“Amad a vuestros
enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen
y calumnian”
23 DE FEBRERO
VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
1ª Lectura: Levítico 19,1-2
Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Salmo 102
El Señor es compasivo y
misericordioso.
2ª Lectura: 1 Corintios 3,16-23
Todo es vuestro, vosotros de Cristo,
y Cristo de Dios.
PALABRA DEL DÍA
Mateo 5,38-48
“Dijo Jesús a sus discípulos: Sabéis que está mandado:”Ojo
por ojo, diente por diente”. Pues yo os digo: No hagáis frente al que os
agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la
otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la
capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos, a quien te
pide4, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas. Habéis oído que se dijo:
“Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Yo, en cambio, os digo: Amad
a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que
os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el
cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e
injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo
mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué
hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto,
sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.
REFLEXIÓN
Es hermosa la imagen del
sol que brilla para todos los hombres sin discriminar a nadie. Si Dios tuviera
que castigar cada vez a sus “enemigos”, ¡menudo lío! ¿Y qué pasa con nosotros?
En el fondo de la idea de castigo está la de una justicia del “ojo por ojo y
diente por diente”. Tal falta será reparada con tal sanción. Dios no es así: no
castiga, convierte. No pierde el tiempo en ver lo que pasa, va derecho al corazón.
“Vosotros,
pues, sed perfectos…”. Y la perfección se concreta en el perdón, que es el don
por excelencia. Perdonar es recrear, liberar, creer en el otro, abrirle la
posibilidad de una nueva vida. ¿Escuchará esta vez? ¿Todos nuestros enemigos se
harán nuestros amigos en la medida de nuestro perdón? Nada es menos cierto;
pero lo que se nos pide es que actuemos como Dios. El futuro es de él: no le
cerremos la puerta con nuestra dureza. Además, la historia de Dios con los
hombres lo atestigua: cuando el amor es totalmente desarmado, se convierte en
lo que verdaderamente desarma. Ahí está una ley nueva, la ley del Reino. Supone
una mirada distinta al mundo que sólo se comprende desde la fe. Pero, a este
nivel, es la ley más eficaz que jamás se haya imaginado. La ley del Dios vivo.
Con
este evangelio de hoy concluye Mateo 5, la primera parte del Discurso del
Monte, que con las Bienaventuranzas y las seis Antítesis viene a promulgar la
carta magna del Evangelio, la constitución del pueblo de la nueva Alianza. Hoy
se leen las dos últimas antítesis: Perdón en vez de venganza, y amor al enemigo
en vez de odio. Punto culminante de la doctrina de Jesús. Junto con su lugar
paralelo, Lc 6,27-38, es una de las páginas de más altura de toda la literatura
universal.
Es de tal envergadura el
giro que Cristo propone, que en ello empeña de nuevo su autoridad mesiánica:
Habéis oído que se dijo a los antiguos…, pero yo os digo. Oposición frontal a
la tradición legal de letrados y fariseos.
La Ley del Talión, se
formula al menos tres veces en diversas perícopas del Pentateuco. En síntesis:
Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente. Es decir, puedes vengarte en la
medida en que has sido ofendido; puedes cobrar o pagar con la misma moneda.
Hay que reconocer que el
espíritu de venganza, una ley del talión a nuestra manera, está bien enraizado
en el corazón humano, en todos nosotros. Lo decimos y oímos decir con pleno
descaro: El que me la hace, me la paga…No te dejes pisar… El que ríe el último,
ríe dos veces… La mejor defensa, el ataque.
Pues bien, para Jesús
todo esto queda excluido. No sólo la venganza efectiva sino también el deseo de
la misma, hasta llegar a renunciar a la justicia vindicativa y a toda violencia
activa, incluso como autodefensa: “No hagáis frente al que os agravia; al
contrario…” Y desarrolla su afirmación con cuatro ejemplos o situaciones
diversas: bofetada, pleito, requerimiento y préstamos. Muestras
intencionadamente paradójicas, que no son para ser tomadas al pie de la letra
en su situación circunstancial, pero sí en su espíritu de perdón,
reconciliación y fraternidad.
Jesús comienza la
antítesis afirmando en la primera parte: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu
prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Defectivamente en la primera lectura
hallamos la primera parte del aserto; si bien el prójimo significa en Lv 19,18
el pariente y el compatriota judío. La segunda parte: “y aborrecerás a tu
enemigo” no se encuentra literalmente en ningún pasaje del antiguo Testamento y
menos aún del Nuevo. Pero la deducían los israelitas como conclusión de la
primera parte: Todo el que no pertenecía al Pueblo de la Alianza desconocía al
Dios verdadero, y era extraño, “enemigo”, a quien no había por qué amar. Ese es
el sentido.
Pues bien, Jesús una vez
más rompe con la tradición de los rabinos y va más allá: “Yo, en cambio, os
digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad
por los que os persiguen y calumnian”. El paso que Cristo da es de gigante y
para gigantes. No contento con ampliar el concepto de prójimo a toda persona
sin distinción, y el del perdón hasta setenta veces siete, preceptúa además el
amor incluso al enemigo- ¡Increíble! El no va a más… Jesús declara inviable y
anticuada nuestra división tan usual de las personas en amigos y enemigos; para
el que ama, ya no hay más que hermanos, hijos del mismo Padre Dios.
“Sed perfectos como
vuestro Padre celestial es perfecto”. Esta conclusión de las seis antítesis es
la motivación de todo lo anterior. Base ética profundamente religiosa:
Imitación del ejemplo de Dios, a cuya imagen está hecho el hombre. “Así seréis
hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la
lluvia a justos e injustos”. Al discípulo de Cristo no le basta saludar y amar
a los amigos; eso lo hace cualquiera. Al cristiano se le pide más. Vosotros sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto, concluye Jesús. Eco agrandado
a la motivación-estribillo de la Ley de santidad del Levítico: “Seréis santos
porque yo el Señor vuestro Dios soy santo” (Lv 19,2).
ENTRA EN TU INTERIOR
UNA LLAMADA ESCANDALOSA
La llamada al amor es
siempre seductora. Seguramente, muchos acogían con agrado la llamada de Jesús a
amar a Dios y al prójimo. Era la mejor síntesis de la Ley. Pero lo que no
podían imaginar es que un día les hablara de amar a los enemigos.
Sin embargo, Jesús lo
hizo. Sin respaldo alguno de la tradición bíblica, distanciándose de los salmos
de venganza que alimentaban la oración de su pueblo, enfrentándose al clima
general de odio que se respiraba en su entorno, proclamó con claridad absoluta
su llamada: “Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a
los que os aborrecen y rezad por los que os calumnian”.
Su lenguaje es
escandaloso y sorprendente, pero totalmente coherente con su experiencia de
Dios. El Padre no es violento: ama incluso a sus enemigos, no busca la
destrucción de nadie. Su grandeza no consiste en vengarse sino en amar
incondicionalmente a todos. Quien se sienta hijo de ese Dios, no introducirá en
el mundo odio ni destrucción de nadie.
El amor al enemigo no es
una enseñanza secundaria de Jesús, dirigida a personas llamadas a una
perfección heroica. Su llamada quiere introducir en la historia una actitud
nueva ante el enemigo porque quiere eliminar en el mundo el odio y la violencia
destructora. Quien se parezca a Dios no alimentará el odio contra nadie,
buscará el bien de todos incluso de sus enemigos.
Cuando Jesús habla del
amor al enemigo, no está pidiendo que alimentemos en nosotros sentimientos de
afecto, simpatía o cariño hacia quien nos hace mal. El enemigo sigue siendo
alguien del que podemos esperar daño, y difícilmente pueden cambiar los
sentimientos de nuestro corazón.
Amar al enemigo
significa, antes que nada, no hacerle mal, no buscar ni desear hacerle daño. No
hemos de extrañarnos si no sentimos amor alguno hacia él. Es natural que nos
sintamos heridos o humillados. Nos hemos de preocupar cuando seguimos
alimentando el odio y la sed de venganza.
Pero no se trata solo de
no hacerle mal. Podemos dar más pasos hasta estar incluso dispuestos a hacerle
el bien si lo encontramos necesitado. No hemos de olvidar que somos más humanos
cuando perdonamos que cuando nos vengamos alegrándonos de su desgracia.
El perdón sincero al
enemigo no es fácil. En algunas circunstancias a la persona se le puede hacer
en aquel momento prácticamente imposible liberarse del rechazo, el odio o la
sed de venganza. No hemos de juzgar a nadie desde fuera. Solo Dios nos
comprende y perdona de manera incondicional, incluso cuando no somos capaces de
perdonar.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Jesús nos pide que el
mal sea vencido por el bien.
Jesús despliega, pues,
un futuro. El hombre que se encierra en el odio desea la eliminación de su
enemigo. Si se conmueve ante la bondad que se le testimonia, renunciará quizás
al mal y se volverá él mismo bueno. El bien habrá vencido al mal. El perdón
abre un espacio de libertad y postula una lógica distinta de la del mal.
“Sed perfectos como
vuestro Padre celestial es perfecto”. Aplicar el Evangelio a la perfección.
Pero ¿no puede ser descorazonador? ¿Quién puede llegar a conseguirlo? La
perfección de Dios es el amor, así es el que ama, de verdad.
ORACIÓN FINAL
Señor,
al final de cada Eucaristía nos envías con un encargo: “Sed santos”. Quiero
tomarme esto en serio y preocuparme de lo que tú quieres. Amar generosamente en
las mil ocasiones que me va brindando el día. Al estilo de Cristo. Amén.
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