DOMINGO 5 DE AGOSTO
DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)
1ª
Lectura: Éxodo 16,2-4.12-15
Salmo
77: “El Señor le dio un trigo celeste”
2ª
Lectura: Efesios 4,17.20-24
PALABRA DEL DÍA
Juan 6,24-35
“Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban
allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en
la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo has venido aquí?”.
Jesús les contestó: “Os lo aseguro, me buscáis no porque habéis visto signos,
sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que
perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna, el que os dará el
Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios. Ellos le
preguntaron: “¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?”.
Respondió Jesús: “Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él
ha enviado”. Ellos le replicaron: “¿Y qué signo vemos que haces tú, para que
creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito:
Les dio a comer pan del cielo”. Jesús les replicó: “Os aseguro que no fue
Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el
verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da
vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús
les contestó: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el
que cree en mi no pasará sed”.
REFLEXIÓN
Ante
la pregunta que le hace a Jesús la muchedumbre, cuando lo encuentran junto a Cafarnaúm:
“Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?”. Jesús no responde a los que le preguntan,
pero revela las verdaderas intenciones que han impulsado a la gente a buscarle,
desenmascara una mentalidad demasiado material. Todos siguen a Jesús por el pan
material, sin comprender la señal hecha por el profeta. Buscan más las ventajas
materiales y pasajeras que las ocasiones de adhesión y de amor. Ante esta
ceguera espiritual, Jesús proclama la diversidad que existe entre el pan
material y corruptible y ese otro “que da la vida eterna”. Invita a la gente a
superar ese estrecho horizonte en que viven, para pasar a la fe. Ante la
pregunta: “¿Qué debemos hacer para actuar como Dios quiere?”, Jesús exige una
sola cosa: la adhesión al plan de Dios, es decir, “lo que Dios espera de
vosotros es que creáis en aquel que él ha enviado”.
Pero
para esto el milagro de los panes no es suficiente. Sus padres, en el desierto,
vivieron un milagro mayor: “Dios les dio a comer pan del cielo”, Dios les dio
el maná. Jesús, en realidad, da
verdaderamente el nuevo maná, porque su alimento es muy superior al que
comieron los padres en el desierto: él da a todos la vida eterna. Pero solo el
que tiene fe puede recibir ese don. El verdadero alimento no está en el don de
Moisés y en la ley, sino en el don del Hijo,
que el Padre ofrece a los hombres, porque él es “el verdadero pan del
cielo” y “el surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”.
Es el
don amoroso hecho por el Padre a cada hombre, Él es la Palabra que han de creer: quien se adhiere a él da un
sentido a su propia vida y consigue su propia felicidad.
ENTRA EN TU
INTERIOR
Nuestra
sociedad nos ha educado para prever, calcular, usar la razón. Los
interlocutores de Jesús tenían más de un motivo para mostrarse perplejos, dado
que un hombre, aunque fuera prestigioso, se autoproclama “el pan de, la vida”.
¿No es eso un poco presuntuoso? ¿No se está exaltando? ¿No está exagerando,
visto el éxito del milagro? Es cierto que es capaz de dar pan para comer; ahora
bien, para llegar a considerarse el “pan bajado del cielo”, el pan definitivo,
queda todavía mucho trecho. Es preciso reconocer que los que murmuraban o se
mostraban perplejos tenían sus buenas razones para hacerlo.
A
veces pienso que también yo, si me hubiera encontrado en las mismas
circunstancias, habría tenido más o menos las mismas reacciones, precisamente
porque pienso normalmente que es necesario ser concretos, mantenerse con los
pies en el suelo, no dejarse fascinar ni arrastrar por entusiasmos fáciles que,
después, se revelan ilusorios.
ORA EN TU INTERIOR
Señor, te pido que me hagas percibir
este instinto vital superior al menos con la misma fuerza que el natural, para
que mis decisiones sean prudentes y sabías, no ligadas sólo al sentido común, y
tampoco estén dictadas por la facilidad para creer cualquier propuesta
milagrera.
Haz,
oh Señor, que no desista nunca de ser un hombre arraigado en la realidad y, al
mismo tiempo, abierto también a tu Realidad, a ti, que puedes sorprenderme y venir a mi encuentro en
cualquier momento; a ti, que puedes dar la vuelta en un instante a la marcha
normal de las cosas, para plantearme la pregunta radical sobre en qué pongo mi
confianza
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