martes, 25 de marzo de 2014

30 DE MARZO: CUARTO DOMINGO DE CUARESMA - CUARTA SEMANA DE CUARESMA


 
“Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo”

30 DE MARZO

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

DOMINGO LAETARE

1ª Lectura: 1 Samuel 16,1b.6-7.10-13ª

Salmo 22

El Señor es mi pastor, nada me falta.

2ª Lectura: Efesios 5,8-14

Levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.

PALABRA DEL DÍA

Juan 9,1-41

“En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Entonces dijo: -Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo. Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: -Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que  significa Enviado). El fue, se lavó y volvió con vista. Y los vecinos preguntaban: -¿No es éste el que se sentaba a pedir? Unos decían: Es el mismo. Y otros. No es él, pero se le parece. El respondía: Yo soy. Entonces llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. El les contestó: -Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo. Algunos de los fariseos comentaban: -Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado. Otros replicaban: -¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos? Y estaban divididos. Volvieron, pues a preguntarle al ciego: -Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos? El contestó: -Que es un profeta. Ellos le dijeron: -Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. El contestó: -Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y que ahora veo. Le preguntaron de nuevo: -¿Qué te hizo, cómo se abrió los ojos? Les contestó: -Os lo he dicho ya y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez ¿También vosotros queréis haceros discípulos suyos? Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: -discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero -ese no sabemos de dónde viene. Replicó él: -Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder. Le replicaron: -En  pecado naciste de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros? Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: -¿Crees en el Hijo del hombre? El contestó:-¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: -Lo estás viendo: el que te está hablando ése es. El dijo: -Creo, Señor. Y se postró ante él”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.

Sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?".

"Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios.

Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar.

Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo".

Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego,

diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.

Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?".

Unos opinaban: "Es el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". El decía: "Soy realmente yo".

Ellos le dijeron: "¿Cómo se te han abierto los ojos?".

El respondió: "Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: 'Ve a lavarte a Siloé'. Yo fui, me lavé y vi".

Ellos le preguntaron: "¿Dónde está?". El respondió: "No lo sé".

El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos.

Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos.

Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo".

Algunos fariseos decían: "Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado". Otros replicaban: "¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?". Y se produjo una división entre ellos.

Entonces dijeron nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?". El hombre respondió: "Es un profeta".

Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres

y les preguntaron: "¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?".

Sus padres respondieron: "Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego,

pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta".

Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías.

Por esta razón dijeron: "Tiene bastante edad, pregúntenle a él".

Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: "Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador".

"Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo".

Ellos le preguntaron: "¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?".

El les respondió: "Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?".

Ellos lo injuriaron y le dijeron: "¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés!

Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este".

El hombre les respondió: "Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos.

Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad.

Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento.

Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada".

Ellos le respondieron: "Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?". Y lo echaron.

Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?".

El respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?".

Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando".

Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él.

Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven".

Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?".

Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: 'Vemos', su pecado permanece".

REFLEXIÓN

            El Evangelio de S. Juan nos habla de la sed o del hambre o de la ceguera, no sólo en el sentido primario, sino en un sentido espiritual, y desde esas realidades humanas nos presenta a Jesús como respuesta salvadora, el que puede saciar nuestra hambre y nuestra sed, el que vino como luz para curar nuestras cegueras. Lo hace con signos y palabras. Multiplica los panes para decir: yo soy el pan; pide de beber para decir: yo tengo el agua; cura al ciego para decir: yo soy la luz.

            La sed, el hambre, la ceguera, son símbolos universales, como lo son el agua, el pan, la luz, todos cargados de fuerza, de belleza y contenido.

            El encuentro, no fue un encuentro casual. Tampoco fue una iniciativa del ciego. Su ceguera era tan honda que no sólo le impedía ver, sino incluso el deseo de ver. Hay muchos ciegos que se instalan en su situación, quizá la mayoría.

            El que toma la iniciativa es Jesús. Él es la luz del mundo y su misión no es otra que luchar contra las tinieblas. Por eso al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. No será una mirada cualquiera, sino una mirada divina, hecha de misericordia y gracia. Este encuentro del ciego con Jesús, de las tinieblas con la luz, es algo simbólico y la acción resultante no será un milagro cualquiera, sino un signo mesiánico, una catequesis sobre la iluminación, su proceso y exigencia; y se nos ofrece también el contrasigno, la falta de respuesta, que imposibilita toda salvación.

            El proceso de la curación es, decimos, una hermosa catequesis. Se da primero una reflexión sobre el porqué y el para qué de la ceguera. No es cosa del pecado, sino de la graca; no es castigo, sino bendición. Esta mirada en positivo podíamos aplicarla a todo.

            El barro. Inexplicable medicina. No aceite o colirio o aquella hiel de pez, que utilizó Tobías,  sino barro, algo feo y oscuro. Es para sacar al ciego de su conformismo, es para provocarle el deseo de ser lavado, de ser curado. El milagro sólo es posible si se desea fuertemente. Dios suele llevar al culmen de la negatividad para que el hombre grite su desesperación y para que brille el culmen de la misericordia. “El abismo invoca al abismo” (Sal 41,8), el abismo de la miseria al abismo de la misericordia. Podemos recordar los casos más conocidos, como el de Abraham, el de la Magdalena, el de Saulo, el de Agustín.

            La piscina de Siloé es la necesidad de poner un medio humano, algo tiene el ciego que hacer. Lavarse los ojos, pero no es el hecho en sí, sino la obediencia en la palabra, como le pasó a Naamán el sirio con Eliseo, o sea, la fe. Ya se explica que no era una piscina cualquiera, sino del Enviado, el Mesías. Era el agua del Espíritu. Será el agua del bautismo. Hay que lavarse en la piscina de la Iglesia, pero con fe.

            Se lavó y volvió con vista. Le iluminó ese hombre, se llama Jesús, el Dios que verdaderamente salva, y “no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros podamos salvarnos” (Hch 4,12). Fue iluminado para que pudiera ver, para que pudiera creer.

            Su fe fue progresiva, primero ve a Jesús como un hombre. Después lo verá como un profeta: que es un profeta y que viene de dios. Al fin lo confesará postrado que es el Mesías. Y terminará sufriendo persecución por dar testimonio de Jesús. Este ciego era un hombre pobre, humilde, dócil, pero era valiente y libre, no calla ante los fuertes, no cede ante la persecución; el ciego se convierte en un testigo, en un hijo de la luz. Un buen ejemplo para todos: seamos luz, sobre todo viviendo en el amor, porque “el que ama a su hermano permanece en la luz” (1 Jn 2,10).

ENTRA EN TU INTERIOR

CAMINOS HACIA LA FE

 El relato es inolvidable. Se le llama tradicionalmente "La curación del ciego de nacimiento", pero es mucho más, pues el evangelista nos describe el recorrido interior que va haciendo un hombre perdido en tinieblas hasta encontrarse con Jesús, «Luz del mundo».

No conocemos su nombre. Sólo sabemos que es un mendigo, ciego de nacimiento, que pide limosna en las afueras del templo. No conoce la luz. No la ha visto nunca. No puede caminar ni orientarse por sí mismo. Su vida transcurre en tinieblas. Nunca podrá conocer una vida digna.

 Un día Jesús pasa por su vida. El ciego está tan necesitado que deja que le trabaje sus ojos. No sabe quién es, pero confía en su fuerza curadora. Siguiendo sus indicaciones, limpia su mirada en la piscina de Siloé y, por primera vez, comienza a ver. El encuentro con Jesús va a cambiar su vida.

 Los vecinos lo ven transformado. Es el mismo pero les parece otro. El hombre les explica su experiencia: «un hombre que se llama Jesús» lo ha curado. No sabe más. Ignora quién es y dónde está, pero le ha abierto los ojos. Jesús hace bien incluso a aquellos que sólo lo reconocen como hombre.

 Los fariseos, entendidos en religión, le piden toda clase de explicaciones sobre Jesús. El les habla de su experiencia: «sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Le preguntan qué piensa de Jesús y él les dice lo que siente: «que es un profeta». Lo que ha recibido de Él es tan bueno que ese hombre tiene que venir de Dios. Así vive mucha gente sencilla su fe en Jesús. No saben teología, pero sienten que ese hombre viene de Dios.

 Poco a poco, el mendigo se va quedando solo. Sus padres no lo defienden. Los dirigentes religiosos lo echan de la sinagoga. Pero Jesús no abandona a quien lo ama y lo busca. «Cuando oyó que lo habían expulsado, fue a buscarlo». Jesús tiene sus caminos para encontrarse con quienes lo buscan. Nadie se lo puede impedir.

 Cuando Jesús se encuentra con aquel hombre a quien nadie parece entender, sólo le hace una pregunta: «¿Crees en el Hijo del Hombre?» ¿Crees en el Hombre Nuevo, el Hombre plenamente humano precisamente por ser expresión y encarnación del misterio insondable de Dios? El mendigo está dispuesto a creer, pero se encuentra más ciego que nunca: « ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»

Jesús le dice: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es». Al ciego se le abren ahora los ojos del alma. Se postra ante Jesús y le dice: «Creo, Señor». Sólo escuchando a Jesús y dejándonos conducir interiormente por él, vamos caminando hacia una fe más plena y también más humilde.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            San Pablo, parafraseando a Jesús, que dijo: “El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12), y también: “Vosotros sois la luz del mundo… Así, pues, que brille vuestra luz ante los hombres” (Mt 5,14-16), hoy nos ha recordado:

            “En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia… La luz denuncia a las tinieblas y las pone al descubierto.”

            No nos queda, pues, otra alternativa que llamarnos cristianos denunciando a las tinieblas encarnadas dentro de nosotros y fuera de nosotros, o renunciar al título de cristianos y a nuestro bautismo. Con orgullo los primeros cristianos llamaban a los recién bautizados “los iluminados”, y bien supo el imperio romano que esa palabra no era una simple metáfora. Eran temibles aquellos hombres que caminaban con los ojos bien abiertos.

            Por eso Pablo nos urge a salir de nuestro estado de inconsciencia: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”.

ORACIÓN

            Si antes éramos tinieblas, ahora somos luz en el Señor. Caminemos como hijos buscando lo que agrada al señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia con nuestra vida y nuestro compromiso bautismal.



Expliquemos el Evangelio a los niños

Imágenes proporcionadas por Catholic.net

 
 


SEMANA DE LA LUZ

 
La cuaresma es tiempo de conversión; pero, ojo, no nos engañemos: la cuaresma es, ante todo, tiempo de gracia; la conversión es una inmersión en el eterno designio de Dios. No se trata tanto de hacer un esfuerzo cuanto de descubrir lo que ya somos, por la gracia. La cuaresma es un tiempo bautismal; toda la Iglesia vuelve a zambullirse en Cristo. Si es verdad que ya nos ha liberado, no lo es menos que nos hará libres.

            La conversión cuaresmal no tiene otra razón de ser que la de llegar a ser por la gracia lo que ya somos por carácter.

            Se nos invita a redescubrir nuestras raíces o, mejor, nuestra raíz, pues nuestra raíz permanente en este mundo es Jesús, muerto y resucitado, que no cesa de germinar en la tierra de los hombres. Esta raíz permanente es obra del Espíritu, que nos hace capaces de entrar en comunión con el Dios de amor y de la vida.

            El bautismo es un acto único en la vida del creyente que le permite unirse a ese otro acto único que, en la historia, marca el advenimiento de los últimos tiempos, la muerte y resurrección de Jesús. Lo que aconteció en Jesús se hace realidad en cada hombre. Nuestro hombre viejo, escribió Pablo, fue crucificado con él. La grandeza del bautismo consiste en que nos integra en el compromiso adquirido por Cristo, muerto y resucitado, de cara a la vida nueva. Así, poco a poco, se desvela el sentido de nuestra historia.

            A partir del jueves y hasta el sábado de la quinta semana de Cuaresma, entramos de lleno en el PROCESO A JESÚS.

            Los días que nos conducen a la Semana Santa se caracterizan por el desenlace de la crisis suscitada por la oposición contra Jesús: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”. El proceso se inició con el comienzo del ministerio en Galilea. Para unos, el nuevo profeta tiene palabras de vida eterna, para otros, no es más que un vulgar blasfemo. Para unos es piedra de tropiezo; para otros, piedra angular de una vida fundada en su palabra. Pero el proceso que se abre contra Jesús es, en definitiva, el proceso de Dios mismo. En efecto, a Jesús no se le reprocha tanto el que se proclame Dios cuanto que manifieste a un determinado Dios.

 

31 DE MARZO

LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

PALABRA DEL DÍA

Juan 4,43-54

“Salió Jesús de Samaria para Galilea. Jesús mismo había hecho esta afirmación: “Un profeta no es estimado en su propia patria”. Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verle, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: “Como no veáis signos y prodigios, no creéis”. El funcionario insiste: “Señor, baja antes de que se muera mi niño”. Jesús le contesta: “Anda, tu hijo está curado”. El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole, que su hijo estaba curado. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: “Hoy a la una lo dejó la fiebre”. El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora cuando Jesús le había dicho: “Tu hijo está curado”. Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea”.

REFLEXIÓN

            Se abre hoy la cuarta semana de cuaresma, y la proximidad de la pascua ya se siente en las lecturas bíblicas. Todo en cuaresma está orientado hacia la resurrección con Cristo. Por eso no es la cuaresma un tiempo tristón. El triunfo de Jesús sobre la muerte es el nuestro si creemos en él y renovamos y vivimos la opción bautismal. Tema que se irá acentuando progresivamente hasta el final de la cuaresma. En la aurora de la resurrección, primera mañana del universo nuevo, se realiza la creación por Dios del nuevo cielo y de la nueva tierra de que habla el Tercer Isaías, el posexílico, en la primera lectura.

            Jesús se manifiesta en este episodio como la vida en persona, tema que el evangelista Juan desarrolla en los capítulos siguientes al de hoy. La narración de este milagro quizá sea la versión joánica de la curación del siervo del centurión, que refiere la tradición sinóptica (Mt 8,5ss y Lc 7,1ss). Juan le da todo el realce de “segundo signo” de Jesús en Caná, donde antes había convertido el agua en vino.

ENTRA EN TU INTERIOR

            El padre del niño enfermo, al acudir suplicante a Jesús, admite humildemente que la situación se le escapa de las manos, pero solamente después de acaecida la curación llega a ser un “creyente”. La súplica de petición a dios, es un reconocimiento humilde de nuestra dependencia de él; pero tal oración no debe agotar nuestra relación con Dios.

            El buen creyente no piensa en Dios sólo cuando lo necesita. Una persona que quiere a otra cultiva el detalle del cariño desinteresadamente, como el marido que regala flores a su mujer nada más que para decirle que la quiere u recordarle que  ha pensado en ella. Así también nuestra actitud respecto a Dios debe ser lo más desinteresada posible y con el mayor nivel de gratuidad a nuestro alcance. Él se lo merece.

ORA EN TU INTERIOR

            ¿Cómo no bendecirte, Señor, sí, quitando el velo de oscuridad y tristeza que cubría la tierra, cambiaste la noche en día con la resurrección de Cristo? En la mañana de pascua creaste el cielo nuevo y la tierra nueva, habitados por hombres y mujeres libres, capaces de construir, con tu gracia, una nueva civilización del amor.

            Cristo venció el pecado, la enfermedad y la muerte, y de su victoria participamos por la fe y el bautismo. Concédenos, Señor, prepararnos a la pascua próxima mediante una vivencia profunda de la opción bautismal; y renueva nuestro corazón convirtiéndolo a la esperanza y al amor gratuito que se entrega sin interés ni medida

 
1 DE ABRIL

MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

PALABRA DEL DÍA

Juan 5,1-16

“En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, que aguardaban el movimiento del agua. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que llevaba mucho tiempo, le dice: “¿Quieres quedar sano?”. El enfermo le contesta: “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado”. Jesús le dice: “Levántate, toma tu camilla y echa a andar”. Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Aquel día era sábado y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: “Hoy es sábado y no se puede llevar la camilla”. Él les contestó: “El que me ha curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a andar”. Ellos le preguntaron: “¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?”. Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, aprovechando el barullo de aquel sitio, se había alejado. Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: “Mira, has quedado sano, no peques más no sea que te ocurra algo peor”. Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por eso los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado”.

EL AGUA QUE SANA Y REGENERA

REFLEXIÓN

            El evangelio sitúa a Jesús ya en Jerusalén, la ciudad que mataba a los profetas. En la piscina de Betesda realiza la curación física y espiritual de un enfermo que llevaba treinta y ocho años esperando quién lo metiera en las aguas termales cuando éstas se removían. Aquel día era sábado: “Por esto los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado”. En los evangelios de estos días, a partir de hoy, irá creciendo la oposición a Cristo por parte de sus enemigos, hasta culminar en su pasión y muerte.

            El paralítico y los numerosos enfermos que yacen en los cinco soportales de la piscina esperando su curación, son imagen de una humanidad doliente que ansía el agua de una difícil salvación integral, siempre aplazada: “Señor, no tengo a nadie que me ayude”. Pero hubo alguien que tomó sobre sí nuestras dolencias y enfermedades: Cristo, el varón de dolores, que mediante los sufrimientos nos sanó a todos.

ENTRA EN TU INTERIOR

            También hoy Cristo nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿Quieres quedar sano? ¿Quieres curarte de tu pecado y mezquindad? ¿Quieres dejar tu camilla de inválido y comenzar a caminar? ¿Quieres saciar tu sed inextinguible de felicidad y liberación total? Repasa de nuevo el camino del agua y de la fe de tu bautismo; en él se operó tu nacimiento a la vida nueva de Dios, a la filiación adoptiva divina y a la fraternidad eclesial. Tu vida puede cambiar si renuevas a fondo tu opción bautismal.

ORA EN TU INTERIOR

“Loado seas, Señor, por la hermana agua, que es útil, casta, humilde y preciosa en su candor…” (Cántico de las criaturas de san Francisco de Asís).

Esta agua de Dios que me regeneró en el bautismo; esa agua viva, surtidor que alcanza la vida eterna y colma para siempre la sed de tus hijos. Esa agua bautismal que es nueva creación y luz amanecida en la primera aurora del universo nuevo; en la resurrección gloriosa de tu Hijo, Cristo Jesús.

 
2 DE ABRIL

MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

PALABRADEL DÍA

Juan 5,17-30

“En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos:”Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo”. Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo abolía el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. Jesús tomó la palabra y les dijo: “Os lo aseguro: El Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que ésta, para vuestro asombro. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo envió. Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte a la vida. Os aseguro que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. Porque, igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre. No os sorprenda, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”

AMOR QUE CREA VIDA

REFLEXIÓN

            El evangelio es continuación del de ayer. En él responde Jesús a quienes le criticaban porque, según ellos, había violado el sábado curando al paralítico de la piscina de Betesda. Y contesta añadiendo un motivo más de escándalo al llamar a Dios Padre suyo y hacerse igual a Dios: “Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo… Lo que hace el Padre, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace… Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere”.

            Así comienza Jesús su discurso sobre la obra del Hijo, que continuaremos leyendo mañana. Según el Génesis, Dios descansó al séptimo día, después de completar la creación. De ahí la institución judía del Sabbat, que significa descanso. Pero su reposo no fue inactividad, sino mantenimiento en la vida de todo lo que creó. Igualmente, Jesús da salud y vida, incluso en día de sábado, porque él es el señor del sábado, que se estableció para el hombre y no al revés.

            La obra fundamental de Jesús es revelar el amor que Dios tiene al hombre y transmitirle la vida divina, porque tiene poder para ello. Ese amor de Dios crea vida, transforma y regenera: experimentarlo es pasar de la muerte a la vida, presente y eterna. Por eso decías Jesús: “quién escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado ya de la muerte a la vida”.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

            Al igual que Israel en el exilio, en los momentos difíciles de la vida nos preguntamos a veces si Dios se acuerda y preocupa de nosotros. Entonces se pone a prueba nuestra fe. En el aprieto e infortunio es cuando, acudiendo a la oración, hemos de creer más firmemente que Dios no nos ha abandonado, sino que sigue amándonos igual y más que antes. En los momentos de crisis sólo puede rehabilitarnos un encuentro personal y suplicante con el Dios que es vida y amor, y que los da a quien con él se comunica.

            Padre Santo, en Cristo, tu palabra de vida, nos dices que somos queridos por ti y que nos sostienes con tus manos. No nos juzgues, Señor, conforme a nuestras culpas. Haznos experimentar tu amor, tu perdón y tu vida en Cristo resucitado, tu Hijo, en quien creemos y cuya palabra escuchamos con fe.

 


3 DE ABRIL

JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

PALABRA DEL DÍA

Juan 5,31-47

“En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Si yo doy testimonio de mí mismo,  mi testimonio no es válido. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su semblante, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis. Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres, además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quién tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mis palabras?”

REFLEXIÓN

            A los que buscan su interés y su gloria les cuesta aceptar un Dios amigo de los pecadores y de los pobres, de los marginados e ignorantes. Ésa fue la imagen del Padre que reflejó Cristo, demostrando con su solidaridad y atención al hombre que éste es la gloria de Dios. Sobre todo cuesta aceptar a un Dios crucificado, porque la cruz de Cristo derriba el pedestal del becerro de oro, es decir, los falsos dioses que el hombre se crea: poder y soberbia, riqueza y bienestar, sexo y consumismo.

            Jesús tuvo que aguantar la increencia de sus contemporáneos. Igualmente su discípulo de hoy tendrá que vivir en medio del fenómeno actual de la increencia, que ha pasado de ser reducto de minorías intelectuales a ser patrimonio de masas. Esto nos obliga a reafirmar nuestra opción personal de fe y a revisar la imagen que de Dios, de Cristo y de su evangelio ofrecemos al mundo los cristianos.

            Sólo con la fe se puede ver en Jesús de Nazaret el rostro de Dios, el vivo retrato del amor que da vida al hombre, como lo demostró Cristo perdonando a los pecadores y curando a los enfermos. Ésas son las obras de Jesús, que son también las del Padre; pero fueron rechazadas por la incredulidad de los judíos.

ENTRA EN TU INTERIOR

            La respuesta que se pide hoy al discípulo de Cristo es tomar la situación de increencia como un reto y una oportunidad que, al descubrir también nuestras deficiencias, propicia una continua conversión evangélica, personal y comunitaria, para vivir y testimoniad mejor nuestro seguimiento de Cristo. Para esto, antes de nada, hemos de reconstruir nuestra propia identidad cristiana con Dios. San Pablo decía: Creí, por eso hablé”. El encuentro con Cristo resucitado es anuncio de vida y salvación para el cristiano y para todos aquellos con quienes éste se relaciona.

ORA EN TU INTERIOR

Concédenos creer firmemente en medio de la increencia; para eso haz que tu amor y tu verdad habiten en nosotros. Ayúdanos a derribar los ídolos de nuestro corazón. Queremos buscar en todo tu gloria, Señor, Dios nuestro.

¿Cómo darte a conocer y revelar tu nombre a los que te ignoran sino a través del testimonio del amor? ¡Dichoso el pueblo que sabe aclamarte por siempre, Señor!

 


4 DE ABRIL

VIERNES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

PALABRA DEL DÍA

Juan 7,1-2

“En aquel tiempo, recorría Jesús la galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las tiendas. Después de que sus parientes se marcharon a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas. Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: “¿No es este el que intentaban matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que este es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene”. Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó:”A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco porque procedo de él, y él me ha enviado”. Entonces intentaron agarrarlo, pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.”
 
EN MEDIO DE LA INCREENCIA.
REFLEXIÓN

            En el texto del evangelio de hoy que continuaremos mañana, se va preparando ese desenlace fatal. Los judíos trataban de matar a Jesús, pero todavía no había llegado su hora; por eso marcha el Señor a Galilea y, cuando sube a Jerusalén a la fiesta de las tiendas, lo hace en secreto. No obstante, con acento profético y como un desafío, “mientras Jesús enseñaba en el templo, gritó: A mí me conocéis y sabéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz. A ése vosotros no lo conocéis, yo lo conozco porque procedo de él y él me ha enviado”.

            Los responsables judíos no ven en Cristo más que un hombre ordinario, porque los letrados y doctores de la ley mosaica, supuestos conocedores de la Escritura, no conocen a Dios. Más todavía: ven a Jesús como un peligro muy grave para su seguridad, es decir, para el tinglado religioso que ellos habían montado. Les cegaba su maldad; no conocían los secretos de Dios. Hasta última hora, al pie de la cruz en que moría Jesús, tentaron a Dios diciendo: “Salvó a muchos y no puede salvarse a sí mismo. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él”. Ni aun así hubieran creído; aparte de que Dios quiere una fe libre y no coaccionada por un milagro aplastante.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

            El cristiano auténtico, que es fiel al evangelio, no puede menos de convertirse, como Jesús mismo, en signo de contradicción, pues sus criterios desentonarían necesariamente de los del mundo. Si no abandona la carrera del seguimiento, el discípulo participará inevitablemente de la condición de su Maestro, que “vino a prender fuego en la tierra”, abriendo así la era escatológica del juicio de Dios y anhelando un bautismo de fuego: su pasión y muerte por la salvación del mundo.

            Nos ronda el cansancio y el miedo ante la incomodidad que conlleva el ser cristiano hoy. Para seguir a Cristo y mantener nuestra opción bautismal necesitamos pedir la fortaleza del Espíritu, porque nuestro destino está ligado al de Cristo, que hubo de soportar la oposición. No perdamos el ánimo, sino que, como el atleta, “quitándonos de encima lo que nos estorba y el pecado que nos ata, corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en aquel que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, renunciando al gozo inmediato soportó la cruz sin miedo a la ignominia y ahora está sentado a la derecha del Padre” (Heb 12,1s).

 
5 DE ABRIL

SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

PALABRA DEL DÍA

Juan 7,40-53

“En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: “este es de verdad el profeta”. Otros decían: “Éste es el Mesías”. Pero otros decían: “¿es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?”. Y así surgió entre la gente una discordia por su causa. Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima. Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y estos les dijeron: “¿Por qué no lo habéis traído?” Los guardias respondieron: “Jamás ha hablado nadie como ese hombre”. Los fariseos les replicaron: “¿También vosotros os habéis dejado embaucar?” ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la Ley son unos malditos”. Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo: “¿Acaso nuestra ley permite juzgar a alguien sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?”. Ellos le replicaron: “¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas”. Y se volvieron cada uno a su casa.”

REFLEXIÓN

            El evangelio evidencia la división de opiniones que suscitaba la persona de Jesús. Hay gente sencilla que lo reconocen como profeta e incluso como mesías. Pero los sabios y conocedores de la Escritura son precisamente los que menos entienden y los más reacios a creer en Jesús. ¿Es que de Galilea puede venir el mesías? ¿No dice la Escritura que vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de David? Como ayer, vuelve de nuevo el tema del origen humano de Jesús.

            El relato de Juan cobra fuerza narrativa. Los sumos sacerdotes y los fariseos son los más beligerantes contra Cristo, hasta el punto de recriminar a los guardias del templo por no haberlo prendido. Pero hay un fariseo que pone la nota de moderación y sensatez. Es Nicodemo, que en otro tiempo se entrevistó con Jesús: ¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo? No obstante, los entendidos tratan de hacerle callar: “¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas”.

            Una vez más queda patente que sólo mediante la fe podía darse alcance al misterio de Cristo y comprender su personalidad y su mensaje. El mayor pecado, es sin duda, cerrar la voluntad y el corazón a la verdad.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

            Nicodemo es un ejemplo para nosotros, él, que en otra ocasión contactó con Jesús de noche y en secreto por miedo a sus colegas, los jefes religiosos, es ahora quien da la cara por él. Su miedo se ha cambiado en valentía, porque abrió su corazón a la verdad. Con frecuencia el miedo a confesar nuestra fe en Cristo, el miedo a significarnos, el miedo al ridículo, a perder nuestra reputación y seguridad, nos lleva a debilitar, si no a traicionar, nuestras convicciones.

            El miedo a comprometernos a seguir a Cristo sin condiciones puede a veces con nosotros. Cuando confrontamos el evangelio con nuestros criterios personales y los que se llevan en torno nuestro, sentimos el vértigo del desánimo al ver que a cada paso que damos perdemos el compás. Como Jesús sabía de nuestra debilidad, previno contra el miedo a sus apóstoles cuando los envió a anunciar el evangelio: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma… Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Pero si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo” (Mt 10,28ss).