“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el
que come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne,
para la vida del mundo”.
DOMINGO 16 DE
AGOSTO
DOMINGO XX
DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)
1ª Lectura:
Proverbios 9,1-6
Salmo 33: “Gustad
y ved que bueno es el Señor”
2ª Lectura:
Efesios 5,15-20
PALABRA DEL
DÍA
Juan 6,51-58
“Dijo Jesús a la gente: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del
cielo; el que come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi
carne, para la vida del mundo”. Disputaban los judíos entre sí: ¿Cómo puede
éste darnos a comer su carne?”. Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no
coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en
vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en
él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el
que me come, vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el
de vuestros padres, que lo comieron y murieron, el que come este pan vivirá
para siempre”.
Versión para
América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
Evangelio según San Juan 6,51-58.
Jesús dijo a los judíos:
"Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de
este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del
mundo".
Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este
hombre puede darnos a comer su carne?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la
carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo
lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la
verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en
él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus
padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".
REFLEXIÓN
Con este fragmento, concluye el
“discurso del pan de vida”, del evangelio de San Juan que hemos venido
proclamando desde hace varios domingos. El mensaje se hace aquí más profundo y
se vuelve más sacrificial y eucarístico. Se trata de hacer sitio a la persona
de Jesús en su dimensión eucarística. Jesús es el pan de vida no sólo por lo
que hace, sino especialmente en el sacramento de la eucaristía, lugar de unidad
del creyente con Cristo. Jesús-pan queda identificado con su humanidad, la
misma que será entregada y sacrificada en el árbol de la cruz. Jesús es el pan
–bien como Palabra de Dios o como víctima sacrificial- que se hace don por amor
al hombre. La ulterior murmuración de los judíos: “¿Cómo puede éste darnos a
comer su carne?” (v. 52), denuncia la mentalidad incrédula de quienes no se
dejan regenerar por el Espíritu y no pretenden adherirse a Jesús.
Jesús insiste con vigor exhortando
a consumir el pan eucarístico para participar en su vida: “Yo os aseguro que si
no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida
en vosotros” (v. 53). Más aún, anuncia los frutos extraordinarios que obtendrán
los que participen en el banquete eucarístico: quien permanece en Cristo y
participa en su misterio pascual permanece en él con una unión íntima y
duradera. El discípulo de Jesús recibe como don la vida en Cristo, que supera
todas las expectativas humanas porque es resurrección e inmortalidad.
Esta fue la enseñanza profunda que
dispensó Jesús en Cafarnaúm. Sus características esenciales giran, más que
sobre el sacramento en sí, sobre el misterio de la persona y de la vida de
Jesús, que se va revelando de manera gradual. Ese misterio abarca en unidad la
Palabra y el sacramento. La Palabra y el sacramento ponen en marcha dos
facultades humanas diferentes: la escucha y la visión, que sitúan al hombre en
una vida de comunión y obediencia a Dios.
ENTRA EN TU
INTERIOR
LO DECISIVO
ES TENER HAMBRE
El evangelista
Juan utiliza un lenguaje muy fuerte para insistir en la necesidad de alimentar
la comunión con Jesucristo. Sólo así experimentaremos en nosotros su propia
vida. Según él, es necesario comer a Jesús: «El que me come a mí, vivirá por
mí».
El lenguaje adquiere un carácter todavía más agresivo
cuando dice que hay que comer la carne de Jesús y beber su sangre. El texto es
rotundo. «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que
come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».
Este lenguaje ya no produce impacto alguno entre los
cristianos. Habituados a escucharlo desde niños, tendemos a pensar en lo que
venimos haciendo desde la primera comunión. Todos conocemos la doctrina
aprendida en el catecismo: en el momento de comulgar, Cristo se hace presente
en nosotros por la gracia del sacramento de la eucaristía.
Por desgracia,
todo puede quedar más de una vez en doctrina pensada y aceptada piadosamente.
Pero, con frecuencia, nos falta la experiencia de incorporar a Cristo a nuestra
vida concreta. No sabemos cómo abrirnos a él para que nutra con su Espíritu
nuestra vida y la vaya haciendo más humana y más evangélica.
Comer a Cristo es
mucho más que adelantarnos distraídamente a cumplir el rito sacramental de
recibir el pan consagrado. Comulgar con Cristo exige un acto de fe y apertura
de especial intensidad, que se puede vivir sobre todo en el momento de la
comunión sacramental, pero también en otras experiencias de contacto vital con
Jesús.
Lo decisivo es
tener hambre de Jesús. Buscar desde lo más profundo encontrarnos con él.
Abrirnos a su verdad para que nos marque con su Espíritu y potencie lo mejor
que hay en nosotros. Dejarle que ilumine y transforme las zonas de nuestra vida
que están todavía sin evangelizar.
Entonces,
alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico
de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender
en nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de
discípulos y seguidores para hacer de él el centro de nuestra vida. Sin
cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
A mi carne, perecedera y destinada
a la muerte, se le ofrece hoy la posibilidad de la vida eterna a través de la
carne resucitada y, por consiguiente, incorruptible del Hijo. La vida eterna,
la vida de Dios, la vida bienaventurada, la vida feliz, la vida sin sombra, sin
duelo y sin lágrimas, llega a mí a través del Hijo, a través de su carne, que
se hace pan para comer y compartir. La eucaristía me pone en contacto con la
vida eterna, me permite vencer la muerte y la infidelidad. ¿Qué don puede haber
más deseable?
En la eucaristía está presente todo
el deseo de comunión de Dios conmigo, su deseo de que yo acepte su don como
acto de amor, que comprenda la importancia única que tiene su Hijo para mi vida
y para mi realización. La vida llega a mí desde el Padre, a través de la carne
del Hijo, gracias a la mediación de la Iglesia apostólica, que celebra la
eucaristía para que también yo, con mi carne purificada y entregada, me vuelva
puente para hacer llegar al mundo la vida.
ORACIÓN
¡Señor! El misterio de la
eucaristía es grande e ilimitado, pero hoy tus palabras claras, provocadoras,
limpias y decididas lo iluminan de una manera inequívoca. Tú me das tu vida,
que es vida eterna, porque un día fuiste capaz de dar tu vida. Te doy gracias,
te bendigo, alabo tu santa pasión y tu gloriosa resurrección, adoro con alegría
tu sabiduría, que me sale al encuentro en mis preocupaciones terrenas.
Tú sabes lo difícil que me resulta
alzar la mirada para asumir tus grandes perspectivas. Me dejo engatusar por las
cosas que pasan y me arriesgo a poner dentro también tu eucaristía, dándole
incluso muchos significados humanos, justos por sí mismos, pero muy alejados
del sentido decisivo que hoy me presentas. Tú quieres que yo viva para siempre
contigo, porque eres y serás mi realización, y por tanto, mi felicidad. Cada
día me sumerges en tu eternidad ofreciéndote como alimento. Tú llevas contigo
la vida que te une al Padre y quieres transmitírmela. Abre mis ojos nublados
por las cosas de cada día, para que pueda unirme indisolublemente a ti, y
llevar a todos conmigo, en tu vida, sobre todo a los pobres, a los enfermos, a
los que sufre. AMEN.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes de
Fano.
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