domingo, 26 de enero de 2014

2 DE FEBRERO: CUARTO DOMINGO ORDINARIO - FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR.




“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis mojos han visto a tu Salvador…”

2 DE FEFRERO

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA

1ª Lectura: Malaquías 3,1-4

Entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis.

Salmo 23

El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.

2ª Lectura Hebreos 2,14-18

Tenía que parecerse en todo a sus hermanos.

PALABRA DEL DÍA

Lucas 2,22-40

“Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será presentado al Señor”; y para entregar la oblación, como dice la ley: “un par de tórtolas o dos pichones”. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón honrado y piadoso, que aguardaba la salvación de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías. Impulsado por el Espíritu fue al templo. Cuando entraban con el Niño Jesús sus padres, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a su salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos; luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel.” José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María: -Mira: Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten: será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma… Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.

También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.

Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,

Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

"Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,

porque mis ojos han visto la salvación

que preparaste delante de todos los pueblos:

luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".

Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.

Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,

y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".

Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido.

Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.

Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.

El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.”

REFLEXIÓN

Jesús se hace solidario de nuestras debilidades, dolores y angustias; él es de nuestra “carne y sangre”, hermano nuestro, y por eso su muerte y sus dolores nos salvan y liberan.

El proyecto salvador de Dios se encarna en una historia concreta. Toda madre, al tener un hijo, quedaba legalmente “impura”, y tenía que ser declarada “pura” en el templo por un sacerdote María, como hacían todas las mujeres israelitas, va a cumplir los ritos de la purificación, obligatorios para las que acababan de dar a luz.

Además, todo primogénito pertenecía a Dios. Los primeros nacidos de los animales eran sacrificados; el primer hijo de cada familia era rescatado por medio de una ofrenda. La ofrenda que presentan los padres de Jesús para rescatarlo es la de los pobres: “un par de tórtolas o dos pichones”. Los ricos presentaban animales más grandes y más caros.

Para María, la presentación y ofrenda de su hijo fue un acto de ofrecimiento verdadero y consciente. Significaba que ella ofrecía a su hijo para la obra de la redención con la que Él estaba comprometido desde un principio. Ella renunciaba a sus derechos maternales y a toda pretensión sobre Él; y lo ofrecía a la voluntad del Padre.

También, al poner María a su hijo en los brazos de Simeón queda simbolizado que ella no lo ofrece exclusivamente al Padre, sino también al mundo, representado por aquel anciano.

Simeón es un profeta; el Espíritu Santo actúa y abre los ojos de este anciano, que descubre en el hijo de María “el consuelo de Israel”. Iluminado por el mismo Espíritu intuye, a través de los signos de pobreza, la gran realidad presente en Jesús: la salvación y liberación de Israel.

También está allí la anciana Ana: la profetisa Ana, que supo esperar la hora de Dios y vio cumplida al fin su esperanza y premiado su constante servicio al Señor mediante ayunos y oraciones. Ana y Simeón tienen mucho en común. Ambos eran laicos, es decir, no pertenecían al estamento sacerdotal, pero sí al grupo de los sencillos a quienes el Padre revela el misterio de Cristo y del reino, y que saben leer bajo signos tan corrientes la presencia de Dios en la humanidad de su Hijo, Cristo Jesús. Por eso lo descubren y lo comunican a los demás, al igual que los pastores de Belén o los astrólogos de Oriente, mientras el misterio sigue oculto para los sabios, los engreídos y los autosuficientes.

El cántico que se coloca en boca de Simeón habla de Jesús como el “Salvador” para “todos los pueblos”, “luz” de “las naciones” y “gloria de Israel”. El pequeño hijo de María llegará a ser el salvador del mundo, el mensajero de la buena noticia para todos, el hacedor de la paz mesiánica que procede de Dios.            

Solamente que el camino no será fácil; las palabras de Simeón dirigidas a María anticipan el rechazo que sufrirá Jesús por parte de las autoridades de su pueblo, la contradicción de su mensaje con los poderes de la ambición, el orgullo y la guerra. La espada que atravesará el alma de María simboliza su participación en el destino de su Hijo. Destino de salvación para los pueblos, pasando por el dolor y la muerte a la gloria de la resurrección.

El amor de Dios es, sobre todo, liberador: hace personas libres, por eso Jesús es la “luz” que no sólo ayuda a caminar, sino la luz que salva, que guía por un camino que conduce a la vida. Por eso se llama “Salvador”.

Es “gloria”. En lenguaje bíblico significa la manifestación del mismo Dios. Jesús es la “gloria de Israel”, porque es la máxima manifestación del amor de Dios por su pueblo. El Niño provocará la caída de unos y la elevación de otros; unos avanzarán con El hacia la plena liberación, otros se hundirán en egoísmos y conformismos estériles. La vida de Jesús dará fe de ello. Y la historia, hasta hoy, también.

Dios ha dicho su última palabra en Jesús; y el Hijo de Dios dará su respuesta en la cruz. La victoria del Mesías nacerá de su derrota. La vida llega por la muerte y en ese camino quedan al descubierto los pensamientos y los intereses de muchos corazones. La decisión que se tome ante la señal que es Jesús, descubre las profundidades ocultas de los sentimientos humanos, lo que hay dentro de cada corazón.

Ser creyente es ser peregrino, caminar en la incertidumbre y en la inseguridad, caminar de sorpresa en sorpresa. El amor de Dios es exigente, siempre está empujando para que los hombres crezcamos y maduremos. Pero también es luz, se hace claridad en el andar.

Los cristianos, que celebramos la fiesta de la presentación de Jesús en el Templo, tenemos una llamada a asumir nuestro compromiso de fe: recibir a Jesús en nuestras vidas con la alegría y la esperanza con que lo recibieron Simeón y Ana, aunque esto signifique dejar de lado el orgullo, vencer el egoísmo para poder abrirnos al amor y a la misericordia que Jesús nos trae. Y habiendo sido iluminados por Jesús, presentarlo a los demás, como María y José, sabiendo que Él es salvación, luz y paz para todos.

ENTRA EN TU INTERIOR

BANDERA DISCUTIDA

 Simeón es un personaje entrañable. Lo imaginamos casi siempre como un sacerdote anciano del Templo, pero nada de esto se nos dice en el texto. Simeón es un hombre bueno del pueblo que guarda en su corazón la esperanza de ver un día «el consuelo» que tanto necesitan. «Impulsado por el Espíritu de Dios», sube al templo en el momento en que están entrando María, José y su niño Jesús.

 El encuentro es conmovedor. Simeón reconoce en el niño que trae consigo aquella pareja pobre de judíos piadosos al Salvador que lleva tantos años esperando. El hombre se siente feliz. En un gesto atrevido y maternal, «toma al niño en sus brazos» con amor y cariño grande. Bendice a Dios y bendice a los padres. Sin duda, el evangelista lo presenta como modelo. Así hemos de acoger al Salvador.

 Pero, de pronto, se dirige a María y su rostro cambia. Sus palabras no presagian nada tranquilizador: «Una espada te traspasara el alma». Este niño que tiene en sus brazos será una «bandera discutida»: fuente de conflictos y enfrentamientos. Jesús hará que «unos caigan y otros se levanten». Unos lo acogerán y su vida adquirirá una dignidad nueva: su existencia se llenará de luz y de esperanza. Otros lo rechazarán y su vida se echará a perder. El rechazo a Jesús será su ruina.

 Al tomar postura ante Jesús, «quedará clara la actitud de muchos corazones» El pondrá al descubierto lo que hay en lo más profundo de las personas. La acogida de este niño pide un cambio profundo. Jesús no viene a traer tranquilidad, sino a generar un proceso doloroso y conflictivo de conversión radical.

 Siempre es así. También hoy Una Iglesia que tome en serio su conversión a Jesucristo, no será nunca un espacio de tranquilidad sino de conflicto. No es posible una relación más vital con Jesús sin dar pasos hacia mayores niveles de verdad. Y esto es siempre doloroso para todos.

 Cuanto más nos acerquemos a Jesús, mejor veremos nuestras incoherencias y desviaciones; lo que hay de verdad o de mentira en nuestro cristianismo; lo que hay de pecado en nuestros corazones y nuestras estructuras, en nuestras vidas y nuestras teologías.

 José Antonio Pagola

 
ORA EN TU INTERIOR

El niño iba creciendo y robusteciéndose y se llenaba de sabiduría.

 Éste es el Jesús que nos interesa de verdad.

 Un ser humano que recorre nuestro propio camino,

 y de esa manera, nos puede indicar la dirección a nosotros.

…………………….

No nos debe asustar que no hayamos llegado a la meta.

 Siempre nos quedará un gran trecho para llegar.

 Como el horizonte, la meta se verá más lejos,

 aunque nos estemos acercando a ella.

…………………..

En nuestra vida espiritual

 lo importante es no instalarse ni apoltronarse.

 Paso a paso debemos avanzar, aunque sea en la oscuridad.

 Mientras sigas dando pasos, estás en el buen camino.

ORACIÓN

Señor, en la celebración de la Presentación en el templo concurren personas y circunstancias. María y José cumplen lo que mandaba la Ley: a María le anuncia Simeón que tu misión no será aceptada por todos, y a ella le espera una espada que atravesará su alma. Simeón ve colmados sus deseos: ¡Ver al Mesías! Y Ana habla de ti a todos los que encuentra. ¿Y yo? Quiero estar entre ellos: no querer ser más que mi Maestro; aceptar la cruz de cada día, como tu Madre; querer que mi mayor deseo sea estar contigo; proclamar las maravillas de tu amor. Hoy, además, te pido por todos los que han consagrado su vida a tu servicio. Religiosos, religiosas y consagrados en medio del mundo.

 

 

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