domingo, 26 de enero de 2014

2 DE FEBRERO: CUARTO DOMINGO ORDINARIO - FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR.




“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis mojos han visto a tu Salvador…”

2 DE FEFRERO

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA

1ª Lectura: Malaquías 3,1-4

Entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis.

Salmo 23

El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.

2ª Lectura Hebreos 2,14-18

Tenía que parecerse en todo a sus hermanos.

PALABRA DEL DÍA

Lucas 2,22-40

“Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será presentado al Señor”; y para entregar la oblación, como dice la ley: “un par de tórtolas o dos pichones”. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón honrado y piadoso, que aguardaba la salvación de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías. Impulsado por el Espíritu fue al templo. Cuando entraban con el Niño Jesús sus padres, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a su salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos; luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel.” José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María: -Mira: Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten: será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma… Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.

También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.

Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,

Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

"Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,

porque mis ojos han visto la salvación

que preparaste delante de todos los pueblos:

luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".

Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.

Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,

y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".

Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido.

Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.

Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.

El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.”

REFLEXIÓN

Jesús se hace solidario de nuestras debilidades, dolores y angustias; él es de nuestra “carne y sangre”, hermano nuestro, y por eso su muerte y sus dolores nos salvan y liberan.

El proyecto salvador de Dios se encarna en una historia concreta. Toda madre, al tener un hijo, quedaba legalmente “impura”, y tenía que ser declarada “pura” en el templo por un sacerdote María, como hacían todas las mujeres israelitas, va a cumplir los ritos de la purificación, obligatorios para las que acababan de dar a luz.

Además, todo primogénito pertenecía a Dios. Los primeros nacidos de los animales eran sacrificados; el primer hijo de cada familia era rescatado por medio de una ofrenda. La ofrenda que presentan los padres de Jesús para rescatarlo es la de los pobres: “un par de tórtolas o dos pichones”. Los ricos presentaban animales más grandes y más caros.

Para María, la presentación y ofrenda de su hijo fue un acto de ofrecimiento verdadero y consciente. Significaba que ella ofrecía a su hijo para la obra de la redención con la que Él estaba comprometido desde un principio. Ella renunciaba a sus derechos maternales y a toda pretensión sobre Él; y lo ofrecía a la voluntad del Padre.

También, al poner María a su hijo en los brazos de Simeón queda simbolizado que ella no lo ofrece exclusivamente al Padre, sino también al mundo, representado por aquel anciano.

Simeón es un profeta; el Espíritu Santo actúa y abre los ojos de este anciano, que descubre en el hijo de María “el consuelo de Israel”. Iluminado por el mismo Espíritu intuye, a través de los signos de pobreza, la gran realidad presente en Jesús: la salvación y liberación de Israel.

También está allí la anciana Ana: la profetisa Ana, que supo esperar la hora de Dios y vio cumplida al fin su esperanza y premiado su constante servicio al Señor mediante ayunos y oraciones. Ana y Simeón tienen mucho en común. Ambos eran laicos, es decir, no pertenecían al estamento sacerdotal, pero sí al grupo de los sencillos a quienes el Padre revela el misterio de Cristo y del reino, y que saben leer bajo signos tan corrientes la presencia de Dios en la humanidad de su Hijo, Cristo Jesús. Por eso lo descubren y lo comunican a los demás, al igual que los pastores de Belén o los astrólogos de Oriente, mientras el misterio sigue oculto para los sabios, los engreídos y los autosuficientes.

El cántico que se coloca en boca de Simeón habla de Jesús como el “Salvador” para “todos los pueblos”, “luz” de “las naciones” y “gloria de Israel”. El pequeño hijo de María llegará a ser el salvador del mundo, el mensajero de la buena noticia para todos, el hacedor de la paz mesiánica que procede de Dios.            

Solamente que el camino no será fácil; las palabras de Simeón dirigidas a María anticipan el rechazo que sufrirá Jesús por parte de las autoridades de su pueblo, la contradicción de su mensaje con los poderes de la ambición, el orgullo y la guerra. La espada que atravesará el alma de María simboliza su participación en el destino de su Hijo. Destino de salvación para los pueblos, pasando por el dolor y la muerte a la gloria de la resurrección.

El amor de Dios es, sobre todo, liberador: hace personas libres, por eso Jesús es la “luz” que no sólo ayuda a caminar, sino la luz que salva, que guía por un camino que conduce a la vida. Por eso se llama “Salvador”.

Es “gloria”. En lenguaje bíblico significa la manifestación del mismo Dios. Jesús es la “gloria de Israel”, porque es la máxima manifestación del amor de Dios por su pueblo. El Niño provocará la caída de unos y la elevación de otros; unos avanzarán con El hacia la plena liberación, otros se hundirán en egoísmos y conformismos estériles. La vida de Jesús dará fe de ello. Y la historia, hasta hoy, también.

Dios ha dicho su última palabra en Jesús; y el Hijo de Dios dará su respuesta en la cruz. La victoria del Mesías nacerá de su derrota. La vida llega por la muerte y en ese camino quedan al descubierto los pensamientos y los intereses de muchos corazones. La decisión que se tome ante la señal que es Jesús, descubre las profundidades ocultas de los sentimientos humanos, lo que hay dentro de cada corazón.

Ser creyente es ser peregrino, caminar en la incertidumbre y en la inseguridad, caminar de sorpresa en sorpresa. El amor de Dios es exigente, siempre está empujando para que los hombres crezcamos y maduremos. Pero también es luz, se hace claridad en el andar.

Los cristianos, que celebramos la fiesta de la presentación de Jesús en el Templo, tenemos una llamada a asumir nuestro compromiso de fe: recibir a Jesús en nuestras vidas con la alegría y la esperanza con que lo recibieron Simeón y Ana, aunque esto signifique dejar de lado el orgullo, vencer el egoísmo para poder abrirnos al amor y a la misericordia que Jesús nos trae. Y habiendo sido iluminados por Jesús, presentarlo a los demás, como María y José, sabiendo que Él es salvación, luz y paz para todos.

ENTRA EN TU INTERIOR

BANDERA DISCUTIDA

 Simeón es un personaje entrañable. Lo imaginamos casi siempre como un sacerdote anciano del Templo, pero nada de esto se nos dice en el texto. Simeón es un hombre bueno del pueblo que guarda en su corazón la esperanza de ver un día «el consuelo» que tanto necesitan. «Impulsado por el Espíritu de Dios», sube al templo en el momento en que están entrando María, José y su niño Jesús.

 El encuentro es conmovedor. Simeón reconoce en el niño que trae consigo aquella pareja pobre de judíos piadosos al Salvador que lleva tantos años esperando. El hombre se siente feliz. En un gesto atrevido y maternal, «toma al niño en sus brazos» con amor y cariño grande. Bendice a Dios y bendice a los padres. Sin duda, el evangelista lo presenta como modelo. Así hemos de acoger al Salvador.

 Pero, de pronto, se dirige a María y su rostro cambia. Sus palabras no presagian nada tranquilizador: «Una espada te traspasara el alma». Este niño que tiene en sus brazos será una «bandera discutida»: fuente de conflictos y enfrentamientos. Jesús hará que «unos caigan y otros se levanten». Unos lo acogerán y su vida adquirirá una dignidad nueva: su existencia se llenará de luz y de esperanza. Otros lo rechazarán y su vida se echará a perder. El rechazo a Jesús será su ruina.

 Al tomar postura ante Jesús, «quedará clara la actitud de muchos corazones» El pondrá al descubierto lo que hay en lo más profundo de las personas. La acogida de este niño pide un cambio profundo. Jesús no viene a traer tranquilidad, sino a generar un proceso doloroso y conflictivo de conversión radical.

 Siempre es así. También hoy Una Iglesia que tome en serio su conversión a Jesucristo, no será nunca un espacio de tranquilidad sino de conflicto. No es posible una relación más vital con Jesús sin dar pasos hacia mayores niveles de verdad. Y esto es siempre doloroso para todos.

 Cuanto más nos acerquemos a Jesús, mejor veremos nuestras incoherencias y desviaciones; lo que hay de verdad o de mentira en nuestro cristianismo; lo que hay de pecado en nuestros corazones y nuestras estructuras, en nuestras vidas y nuestras teologías.

 José Antonio Pagola

 
ORA EN TU INTERIOR

El niño iba creciendo y robusteciéndose y se llenaba de sabiduría.

 Éste es el Jesús que nos interesa de verdad.

 Un ser humano que recorre nuestro propio camino,

 y de esa manera, nos puede indicar la dirección a nosotros.

…………………….

No nos debe asustar que no hayamos llegado a la meta.

 Siempre nos quedará un gran trecho para llegar.

 Como el horizonte, la meta se verá más lejos,

 aunque nos estemos acercando a ella.

…………………..

En nuestra vida espiritual

 lo importante es no instalarse ni apoltronarse.

 Paso a paso debemos avanzar, aunque sea en la oscuridad.

 Mientras sigas dando pasos, estás en el buen camino.

ORACIÓN

Señor, en la celebración de la Presentación en el templo concurren personas y circunstancias. María y José cumplen lo que mandaba la Ley: a María le anuncia Simeón que tu misión no será aceptada por todos, y a ella le espera una espada que atravesará su alma. Simeón ve colmados sus deseos: ¡Ver al Mesías! Y Ana habla de ti a todos los que encuentra. ¿Y yo? Quiero estar entre ellos: no querer ser más que mi Maestro; aceptar la cruz de cada día, como tu Madre; querer que mi mayor deseo sea estar contigo; proclamar las maravillas de tu amor. Hoy, además, te pido por todos los que han consagrado su vida a tu servicio. Religiosos, religiosas y consagrados en medio del mundo.

 

 

martes, 21 de enero de 2014

26 DE ENERO: TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A)



“Se estableció en Cafarnaúm. Así se cumplió lo que había dicho Isaías”

26 DE ENERO

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

1ª Lectura: Isaías 8,23b-9,3

En la Galilea de los gentiles, el pueblo vio una luz grande.

Salmo 26: El Señor es mi luz y mi salvación.

2ª Lectura: 1 Corintios 1,10-13.17

Poneos de acuerdo y no andéis divididos.

PALABRA DEL DÍA

Mateo 4,12-23

“Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaúm, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: “País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que andaba en tinieblas vio una luz grande: a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”. Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo; -Convertíos, porque está cerca el reino de Dios. Paseando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: -venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea.

Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí,

para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:

¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones!

El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz.

A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca".

Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores.

Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".

Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.

Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.

Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.

Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente”

REFLEXIÓN.

            Jesús interpreta su misión, antes que nada, como la de un profeta que anuncia la llegada del Dios que salva. Otras preocupaciones tan típicas de los hombres que hacen de la religión una profesión, quedan relegadas a un plano muy secundario. El mismo Pablo sigue en esta línea, pues se siente enviado por Cristo “no para bautizar sino para anunciar el Evangelio” (segunda lectura).

            No le preocupan a Jesús en primer lugar las estructuras de la institución religiosa, siempre secundarias y relativas, sino la esencia de la actitud religiosa: descubrir en el mundo la epifanía de un Dios que está en medio de nosotros como guiando este devenir histórico, aunque en forma tan imperceptible que su presencia nos puede pasar totalmente desapercibida.

            Una pregunta que sintetiza todo: ¿No estamos haciendo a la inversa, relegando el anuncio del Reino ante otras preocupaciones de los hombres?

            Nadie puede dudar de que en la Iglesia no se hagan cosas ni se reflexione ni se planifique bien.  Pero, ¿están encaminadas a hacer presente el Reino de Dios o a sostener nuestras estructuras eclesiásticas, pretendiendo convencernos de que es definitivo lo que sabemos que es transitorio y relativo; más aún, que deben estar al servicio de ese actuar interior de Dios en los acontecimientos humanos?

            Es increíble el tiempo que dedicamos a cosas de sacristía, transformando en graves problemas lo que es más un juego de niños o de hombres aniñados. Discusiones sobre la jerarquía, sobre la forma de vivir de sacerdotes y religiosos, disquisiciones sobre la manera de llevar a cabo un rito o cómo construir un templo, etc. Etc., ¿se justifican ante la exigencia del anuncio del Evangelio de puertas abiertas al mundo entero?

            Quitemos de nuestro camino esos arbolitos que impiden ver el bosque. Este “no ver” el bosque puede ser muy peligroso. Es el inicio de la ceguera y de las tinieblas a las que alude el evangelio de Mateo. Su alerta hoy nos toca muy de cerca: el Evangelio busca a la Galilea de los gentiles, se acerca a las fronteras de las instituciones religiosas y cruza la frontera con nosotros o a pesar de nosotros.
            Sin duda Jesús atraía y seducía a la gente. Pero él quería algo más, no quería meros admiradores, él necesitaba seguidores, por eso fue llamando a los que constituiría el grupo de sus discípulos, como también los tenía el bautista. No los buscó en las instituciones, en la sinagoga, en el templo. Sino en los caminos, serían galileos, gente sencilla, gente del pueblo.
            Estos pescadores galileos, gente sencilla, no dudaron al escuchar la llamada de Jesús, en dejarlo todo y seguirlo y este es el auténtico secreto del seguimiento, que exige desapego de todo y de todos.
 

ENTRA EN TU INTERIOR

SEGUIDORES

 Cuando Jesús se entera de que el Bautista ha sido encarcelado, abandona su aldea de Nazaret y marcha a la ribera del lago de Galilea para comenzar su misión. Su primera intervención no tiene nada de espectacular. No realiza un prodigio. Sencillamente, llama a unos pescadores que responden inmediatamente a su voz: "Seguidme".

 Así comienza el movimiento de seguidores de Jesús. Aquí está el germen humilde de lo que un día será su Iglesia. Aquí se nos manifiesta por vez primera la relación que ha de mantenerse siempre viva entre Jesús y quienes creen en él. El cristianismo es, antes que nada, seguimiento a Jesucristo.

 Esto significa que la fe cristiana no es sólo adhesión doctrinal, sino conducta y vida marcada por nuestra vinculación a Jesús. Creer en Jesucristo es vivir su estilo de vida, animados por su Espíritu, colaborando en su proyecto del reino de Dios y cargando con su cruz para compartir su resurrección.

            Nuestra tentación es siempre querer ser cristianos sin seguir a Jesús, reduciendo nuestra fe a una afirmación dogmática o a un culto a Jesús como Señor e Hijo de Dios. Sin embargo, el criterio para verificar si creemos en Jesús como Hijo encarnado de Dios es comprobar si le seguimos sólo a él.

 La adhesión a Jesús no consiste sólo en admirarlo como hombre ni en adorarlo como Dios. Quien lo admira o lo adora, quedándose personalmente fuera, sin descubrir en él la exigencia a seguirle de cerca, no vive la fe cristiana de manera integral. Sólo el que sigue a Jesús se coloca en la verdadera perspectiva para entender y vivir la experiencia cristiana de forma auténtica.

En el cristianismo actual vivimos una situación paradójica. A la Iglesia no sólo pertenecen los que siguen o intentan seguir a Jesús, sino, además, los que no se preocupan en absoluto de caminar tras sus pasos. Basta estar bautizado y no romper la comunión con la institución, para pertenecer oficialmente a la Iglesia de Jesús, aunque jamás se haya propuesto seguirle.

Lo primero que hemos de escuchar de Jesús en esta Iglesia es su llamada a seguirle sin reservas, liberándonos de ataduras, cobardías y desviaciones que nos impiden caminar tras él. Estos tiempos de crisis pueden ser la mejor oportunidad para corregir el cristianismo y mover a la Iglesia en dirección hacia Jesús.

 Hemos de aprender a vivir en nuestras comunidades y grupos cristianos de manera dinámica, con los ojos fijos en él, siguiendo sus pasos y colaborando con él en humanizar la vida. Disfrutaremos de nuestra fe de manera nueva.

 José Antonio Pagola

 
ORA EN TU INTERIOR

Las palabras eran las mismas que repetía Juan: preparaos para recibir el Reino de Dios. La letra era la misma, pero Jesús ponía otro acento y otra música… Jesús llamaba, comprometía al seguimiento… Jesús hablaba desde la experiencia viva y desde la misericordia. Juan hablaba más de las exigencias y la esperanza. Pero la esperanza de Jesús era más cercana y alegre.

Convertíos. Cambiad vuestras vidas, salid de la rutina y la tristeza, no miréis sólo a la tierra, mirad más a Dios. Tened más fe, más confianza en Él. Sed también menos violentos y egoístas. Consideraos hermanos unos de otros, porque Dios es Padre de todos. Que Dios es Padre de todos. Que Dios es Padre, no le tengáis miedo. No lo veáis como juez, y responded a su llamada: “Síganme, y os haré pescadores de hombres”.

ORACIÓN

            Señor Jesús, que comenzaste tu predicación anunciando el Reino de Dios y el cambio de mentalidad, y que nos llamaste a ser pescadores de hombres. Haz que tus palabras no caigan en el vacío, sino que encuentren en cada uno de nosotros a los humildes servidores del Reino liberador del Padre en el Espíritu Santo.

 

           

 

martes, 14 de enero de 2014

19 DE ENERO: II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A)



“Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo…”

19 DE ENERO

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

1ª Lectura: Isaías 49,3.5-6

“Te hago luz de las naciones para que seas mi salvación”

Salmo 39

“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”

2ª Lectura: 1 Corintios 1,1-3

“La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesús sean con vosotros”

PALABRA DEL DÍA

Juan 1,29-34

“Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía; pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel”. Y Juan dio testimonio diciendo: “He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo.

Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel".

Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él.

Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: 'Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo'.

Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios".

REFLEXIÓN

En la revelación cristiana tiene una gran importancia, la mirada y los  ojos: “He visto al Espíritu que bajaba del cielo y se posaba sobre él”, dice el Bautista. Y el apóstol Juan, por su parte, dice: “Seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”. Pienso en la bienaventuranza: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. Pureza y visión se reclaman mutuamente. Si el mundo “no nos conoce, es porque no conoció a Dios”: Dios permanece para él oculto, cubierto, disimulado, por falta de una mirada capaz de ver lo invisible a través de lo humano y contingente. Cuando el Bautista señala  a Jesús, está viendo; sin embargo, no hay en ello ningún fenómeno extraordinario. Es la simple realidad, pero comprendida, contemplada en su profunda unidad. Juan fue un ser de una pureza perfecta: percibió la manifestación del Espíritu donde otros no veían nada. Bien pudiera ser que todavía hoy estuviera la fe en lucha con el mismo requerimiento.

“Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo…” Esta expresión que utiliza Juan, es una expresión de fuerte acento y contenido hebreo. Para los judíos el cordero era un símbolo religioso muy cargado de significado y muy relacionado con su historia y con su culto. Fue matando un cordero y comiendo su carne como celebraron la comida previa a su liberación de los egipcios en tiempos de Moisés; fue la sangre del cordero salpicada sobre las jamabas de las puertas de los hebreos lo que libró a sus habitantes del exterminio del ángel del Señor; eran corderos las victimas ofrecidas todos los días sobre el altar como ofrenda a Dios, símbolo de la ofrenda del propio pueblo a quien consideraban como su Señor absoluto; como también era un cordero el que una vez por año era arrojado al desierto por el sumo sacerdote como chivo expiatorio de los pecados del pueblo.

A ningún judío le extrañaba, por tanto, si Isaías hablaba del Mesías elegido por Dios como “un cordero llevado al matadero…, oprimido y humillado sin abrir la boca… Que llevaba nuestras dolencias y soportaba nuestros dolores… Herido de Dios y humillado, molido por nuestras culpas, soportando el castigo que nos trae la paz” (Is 53,1ss).

El símbolo “cordero” alude a un modo de ser de todo el pueblo de Dios que se ofrece a sí mismo como servicio a la causa de la salvación universal de los pueblos.

            Así, el pueblo de Dios, en cuanto “cordero”:

·         Se siente elegido y llamado por Dios para una misión concreta y original.

·         No apela a la violencia, al odio ni a la agresión para lograr sus objetivos.

·         Se siente solidario con toda la raza humana, y aunque desarrollare su actividad en un lugar determinado, lo hace como parte de la gran familia humana.

·         Ofrece libremente su cuota de sacrificio por los demás, aunque no siempre los resultados y el éxito redunden en propio provecho.

·         Al actuar de esta forma, no hace más que continuar en el tiempo y en el espacio la misma misión de Jesús, el Cordero de Dios, muerto en la cruz para que muchos tengan vida.

En todas las misas, antes de la comunión, escuchamos esta frase en boca del sacerdote celebrante: “Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.

Quienes pretenden unirse a Jesús en la comunión, deben hacer suyos los sentimientos y actitudes de Jesús: servir a los hombres en la secular lucha contra la muerte bajo cualquiera de sus formas.

Erradicar la muerte del mundo es la ambiciosa tarea del cristianismo.

Sólo le resta a cada comunidad descubrir cómo obra la muerte en este hoy y aquí que le toca vivir, y si está dispuesta y sin perder el tiempo en divagaciones disfrazadas de “reflexiones”, a hacer su ofrenda en la mesa del Señor: Aquí está tu siervo, dispuesto a ofrecerse como “cordero” para erradicar el pecado-muerte del mundo.

ENTRA EN TU INTERIOR

UNA NUEVA ETAPA 

         Antes de narrar su actividad profética, los evangelistas nos hablan de una experiencia que va a transformar radicalmente la vida de Jesús. Después de ser bautizado por Juan, Jesús se siente el Hijo querido de Dios, habitado plenamente por su Espíritu. Alentado por ese Espíritu, Jesús se pone en marcha para anunciar a todos, con su vida y su mensaje, la Buena Noticia de un Dios amigo y salvador del ser humano.

          No es extraño que, al invitarnos a vivir en los próximos años “una nueva etapa evangelizadora”, el Papa nos recuerde que la Iglesia necesita más que nunca “evangelizadores con Espíritu”. Sabe muy bien que solo el Espíritu de Jesús nos puede infundir fuerza para poner en marcha la conversión radical que necesita la Iglesia. ¿Por qué caminos?

          Esta renovación de la Iglesia solo puede nacer de la novedad del Evangelio. El Papa quiere que la gente de hoy escuche el mismo mensaje que Jesús proclamaba por los caminos de Galilea, no otro diferente. Hemos de “volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio”. Solo de esta manera, “podremos romper esquemas aburridos en los que pretendemos encerrar a Jesucristo”.

          El Papa está pensando en una renovación radical, “que no puede dejar las cosas como están; ya no sirve una simple administración”. Por eso, nos pide “abandonar el cómodo criterio pastoral del siempre se ha hecho así” e insiste una y otra vez: “Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades”.

          Francisco busca una Iglesia en la que solo nos preocupe comunicar la Buena Noticia de Jesús al mundo actual. “Más que el temor a no equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: Dadles vosotros de comer”.

          El Papa quiere que construyamos “una Iglesia con las puertas abiertas”, pues la alegría del Evangelio es para todos y no se debe excluir a nadie. ¡Qué alegría poder escuchar de sus labios una visión de Iglesia que recupera el Espíritu más genuino de Jesús rompiendo actitudes muy arraigadas durante siglos! “A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa del Padre donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Dios nos ama gratuitamente porque quiere, porque es amor, porque ve reflejada en nosotros la imagen de su Hijo; y nos ama con el mismo amor con que ama a Jesús, su unigénito. De ese amor que nos hace hijos adoptivos de Dios, se deriva todo lo demás. No tenemos que “comprar” el cielo a base de merecimientos. Él nos lo ofrece gratis, como un padre, porque somos sus hijos. La única condición que nos pone es responder a su amor y vivir como hijos suyos.

            Hoy, Señor, el Bautista te señala como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Título mesiánico que recuerda al siervo del Señor, según el profeta Isaías, y al cordero pascual sacrificado por la liberación del pueblo.

            Sé, Señor, que mi adopción filial por ti en Cristo es un hecho real y ya presente que me hace recordar las palabras del apóstol: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para que nos llamemos hijos de Dios, pues ¡lo somos!... Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”. Por eso podemos llamar a Dios “Padre nuestro”, como Jesús nos enseñó.

ORACIÓN FINAL

 Bendito seas, Dios y Padre, que has querido llamarme hijo tuyo y me engendras cada día en tu Hijo Jesús, nacido de ti. Te ruego que infundas en mí tu Espíritu, a fin de que cada día pueda llamarte Padre, por los siglos de los siglos. Amén.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes proporcionadas por Catholic.net

 
Perfecto todo, como siempre de los dibujos de Catholic.net
solo se han confundido en el título que es el II Domingo del Tiempo Ordinario.
Prcioso de todas formas