martes, 18 de febrero de 2014

23 DE FEBRERO: VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO A.







“Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”

23 DE FEBRERO

VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

1ª Lectura: Levítico 19,1-2

Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Salmo 102

El Señor es compasivo y misericordioso.

2ª Lectura: 1 Corintios 3,16-23

Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.

PALABRA DEL DÍA

Mateo 5,38-48

“Dijo Jesús a sus discípulos: Sabéis que está mandado:”Ojo por ojo, diente por diente”. Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos, a quien te pide4, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas. Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.

REFLEXIÓN

Es hermosa la imagen del sol que brilla para todos los hombres sin discriminar a nadie. Si Dios tuviera que castigar cada vez a sus “enemigos”, ¡menudo lío! ¿Y qué pasa con nosotros? En el fondo de la idea de castigo está la de una justicia del “ojo por ojo y diente por diente”. Tal falta será reparada con tal sanción. Dios no es así: no castiga, convierte. No pierde el tiempo en ver lo que pasa, va derecho al corazón.

            “Vosotros, pues, sed perfectos…”. Y la perfección se concreta en el perdón, que es el don por excelencia. Perdonar es recrear, liberar, creer en el otro, abrirle la posibilidad de una nueva vida. ¿Escuchará esta vez? ¿Todos nuestros enemigos se harán nuestros amigos en la medida de nuestro perdón? Nada es menos cierto; pero lo que se nos pide es que actuemos como Dios. El futuro es de él: no le cerremos la puerta con nuestra dureza. Además, la historia de Dios con los hombres lo atestigua: cuando el amor es totalmente desarmado, se convierte en lo que verdaderamente desarma. Ahí está una ley nueva, la ley del Reino. Supone una mirada distinta al mundo que sólo se comprende desde la fe. Pero, a este nivel, es la ley más eficaz que jamás se haya imaginado. La ley del Dios vivo.

            Con este evangelio de hoy concluye Mateo 5, la primera parte del Discurso del Monte, que con las Bienaventuranzas y las seis Antítesis viene a promulgar la carta magna del Evangelio, la constitución del pueblo de la nueva Alianza. Hoy se leen las dos últimas antítesis: Perdón en vez de venganza, y amor al enemigo en vez de odio. Punto culminante de la doctrina de Jesús. Junto con su lugar paralelo, Lc 6,27-38, es una de las páginas de más altura de toda la literatura universal.

Es de tal envergadura el giro que Cristo propone, que en ello empeña de nuevo su autoridad mesiánica: Habéis oído que se dijo a los antiguos…, pero yo os digo. Oposición frontal a la tradición legal de letrados y fariseos.

La Ley del Talión, se formula al menos tres veces en diversas perícopas del Pentateuco. En síntesis: Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente. Es decir, puedes vengarte en la medida en que has sido ofendido; puedes cobrar o pagar con la misma moneda.

Hay que reconocer que el espíritu de venganza, una ley del talión a nuestra manera, está bien enraizado en el corazón humano, en todos nosotros. Lo decimos y oímos decir con pleno descaro: El que me la hace, me la paga…No te dejes pisar… El que ríe el último, ríe dos veces… La mejor defensa, el ataque.

Pues bien, para Jesús todo esto queda excluido. No sólo la venganza efectiva sino también el deseo de la misma, hasta llegar a renunciar a la justicia vindicativa y a toda violencia activa, incluso como autodefensa: “No hagáis frente al que os agravia; al contrario…” Y desarrolla su afirmación con cuatro ejemplos o situaciones diversas: bofetada, pleito, requerimiento y préstamos. Muestras intencionadamente paradójicas, que no son para ser tomadas al pie de la letra en su situación circunstancial, pero sí en su espíritu de perdón, reconciliación y fraternidad.

Jesús comienza la antítesis afirmando en la primera parte: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Defectivamente en la primera lectura hallamos la primera parte del aserto; si bien el prójimo significa en Lv 19,18 el pariente y el compatriota judío. La segunda parte: “y aborrecerás a tu enemigo” no se encuentra literalmente en ningún pasaje del antiguo Testamento y menos aún del Nuevo. Pero la deducían los israelitas como conclusión de la primera parte: Todo el que no pertenecía al Pueblo de la Alianza desconocía al Dios verdadero, y era extraño, “enemigo”, a quien no había por qué amar. Ese es el sentido.

Pues bien, Jesús una vez más rompe con la tradición de los rabinos y va más allá: “Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”. El paso que Cristo da es de gigante y para gigantes. No contento con ampliar el concepto de prójimo a toda persona sin distinción, y el del perdón hasta setenta veces siete, preceptúa además el amor incluso al enemigo- ¡Increíble! El no va a más… Jesús declara inviable y anticuada nuestra división tan usual de las personas en amigos y enemigos; para el que ama, ya no hay más que hermanos, hijos del mismo Padre Dios.

“Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Esta conclusión de las seis antítesis es la motivación de todo lo anterior. Base ética profundamente religiosa: Imitación del ejemplo de Dios, a cuya imagen está hecho el hombre. “Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir        su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos”. Al discípulo de Cristo no le basta saludar y amar a los amigos; eso lo hace cualquiera. Al cristiano se le pide más. Vosotros sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto, concluye Jesús. Eco agrandado a la motivación-estribillo de la Ley de santidad del Levítico: “Seréis santos porque yo el Señor vuestro Dios soy santo” (Lv 19,2).

ENTRA EN TU INTERIOR

UNA LLAMADA ESCANDALOSA

La llamada al amor es siempre seductora. Seguramente, muchos acogían con agrado la llamada de Jesús a amar a Dios y al prójimo. Era la mejor síntesis de la Ley. Pero lo que no podían imaginar es que un día les hablara de amar a los enemigos.

Sin embargo, Jesús lo hizo. Sin respaldo alguno de la tradición bíblica, distanciándose de los salmos de venganza que alimentaban la oración de su pueblo, enfrentándose al clima general de odio que se respiraba en su entorno, proclamó con claridad absoluta su llamada: “Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os calumnian”.

Su lenguaje es escandaloso y sorprendente, pero totalmente coherente con su experiencia de Dios. El Padre no es violento: ama incluso a sus enemigos, no busca la destrucción de nadie. Su grandeza no consiste en vengarse sino en amar incondicionalmente a todos. Quien se sienta hijo de ese Dios, no introducirá en el mundo odio ni destrucción de nadie.

El amor al enemigo no es una enseñanza secundaria de Jesús, dirigida a personas llamadas a una perfección heroica. Su llamada quiere introducir en la historia una actitud nueva ante el enemigo porque quiere eliminar en el mundo el odio y la violencia destructora. Quien se parezca a Dios no alimentará el odio contra nadie, buscará el bien de todos incluso de sus enemigos.

Cuando Jesús habla del amor al enemigo, no está pidiendo que alimentemos en nosotros sentimientos de afecto, simpatía o cariño hacia quien nos hace mal. El enemigo sigue siendo alguien del que podemos esperar daño, y difícilmente pueden cambiar los sentimientos de nuestro corazón.

Amar al enemigo significa, antes que nada, no hacerle mal, no buscar ni desear hacerle daño. No hemos de extrañarnos si no sentimos amor alguno hacia él. Es natural que nos sintamos heridos o humillados. Nos hemos de preocupar cuando seguimos alimentando el odio y la sed de venganza.

Pero no se trata solo de no hacerle mal. Podemos dar más pasos hasta estar incluso dispuestos a hacerle el bien si lo encontramos necesitado. No hemos de olvidar que somos más humanos cuando perdonamos que cuando nos vengamos alegrándonos de su desgracia.

El perdón sincero al enemigo no es fácil. En algunas circunstancias a la persona se le puede hacer en aquel momento prácticamente imposible liberarse del rechazo, el odio o la sed de venganza. No hemos de juzgar a nadie desde fuera. Solo Dios nos comprende y perdona de manera incondicional, incluso cuando no somos capaces de perdonar.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Jesús nos pide que el mal sea vencido por el bien.

Jesús despliega, pues, un futuro. El hombre que se encierra en el odio desea la eliminación de su enemigo. Si se conmueve ante la bondad que se le testimonia, renunciará quizás al mal y se volverá él mismo bueno. El bien habrá vencido al mal. El perdón abre un espacio de libertad y postula una lógica distinta de la del mal.

“Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Aplicar el Evangelio a la perfección. Pero ¿no puede ser descorazonador? ¿Quién puede llegar a conseguirlo? La perfección de Dios es el amor, así es el que ama, de verdad.

ORACIÓN FINAL

Señor, al final de cada Eucaristía nos envías con un encargo: “Sed santos”. Quiero tomarme esto en serio y preocuparme de lo que tú quieres. Amar generosamente en las mil ocasiones que me va brindando el día. Al estilo de Cristo. Amén.

 
 


 

 

 

 

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