salmo 14: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
Segunda Lectura: Santiago 1,17-18.21-22.27

LECTURA DEL DÍA

Marcos 7,1-8.14-15.21-23

            Se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras (es decir, sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición  de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús: “¿Por qué  comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?”. Él les contestó: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me  dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros  a la tradición de los hombres”. En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo: “escuchad y entender todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterio, injusticias, fraude, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, falsedad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”.

REFLEXIÓN

            El capítulo 7 del evangelio de Marcos recoge una enseñanza de excepcional importancia, una enseñanza que por sí misma constituye una de las cumbres de la historia religiosa de todos los tiempos. El pasaje que se proclama toma como punto de partida la pregunta que le hacen a Jesús los fariseos y los maestros de la Ley –las personas cualificadas del ambiente religioso y cultural de aquel tiempo-  relacionada con el uso judío de las abluciones. A la ley mosaica sobre la pureza ritual (Lv. 11,15; Dt. 14,3-21)  habían ido añadiéndose cada vez más prescripciones, que, transmitidas oralmente, eran consideradas vinculantes, con la misma fuerza que la ley escrita y, como ésta, reveladas por Yahvé. A Jesús se le interroga sobre la inobservancia de tales prescripciones: “¿por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?”, por parte de sus discípulos. Jesús no responde directamente, sino que, citando Isaías 29,13, saca a la luz lo falso y vacío que es el modo de obrar de los fariseos: su culto es sólo formal, dado que a la exterioridad de los ritos y de la observancia de la Ley no le corresponden el sentimiento interior y la práctica de vida coherente. La tradición de los hombres acaba así por sobreponerse y cubrir el mandamiento de Dios.

            En el texto se afirma el criterio básico de la moral universal, introducido por la invitación: “escuchadme todos”. Todas las cosas creadas son buenas, según el proyecto del Creador, y, por consiguiente, no pueden ser impuras ni volver impuro a nadie. Lo que puede contaminar al hombre, haciéndole incapaz de vivir la relación con Dios, es su pecado, que radica en el corazón. El corazón del hombre, por tanto, es el centro vital y el centro de las decisiones de la persona, del que depende la bondad o la maldad de las acciones, palabras, decisiones. No corresponde a la voluntad de Dios ni se está en comunión con él multiplicando la observancia formal de leyes con una rigidez escrupulosa, sino purificando el corazón, iluminando la conciencia de manera que las acciones que llevemos a cabo manifiesten la adhesión al mandamiento de Dios que es el amor.

            La Palabra que se proclama en este domingo nos invita a mirar en nuestro corazón con sinceridad. ¿Qué es lo que lo ocupa? ¿Por qué se afana? Son preguntas que liquidamos con excesiva facilidad porque “tenemos muchas cosas que hacer”.

            La Palabra de Dios pide ser escuchada con el corazón, pide un espacio, pide un poco de tiempo. Nuestro obrar, en verdad, no es especialmente cuestión de brazos o de mente, sino de corazón. Es el corazón el que anima lo que decimos, hacemos, decidimos. El corazón  es la sede de la conversión, de la decisión fundamental de acoger la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Y la Palabra de Dios, cuando habita en el corazón, lo cura, lo libera de los sentimientos egoístas, de la rivalidad, del desinterés por el otro: sentimientos que nos impiden experimentar la realidad más grande y determinante: el Señor está cerca.

            La Palabra de Dios, si le dejamos sitio en nuestro corazón, nos enseña a invocar al Señor y a ver al prójimo. Nos hace conscientes de que estamos bautizados y nos da las fuerzas necesarias para vivir de manera coherente. Nos hace comprender cómo hemos de obedecer a la ley de Dios, la ley definitiva del amor, ese amor con el que Jesús fue el primero en amarnos.

ENTRA EN TU INTERIOR

            Es el corazón el que engendra tanto los pensamientos buenos como los que no lo son, pero no es porque produzca por su propia naturaleza conceptos que no son buenos, que provienen del recuerdo del mal cometido una sola vez a causa del primer engaño, un recuerdo que se ha convertido ahora casi en habitual. También parecen proceder del corazón los pensamientos que, de hecho, son sembrados en el alma por los demonios; por lo demás, los hacemos efectivamente nuestros cuando nos complacemos en ellos voluntariamente. Eso es lo que el Señor censura.

            La gracia esconde su presencia en los bautizados, mientras espera que el alma una a ella su propósito. Es voluntad (de Dios) que nuestro libre albedrío no esté ligado por completo al vínculo de la gracia, ya sea porque el pecado no ha sido derrotado nunca, sino después de luchar, ya sea porque el hombre debe progresar siempre en la experiencia espiritual.

ORA EN TU INTERIOR

            Vengo a ti, Señor, con el corazón que tengo, repleto de sentimientos que me esfuerzo en reconocer y purificar a la luz de tu Palabra. No soy gente extraña para ti: soy tu hijo, soy miembro del cuerpo de Cristo en virtud del bautismo que he recibido, formo parte de tu Iglesia; sin embargo, cuántas veces estoy lejos de ti con el corazón y no me doy cuenta de que tú estás siempre cerca de mí, tú, el único de quien tengo una atormentadora necesidad.

            Repíteme una vez más que no te encontraré multiplicando prácticas religiosas, sino abriendo el corazón a tu Palabra, orientando la vida según lo que te agrada, preocupándome del hermano y de la hermana. Repíteme que el amor –y sólo el amor- me hace puro. Y yo, acogiendo tu don, renovado en la mente y en el corazón, te diré: “Tú eres mi Señor”.

 

 

           

lunes, 20 de agosto de 2012

"SEÑOR, ¿A QUIÉN VAMOS A ACUDIR? TÚ TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA; NOSOTROS CREEMOS. Y SABEMOS QUE TÚ ERES EL SANTO CONSAGRADO POR DIOS



DOMINGO 26 DE AGOSTO

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

1ª Lectura: Josué 24,1-2.15-18

Salmo 33: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”

2ª Lectura: Efesios 5,21-32

LECTURA DEL DÍA

Juan 6,60-69

“Muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?”. Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: “¿Esto os hace vacilar?”, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida”. Y con todo, algunos de vosotros no creen. Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: “Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los doce: “¿también vosotros queréis marcharos?”. Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”.

REFLEXIÓN

            Tras la extensa revelación de Jesús sobre el pan de vida en la sinagoga de Cafarnaúm, los discípulos muestran su malestar por las afirmaciones “irracionales” de su Maestro, unas afirmaciones difíciles de aceptar desde el punto de vista humano. Jesús, frente al escándalo y la murmuración de sus discípulos, precisa que no hay que creer en él sólo después de contemplar su ascensión al cielo, al modo de Elías y de Enoc, porque eso significaría no aceptar su origen divino, algo carente de sentido, puesto que él el “Preexistente”, viene precisamente del cielo, según Juan 3,13-15).
            A Jesús no le coge por sorpresa esta actitud por parte de los que dejan de seguirle. Conoce a cada hombre y sus opciones secretas. Adherirse a su persona y su mensaje a través de la fe es un don que nadie puede darse a sí mismo. Sólo lo da el Padre. El hombre, que es dueño de su propio destino, siempre es libre de rechazar el don de Dios y la comunión de vida con Jesús. Sólo quien  ha nacido y ha sido vivificado por el Espíritu y no obra según la carne comprende la revelación de Jesús y es introducido en la vida de Dios. Es a través de la fe como el discípulo debe acoger al Espíritu y al mismo Jesús, pan eucarístico, sacramento que comunica el Espíritu y transforma la carne.
            A nosotros, a mí, nos dice hoy el Señor, todavía con mayor claridad y dureza, que es preciso estar con él o dejarle. Ahora bien, a nosotros, a mí, nos ha dado hoy el Padre la posibilidad y el atrevimiento de repetir las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida eterna”.      Somos frágiles, nuestro corazón vacila con frecuencia, nuestra mente duda, pero hemos de repetir constantemente la afirmación de Pedro, porque sólo el Señor tiene palabras de vida eterna.


ENTRA EN TU INTERIOR

            Los que se retiraron no eran pocos; eran muchos. Eso tiene lugar tal vez para consuelo nuestro: puede suceder, en efecto, que alguien diga la verdad y no sea comprendido y que incluso los que le escuchan se alejen escandalizados. Este hombre podría arrepentirse de haber dicho la verdad: “No hubiera debido hablar así. No hubiera debido decir estas cosas”. Al Señor le pasó esto: habló y perdió a muchos discípulos, y se quedó con pocos. Pero no se turbó, porque desde el principio sabía quién habría de creer y quién no. Si a nosotros nos sucede algo semejante, nos quedamos turbados. Encontraremos consuelo en el Señor,  sin dispersarnos, a pesar de todo, de la prudencia en el hablar.
            La experiencia de los que se encuentran en misión es que sólo rara vez es posible ofrecer el pan que da la vida y curar verdaderamente un corazón que ha sido destrozado. Ni siquiera el mismo Jesús curó a todos, ni tampoco cambió la vida de todos. La mayor parte de la gente simplemente no cree que sean posibles los cambios radicales. Los que se encuentran en misión sienten el deber de desafiar persistentemente a sus compañeros de viaje a escoger la gratitud en vez del resentimiento, y la esperanza en vez de la desesperación. Las pocas veces en que se acepta este desafío son suficientes para hacer su vida digna de ser vivida. Ver aparecer una sonrisa en medio de las lágrimas significa ser testigo de un milagro: el milagro de la alegría.


ORA EN TU INTERIOR

            Dame, Señor, tu Espíritu para que yo pueda comprender tus palabras de vida eterna. Sin tu Espíritu puedo echar a perder tus realidades, trastornar tu Palabra, cosificar la eucaristía, construirme una fe a mi medida, tener miedo a tus preceptos, considerar tu ley como una moral de esclavos. Dame tu espíritu para que no me eche atrás, para que no te abandone en los momentos de la prueba, cuando me parezcas inhumano en tus demandas, cuando el Evangelio, en vez de una alegre noticia, se me presente como una amenaza para mi propia realización, cuando la alianza contigo me parezca una cadena opresora. Tú sabes, Señor, que hasta tus santos te hicieron llegar alguna vez sus lamentos. Santa Teresa de Ávila te decía que comprendía por qué tenías tan pocos amigos, dado el trato que les dabas. Con todo, si me dieras tu Espíritu, no digo que no me lamentaré, pero seguramente no te abandonaré, porque estaré arraigado y atado a ti, bien contento de seguirte, aunque quizás con pocos otros. En efecto, “sólo tú tienes palabras de vida eterna”.


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miércoles, 15 de agosto de 2012

DOMINGO 19 DE AGOSTO
DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)
1ª Lectura: Proverbios 9,1-6
Salmo 33: “Gustad y ved que bueno es el Señor”
2ª Lectura: Efesios 5,15-20
PALABRA DEL DÍA
Juan 6,51-58
“Dijo Jesús a la gente: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. Disputaban los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron, el que come este pan vivirá para siempre”.

REFLEXIÓN
            Con este fragmento, concluye el “discurso del pan de vida”, del evangelio de San Juan que hemos venido proclamando desde hace varios domingos. El mensaje se hace aquí más profundo y se vuelve más sacrificial y eucarístico. Se trata de hacer sitio a la persona de Jesús en su dimensión eucarística. Jesús es el pan de vida no sólo por lo que hace, sino especialmente en el sacramento de la eucaristía, lugar de unidad del creyente con Cristo. Jesús-pan queda identificado con su humanidad, la misma que será entregada y sacrificada en el árbol de la cruz. Jesús es el pan –bien como Palabra de Dios o como víctima sacrificial- que se hace don por amor al hombre. La ulterior murmuración de los judíos: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” (v. 52), denuncia la mentalidad incrédula de quienes no se dejan regenerar por el Espíritu y no pretenden adherirse a Jesús.
            Jesús insiste con vigor exhortando a consumir el pan eucarístico para participar en su vida: “Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (v. 53). Más aún, anuncia los frutos extraordinarios que obtendrán los que participen en el banquete eucarístico: quien permanece en Cristo y participa en su misterio pascual permanece en él con una unión íntima y duradera. El discípulo de Jesús recibe como don la vida en Cristo, que supera todas las expectativas humanas porque es resurrección e inmortalidad.
            Esta fue la enseñanza profunda que dispensó Jesús en Cafarnaúm. Sus características esenciales giran, más que sobre el sacramento en sí, sobre el misterio de la persona y de la vida de Jesús, que se va revelando de manera gradual. Ese misterio abarca en unidad la Palabra y el sacramento. La Palabra y el sacramento ponen en marcha dos facultades humanas diferentes: la escucha y la visión, que sitúan al hombre en una vida de comunión y obediencia a Dios.
ENTRA EN TU INTERIOR
            A mi carne, perecedera y destinada a la muerte, se le ofrece hoy la posibilidad de la vida eterna a través de la carne resucitada y, por consiguiente, incorruptible del Hijo. La vida eterna, la vida de Dios, la vida bienaventurada, la vida feliz, la vida sin sombra, sin duelo y sin lágrimas, llega a mí a través del Hijo, a través de su carne, que se hace pan para comer y compartir. La eucaristía me pone en contacto con la vida eterna, me permite vencer la muerte y la infidelidad. ¿Qué don puede haber más deseable?
            En la eucaristía está presente todo el deseo de comunión de Dios conmigo, su deseo de que yo acepte su don como acto de amor, que comprenda la importancia única que tiene su Hijo para mi vida y para mi realización. La vida llega a mí desde el Padre, a través de la carne del Hijo, gracias a la mediación de la Iglesia apostólica, que celebra la eucaristía para que también yo, con mi carne purificada y entregada, me vuelva puente para hacer llegar al mundo la vida.

ORA EN TU INTERIOR
            ¡Señor! El misterio de la eucaristía es grande e ilimitado, pero hoy tus palabras claras, provocadoras, limpias y decididas lo iluminan de una manera inequívoca. Tú me das tu vida, que es vida eterna, porque un día fuiste capaz de dar tu vida. Te doy gracias, te bendigo, alabo tu santa pasión y tu gloriosa resurrección, adoro con alegría tu sabiduría, que me sale al encuentro en mis preocupaciones terrenas.
            Tú sabes lo difícil que me resulta alzar la mirada para asumir tus grandes perspectivas. Me dejo engatusar por las cosas que pasan y me arriesgo a poner dentro también tu eucaristía, dándole incluso muchos significados humanos, justos por sí mismos, pero muy alejados del sentido decisivo que hoy me presentas. Tú quieres que yo viva para siempre contigo, porque eres y serás mi realización, y por tanto, mi felicidad. Cada día me sumerges en tu eternidad ofreciéndote como alimento. Tú llevas contigo la vida que te une al Padre y quieres transmitírmela. Abre mis ojos nublados por las cosas de cada día, para que pueda unirme indisolublemente a ti, y llevar a todos conmigo, en tu vida, sobre todo a los pobres, a los enfermos, a los que sufre. AMEN.

           

sábado, 11 de agosto de 2012


DOMINGO 12 DE AGOSTO

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

1ª Lectura: 1 Reyes 19,4-8

Salmo 33: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”

2ª Lectura: Efesios 4,30-5,2

PALABRA DEL DÍA

Juan 6,41-51

“Los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: “yo soy el pan bajado del cielo”, y decían: “¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?”. Jesús tomó la palabra y les dijo:”No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que me ha enviado. Y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: éste ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”.

REFLEXIÓN

            Ante las dudas que suscita en sus paisanos las palabras de Jesús, conocen a su padre y a su madre, por tanto conocen de sobra su origen humano, pasar de este conocimiento a aceptar: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”, les resulta escandaloso. Es difícil y es demasiado duro superar el obstáculo del origen humano de Jesús y reconocerle como Dios. Jesús evita una discusión inútil y les ayuda a reflexionar sobre su dureza de corazón, enunciando las condiciones necesarias para creer en él:
1ª.- Ser atraídos por el Padre (v. 44) “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado”.
2ª.- Docilidad a Dios (v. 45) “Está escrito en los profetas: Serán todos discípulos de Dios”.
3ª.- Escuchar al Padre (v.45) “Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí”.
            No es raro, y en estos tiempos menos, oír la expresión: “¡Basta, no puedo más!”. La vida, en determinados momentos, es verdaderamente dura. ¿Y quién la siente y la resiste difícil, desagradable, insoportable, durante años y años? La experiencia de Elías está presente como nunca en la condición humana, especialmente en los, que se toman en serio la tarea a favor o en apoyo de los otros que les ha sido confiada: “¡Basta, Señor! Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres”.
            Esta experiencia, típica de la condición humana, marcada por el cansancio, por la precariedad, por la vulnerabilidad y por la fragilidad, puede ser el comienzo de una invocación que se abre al misterio de Dios. Dios quiere que sus hijos tomen conciencia de que él está presente en sus vidas. A Elías le mandó un ángel con un pan; a nosotros nos envía a su Hijo, que se hace pan de vida, pan para nuestra vida, pan para sostenernos en el camino, pan para no dejarnos solos en las misiones y en los momentos difíciles.


ENTRA EN TU INTERIOR

            La vida vivida eucarísticamente es siempre una vida de misión. Vivimos en un mundo que gime bajo el peso de sus pérdidas, de sus pecados: las guerras despiadadas que destruyen pueblos y países, el hambre y la muerte de hambre que diezman poblaciones enteras, el crimen y la violencia de todo tipo que ponen en peligro la vida  de millones de personas, las enfermedades incurables, ¿incurables?. Este es el mundo al que hemos sido enviados a vivir eucarísticamente, esto es, a vivir con el corazón ardiente y con los ojos y los oídos abiertos. Parece una tarea imposible. El misterio del amor de Dios, consiste en que nuestros corazones ardientes y nuestros oídos receptivos estarán en condiciones de descubrir que aquel a quien habíamos encontrado en la intimidad continúa revelándose a nosotros entre los pobres, los enfermos, los hambrientos, los, prisioneros, los refugiados y entre todos los que viven en medio del peligro y del miedo (H.J.M. Nouwen. La forza della sua presenza, Brescia 2000, pp. 82ss).
            El pan que nos ofrece, su Hijo amado, contiene las atenciones que tiene con nosotros. Es el punto de llegada de la acción creadora del Padre, de la obra de reconstrucción llevada a cabo por el Hijo; es pan siempre tierno por la obra del Espíritu. Ese pan es memorial y proclamación de una historia infinita de amor: con él también nos sostiene, nos alienta, nos invita a reemprender el camino, con el mismo corazón y la misma audacia recordada y encerrada en el pan de vida.

ORA EN TU INTERIOR

            Ilumina, Señor, mi mente para que pueda comprender que la eucaristía es “memorial y proclamación de la muerte del Señor”. En ese pan has puesto “todo deleite”, porque en él has puesto toda tu historia de amor conmigo y con el mundo. Con ese pan quieres recordarme todo el amor que sientes por mí, un amor que ha llegado a su cumbre insuperable en la muerte y resurrección de tu Hijo, de suerte que yo no pueda dudar ya nunca.
            Refuerza, Señor, mi pequeño corazón, demasiado pequeño para comprender; ilumínale sobre los costes del amor, para que no se desanime, para que se reanime, reemprenda el camino, no se achique y esté seguro de que contigo y por ti vale la pena caminar y sudar aún un poco, especialmente cuando tenemos que desarrollar tareas delicadas. ¡Todavía un poco, que la meta no está lejos!
            Haz que pueda cumplir y hacer mías las palabras de Pablo a los cristianos de Éfeso: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos suyos muy queridos. Y haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo, que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios”. AMEN.







           

           

jueves, 9 de agosto de 2012


15 de Agosto

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA

(PRECEPTO)

1ª Lectura: Apocalipsis 11,19a; 12,1-6.10

Salmo 44: “De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir

2ª Lectura: 1 Corintios 15,20-26

PALABRA DEL DÍA

Lucas 1,-39-56

“En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu santo y dijo con fuerte voz: ¡”Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. María dijo: “Proclama mi alma la grandeza del señor, se alegra mi espíritu en dios, mi salvador; porque ha mirada la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres- a favor de Abrahán y su descendencia por siempre”. María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa”.

REFLEXIÓN


“Declaramos y definimos que es verdad de fe, revelada por Dios, que la inmaculada siempre Virgen María, Madre de Dios, ha sido elevada a la gloria del cielo en cuerpo y alma tras su vida en la tierra”. Con estas solemnes palabras, el 1 de noviembre de 1950, el papa Pío XII proclamaba dogma de fe la Asunción de María: afirmar, pues, que la madre de Jesús, tal como ella fue sobre la tierra, está hoy junto a Dios pertenece, a la fe católica que debemos profesar.
            Y el hecho de que el recuerdo de este misterio haya de hacerse en una celebración festiva debería hacernos comprender la importancia de cuanto afirmamos: lo que hizo Dios con María tras su muerte es motivo hoy de nuestra fiesta cristiana.
            Pero si es fácil captar lo maravilloso que estuvo Dios con María al salvarla de la corrupción del sepulcro y llevarla sin demora consigo al cielo, no lo es tanto vislumbrar qué es lo que ello puede significar para nosotros hoy: ¿qué nos importa a nosotros la suerte de María? ¿De qué nos sirve saberla en el cielo en cuerpo y alma, cuando a nosotros tanto nos pesan aún sobre la tierra el cuerpo y, a veces también, el alma, cuando no vemos salida a la impotencia que sentimos, cuando todos los miembros de muchas familias están en paro, cuando me quitan mi casa, cuando tengo esta enfermedad, este sufrimiento, este dolor intenso? ¿Cuáles pueden ser nuestras razones para celebrar hoy la Asunción de María al cielo?.
            El evangelio hoy, sin mencionar el hecho, nos da, con todo, una pista de solución: lo que hoy motiva nuestra fiesta es el final de una vida que empezó cuando María se atrevió, siendo una niña, a decir sí a Dios y le concedió un lugar en su vida, dejándole un espacio en sus entrañas. A lo largo de su vida, María no dejó de ser madre virgen de Jesús ni dejó de ser sierva obediente de Dios, desde la cuna en Belén, rechazada por sus convecinos, hasta la cruz en Jerusalén, abandonada de los discípulos. María concibió a su hijo en su corazón antes que en sus entrañas.
            María vivió su elección y ejerció su maternidad, manteniéndose siempre fiel al Dios que había engendrado, dado a luz y criado, y cada vez con mayores exigencias y pagando un precio más alto. La Asunción al cielo fue la meta inesperada de la penosa aventura que le procuró el haber tenido al Hijo de Dios como hijo de sus entrañas: la cercanía que mantuvo con Él a lo largo de su vida, que tantas incomprensiones y sufrimientos le deparó, quiso prolongársela Dios, cuando tras su muerte la liberó de la tiniebla y de la corrupción.
            Dios recompensó así a quien había sido por su fe su madre y por su obediencia su sierva. María prestó a Dios su vida y Dios la recuperó para sí, y para siempre, nada más perderla, tras la muerte.
            Quien ha dado algo a Dios, no se verá defraudado. Y María, que había puesto a su disposición no ya cuanto tenía sino, sobre todo y en especial, lo que era, su virginidad, y lo que pretendía ser, su vida familiar, se encontró con la sorpresa de despertarse en su presencia el mismo día de su muerte. Dios, que había sido para María la razón de su vida, Dios, a quien María dedicó toda su existencia, Dios, que se hizo hombre en su vientre, no se dejó ganar en generosidad: la tiene junto a sí, en cuerpo y alma. Y gracias a Dios, la tenemos nosotros ya en el cielo, auxiliándonos en cuerpo y alma.


ENTRA EN TU INTERIOR

            Todos, y hoy más intensamente que nunca, deseamos vivir, vivir con la dignidad de los hijos de Dios, con un trabajo estable y una vivienda digna donde poder criar y educar a nuestros hijos y darles lo necesario, con los derechos básicos que nos ganamos con nuestro trabajo.
            En María asunta al cielo Dios nos promete que ninguna pena, por pequeña o injusta que sea, dejará de producir gozo, si es vivida en su presencia y no rompe nuestra fidelidad a Él. La vida, este bien tan frágil como menospreciado hoy, no es un callejón sin salida ni puede convertírsenos en un ejercicio continuo de impaciencia, cuando no de desesperación, si recordamos que en su final, si no antes, Él nos espera para recompensar cualquier gesto de bondad realizado y todo esfuerzo de fidelidad.
            Quien, como María, se deja ganar por Dios hoy, ganará a Dios para siempre. Por eso estamos celebrando la Asunción de María: lo que ella goza hoy puede ser mañana nuestro, si hoy hacemos nuestra su entrega a Dios.
            Quiera Dios, que tan estupendo ha sido con María, su sierva, que reconozcamos hoy en la Asunción de María su compromiso de tratarnos a semejanza de ella, si logra que nosotros le tratemos como lo hizo su madre.

ORA EN TU INTERIOR

Señor, me uno a tu inmensa alegría al abrazar a María, cuando llegó al cielo en cuerpo y alma a participar de tu eterna gloria. Vivo con la esperanza de estar contigo y con la Madre, después de mi paso por este valle de lágrimas y de gozo, siguiendo –con tu gracia- su ejemplo de fe, de amor y de fidelidad.