15 de Agosto
SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA
(PRECEPTO)
(PRECEPTO)
1ª Lectura: Apocalipsis 11,19a; 12,1-6.10
Salmo 44: “De pie a tu derecha está la reina, enjoyada
con oro de Ofir
2ª Lectura: 1 Corintios 15,20-26
PALABRA DEL DÍA
Lucas 1,-39-56
“En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa
a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se
llenó Isabel del Espíritu santo y dijo con fuerte voz: ¡”Bendita tú entre las
mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la
madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de
alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el
Señor se cumplirá”. María dijo: “Proclama mi alma la grandeza del señor, se
alegra mi espíritu en dios, mi salvador; porque ha mirada la humillación de su
esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso
ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo, y su misericordia llega a
sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo; dispersa
a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide
vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo
había prometido a nuestros padres- a favor de Abrahán y su descendencia por
siempre”. María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa”.
REFLEXIÓN
“Declaramos y definimos que es verdad de fe, revelada
por Dios, que la inmaculada siempre Virgen María, Madre de Dios, ha sido
elevada a la gloria del cielo en cuerpo y alma tras su vida en la tierra”. Con
estas solemnes palabras, el 1 de noviembre de 1950, el papa Pío XII proclamaba
dogma de fe la Asunción de María: afirmar, pues, que la madre de Jesús, tal
como ella fue sobre la tierra, está hoy junto a Dios pertenece, a la fe
católica que debemos profesar.
Y el
hecho de que el recuerdo de este misterio haya de hacerse en una celebración
festiva debería hacernos comprender la importancia de cuanto afirmamos: lo que
hizo Dios con María tras su muerte es motivo hoy de nuestra fiesta cristiana.
Pero
si es fácil captar lo maravilloso que estuvo Dios con María al salvarla de la
corrupción del sepulcro y llevarla sin demora consigo al cielo, no lo es tanto
vislumbrar qué es lo que ello puede significar para nosotros hoy: ¿qué nos
importa a nosotros la suerte de María? ¿De qué nos sirve saberla en el cielo en
cuerpo y alma, cuando a nosotros tanto nos pesan aún sobre la tierra el cuerpo
y, a veces también, el alma, cuando no vemos salida a la impotencia que
sentimos, cuando todos los miembros de muchas familias están en paro, cuando me
quitan mi casa, cuando tengo esta enfermedad, este sufrimiento, este dolor
intenso? ¿Cuáles pueden ser nuestras razones para celebrar hoy la Asunción de
María al cielo?.
El
evangelio hoy, sin mencionar el hecho, nos da, con todo, una pista de solución:
lo que hoy motiva nuestra fiesta es el final de una vida que empezó cuando
María se atrevió, siendo una niña, a decir sí a Dios y le concedió un lugar en
su vida, dejándole un espacio en sus entrañas. A lo largo de su vida, María no
dejó de ser madre virgen de Jesús ni dejó de ser sierva obediente de Dios,
desde la cuna en Belén, rechazada por sus convecinos, hasta la cruz en
Jerusalén, abandonada de los discípulos. María concibió a su hijo en su corazón
antes que en sus entrañas.
María
vivió su elección y ejerció su maternidad, manteniéndose siempre fiel al Dios
que había engendrado, dado a luz y criado, y cada vez con mayores exigencias y
pagando un precio más alto. La Asunción al cielo fue la meta inesperada de la
penosa aventura que le procuró el haber tenido al Hijo de Dios como hijo de sus
entrañas: la cercanía que mantuvo con Él a lo largo de su vida, que tantas
incomprensiones y sufrimientos le deparó, quiso prolongársela Dios, cuando tras
su muerte la liberó de la tiniebla y de la corrupción.
Dios
recompensó así a quien había sido por su fe su madre y por su obediencia su
sierva. María prestó a Dios su vida y Dios la recuperó para sí, y para siempre,
nada más perderla, tras la muerte.
Quien
ha dado algo a Dios, no se verá defraudado. Y María, que había puesto a su
disposición no ya cuanto tenía sino, sobre todo y en especial, lo que era, su
virginidad, y lo que pretendía ser, su vida familiar, se encontró con la
sorpresa de despertarse en su presencia el mismo día de su muerte. Dios, que
había sido para María la razón de su vida, Dios, a quien María dedicó toda su
existencia, Dios, que se hizo hombre en su vientre, no se dejó ganar en
generosidad: la tiene junto a sí, en cuerpo y alma. Y gracias a Dios, la
tenemos nosotros ya en el cielo, auxiliándonos en cuerpo y alma.
ENTRA EN TU INTERIOR
Todos, y hoy más intensamente que
nunca, deseamos vivir, vivir con la dignidad de los hijos de Dios, con un
trabajo estable y una vivienda digna donde poder criar y educar a nuestros
hijos y darles lo necesario, con los derechos básicos que nos ganamos con
nuestro trabajo.
En
María asunta al cielo Dios nos promete que ninguna pena, por pequeña o injusta
que sea, dejará de producir gozo, si es vivida en su presencia y no rompe
nuestra fidelidad a Él. La vida, este bien tan frágil como menospreciado hoy,
no es un callejón sin salida ni puede convertírsenos en un ejercicio continuo
de impaciencia, cuando no de desesperación, si recordamos que en su final, si
no antes, Él nos espera para recompensar cualquier gesto de bondad realizado y
todo esfuerzo de fidelidad.
Quien,
como María, se deja ganar por Dios hoy, ganará a Dios para siempre. Por eso
estamos celebrando la Asunción de María: lo que ella goza hoy puede ser mañana
nuestro, si hoy hacemos nuestra su entrega a Dios.
Quiera
Dios, que tan estupendo ha sido con María, su sierva, que reconozcamos hoy en
la Asunción de María su compromiso de tratarnos a semejanza de ella, si logra
que nosotros le tratemos como lo hizo su madre.
ORA EN TU INTERIOR
Señor, me uno a tu inmensa alegría al abrazar a María,
cuando llegó al cielo en cuerpo y alma a participar de tu eterna gloria. Vivo
con la esperanza de estar contigo y con la Madre, después de mi paso por este
valle de lágrimas y de gozo, siguiendo –con tu gracia- su ejemplo de fe, de
amor y de fidelidad.
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