DOMINGO 29 DE JULIO
DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)
1ª
Lectura: Segundo Libro de los reyes 4,42-44
Salmo
144: “Abres tú la mano, Señor, y nos sacias.
2ª
Lectura: Efesios 4,1-6
PALABRA DEL DÍA
Juan 6,1-15
“En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del
lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto
los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se
sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos,
Jesús entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a
Felipe: -¿Con qué compraremos panes para que coman estos? Lo decía para
tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: -Doscientos
denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo. – Uno de sus
discípulos, Andrés, el hermano de simón Pedro, le dice: -Aquí hay un muchacho
que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para
tantos? Jesús dijo: -Decid a la gente que se siente en el suelo. Había mucha
hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eras unos cinco mil. Jesús
tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban
sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron,
dice a sus discípulos: -Recoger los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de
cebada, que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el
signo que había hecho, decía: -Este sí que es el Profeta que tenía que venir al
mundo. Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se
retiró otra vez a la montaña él solo”.
REFLEXIÓN
Nuestro
mundo está hambriento de muchas cosas. Hay muchas carencias de todo tipo:
materiales, psicológicas, educativas, morales, afectivas… Los que han tenido en
sus manos el bienestar de la mayoría, solo se han preocupado de ellos mismos,
dilapidando inconscientemente, sabiendo que el sistema acudiría en su ayuda. Es
el mundo al revés. Las personas, además, se definen por lo que les falta o por
lo que todavía no son, y así es como proyectan llegar a ser algo siempre
diferente y presumiblemente mejor. Estamos marcados a fuego por la insatisfacción;
ella es la que nos anima a cambiar continuamente, a transformarnos y querer
alcanzar cada vez metas mayores.
Jesús,
debido a que conocía a fondo esta condición humana, sabía detectar las
necesidades de los hombres y mujeres de su tiempo. Es el Hijo del Dios que se
preocupa por sus criaturas, que las convierte en hijos por los que develarse, y
hace como todo buen padre: no puede dormir sabiendo que su hijo no se encuentra
bien del todo. Jesús conoce también hoy nuestra hambre que, como entonces, no
busca meramente ser saciada, porque no se trata solo de hambre del pan de trigo
sino del hambre constante de un pan que no se puede comprar en la panadería.
El pan
de nuestra hambre no se compra sino que se comparte; no es el resultado de un
intercambio comercial, sino de una relación de amor y amistad. Cuando en el
relato evangélico Jesús no da de comer sino que anima a dar de comer, aunque se
tenga tan poco como cinco panes de cebada y dos peces para compartir, enseña
que lo importante no es comer sino cómo haber comido. La mejor forma de hacerlo
pasa por valorar lo que cada uno pueda aportar, reconociendo así el significado
de cada persona, descubriendo cómo todos estamos llamados, tal y como decía san
Pablo a los efesios, a estar unidos en el amor.
ENTRA Y OLRA EN TU INTERIOR
Este pan compartido entre todos y
engrandecido por el amor divino deja realmente satisfechos a los que lo comen.
Pero la satisfacción no es porque las tripas hayan dejado de rugir, sino porque
los corazones han quedado ensanchados. Por eso este pan, que simboliza el amor
fraterno, el de los hijos dignificados de Dios, sobra, sobreabunda y puede dar
de comer a muchos más, a todos, a nosotros también, dos mil años después.
Ciertamente no nos hace falta un Dios panadero que cubra nuestras necesidades
como si de una función se tratara; descubrimos al Padre de Jesucristo que nos
da más de lo que necesitamos, cuyo amor no solo nos llena sino que ante todo
nos desborda.
ORACIÓN FINAL
Oh Dios, protector de los que en ti
esperan, sin ti nada es fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros los signos
de tu misericordia, para que, bajo tu guía providente, de tal modo nos sirvamos
de los bienes pasajeros, que podamos adherirnos a los eternos. Por nuestro
señor Jesucristo. Amén.
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