"Este pueblo me honra con los labios, pero
su corazón está lejos de mí. El culto que me
dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”.
DOMINGO 30 DE
AGOSTO
DOMINGO XXII
DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Primera
Lectura: Deuteronomio 4,1-2
Salmo 14:
“Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
Segunda Lectura:
Santiago 1,17-18.21-22.27
LECTURA DEL
DÍA
Marcos
7,1-8.14-15.21-23
“Se acercó
a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén y vieron que
algunos discípulos comían con manos impuras (es decir, sin lavarse antes las
manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no
comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar
vasos, jarras y ollas). Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a
Jesús: “¿Por qué comen tus discípulos
con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?”. Él
les contestó: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está
escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de
mí. El culto que me dan está vacío,
porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un lado el
mandamiento de Dios para aferraros a la
tradición de los hombres”. En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo:
“escuchad y entender todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre
impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro
del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos,
homicidios, adulterio, injusticias, fraude, desenfreno, envidia, difamación,
orgullo, falsedad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre
impuro”.
Versión para
América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se
acercaron a Jesús,
y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos
impuras, es decir, sin lavar.
Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen
sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus
antepasados;
y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las
abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por
tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de
bronce.
Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por
qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros
antepasados, sino que comen con las manos impuras?".
El les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de
ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con
los labios, pero su corazón está lejos de mí.
En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino
preceptos humanos.
Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la
tradición de los hombres".
Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo:
"Escúchenme todos y entiéndanlo bien.
Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo;
lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre.
Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde
provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios,
los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las
deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino.
Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que
manchan al hombre".
REFLEXIÓN
El capítulo 7 del evangelio de Marcos recoge una enseñanza de
excepcional importancia, una enseñanza que por sí misma constituye una de las
cumbres de la historia religiosa de todos los tiempos. El pasaje que se
proclama toma como punto de partida la pregunta que le hacen a Jesús los
fariseos y los maestros de la Ley –las personas cualificadas del ambiente
religioso y cultural de aquel tiempo-
relacionada con el uso judío de las abluciones-. A la ley mosaica sobre
la pureza ritual (Lv. 11,15; Dt. 14,3-21)
habían ido añadiéndose cada vez más prescripciones, que, transmitidas
oralmente, eran consideradas vinculantes, con la misma fuerza que la ley
escrita y, como ésta, reveladas por Yahvé. A Jesús se le interroga sobre la
inobservancia de tales prescripciones: “¿por qué comen tus discípulos con manos
impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?”, por parte de
sus discípulos. Jesús no responde directamente, sino que, citando Isaías 29,13,
saca a la luz lo falso y vacío que es el modo de obrar de los fariseos: su
culto es sólo formal, dado que a la exterioridad de los ritos y de la
observancia de la Ley no le corresponden el sentimiento interior y la práctica
de vida coherente. La tradición de los hombres acaba así por sobreponerse y
cubrir el mandamiento de Dios.
En el texto se afirma el criterio
básico de la moral universal, introducido por la invitación: “escuchadme
todos”. Todas las cosas creadas son buenas, según el proyecto del Creador, y,
por consiguiente, no pueden ser impuras ni volver impuro a nadie. Lo que puede
contaminar al hombre, haciéndole incapaz de vivir la relación con Dios, es su
pecado, que radica en el corazón. El corazón del hombre, por tanto, es el
centro vital y el centro de las decisiones de la persona, del que depende la
bondad o la maldad de las acciones, palabras, decisiones. No corresponde a la
voluntad de Dios ni se está en comunión con él multiplicando la observancia
formal de leyes con una rigidez escrupulosa, sino purificando el corazón, iluminando
la conciencia de manera que las acciones que llevemos a cabo manifiesten la
adhesión al mandamiento de Dios que es el amor.
La Palabra que se proclama en este
domingo nos invita a mirar en nuestro corazón con sinceridad. ¿Qué es lo que lo
ocupa? ¿Por qué se afana? Son preguntas que liquidamos con excesiva facilidad
porque “tenemos muchas cosas que hacer”.
La Palabra de Dios pide ser
escuchada con el corazón, pide un espacio, pide un poco de tiempo. Nuestro
obrar, en verdad, no es especialmente cuestión de brazos o de mente, sino de
corazón. Es el corazón el que anima lo que decimos, hacemos, decidimos. El
corazón es la sede de la conversión, de
la decisión fundamental de acoger la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Y
la Palabra de Dios, cuando habita en el corazón, lo cura, lo libera de los
sentimientos egoístas, de la rivalidad, del desinterés por el otro:
sentimientos que nos impiden experimentar la realidad más grande y determinante:
el Señor está cerca.
La Palabra de Dios, si le dejamos
sitio en nuestro corazón, nos enseña a invocar al Señor y a ver al prójimo. Nos
hace conscientes de que estamos bautizados y nos da las fuerzas necesarias para
vivir de manera coherente. Nos hace comprender cómo hemos de obedecer a la ley
de Dios, la ley definitiva del amor, ese amor con el que Jesús fue el primero
en amarnos.
ENTRA EN TU
INTERIOR
NO AFERRARNOS
A TRADICIONES HUMANAS
No sabemos cuándo ni dónde ocurrió
el enfrentamiento. Al evangelista sólo le interesa evocar la atmósfera en la
que se mueve Jesús, rodeado de maestros de la ley, observantes escrupulosos de
las tradiciones, que se resisten ciegamente a la novedad que el Profeta del
amor quiere introducir en sus vidas.
Los fariseos observan indignados
que sus discípulos comen con manos impuras. No lo pueden tolerar: «¿Por qué tus
discípulos no siguen las tradiciones de los mayores?». Aunque hablan de los
discípulos, el ataque va dirigido a Jesús. Tienen razón. Es Jesús el que está
rompiendo esa obediencia ciega a las tradiciones al crear en torno suyo un
"espacio de libertad" donde lo decisivo es el amor.
Aquel grupo de maestros religiosos
no ha entendido nada del reino de Dios que Jesús les está anunciando. En su
corazón no reina Dios. Sigue reinando la ley, las normas, los usos y las
costumbres marcadas por las tradiciones. Para ellos lo importante es observar
lo establecido por "los mayores". No piensan en el bien de las
personas. No les preocupa "buscar el reino de Dios y su justicia".
El error es grave. Por eso, Jesús
les responde con palabras duras: «Vosotros
dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de
los hombres».
Los doctores hablan con veneración
de "tradición de los mayores" y le atribuyen autoridad divina. Pero
Jesús la califica de "tradición humana". No hay que confundir jamás
la voluntad de Dios con lo que es fruto de los hombres.
Sería también hoy un grave error
que la Iglesia quedara prisionera de tradiciones humanas de nuestros
antepasados, cuando todo nos está llamando a una conversión profunda a
Jesucristo, nuestro único Maestro y Señor. Lo que nos ha de preocupar no es
conservar intacto el pasado, sino hacer posible el nacimiento de una Iglesia y
de unas comunidades cristianas capaces de reproducir con fidelidad el Evangelio
y de actualizar el proyecto del reino de Dios en la sociedad contemporánea.
Nuestra responsabilidad primera no
es repetir el pasado, sino hacer posible en nuestros días la acogida de
Jesucristo, sin ocultarlo ni oscurecerlo con tradiciones humanas, por muy
venerables que nos puedan parecer.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Es el corazón el que engendra tanto
los pensamientos buenos como los que no lo son, pero no es porque produzca por
su propia naturaleza conceptos que no son buenos, que provienen del recuerdo
del mal cometido una sola vez a causa del primer engaño, un recuerdo que se ha
convertido ahora casi en habitual. También parecen proceder del corazón los
pensamientos que, de hecho, son sembrados en el alma por los demonios; por lo
demás, los hacemos efectivamente nuestros cuando nos complacemos en ellos voluntariamente.
Eso es lo que el Señor censura.
La gracia esconde su presencia en
los bautizados, mientras espera que el alma una a ella su propósito. Es
voluntad (de Dios) que nuestro libre albedrío no esté ligado por completo al
vínculo de la gracia, ya sea porque el pecado no ha sido derrotado nunca, sino
después de luchar, ya sea porque el hombre debe progresar siempre en la experiencia
espiritual.
ORACIÓN
Vengo a ti, Señor, con el corazón
que tengo, repleto de sentimientos que me esfuerzo en reconocer y purificar a
la luz de tu Palabra. No soy gente extraña para ti: soy tu hijo, soy miembro
del cuerpo de Cristo en virtud del bautismo que he recibido, formo parte de tu
Iglesia; sin embargo, cuántas veces estoy lejos de ti con el corazón y no me
doy cuenta de que tú estás siempre cerca de mí, tú, el único de quien tengo una
atormentadora necesidad.
Repíteme una vez más que no te
encontraré multiplicando prácticas religiosas, sino abriendo el corazón a tu
Palabra, orientando la vida según lo que te agrada, preocupándome del hermano y
de la hermana. Repíteme que el amor –y sólo el amor- me hace puro. Y yo,
acogiendo tu don, renovado en la mente y en el corazón, te diré: “Tú eres mi
Señor”.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes de
Fano.
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