“Este es el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo…”
19 DE ENERO
II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
1ª Lectura: Isaías 49,3.5-6
“Te hago luz de las naciones para
que seas mi salvación”
Salmo 39
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad”
2ª Lectura: 1 Corintios 1,1-3
“La gracia y la paz de parte de
Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesús sean con vosotros”
PALABRA
DEL DÍA
Juan
1,29-34
“Al día siguiente, al
ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Este es el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un
hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo
conocía; pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a
Israel”. Y Juan dio testimonio diciendo: “He contemplado al Espíritu que bajaba
del cielo como una paloma y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me
envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y
posarse sobre él, ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. Y yo lo he
visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios”.
Versión para América Latina,
extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo:
"Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un
hombre que me precede, porque existía antes que yo.
Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua
para que él fuera manifestado a Israel".
Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu
descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con
agua me dijo: 'Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre
él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo'.
Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de
Dios".
REFLEXIÓN
En la revelación
cristiana tiene una gran importancia, la mirada y los ojos: “He visto al Espíritu que bajaba del
cielo y se posaba sobre él”, dice el Bautista. Y el apóstol Juan, por su parte,
dice: “Seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”. Pienso en la
bienaventuranza: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios”. Pureza y visión se reclaman mutuamente. Si el mundo “no nos conoce, es
porque no conoció a Dios”: Dios permanece para él oculto, cubierto, disimulado,
por falta de una mirada capaz de ver lo invisible a través de lo humano y
contingente. Cuando el Bautista señala a
Jesús, está viendo; sin embargo, no hay en ello ningún fenómeno extraordinario.
Es la simple realidad, pero comprendida, contemplada en su profunda unidad.
Juan fue un ser de una pureza perfecta: percibió la manifestación del Espíritu
donde otros no veían nada. Bien pudiera ser que todavía hoy estuviera la fe en
lucha con el mismo requerimiento.
“Este
es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo…” Esta expresión que utiliza Juan, es
una expresión de fuerte acento y contenido hebreo. Para los judíos el cordero
era un símbolo religioso muy cargado de significado y muy relacionado con su
historia y con su culto. Fue matando un cordero y comiendo su carne como
celebraron la comida previa a su liberación de los egipcios en tiempos de Moisés;
fue la sangre del cordero salpicada sobre las jamabas de las puertas de los
hebreos lo que libró a sus habitantes del exterminio del ángel del Señor; eran
corderos las victimas ofrecidas todos los días sobre el altar como ofrenda a Dios,
símbolo de la ofrenda del propio pueblo a quien consideraban como su Señor
absoluto; como también era un cordero el que una vez por año era arrojado al
desierto por el sumo sacerdote como chivo expiatorio de los pecados del pueblo.
A
ningún judío le extrañaba, por tanto, si Isaías hablaba del Mesías elegido por
Dios como “un cordero llevado al matadero…, oprimido y humillado sin abrir la boca…
Que llevaba nuestras dolencias y soportaba nuestros dolores… Herido de Dios y
humillado, molido por nuestras culpas, soportando el castigo que nos trae la
paz” (Is 53,1ss).
El
símbolo “cordero” alude a un modo de ser de todo el pueblo de Dios que se
ofrece a sí mismo como servicio a la causa de la salvación universal de los
pueblos.
Así, el pueblo de Dios, en cuanto “cordero”:
·
Se siente elegido y llamado por Dios para una misión concreta
y original.
·
No apela a la violencia, al odio ni a la agresión para
lograr sus objetivos.
·
Se siente solidario con toda la raza humana, y aunque
desarrollare su actividad en un lugar determinado, lo hace como parte de la
gran familia humana.
·
Ofrece libremente su cuota de sacrificio por los demás,
aunque no siempre los resultados y el éxito redunden en propio provecho.
·
Al actuar de esta forma, no hace más que continuar en
el tiempo y en el espacio la misma misión de Jesús, el Cordero de Dios, muerto
en la cruz para que muchos tengan vida.
En
todas las misas, antes de la comunión, escuchamos esta frase en boca del
sacerdote celebrante: “Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.
Quienes
pretenden unirse a Jesús en la comunión, deben hacer suyos los sentimientos y
actitudes de Jesús: servir a los hombres en la secular lucha contra la muerte
bajo cualquiera de sus formas.
Erradicar
la muerte del mundo es la ambiciosa tarea del cristianismo.
Sólo
le resta a cada comunidad descubrir cómo obra la muerte en este hoy y aquí que
le toca vivir, y si está dispuesta y sin perder el tiempo en divagaciones
disfrazadas de “reflexiones”, a hacer su ofrenda en la mesa del Señor: Aquí
está tu siervo, dispuesto a ofrecerse como “cordero” para erradicar el
pecado-muerte del mundo.
ENTRA
EN TU INTERIOR
UNA NUEVA ETAPA
Antes de
narrar su actividad profética, los evangelistas nos hablan de una experiencia
que va a transformar radicalmente la vida de Jesús. Después de ser bautizado
por Juan, Jesús se siente el Hijo querido de Dios, habitado plenamente por su
Espíritu. Alentado por ese Espíritu, Jesús se pone en marcha para anunciar a
todos, con su vida y su mensaje, la Buena Noticia de un Dios amigo y salvador
del ser humano.
No es
extraño que, al invitarnos a vivir en los próximos años “una nueva etapa evangelizadora”,
el Papa nos recuerde que la Iglesia necesita más que nunca “evangelizadores con
Espíritu”. Sabe muy bien que solo el Espíritu de Jesús nos puede infundir
fuerza para poner en marcha la conversión radical que necesita la Iglesia. ¿Por
qué caminos?
Esta
renovación de la Iglesia solo puede nacer de la novedad del Evangelio. El Papa
quiere que la gente de hoy escuche el mismo mensaje que Jesús proclamaba por
los caminos de Galilea, no otro diferente. Hemos de “volver a la fuente y recuperar
la frescura original del Evangelio”. Solo de esta manera, “podremos romper
esquemas aburridos en los que pretendemos encerrar a Jesucristo”.
El Papa
está pensando en una renovación radical, “que no puede dejar las cosas como
están; ya no sirve una simple administración”. Por eso, nos pide “abandonar el
cómodo criterio pastoral del siempre se ha hecho así” e insiste una y otra vez:
“Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los
objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las
propias comunidades”.
Francisco busca una Iglesia en la que solo nos preocupe comunicar la
Buena Noticia de Jesús al mundo actual. “Más que el temor a no equivocarnos,
espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una
falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las
costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud
hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: Dadles vosotros de comer”.
El Papa
quiere que construyamos “una Iglesia con las puertas abiertas”, pues la alegría
del Evangelio es para todos y no se debe excluir a nadie. ¡Qué alegría poder
escuchar de sus labios una visión de Iglesia que recupera el Espíritu más
genuino de Jesús rompiendo actitudes muy arraigadas durante siglos! “A menudo
nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero
la Iglesia no es una aduana, es la casa del Padre donde hay lugar para cada uno
con su vida a cuestas”.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Dios nos ama
gratuitamente porque quiere, porque es amor, porque ve reflejada en nosotros la
imagen de su Hijo; y nos ama con el mismo amor con que ama a Jesús, su
unigénito. De ese amor que nos hace hijos adoptivos de Dios, se deriva todo lo
demás. No tenemos que “comprar” el cielo a base de merecimientos. Él nos lo
ofrece gratis, como un padre, porque somos sus hijos. La única condición que
nos pone es responder a su amor y vivir como hijos suyos.
Hoy,
Señor, el Bautista te señala como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
Título mesiánico que recuerda al siervo del Señor, según el profeta Isaías, y
al cordero pascual sacrificado por la liberación del pueblo.
Sé,
Señor, que mi adopción filial por ti en Cristo es un hecho real y ya presente
que me hace recordar las palabras del apóstol: “Mirad qué amor nos ha tenido el
Padre para que nos llamemos hijos de Dios, pues ¡lo somos!... Ahora somos hijos
de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se
manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”. Por eso
podemos llamar a Dios “Padre nuestro”, como Jesús nos enseñó.
ORACIÓN FINAL
Bendito seas, Dios y Padre, que has querido
llamarme hijo tuyo y me engendras cada día en tu Hijo Jesús, nacido de ti. Te
ruego que infundas en mí tu Espíritu, a fin de que cada día pueda llamarte
Padre, por los siglos de los siglos. Amén.
Expliquemos el Evangelio a los
niños.
Imágenes proporcionadas por
Catholic.net
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