miércoles, 15 de agosto de 2012

DOMINGO 19 DE AGOSTO
DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)
1ª Lectura: Proverbios 9,1-6
Salmo 33: “Gustad y ved que bueno es el Señor”
2ª Lectura: Efesios 5,15-20
PALABRA DEL DÍA
Juan 6,51-58
“Dijo Jesús a la gente: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. Disputaban los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron, el que come este pan vivirá para siempre”.

REFLEXIÓN
            Con este fragmento, concluye el “discurso del pan de vida”, del evangelio de San Juan que hemos venido proclamando desde hace varios domingos. El mensaje se hace aquí más profundo y se vuelve más sacrificial y eucarístico. Se trata de hacer sitio a la persona de Jesús en su dimensión eucarística. Jesús es el pan de vida no sólo por lo que hace, sino especialmente en el sacramento de la eucaristía, lugar de unidad del creyente con Cristo. Jesús-pan queda identificado con su humanidad, la misma que será entregada y sacrificada en el árbol de la cruz. Jesús es el pan –bien como Palabra de Dios o como víctima sacrificial- que se hace don por amor al hombre. La ulterior murmuración de los judíos: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” (v. 52), denuncia la mentalidad incrédula de quienes no se dejan regenerar por el Espíritu y no pretenden adherirse a Jesús.
            Jesús insiste con vigor exhortando a consumir el pan eucarístico para participar en su vida: “Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (v. 53). Más aún, anuncia los frutos extraordinarios que obtendrán los que participen en el banquete eucarístico: quien permanece en Cristo y participa en su misterio pascual permanece en él con una unión íntima y duradera. El discípulo de Jesús recibe como don la vida en Cristo, que supera todas las expectativas humanas porque es resurrección e inmortalidad.
            Esta fue la enseñanza profunda que dispensó Jesús en Cafarnaúm. Sus características esenciales giran, más que sobre el sacramento en sí, sobre el misterio de la persona y de la vida de Jesús, que se va revelando de manera gradual. Ese misterio abarca en unidad la Palabra y el sacramento. La Palabra y el sacramento ponen en marcha dos facultades humanas diferentes: la escucha y la visión, que sitúan al hombre en una vida de comunión y obediencia a Dios.
ENTRA EN TU INTERIOR
            A mi carne, perecedera y destinada a la muerte, se le ofrece hoy la posibilidad de la vida eterna a través de la carne resucitada y, por consiguiente, incorruptible del Hijo. La vida eterna, la vida de Dios, la vida bienaventurada, la vida feliz, la vida sin sombra, sin duelo y sin lágrimas, llega a mí a través del Hijo, a través de su carne, que se hace pan para comer y compartir. La eucaristía me pone en contacto con la vida eterna, me permite vencer la muerte y la infidelidad. ¿Qué don puede haber más deseable?
            En la eucaristía está presente todo el deseo de comunión de Dios conmigo, su deseo de que yo acepte su don como acto de amor, que comprenda la importancia única que tiene su Hijo para mi vida y para mi realización. La vida llega a mí desde el Padre, a través de la carne del Hijo, gracias a la mediación de la Iglesia apostólica, que celebra la eucaristía para que también yo, con mi carne purificada y entregada, me vuelva puente para hacer llegar al mundo la vida.

ORA EN TU INTERIOR
            ¡Señor! El misterio de la eucaristía es grande e ilimitado, pero hoy tus palabras claras, provocadoras, limpias y decididas lo iluminan de una manera inequívoca. Tú me das tu vida, que es vida eterna, porque un día fuiste capaz de dar tu vida. Te doy gracias, te bendigo, alabo tu santa pasión y tu gloriosa resurrección, adoro con alegría tu sabiduría, que me sale al encuentro en mis preocupaciones terrenas.
            Tú sabes lo difícil que me resulta alzar la mirada para asumir tus grandes perspectivas. Me dejo engatusar por las cosas que pasan y me arriesgo a poner dentro también tu eucaristía, dándole incluso muchos significados humanos, justos por sí mismos, pero muy alejados del sentido decisivo que hoy me presentas. Tú quieres que yo viva para siempre contigo, porque eres y serás mi realización, y por tanto, mi felicidad. Cada día me sumerges en tu eternidad ofreciéndote como alimento. Tú llevas contigo la vida que te une al Padre y quieres transmitírmela. Abre mis ojos nublados por las cosas de cada día, para que pueda unirme indisolublemente a ti, y llevar a todos conmigo, en tu vida, sobre todo a los pobres, a los enfermos, a los que sufre. AMEN.

           

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