"Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes
palabras de vida eterna; nosotros creemos, y sabemos que tú eres el Santo
consagrado por Dios”.
DOMINGO 26 DE
AGOSTO
DOMINGO XXI
DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)
1ª Lectura:
Josué 24,1-2.15-18
Salmo 33:
“Gustad y ved qué bueno es el Señor”
2ª Lectura:
Efesios 5,21-32
LECTURA DEL
DÍA
Juan 6,60-69
“Muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: “Este modo de
hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?”. Adivinando Jesús que sus
discípulos lo criticaban, les dijo: “¿Esto os hace vacilar?”, ¿y si vierais al
Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la
carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida”.
Y con todo, algunos de vosotros no creen. Pues Jesús sabía desde el principio
quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: “Por eso os he dicho que
nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Desde entonces muchos
discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo
a los doce: “¿también vosotros queréis marcharos?”. Simón Pedro le contestó:
“Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros
creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”.
Versión para
América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es
duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?".
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo:
"¿Esto los escandaliza?
¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir
donde estaba antes?
El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las
palabras que les dije son Espíritu y Vida.
Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto,
Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era
el que lo iba a entregar.
Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a
mí, si el Padre no se lo concede".
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él
y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes
quieren irse?".
Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú
tienes palabras de Vida eterna.
Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de
Dios".
REFLEXIÓN
Tras la extensa revelación de Jesús
sobre el pan de vida en la sinagoga de Cafarnaúm, los discípulos muestran su
malestar por las afirmaciones “irracionales” de su Maestro, unas afirmaciones
difíciles de aceptar desde el punto de vista humano. Jesús, frente al escándalo
y la murmuración de sus discípulos, precisa que no hay que creer en él sólo
después de contemplar su ascensión al cielo, al modo de Elías y de Enoc, porque
eso significaría no aceptar su origen divino, algo carente de sentido, puesto
que él es el “Preexistente”, viene precisamente del cielo, según Juan 3,13-15.
A Jesús no le coge por sorpresa
esta actitud por parte de los que dejan de seguirle. Conoce a cada hombre y sus
opciones secretas. Adherirse a su persona y su mensaje a través de la fe es un
don que nadie puede darse a sí mismo. Sólo lo da el Padre. El hombre, que es
dueño de su propio destino, siempre es libre de rechazar el don de Dios y la
comunión de vida con Jesús. Sólo quien
ha nacido y ha sido vivificado por el Espíritu y no obra según la carne
comprende la revelación de Jesús y es introducido en la vida de Dios. Es a
través de la fe como el discípulo debe acoger al Espíritu y al mismo Jesús, pan
eucarístico, sacramento que comunica el Espíritu y transforma la carne.
A nosotros, a mí, nos dice hoy el
Señor, todavía con mayor claridad y dureza, que es preciso estar con él o
dejarle. Ahora bien, a nosotros, a mí, nos ha dado hoy el Padre la posibilidad
y el atrevimiento de repetir las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién iríamos?
Tus palabras dan vida eterna”. Somos
frágiles, nuestro corazón vacila con frecuencia, nuestra mente duda, pero hemos
de repetir constantemente la afirmación de Pedro, porque sólo el Señor tiene
palabras de vida eterna.
ENTRA EN TU
INTERIOR
¿POR QUÉ NOS
QUEDAMOS?
Durante estos años se han
multiplicado los análisis y estudios sobre la crisis de las Iglesias cristianas
en la sociedad moderna. Esta lectura es necesaria para conocer mejor algunos
datos, pero resulta insuficiente para discernir cuál ha de ser nuestra
reacción. El episodio narrado por Juan nos puede ayudar a interpretar y vivir
la crisis con hondura más evangélica.
Según el evangelista, Jesús resume
así la crisis que se está creando en su grupo: «Las palabras que os he dicho
son espíritu y vida. Y, con todo, algunos de vosotros no creen». Es cierto,
Jesús introduce en quienes le siguen un espíritu nuevo; sus palabras comunican
vida; el programa que propone puede generar un movimiento capaz de orientar el
mundo hacia una vida más digna y plena.
Pero, no por el hecho de estar en
su grupo, está garantizada la fe. Hay quienes se resisten a aceptar su espíritu
y su vida. Su presencia en el entorno de Jesús es ficticia; su fe en él no es
real. La verdadera crisis en el interior del cristianismo siempre es ésta:
¿creemos o no creemos en Jesús?
El narrador dice que «muchos se
echaron atrás y no volvieron a ir con él». En la crisis se revela quiénes son
los verdaderos seguidores de Jesús. La opción decisiva siempre es ésa: ¿quiénes
se echan atrás y quiénes permanecen con él, identificados con su espíritu y su
vida? ¿Quién está a favor y quién está en contra de su proyecto?.
El grupo comienza a disminuir.
Jesús no se irrita, no pronuncia ningún juicio contra nadie. Sólo hace una
pregunta a los que se han quedado junto a él: «También vosotros queréis
marcharos?». Es la pregunta que se nos hace hoy a quienes seguimos en la Iglesia:
¿Qué queremos nosotros? ¿Por qué nos hemos quedado? ¿Es para seguir a Jesús,
acogiendo su espíritu y viviendo a su estilo? ¿Es para trabajar en su proyecto?
La respuesta de Pedro es ejemplar:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna». Los que se
quedan, lo han de hacer por Jesús. Sólo por Jesús. Por nada más. Se comprometen
con él. El único motivo para permanecer en su grupo es él. Nadie más.
Por muy dolorosa que nos parezca,
la crisis actual será positiva si los que nos quedamos en la Iglesia, muchos o
pocos, nos vamos convirtiendo en discípulos de Jesús, es decir, en hombres y
mujeres que vivimos de sus palabras de vida.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Los que se retiraron no eran pocos;
eran muchos. Eso tiene lugar tal vez para consuelo nuestro: puede suceder, en
efecto, que alguien diga la verdad y no sea comprendido y que incluso los que
le escuchan se alejen escandalizados. Este hombre podría arrepentirse de haber
dicho la verdad: “No hubiera debido hablar así. No hubiera debido decir estas
cosas”. Al Señor le pasó esto: habló y perdió a muchos discípulos, y se quedó
con pocos. Pero no se turbó, porque desde el principio sabía quién habría de
creer y quién no. Si a nosotros nos sucede algo semejante, nos quedamos
turbados. Encontraremos consuelo en el Señor,
sin dispersarnos, a pesar de todo, de la prudencia en el hablar.
La experiencia de los que se
encuentran en misión es que sólo rara vez es posible ofrecer el pan que da la
vida y curar verdaderamente un corazón que ha sido destrozado. Ni siquiera el
mismo Jesús curó a todos, ni tampoco cambió la vida de todos. La mayor parte de
la gente simplemente no cree que sean posibles los cambios radicales. Los que
se encuentran en misión sienten el deber de desafiar persistentemente a sus
compañeros de viaje a escoger la gratitud en vez del resentimiento, y la
esperanza en vez de la desesperación. Las pocas veces en que se acepta este
desafío son suficientes para hacer su vida digna de ser vivida. Ver aparecer
una sonrisa en medio de las lágrimas significa ser testigo de un milagro: el
milagro de la alegría.
ORACIÓN
Dame, Señor, tu Espíritu para que
yo pueda comprender tus palabras de vida eterna. Sin tu Espíritu puedo echar a
perder tus realidades, trastornar tu Palabra, cosificar la eucaristía,
construirme una fe a mi medida, tener miedo a tus preceptos, considerar tu ley
como una moral de esclavos. Dame tu espíritu para que no me eche atrás, para
que no te abandone en los momentos de la prueba, cuando me parezcas inhumano en
tus demandas, cuando el Evangelio, en vez de una alegre noticia, se me presente
como una amenaza para mi propia realización, cuando la alianza contigo me
parezca una cadena opresora. Tú sabes, Señor, que hasta tus santos te hicieron
llegar alguna vez sus lamentos. Santa Teresa de Ávila te decía que comprendía
por qué tenías tan pocos amigos, dado el trato que les dabas. Con todo, si me
dieras tu Espíritu, no digo que no me lamentaré, pero seguramente no te
abandonaré, porque estaré arraigado y atado a ti, bien contento de seguirte,
aunque quizás con pocos otros. En efecto, “sólo tú tienes palabras de vida
eterna”.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
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