“Vosotros sois la luz
del mundo…”
9 DE FEBRERO
V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
1ª Lectura: Isaías 58,7-10
Romperá tu luz como la aurora.
Salmo 111
El justo brilla en las tinieblas
como una luz.
2ª Lectura: 1 Corintios 2,1-5
Os anuncié el misterio de Cristo
crucificado.
PALABRA DEL DÍA
Mateo 5,13-16
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Vosotros
sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla afuera y que la pise la gente. Vosotros sois la
luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla
en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz a
los hombres para que vean buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en
el cielo”.
Versión para América Latina,
extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde
su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser
tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una
ciudad situada en la cima de una montaña.
Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un
cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que
están en la casa.
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz
que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al
Padre que está en el cielo”.
REFLEXIÓN
El
evangelio de este V Domingo Ordinario, nos da una respuesta a través de dos
símbolos sobre cuyo significado no hará falta hacer grandes especulaciones.
El
cristiano está llamado, en primer lugar, a ser sal de la tierra. Con la sal
damos sabor a las comidas. De lo que se desprende que el cristiano está llamado
a dar sabor a la vida.
La etimología de las
palabras nos puede ayudar a comprender mejor lo que esto pueda significar. Las palabras
sabor y sabiduría tienen la misma raíz lingüística: así como existe el sabor de
los alimentos, existe el sabor de la vida. Lo que le da gusto o sentido a la vida,
la sabiduría; es decir: aprender a vivir como personas. El arte no sólo de
hacer las cosas, sino de hacerlas con espíritu, con alegría, con dignidad, con
conciencia, con responsabilidad.
También hemos dicho que
Jesús es presentado en los evangelios, antes que nada, como el verdadero sabio
que nos ayuda a descubrir la honda raíz de la vida y hacia donde dirige sus
fuerzas la energía del árbol para que trascienda al oscuro seno que le dio
origen.
Desde esta perspectiva,
el Evangelio es la sabiduría del hombre nuevo en Cristo; es el arte de vivir
gozando y disfrutando de la vida, como se goza y se disfruta al comer un
alimento bien preparado.
Basta poca sal para que
la comida tenga sabor; el exceso de la misma es perjudicial, pues lo importante
no es comer sal sino comida con sabor… ¿Qué nos dice esto? Pues que no nos
abarrotemos de religión (en el sentido común de la palabra) sino de vida
impregnada de sabor evangélico. El evangelio mismo se orienta hacia la vida del
hombre, verdadero objetivo a conseguir.
La crisis del
cristianismo occidental tiene entre otros motivos éste: una verdadera inflación
religiosa… Según el evangelio de hoy, parece que es a la inversa: la religión
(sal) debe estar para que el hombre viva. Si sirve para eso, sirve para algo.
De lo contrario, según Jesús, “no sirve más que para tirarla fuera y que la
pise la gente”.
También nos llama la
atención que la sal, al ser desparramada en el alimento, se pierde en él, se
diluye humildemente obrando en forma imperceptible y poco espectacular.
Ya sabemos que así obra
el Reino de Dios, como semilla, como levadura; verdadera energía que presiona
desde dentro para que la masa sea grande y fructifique. La sal, como la
levadura, son dos productos esencialmente humildes.
Fácil es extraer la
consecuencia: cristianos, no busquemos nuestro éxito ni el triunfo. Busquemos el
crecimiento del hombre y de la sociedad. Procuremos que la historia se
desarrolle sin que se nos aplauda o se nos haga reverencias. Si tenemos fe,
sirvamos a la energía del Reino que ya está dentro del mundo y que, en último
caso, ni siquiera nos necesita a nosotros para desplegar su fuerza.
El símbolo de la luz es
más conocido por nosotros. Todo el evangelio de Juan gira a su alrededor, y con
no menos fuerza lo hace Mateo. La luz es un símbolo más rico y complejo que la
sal, más difícil de definir.
Cuando Jesús habla de la
luz, lo hace según el espíritu de los grandes profetas que no habían sido
ajenos a este simbolismo, especialmente Isaías, el gran modelo de los
evangelistas.
El texto de Isaías,
primera lectura de hoy, nos ayuda a aterrizar en esto de la luz.
¿Cuándo brillará tu luz
en las tinieblas?, pregunta el profeta. ¿Cuándo romperá tu luz como la aurora?
Y He aquí su insólita
respuesta: cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la
maledicencia; cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del
indigente; cuando hospedes al pobre sin techo y vistas al que va desnudo…
A esto se refiere Jesús
cuando concluye: “Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras
buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”
En la medida en que los
hombres vean que los que se dicen creyentes proyectan la luz de la liberación
total, sin restricciones de ninguna especie, en esa misma medida darán gloria
al Padre. La liberación es el signo de la presencia de Dios que reina entre los
hombres; es la manifestación de que su Reino no sólo está cerca, sino que está “dentro
de nosotros”.
ENTRA EN TU INTERIOR
CARA Y CRUZ DE LA SAL Y DE LA LUZ
Si los discípulos viven las bienaventuranzas,
su vida tendrá una proyección social. Es Jesús mismo quien se lo dice empleando
dos metáforas inolvidables. Aunque parecen un grupo insignificante en medio de
aquel poderoso imperio controlado por Roma, serán «sal de la tierra» y «luz del
mundo».
¿No es una pretensión
ridícula? Jesús les explica cómo será posible. La sal no parece gran cosa, pero
comienza a producir sus efectos, precisamente, cuando se mezcla con los
alimentos y parece que ha desaparecido. Lo mismo sucede cuando se enciende una
luz: sólo puede iluminar cuando la ponemos en medio de las tinieblas.
Jesús no está pensando en una Iglesia separada
del mundo, escondida tras sus ritos y doctrinas, encerrada en sí misma y en sus
problemas. Jesús quiere introducir en la historia humana un grupo de
seguidores, capaces de transformar la vida viviendo las bienaventuranzas.
Todos sabemos para qué sirve la sal. Por una
parte, no deja que los alimentos se corrompan. Por otra, les da sabor y permite
que los podamos saborear mejor. Los alimentos son buenos, pero se pueden
corromper; tienen sabor, pero nos pueden resultar insípidos. Es necesaria la
sal.
El mundo no es malo, pero lo podemos echar a
perder. La vida tiene sabor, pero nos puede resultar insulsa y desabrida. Una
Iglesia que vive las bienaventuranzas contribuye a que la sociedad no se
corrompa y deshumanice más. Unos discípulos de Jesús que viven su evangelio
ayudan a descubrir el verdadero sentido de la vida.
Hay un problema y Jesús se lo advierte a sus
seguidores. Si la sal se vuelve sosa, ya no sirve para nada. Si los discípulos
pierden su identidad evangélica, ya no producen los efectos queridos por Jesús.
El cristianismo se echa a perder. La Iglesia queda anulada. Los cristianos
están de sobra en la sociedad.
Lo mismo sucede con la luz. Todos sabemos que
sirve para dar claridad. Los discípulos iluminan el sentido más hondo de la
vida, si la gente puede ver en ellos «las obras» de las bienaventuranzas. Por
eso, no han de esconderse. Tampoco han de actuar para ser vistos. Con su vida
han de aportar claridad para que en la sociedad se pueda descubrir el verdadero
rostro del Padre del cielo.
No nos está permitido servirnos de la Iglesia
para satisfacer nuestros gustos y preferencias. Jesús la ha querido para ser
sal y luz. Evangelizar no es combatir la secularización moderna con estrategias
mundanas. Menos aún hacer de la Iglesia una "contra-sociedad". Sólo
una Iglesia que vive el Evangelio puede responder al deseo original de Jesús.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Dios
viene no para ser servido por los hombres sino para servirlos con humildad y
entrega incondicional.
El
Reino busca al hombre, donde esté y como esté, para levantarlo, aliviarlo,
concienciarlo y liberarlo: como individuo y como grupo humano.
El
Reino no tiene fronteras ni muros ni discriminaciones de ninguna especie; en su
bandera hay una sola palabra: Hombre. Está donde menos lo imaginamos y
desaparece de allí donde pretendemos implantarlo o aferrarlo.
El
Reino es viento, agua, fuego y luz; semilla, sal y levadura.
Los
cristianos restamos para servirlo; servir al Reino es lo mismo que servir a los
homb.res.
La
primera preocupación de la Iglesia es dejarse invadir por el Reino; la segunda,
ser su testigo en el mundo.
ORACIÓN
S A L M O 4 0
Yo pongo en Dios
toda mi esperanza.
El se inclina
hacia mí y escucha mi oración.
El salva mi vida
de la oscuridad,
afirma mis pies
sobre roca
y asegura mis
pasos.
Mi boca entona
un cántico nuevo
de alabanza al
Señor.
Dichoso el que
pone en Dios su confianza.
No quieres
sacrificios ni oblaciones
pero me has
abierto los ojos,
no exiges cultos
ni holocaustos,
y yo te digo :
aquí me tienes,
para hacer,
Señor, tu voluntad.
Tú, Señor, hazme
sentir tu cariño,
que tu amor y tu
verdad me guarden siempre.
Porque mis
errores recaen sobre mí
y no me dejan
ver.
¡Socórreme,
Señor, ven en mi ayuda!
Que sientan tu
alegría los que te buscan.
Yo soy pobre,
Señor, socórreme,
Tú, mi Salvador,
mi Dios, no tardes.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imagen: Fano.
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