lunes, 24 de agosto de 2015

30 DE AGOSTO: XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.




"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me  dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”.
DOMINGO 30 DE AGOSTO
DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Primera Lectura: Deuteronomio 4,1-2
Salmo 14: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
Segunda Lectura: Santiago 1,17-18.21-22.27
LECTURA DEL DÍA
Marcos 7,1-8.14-15.21-23
            “Se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras (es decir, sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición  de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús: “¿Por qué  comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?”. Él les contestó: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me  dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros  a la tradición de los hombres”. En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo: “escuchad y entender todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterio, injusticias, fraude, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, falsedad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús,
y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar.
Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados;
y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce.
Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?".
El les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos.
Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres".
Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien.
Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre.
Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios,
los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino.
Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre".
REFLEXIÓN
            El capítulo 7 del evangelio de Marcos recoge una enseñanza de excepcional importancia, una enseñanza que por sí misma constituye una de las cumbres de la historia religiosa de todos los tiempos. El pasaje que se proclama toma como punto de partida la pregunta que le hacen a Jesús los fariseos y los maestros de la Ley –las personas cualificadas del ambiente religioso y cultural de aquel tiempo-  relacionada con el uso judío de las abluciones-. A la ley mosaica sobre la pureza ritual (Lv. 11,15; Dt. 14,3-21)  habían ido añadiéndose cada vez más prescripciones, que, transmitidas oralmente, eran consideradas vinculantes, con la misma fuerza que la ley escrita y, como ésta, reveladas por Yahvé. A Jesús se le interroga sobre la inobservancia de tales prescripciones: “¿por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?”, por parte de sus discípulos. Jesús no responde directamente, sino que, citando Isaías 29,13, saca a la luz lo falso y vacío que es el modo de obrar de los fariseos: su culto es sólo formal, dado que a la exterioridad de los ritos y de la observancia de la Ley no le corresponden el sentimiento interior y la práctica de vida coherente. La tradición de los hombres acaba así por sobreponerse y cubrir el mandamiento de Dios.
            En el texto se afirma el criterio básico de la moral universal, introducido por la invitación: “escuchadme todos”. Todas las cosas creadas son buenas, según el proyecto del Creador, y, por consiguiente, no pueden ser impuras ni volver impuro a nadie. Lo que puede contaminar al hombre, haciéndole incapaz de vivir la relación con Dios, es su pecado, que radica en el corazón. El corazón del hombre, por tanto, es el centro vital y el centro de las decisiones de la persona, del que depende la bondad o la maldad de las acciones, palabras, decisiones. No corresponde a la voluntad de Dios ni se está en comunión con él multiplicando la observancia formal de leyes con una rigidez escrupulosa, sino purificando el corazón, iluminando la conciencia de manera que las acciones que llevemos a cabo manifiesten la adhesión al mandamiento de Dios que es el amor.

            La Palabra que se proclama en este domingo nos invita a mirar en nuestro corazón con sinceridad. ¿Qué es lo que lo ocupa? ¿Por qué se afana? Son preguntas que liquidamos con excesiva facilidad porque “tenemos muchas cosas que hacer”.
            La Palabra de Dios pide ser escuchada con el corazón, pide un espacio, pide un poco de tiempo. Nuestro obrar, en verdad, no es especialmente cuestión de brazos o de mente, sino de corazón. Es el corazón el que anima lo que decimos, hacemos, decidimos. El corazón  es la sede de la conversión, de la decisión fundamental de acoger la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Y la Palabra de Dios, cuando habita en el corazón, lo cura, lo libera de los sentimientos egoístas, de la rivalidad, del desinterés por el otro: sentimientos que nos impiden experimentar la realidad más grande y determinante: el Señor está cerca.
            La Palabra de Dios, si le dejamos sitio en nuestro corazón, nos enseña a invocar al Señor y a ver al prójimo. Nos hace conscientes de que estamos bautizados y nos da las fuerzas necesarias para vivir de manera coherente. Nos hace comprender cómo hemos de obedecer a la ley de Dios, la ley definitiva del amor, ese amor con el que Jesús fue el primero en amarnos.
ENTRA EN TU INTERIOR
NO AFERRARNOS A TRADICIONES HUMANAS
 No sabemos cuándo ni dónde ocurrió el enfrentamiento. Al evangelista sólo le interesa evocar la atmósfera en la que se mueve Jesús, rodeado de maestros de la ley, observantes escrupulosos de las tradiciones, que se resisten ciegamente a la novedad que el Profeta del amor quiere introducir en sus vidas.
 Los fariseos observan indignados que sus discípulos comen con manos impuras. No lo pueden tolerar: «¿Por qué tus discípulos no siguen las tradiciones de los mayores?». Aunque hablan de los discípulos, el ataque va dirigido a Jesús. Tienen razón. Es Jesús el que está rompiendo esa obediencia ciega a las tradiciones al crear en torno suyo un "espacio de libertad" donde lo decisivo es el amor.
 Aquel grupo de maestros religiosos no ha entendido nada del reino de Dios que Jesús les está anunciando. En su corazón no reina Dios. Sigue reinando la ley, las normas, los usos y las costumbres marcadas por las tradiciones. Para ellos lo importante es observar lo establecido por "los mayores". No piensan en el bien de las personas. No les preocupa "buscar el reino de Dios y su justicia".
 El error es grave. Por eso, Jesús les responde con palabras duras: «Vosotros  dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
 Los doctores hablan con veneración de "tradición de los mayores" y le atribuyen autoridad divina. Pero Jesús la califica de "tradición humana". No hay que confundir jamás la voluntad de Dios con lo que es fruto de los hombres.
 Sería también hoy un grave error que la Iglesia quedara prisionera de tradiciones humanas de nuestros antepasados, cuando todo nos está llamando a una conversión profunda a Jesucristo, nuestro único Maestro y Señor. Lo que nos ha de preocupar no es conservar intacto el pasado, sino hacer posible el nacimiento de una Iglesia y de unas comunidades cristianas capaces de reproducir con fidelidad el Evangelio y de actualizar el proyecto del reino de Dios en la sociedad contemporánea.
 Nuestra responsabilidad primera no es repetir el pasado, sino hacer posible en nuestros días la acogida de Jesucristo, sin ocultarlo ni oscurecerlo con tradiciones humanas, por muy venerables que nos puedan parecer.
 José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            Es el corazón el que engendra tanto los pensamientos buenos como los que no lo son, pero no es porque produzca por su propia naturaleza conceptos que no son buenos, que provienen del recuerdo del mal cometido una sola vez a causa del primer engaño, un recuerdo que se ha convertido ahora casi en habitual. También parecen proceder del corazón los pensamientos que, de hecho, son sembrados en el alma por los demonios; por lo demás, los hacemos efectivamente nuestros cuando nos complacemos en ellos voluntariamente. Eso es lo que el Señor censura.
            La gracia esconde su presencia en los bautizados, mientras espera que el alma una a ella su propósito. Es voluntad (de Dios) que nuestro libre albedrío no esté ligado por completo al vínculo de la gracia, ya sea porque el pecado no ha sido derrotado nunca, sino después de luchar, ya sea porque el hombre debe progresar siempre en la experiencia espiritual.
ORACIÓN
            Vengo a ti, Señor, con el corazón que tengo, repleto de sentimientos que me esfuerzo en reconocer y purificar a la luz de tu Palabra. No soy gente extraña para ti: soy tu hijo, soy miembro del cuerpo de Cristo en virtud del bautismo que he recibido, formo parte de tu Iglesia; sin embargo, cuántas veces estoy lejos de ti con el corazón y no me doy cuenta de que tú estás siempre cerca de mí, tú, el único de quien tengo una atormentadora necesidad.
            Repíteme una vez más que no te encontraré multiplicando prácticas religiosas, sino abriendo el corazón a tu Palabra, orientando la vida según lo que te agrada, preocupándome del hermano y de la hermana. Repíteme que el amor –y sólo el amor- me hace puro. Y yo, acogiendo tu don, renovado en la mente y en el corazón, te diré: “Tú eres mi Señor”.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
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Dónde ponemos el acento.

lunes, 17 de agosto de 2015

23 DE AGOSTO: XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.





"Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos, y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”.
DOMINGO 26 DE AGOSTO
DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)
1ª Lectura: Josué 24,1-2.15-18
Salmo 33: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”
2ª Lectura: Efesios 5,21-32
LECTURA DEL DÍA
Juan 6,60-69
“Muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?”. Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: “¿Esto os hace vacilar?”, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida”. Y con todo, algunos de vosotros no creen. Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: “Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los doce: “¿también vosotros queréis marcharos?”. Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?".
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza?
¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?
El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.
Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede".
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?".
Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna.
Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios".
REFLEXIÓN
            Tras la extensa revelación de Jesús sobre el pan de vida en la sinagoga de Cafarnaúm, los discípulos muestran su malestar por las afirmaciones “irracionales” de su Maestro, unas afirmaciones difíciles de aceptar desde el punto de vista humano. Jesús, frente al escándalo y la murmuración de sus discípulos, precisa que no hay que creer en él sólo después de contemplar su ascensión al cielo, al modo de Elías y de Enoc, porque eso significaría no aceptar su origen divino, algo carente de sentido, puesto que él es el “Preexistente”, viene precisamente del cielo, según Juan 3,13-15.
            A Jesús no le coge por sorpresa esta actitud por parte de los que dejan de seguirle. Conoce a cada hombre y sus opciones secretas. Adherirse a su persona y su mensaje a través de la fe es un don que nadie puede darse a sí mismo. Sólo lo da el Padre. El hombre, que es dueño de su propio destino, siempre es libre de rechazar el don de Dios y la comunión de vida con Jesús. Sólo quien  ha nacido y ha sido vivificado por el Espíritu y no obra según la carne comprende la revelación de Jesús y es introducido en la vida de Dios. Es a través de la fe como el discípulo debe acoger al Espíritu y al mismo Jesús, pan eucarístico, sacramento que comunica el Espíritu y transforma la carne.
            A nosotros, a mí, nos dice hoy el Señor, todavía con mayor claridad y dureza, que es preciso estar con él o dejarle. Ahora bien, a nosotros, a mí, nos ha dado hoy el Padre la posibilidad y el atrevimiento de repetir las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida eterna”.      Somos frágiles, nuestro corazón vacila con frecuencia, nuestra mente duda, pero hemos de repetir constantemente la afirmación de Pedro, porque sólo el Señor tiene palabras de vida eterna.
ENTRA EN TU INTERIOR
¿POR QUÉ NOS QUEDAMOS?
 Durante estos años se han multiplicado los análisis y estudios sobre la crisis de las Iglesias cristianas en la sociedad moderna. Esta lectura es necesaria para conocer mejor algunos datos, pero resulta insuficiente para discernir cuál ha de ser nuestra reacción. El episodio narrado por Juan nos puede ayudar a interpretar y vivir la crisis con hondura más evangélica.
 Según el evangelista, Jesús resume así la crisis que se está creando en su grupo: «Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, algunos de vosotros no creen». Es cierto, Jesús introduce en quienes le siguen un espíritu nuevo; sus palabras comunican vida; el programa que propone puede generar un movimiento capaz de orientar el mundo hacia una vida más digna y plena.
 Pero, no por el hecho de estar en su grupo, está garantizada la fe. Hay quienes se resisten a aceptar su espíritu y su vida. Su presencia en el entorno de Jesús es ficticia; su fe en él no es real. La verdadera crisis en el interior del cristianismo siempre es ésta: ¿creemos o no creemos en Jesús?
 El narrador dice que «muchos se echaron atrás y no volvieron a ir con él». En la crisis se revela quiénes son los verdaderos seguidores de Jesús. La opción decisiva siempre es ésa: ¿quiénes se echan atrás y quiénes permanecen con él, identificados con su espíritu y su vida? ¿Quién está a favor y quién está en contra de su proyecto?.
 

 El grupo comienza a disminuir. Jesús no se irrita, no pronuncia ningún juicio contra nadie. Sólo hace una pregunta a los que se han quedado junto a él: «También vosotros queréis marcharos?». Es la pregunta que se nos hace hoy a quienes seguimos en la Iglesia: ¿Qué queremos nosotros? ¿Por qué nos hemos quedado? ¿Es para seguir a Jesús, acogiendo su espíritu y viviendo a su estilo? ¿Es para trabajar en su proyecto?
 La respuesta de Pedro es ejemplar: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna». Los que se quedan, lo han de hacer por Jesús. Sólo por Jesús. Por nada más. Se comprometen con él. El único motivo para permanecer en su grupo es él. Nadie más.
 Por muy dolorosa que nos parezca, la crisis actual será positiva si los que nos quedamos en la Iglesia, muchos o pocos, nos vamos convirtiendo en discípulos de Jesús, es decir, en hombres y mujeres que vivimos de sus palabras de vida.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            Los que se retiraron no eran pocos; eran muchos. Eso tiene lugar tal vez para consuelo nuestro: puede suceder, en efecto, que alguien diga la verdad y no sea comprendido y que incluso los que le escuchan se alejen escandalizados. Este hombre podría arrepentirse de haber dicho la verdad: “No hubiera debido hablar así. No hubiera debido decir estas cosas”. Al Señor le pasó esto: habló y perdió a muchos discípulos, y se quedó con pocos. Pero no se turbó, porque desde el principio sabía quién habría de creer y quién no. Si a nosotros nos sucede algo semejante, nos quedamos turbados. Encontraremos consuelo en el Señor,  sin dispersarnos, a pesar de todo, de la prudencia en el hablar.
            La experiencia de los que se encuentran en misión es que sólo rara vez es posible ofrecer el pan que da la vida y curar verdaderamente un corazón que ha sido destrozado. Ni siquiera el mismo Jesús curó a todos, ni tampoco cambió la vida de todos. La mayor parte de la gente simplemente no cree que sean posibles los cambios radicales. Los que se encuentran en misión sienten el deber de desafiar persistentemente a sus compañeros de viaje a escoger la gratitud en vez del resentimiento, y la esperanza en vez de la desesperación. Las pocas veces en que se acepta este desafío son suficientes para hacer su vida digna de ser vivida. Ver aparecer una sonrisa en medio de las lágrimas significa ser testigo de un milagro: el milagro de la alegría.
ORACIÓN
            Dame, Señor, tu Espíritu para que yo pueda comprender tus palabras de vida eterna. Sin tu Espíritu puedo echar a perder tus realidades, trastornar tu Palabra, cosificar la eucaristía, construirme una fe a mi medida, tener miedo a tus preceptos, considerar tu ley como una moral de esclavos. Dame tu espíritu para que no me eche atrás, para que no te abandone en los momentos de la prueba, cuando me parezcas inhumano en tus demandas, cuando el Evangelio, en vez de una alegre noticia, se me presente como una amenaza para mi propia realización, cuando la alianza contigo me parezca una cadena opresora. Tú sabes, Señor, que hasta tus santos te hicieron llegar alguna vez sus lamentos. Santa Teresa de Ávila te decía que comprendía por qué tenías tan pocos amigos, dado el trato que les dabas. Con todo, si me dieras tu Espíritu, no digo que no me lamentaré, pero seguramente no te abandonaré, porque estaré arraigado y atado a ti, bien contento de seguirte, aunque quizás con pocos otros. En efecto, “sólo tú tienes palabras de vida eterna”.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
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martes, 11 de agosto de 2015

15 DE AGOSTO: LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA.


“Se llenó Isabel del Espíritu santo y dijo con fuerte voz: ¡”Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”

15 de Agosto
SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA
(PRECEPTO)
1ª Lectura: Apocalipsis 11,19a; 12,1-6.10
Salmo 44: “De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir
2ª Lectura: 1 Corintios 15,20-26
PALABRA DEL DÍA
Lucas 1,-39-56
“En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu santo y dijo con fuerte voz: ¡”Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. María dijo: “Proclama mi alma la grandeza del señor, se alegra mi espíritu en dios, mi salvador; porque ha mirada la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres- a favor de Abrahán y su descendencia por siempre”. María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa”.
Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,
exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".
María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,
porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz".
Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas:
¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación
sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor,
acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abraham y de su descendencia para siempre". “
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
REFLEXIÓN
“Declaramos y definimos que es verdad de fe, revelada por Dios, que la inmaculada siempre Virgen María, Madre de Dios, ha sido elevada a la gloria del cielo en cuerpo y alma tras su vida en la tierra”. Con estas solemnes palabras, el 1 de noviembre de 1950, el papa Pío XII proclamaba dogma de fe la Asunción de María: afirmar, pues, que la madre de Jesús, tal como ella fue sobre la tierra, está hoy junto a Dios pertenece, a la fe católica que debemos profesar.
            Y el hecho de que el recuerdo de este misterio haya de hacerse en una celebración festiva debería hacernos comprender la importancia de cuanto afirmamos: lo que hizo Dios con María tras su muerte es motivo hoy de nuestra fiesta cristiana.
            Pero si es fácil captar lo maravilloso que estuvo Dios con María al salvarla de la corrupción del sepulcro y llevarla sin demora consigo al cielo, no lo es tanto vislumbrar qué es lo que ello puede significar para nosotros hoy: ¿qué nos importa a nosotros la suerte de María? ¿De qué nos sirve saberla en el cielo en cuerpo y alma, cuando a nosotros tanto nos pesan aún sobre la tierra el cuerpo y, a veces también, el alma, cuando no vemos salida a la impotencia que sentimos, cuando todos los miembros de muchas familias están en paro, cuando me quitan mi casa, cuando tengo esta enfermedad, este sufrimiento, este dolor intenso? ¿Cuáles pueden ser nuestras razones para celebrar hoy la Asunción de María al cielo?.
            El evangelio hoy, sin mencionar el hecho, nos da, con todo, una pista de solución: lo que hoy motiva nuestra fiesta es el final de una vida que empezó cuando María se atrevió, siendo una niña, a decir sí a Dios y le concedió un lugar en su vida, dejándole un espacio en sus entrañas. A lo largo de su vida, María no dejó de ser madre virgen de Jesús ni dejó de ser sierva obediente de Dios, desde la cuna en Belén, rechazada por sus convecinos, hasta la cruz en Jerusalén, abandonada de los discípulos. María concibió a su hijo en su corazón antes que en sus entrañas.
            María vivió su elección y ejerció su maternidad, manteniéndose siempre fiel al Dios que había engendrado, dado a luz y criado, y cada vez con mayores exigencias y pagando un precio más alto. La Asunción al cielo fue la meta inesperada de la penosa aventura que le procuró el haber tenido al Hijo de Dios como hijo de sus entrañas: la cercanía que mantuvo con Él a lo largo de su vida, que tantas incomprensiones y sufrimientos le deparó, quiso prolongársela Dios, cuando tras su muerte la liberó de la tiniebla y de la corrupción.
            Dios recompensó así a quien había sido por su fe su madre y por su obediencia su sierva. María prestó a Dios su vida y Dios la recuperó para sí, y para siempre, nada más perderla, tras la muerte.
            Quien ha dado algo a Dios, no se verá defraudado. Y María, que había puesto a su disposición no ya cuanto tenía sino, sobre todo y en especial, lo que era, su virginidad, y lo que pretendía ser, su vida familiar, se encontró con la sorpresa de despertarse en su presencia el mismo día de su muerte. Dios, que había sido para María la razón de su vida, Dios, a quien María dedicó toda su existencia, Dios, que se hizo hombre en su vientre, no se dejó ganar en generosidad: la tiene junto a sí, en cuerpo y alma. Y gracias a Dios, la tenemos nosotros ya en el cielo, auxiliándonos en cuerpo y alma.
ENTRA EN TU INTERIOR
RASGOS DE MARÍA
 La visita de María a Isabel le permite al evangelista Lucas poner en contacto al Bautista y a Jesús antes incluso de haber nacido. La escena está cargada de una atmósfera muy especial. Las dos van a ser madres. Las dos han sido llamadas a colaborar en el plan de Dios. No hay varones. Zacarías ha quedado mudo. José está sorprendentemente ausente. Las dos mujeres ocupan toda la escena.
 María que ha llegado aprisa desde Nazaret se convierte en la figura central. Todo gira en torno a ella y a su Hijo. Su imagen brilla con unos rasgos más genuinos que muchos otros que le han sido añadidos posteriormente a partir de advocaciones y títulos más alejados del clima de los evangelios.
 María, «la madre de mi Señor». Así lo proclama Isabel a gritos y llena del Espíritu Santo. Es cierto: para los seguidores de Jesús, María es, antes que nada, la Madre de nuestro Señor. Éste es el punto de partida de toda su grandeza. Los primeros cristianos nunca separan a María de Jesús. Son inseparables. «Bendecida por Dios entre todas las mujeres», ella nos ofrece a Jesús, «fruto bendito de su vientre».

María, la creyente. Isabel la declara dichosa porque «ha creído». María es grande no simplemente por su maternidad biológica, sino por haber acogido con fe la llamada de Dios a ser Madre del Salvador. Ha sabido escuchar a Dios; ha guardado su Palabra dentro de su corazón; la ha meditado; la ha puesto en práctica cumpliendo fielmente su vocación. María es Madre creyente.
 María, la evangelizadora.  María ofrece a todos la salvación de Dios que ha acogido en su propio Hijo. Ésa es su gran misión y su servicio. Según el relato, María evangeliza no sólo con sus gestos y palabras, sino porque allá a donde va lleva consigo la persona de Jesús y su Espíritu. Esto es lo esencial del acto evangelizador.
 María, portadora de alegría.  El saludo de María contagia la alegría que brota de su Hijo Jesús. Ella ha sido la primera  en escuchar la invitación de Dios: «Alégrate...el Señor está contigo». Ahora, desde una actitud de servicio y de ayuda a quienes la necesitan, María irradia la Buena Noticia de Jesús, el Cristo, al que siempre lleva consigo. Ella es para la Iglesia el mejor modelo de una evangelización gozosa     
 José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            Todos, y hoy más intensamente que nunca, deseamos vivir, vivir con la dignidad de los hijos de Dios, con un trabajo estable y una vivienda digna donde poder criar y educar a nuestros hijos y darles lo necesario, con los derechos básicos que nos ganamos con nuestro trabajo.
            En María asunta al cielo Dios nos promete que ninguna pena, por pequeña o injusta que sea, dejará de producir gozo, si es vivida en su presencia y no rompe nuestra fidelidad a Él. La vida, este bien tan frágil como menospreciado hoy, no es un callejón sin salida ni puede convertírsenos en un ejercicio continuo de impaciencia, cuando no de desesperación, si recordamos que en su final, si no antes, Él nos espera para recompensar cualquier gesto de bondad realizado y todo esfuerzo de fidelidad.
            Quien, como María, se deja ganar por Dios hoy, ganará a Dios para siempre. Por eso estamos celebrando la Asunción de María: lo que ella goza hoy puede ser mañana nuestro, si hoy hacemos nuestra su entrega a Dios.
            Quiera Dios, que tan estupendo ha sido con María, su sierva, que reconozcamos hoy en la Asunción de María su compromiso de tratarnos a semejanza de ella, si logra que nosotros le tratemos como lo hizo su madre.


ORACIÓN
Señor, me uno a tu inmensa alegría al abrazar a María, cuando llegó al cielo en cuerpo y alma a participar de tu eterna gloria. Vivo con la esperanza de estar contigo y con la Madre, después de mi paso por este valle de lágrimas y de gozo, siguiendo –con tu gracia- su ejemplo de fe, de disponibilidad, de servicio, de amor-
Expliquemos el Evangelio a los niños
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“El Espíritu nos llama a servir”

 

lunes, 10 de agosto de 2015

16 DE AGOSTO: XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.


“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”.
DOMINGO 16 DE AGOSTO
DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)
1ª Lectura: Proverbios 9,1-6
Salmo 33: “Gustad y ved que bueno es el Señor”
2ª Lectura: Efesios 5,15-20
PALABRA DEL DÍA
Juan 6,51-58
“Dijo Jesús a la gente: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. Disputaban los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron, el que come este pan vivirá para siempre”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
Evangelio según San Juan 6,51-58.    
Jesús dijo a los judíos:
"Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".
Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".
REFLEXIÓN
            Con este fragmento, concluye el “discurso del pan de vida”, del evangelio de San Juan que hemos venido proclamando desde hace varios domingos. El mensaje se hace aquí más profundo y se vuelve más sacrificial y eucarístico. Se trata de hacer sitio a la persona de Jesús en su dimensión eucarística. Jesús es el pan de vida no sólo por lo que hace, sino especialmente en el sacramento de la eucaristía, lugar de unidad del creyente con Cristo. Jesús-pan queda identificado con su humanidad, la misma que será entregada y sacrificada en el árbol de la cruz. Jesús es el pan –bien como Palabra de Dios o como víctima sacrificial- que se hace don por amor al hombre. La ulterior murmuración de los judíos: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” (v. 52), denuncia la mentalidad incrédula de quienes no se dejan regenerar por el Espíritu y no pretenden adherirse a Jesús.

            Jesús insiste con vigor exhortando a consumir el pan eucarístico para participar en su vida: “Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (v. 53). Más aún, anuncia los frutos extraordinarios que obtendrán los que participen en el banquete eucarístico: quien permanece en Cristo y participa en su misterio pascual permanece en él con una unión íntima y duradera. El discípulo de Jesús recibe como don la vida en Cristo, que supera todas las expectativas humanas porque es resurrección e inmortalidad.
            Esta fue la enseñanza profunda que dispensó Jesús en Cafarnaúm. Sus características esenciales giran, más que sobre el sacramento en sí, sobre el misterio de la persona y de la vida de Jesús, que se va revelando de manera gradual. Ese misterio abarca en unidad la Palabra y el sacramento. La Palabra y el sacramento ponen en marcha dos facultades humanas diferentes: la escucha y la visión, que sitúan al hombre en una vida de comunión y obediencia a Dios.
ENTRA EN TU INTERIOR
LO DECISIVO ES TENER HAMBRE
             El evangelista Juan utiliza un lenguaje muy fuerte para insistir en la necesidad de alimentar la comunión con Jesucristo. Sólo así experimentaremos en nosotros su propia vida. Según él, es necesario comer a Jesús: «El que me come a mí, vivirá por mí».
            El lenguaje adquiere un carácter todavía más agresivo cuando dice que hay que comer la carne de Jesús y beber su sangre. El texto es rotundo. «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».
            Este lenguaje ya no produce impacto alguno entre los cristianos. Habituados a escucharlo desde niños, tendemos a pensar en lo que venimos haciendo desde la primera comunión. Todos conocemos la doctrina aprendida en el catecismo: en el momento de comulgar, Cristo se hace presente en nosotros por la gracia del sacramento de la eucaristía.
             Por desgracia, todo puede quedar más de una vez en doctrina pensada y aceptada piadosamente. Pero, con frecuencia, nos falta la experiencia de incorporar a Cristo a nuestra vida concreta. No sabemos cómo abrirnos a él para que nutra con su Espíritu nuestra vida y la vaya haciendo más humana y más evangélica.

             Comer a Cristo es mucho más que adelantarnos distraídamente a cumplir el rito sacramental de recibir el pan consagrado. Comulgar con Cristo exige un acto de fe y apertura de especial intensidad, que se puede vivir sobre todo en el momento de la comunión sacramental, pero también en otras experiencias de contacto vital con Jesús.
             Lo decisivo es tener hambre de Jesús. Buscar desde lo más profundo encontrarnos con él. Abrirnos a su verdad para que nos marque con su Espíritu y potencie lo mejor que hay en nosotros. Dejarle que ilumine y transforme las zonas de nuestra vida que están todavía sin evangelizar.
             Entonces, alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de él el centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio.
 José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            A mi carne, perecedera y destinada a la muerte, se le ofrece hoy la posibilidad de la vida eterna a través de la carne resucitada y, por consiguiente, incorruptible del Hijo. La vida eterna, la vida de Dios, la vida bienaventurada, la vida feliz, la vida sin sombra, sin duelo y sin lágrimas, llega a mí a través del Hijo, a través de su carne, que se hace pan para comer y compartir. La eucaristía me pone en contacto con la vida eterna, me permite vencer la muerte y la infidelidad. ¿Qué don puede haber más deseable?
            En la eucaristía está presente todo el deseo de comunión de Dios conmigo, su deseo de que yo acepte su don como acto de amor, que comprenda la importancia única que tiene su Hijo para mi vida y para mi realización. La vida llega a mí desde el Padre, a través de la carne del Hijo, gracias a la mediación de la Iglesia apostólica, que celebra la eucaristía para que también yo, con mi carne purificada y entregada, me vuelva puente para hacer llegar al mundo la vida.
ORACIÓN
            ¡Señor! El misterio de la eucaristía es grande e ilimitado, pero hoy tus palabras claras, provocadoras, limpias y decididas lo iluminan de una manera inequívoca. Tú me das tu vida, que es vida eterna, porque un día fuiste capaz de dar tu vida. Te doy gracias, te bendigo, alabo tu santa pasión y tu gloriosa resurrección, adoro con alegría tu sabiduría, que me sale al encuentro en mis preocupaciones terrenas.
            Tú sabes lo difícil que me resulta alzar la mirada para asumir tus grandes perspectivas. Me dejo engatusar por las cosas que pasan y me arriesgo a poner dentro también tu eucaristía, dándole incluso muchos significados humanos, justos por sí mismos, pero muy alejados del sentido decisivo que hoy me presentas. Tú quieres que yo viva para siempre contigo, porque eres y serás mi realización, y por tanto, mi felicidad. Cada día me sumerges en tu eternidad ofreciéndote como alimento. Tú llevas contigo la vida que te une al Padre y quieres transmitírmela. Abre mis ojos nublados por las cosas de cada día, para que pueda unirme indisolublemente a ti, y llevar a todos conmigo, en tu vida, sobre todo a los pobres, a los enfermos, a los que sufre. AMEN.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.

Eres pan bajado del cielo

Imagen para colorear.