domingo, 2 de marzo de 2014

5 DE MARZO: MIÉRCOLES DE CENIZA-SEMANA DE CENIZA




COMENZAMOS EL TIEMPO SANTO DE LA CUARESMA

LA CUARESMA: TIEMPO DE CONVERSIÓN Y DE GRACIA.

Os anuncio, hermanas y hermanos, un tiempo favorable, un tiempo de Gracia y de Salvación.

            Empezamos el tiempo santo de la Cuaresma, tiempo litúrgico fuerte, tiempo espiritual intenso, cuarenta días de camino hacia la Pascua de Cristo, nuestra Pascua.

            Queremos, con la ayuda del Espíritu, que sea un tiempo de gracia. Un tiempo de conversión, es decir, de renovación, de rejuvenecimiento, de superación. Un tiempo para crecer, para ser, para amar.

            Crecer: en la fe, en la esperanza, en la caridad, en el conocimiento de Cristo, en el desarrollo de las propias capacidades y talentos.

            Ser: en línea de autenticidad humana y cristiana. Ser más humanos quiere decir más libres, más responsables, más justos y solidarios. Ser más cristianos quiere decir ser más conscientes y consecuentes de lo que confesamos y creemos, estar más compenetrados con los criterios y actitudes de Jesucristo, identificarnos con él.

            Amar: porque éste es el verdadero camino para el crecimiento y la vivencia cristiana. Somos y creemos en la medida que amamos. Y amar significa compartir, servir, entregarse. Es un camino que nunca acabamos de recorrer.

            Por eso no es un tiempo triste. Se trata de un tiempo gozoso. Tiempo de humanización y de divinización. Tiempo de libertad, de creatividad, de interioridad, de verdad, de crecimiento espiritual, de rejuvenecimiento.

            Tiempo de cambio, de conversión que te plenifica como persona.

            Es tiempo de salvación y de libertad.

            Mirad, Dios no está en nuestra contra. Dios está de parte del hombre y quiere ejercer misericordia con los que reconocen, con valentía, su realidad más descuidada.

            El Señor nos invita a salir de nosotros mismos y a recorrer un camino insospechado, como lo hizo Abrahán y todos los que, como él, han puesto su confianza en el Señor.

            Un camino de cinco semanas, donde se nos invita a morir al hombre viejo, como el grano de trigo en la tierra, para resurgir en espigas de primavera en el tiempo santo de la Pascua, que en definitiva es hacia donde la Cuaresma nos conduce.

            En la primera semana se nos invitará a caminar hacia un mundo nuevo.

            Un mundo que se construye a golpes de amor y a golpes de gracia, un mundo nuevo que se construye intentando ser cada día más santos: “Sed santos, como vuestro Padre celestial es santo”.

            Esta primera semana nos centra en lo esencial; santidad y la vida como servicio a los hermanos.

            En la segunda semana se nos invita a recorrer el camino de la misericordia.

            Abrir los brazos a todos, acercarnos a todos y dar cabida a todos es el mensaje de la predicación de Jesús y debe ser también el nuestro.

            En la tercera semana se nos invita a renovar nuestro bautismo.

            La Samaritana va al pozo, como todos los días, a sacar agua que apague la sed por un momento, y se encuentra con un agua que “salta hasta la vida eterna”. En el fondo del pozo queda su vida pasada; en el brocal del pozo se le ofrece el agua nueva que le salva: Jesús de Nazaret y su palabra

            En la cuarta semana es la semana de la luz, como el ciego de nacimiento, debemos pedir que podamos ver, que se disipen las tinieblas de nuestros ojos y de nuestra alma.

            El ciego de nacimiento es el personaje que orienta la semana: ver la luz, renacer a la claridad y vivir como hijos de la luz es el gran mensaje de la semana.

            La quinta semana es la semana de la vida. “Yo soy la resurrección y la vida”, dice Jesús; quién cree en mí, aunque haya muerto vivirá.

            Dios es el Dios de la vida, y en la persona de su Hijo Jesucristo, ha venido para que tengamos vida y la tengamos en plenitud.

            Esto nos tiene que hacer luchar con fuerza por todas las víctimas de la cultura de la muerte: los ancianos abandonados y solos, los niños abandonados por la guerra o por el hambre, los no nacidos, las mujeres maltratadas. Tantos y tantas sin una vivienda digna, sin un trabajo estable. Tantos y tantas viviendo, durmiendo, muriendo, en la calle.

            En definitiva, en este tiempo santo de la cuaresma, se te grita con fuerza: “Levántate y anda”. Cambia el mundo. Recorre el camino de la misericordia. Revitaliza tu bautismo. Abre los ojos, ilumínate e ilumina al otro. Vive y defiende la vida.

            Sólo así no buscarás más entre los muertos al que vive.

            Un abrazo a todos, y que este tiempo santo que comenzamos nos rejuvenezca en cuerpo y alma.

Tomás García Torres

 
SEMANA DE CENIZA

                La Cuaresma comienza al son de trompetas. Todo el pueblo es convocado al ayuno en la Iglesia, asamblea santa. Al final de la cincuentena pascual, el profeta Joel anunciará la efusión del Espíritu sobre “toda carne” (Pentecostés). El ayuno de la cuaresma no es una práctica de penitencia individual, sino una larga celebración en la que la Iglesia convoca a los hombres para que dejen que el Espíritu renueve sus corazones. Entonces, del polvo de nuestras cenizas brotarán la vida y la fiesta.

            Hoy debemos partir, recuperar nuestros orígenes nómadas, tomar el camino de la vida. Camino de cruz, hecho de humildad, desprendimiento interior, justicia y amor al hombre. Camino por el que la Iglesia va a la búsqueda del Esposo que le ha sido arrebatado, en el silencio del desierto y la verdad del corazón. Pero la fe sabe que la cruz anuncia la resurrección y que ninguna noche se prolonga sin desembocar en la aurora pascual. Los pecadores ya están invitados a la mesa mesiánica por aquel que ha venido a llamar a los enfermos y no a los sanos.

            ¿No debería ser nuestro ayuno, en el sentido estricto del término, un “ayuno eucarístico”, un despojarse de todo para, al fin, gustar la alegría de la mesa de la reconciliación? Mesa en la que el Esposo nos da ya el nuevo vino de la fiesta. El cristiano, cuando hace penitencia, conoce la paz interior de la vida y del perdón y, si va al desierto, es porque allí puede Dios hablar a su corazón; pero en el silencio, y en esta ausencia, que es la única que puede abandonar nuestro deseo.

            ¡Es hermoso ayunar para ti, Dios, vida nuestra, y dejar que el hambre profundice en nosotros el deseo de un mayor amor!

            Siguiendo a tu Hijo Jesús, iremos al desierto, y de nuestro despojo de cada día renacerá una humanidad nueva, fruto de la gracia y la pobreza.

            Bendito seas por la mesa del pan partido, donde son reconciliados los que se dan a ti sin  reservas. Y bendito sea el día en que tu Iglesia conozca con qué ternura la amas mientras camina por los duros senderos de la cruz.

 
 
5 DE MARZO 2014

MIÉRCOLES DE CENIZA

1ª Lectura: Joel 2,12-18

Rasgad los corazones y no las vestiduras.

Salmo 50

Misericordia, Señor: hemos pecado

2ª Lectura: 2 Corintios 5,20-6,2

Reconciliaos con Dios: ahora es tiempo favorable.

PALABRA DEL DÍA

Mateo 6,1-6.16-18

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan: Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre que ve en lo escondido, te recompensará.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Jesús dijo a sus discípulos:
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha,
para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”.

REFLEXIÓN

COMENZAMOS LA CUARESMA

                Con el Miércoles de Ceniza empezamos, un año más, la celebración de la Cuaresma. Toda la Iglesia está invitada a ponerse en camino hacia la Pascua con un corazón nuevo, con un corazón renovado. Los textos litúrgicos serán nuestra guía, nuestra compañía, en este tiempo santo. Tenemos que dejarlos hablar, para poder recoger su mensaje salvífico. Tenemos que estar abiertos a este “tiempo favorable”. Si de verdad nos implicamos en esta propuesta de conversión, en esta aventura de gracia, si de verdad nos reconciliamos con Dios, será un camino de liberación y de vida renovada.

LOS GRITOS DE LA CUARESMA

Los textos bíblicos que la liturgia nos ofrece en este primer día de la Cuaresma, nos invitan a la conversión, a centrarnos en lo esencial, a preguntarnos por qué, tan a menudo, cosas sin importancia, pasan a ser importantes en nuestra vida hasta el punto de distraernos de las relaciones con Dios, con los hermanos, y de descentrarnos a nosotros mismos.

El profeta Joel llama al pueblo a la conversión interior y sincera, a huir de la ritualidad puramente externa, con frases como éstas: “Convertíos a mí de todo corazón…”  “Rasgad los corazones, no las vestiduras”.
 
En el salmo, en sintonía con las lecturas, cantamos: “…por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado…, crea en mí un corazón puro…, renuévame por dentro con espíritu firme, no me arrojes lejos de tu rostro…”, “no me quites tu Santo Espíritu”, “devuélveme la alegría de tu salvación…
 
Pablo describe la salvación como gracia, como don gratuito que hemos de acoger, y nos invita: “os pedimos que os reconciliéis con Dios”.

TRES PUNTOS IMPORTANTES A TENER EN CUENTA

             Piedad auténtica: limosna, oración, ayuno. Esto nos remarca el texto evangélico de hoy, en la sección central del Sermón de la Montaña de San Mateo. Aquí Jesús exhorta a una espiritualidad auténtica.

          Cuaresma, tiempo de gracia y de reconciliación. El protagonismo de este tiempo no lo tienen nuestras obras, por muy buenas que sean, sino la gracia de Dios. En el centro de la reconciliación de Dios con el hombre y del hombre con Dios está la obra de Cristo: “Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios”. Cada uno de nosotros ha de sentirse acogido por Dios, tal como lo expresa Pablo en este texto, cuando cita a Isaías 49,8: “en tiempo favorable te escuché, en día de salvación viene en tu ayuda”. La conclusión que saca el apóstol conviene que tenga eco a lo largo de toda nuestra vida: “Ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la salvación”.

          Al final, dominando todo el horizonte, la Pascua. En ningún momento de estos cuarenta días, debemos olvidar la meta a la que nos conduce: la Pascua. Las oraciones litúrgicas de estos días, van a incidir en ello: “Que, fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual de tu Hijo…”, “…concédenos, por medio de las prácticas cuaresmales, el perdón de los pecados; así podremos alcanzar, a imagen de tu Hijo resucitado, la vida nueva de tu reino…”.

Esto es lo que hemos dicho a nuestro Padre Dios este Miércoles de Ceniza, ahora es una nueva oportunidad, tal como nos ha recordado Pablo. Cuando se trata de avanzar en la conversión del corazón partimos del protagonismo del Padre que nos ha regalado su gracia. Es la gracia, derramada en nuestro corazones con el Espíritu que se nos ha dado, la que nos capacita para amar tal como Jesús amó, para actuar con misericordia, para dar ternura, para orar con confianza, para ser sencillos, para perdonar a quien nos ha ofendido, para reconocer la propia pequeñez, para ayudar con más desprendimiento, para ser más compasivos con nuestros hermanos más necesitados, los más pobres, los enfermos, los ancianos, los niños… y tantas y tantas maravillas, que la gracia de Dios nos permite realizar.

Por tanto una llamada al arrepentimiento, a convertirnos al Dios del amor y el perdón, que  ha hecho su obra en Jesucristo. Es un tiempo favorable para la reconciliación, como nos ha recordado Pablo en la segunda lectura.

La Iglesia nos propone los tres gestos tradicionales: la oración, el ayuno y la limosna. Son  los signos de la conversión en los tres ámbitos de nuestra vida.

          LA ORACIÓN: Momento tranquilo de nuestra comunión con Dios, para escuchar su Palabra y para depositar nuestra confianza en Él, en un mundo que ignora la oración y se olvida de Dios.

          EL AYUNO: Esfuerzo de austeridad personal en la comida, en los gastos, en la ostentación exterior, en un clima social tan inclinado a valorar la riqueza y el poder.

          LA LIMOSNA: Signo de la generosidad hacia los demás, especialmente a los más necesitados.

Sin olvidar el acento evangélico: lo que importa es el corazón abierto y sincero: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos…”, hemos escuchado en el evangelio.

            Toda la Cuaresma será la contemplación del camino de Jesús y el impulso para todos nosotros por hacerlo con él, como aprendizaje de la vida verdadera.

            La ceniza de este miércoles es ya ceniza de resurrección. Dios es capaz de sacar vida de la muerte y resurrección de las cenizas, como brota la espiga del grano que muere en la tierra.

Este tiempo de Cuaresma es una nueva oportunidad para aprovechar al máximo la gracia de Dios, y trabajar para que por fin, la Pascua de la justicia, del amor y de la paz,   llegue a todos. Para que por fin todas las armas se conviertan en rosas, todas las alambradas de espinas, en setos verdes y floridos, todas las cruces en luces de la aurora, todos los muros que dividen, en arcoíris, que hombres, mujeres y  niños puedan vivir sin sobresaltos.

Comencemos, hermanas y hermanos y vivámosla intensamente, vivámosla como rejuvenecimiento interior, que podamos renacer en espigas de primavera en la mañana santa de la Pascua.

ENTRA EN TU INTERIOR

            La gracia de Dios nos permite enternecer nuestros corazones y escuchar la Palabra de Dios. Precisamos, sin embargo, de una actitud humilde a fin de acoger los dones de Dios, tener aquella confianza en los hijos que esperan las caricias de sus padres. Nosotros también esperamos que nos llegue la ternura de Dios, sus caricias manifestadas en los sacramentos, en su Palabra, en las personas, en los hechos cotidianos, en los que sufren.

            Sé, Señor, que ahora es el momento de colaborar contigo para hacer posible mi cambio. La Cuaresma quiere recordarme que tengo que hacer algo, aunque sea poco.

ORA EN TU INTERIOR

                Dar limosna, o lo que es lo mismo, cambiar mi ideal de tener por el de compartir. Y esto será posible, Señor, si como me dice San Pablo, comienzo a considerar a los demás, sobre todo a los más pobres y necesitados, como superiores a mí.

            Quiero, Señor, poner amor en todas las exigencias cuaresmales, aunque sean difíciles, pero sé que si pongo amor, seguramente se transformarán en momentos de gozo.

ORACIÓN FINAL (Salmo 50)

                Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

 Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.

 En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con agua: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.

 Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.
 

6 DE MARZO

JUEVES DESPUÉS DE CENIZA

PALABRA DEL DÍA

Lc 9,22-25

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Y, dirigiéndose a todos, dijo: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?”

 

REFLEXIÓN

            Después de anunciar Jesús su pasión, muerte y resurrección, viene a decir a sus discípulos que ser cristiano tiene un alto precio, no es un título honorífico. He aquí las condiciones para su seguimiento: “El que quiera seguirme, que se niegue así mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará”.

            Este es el secreto de la Cuaresma, perder la vida para ganarla, como Cristo, en plena solidaridad con él. Hemos comenzado el camino hacia la Pascua, Jesús nos dice, que para alcanzar esa meta con él hemos de renunciar a algo; más aún, hemos de renunciar a nosotros mismos.

            En el horizonte de la Cuaresma hay que situar la Pascua como meta y punto de referencia. El camino hacia ese objetivo  tiene un doble acento sacramental: la penitencia y el bautismo, Los tres grandes sacramentos de la renovación cuaresmal son el bautismo, la reconciliación y la eucaristía, porque los tres son eminentemente sacramentos pascuales.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

            Dios de la vida, mañana siempre amanecida de nuevo, te pedimos comprender ya al principio de la Cuaresma el secreto del seguimiento de Cristo, tu Hijo: autorenuncia y sacrificio para ganar la vida con él.

            Sabemos que la cruz es semilla de resurrección, de vida; haz que la llevemos cada día en  unión con Cristo. Preferimos la vida a la muerte, la gloria a la nada. No permitas, Señor, que sigamos el camino equivocado. Ser cristiano tiene un precio, y lo pagaremos gustosos.

            Haz, Señor, que sepamos profundizar en nuestro bautismo, que seamos capaces de dar muerte al pecado para vivir para ti.

            ¡Ayúdanos, Señor, con la fuerza de tu Espíritu!. Amén.

 
 


7 DE MARZO

VIERNES DESPUÉS DE CENIZA

PALABRA DEL DÍA

Mt 9,14-15

“En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?”. Jesús les dijo: “¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán”.

REFLEXIÓN

EL AYUNO QUE DIOS QUIERE.

Una pregunta malintencionada: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?”. Jesús, que había ayunado durante cuarenta días en el desierto, responde: “¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos?”. No se estila ayunar en las bodas. Jesús es el novio de los esponsales de Dios con su nuevo pueblo y con la nueva humanidad de los tiempos mesiánicos, inaugurado por el reino de Dios en la persona de Cristo. “Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán”, concluye Jesús. Cuando les falte el novio –alusión probable a la muerte violenta de Jesús-, entonces ayunarán sus amigos y discípulos. Es decir, el sentido figurado del ayuno, sufrirán tristeza y desolación, dificultades y persecución por serle fieles en la misión recibida. Pero  a partir de Jesús, cumplido el tiempo de la espera, el ayuno no tendrá el mismo significado de antes.

No olvidemos que el ayuno que el Señor quiere es la conversión a él y al amor de los hermanos, es el ayuno del egoísmo, compartiendo con los demás lo que se tiene.

ENTRA EN TU INTERIOR

            Aunque se haya mitigado el ayuno de alimentos, no se ha mitigado el ayuno del vicio y del pecado, de la soberbia y de la lujuria, de la obsesión de tener y gastar: San Agustín decía; “Para  ayunar de veras hay que abstenerse, antes de nada, de todo pecado”.

            Y de acuerdo con el precioso texto del profeta Isaías que nos ofrece la liturgia hoy, no olvidemos un vicio del que hemos de ayunar siempre, y más en Cuaresma: la fiebre del consumismo. Porque es una bofetada a tantos hermanos y hermanas nuestros que padecen necesidad.

            “El ayuno que Dios quiere es este: partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne”

ORA EN TU INTERIOR

            Gracias, Padre, por este tiempo de conversión, de cambio. Te bendecimos por Cristo, en quién brilla la esperanza. Te alabamos por el Espíritu que viene a renovarnos en santidad.

            Haz, Señor, que comprendamos que el ayuno que a ti te gusta es compartir lo nuestro con los hermanos que pasan necesidad.

ORACIÓN FINAL

            Te pedimos por los que malogran su vida amontonando cosas: que descubran el valor de la pobreza, que sean capaces de cambiar el deseo de poseer, de tener, por el anhelo de compartir. Te encomendamos a los que carecen aún de lo necesario para vivir con dignidad, que encuentren la ayuda de una mano generosa. Amén.

8 DE MARZO

SÁBADO DESPUÉS DE CENIZA

PALABRA DEL DÍA

Lc 5,27-32

“En aquel tiempo, Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: “¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?”. Jesús les explicó: “No necesitan médicos los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan”.

REFLEXIÓN

            Muy de acuerdo con el pensamiento profético, Jesús desconfía de una religión que coloca el acento en el culto.

            Porque un culto vacío no sirve de nada. Jesús coloca el acento en la misericordia, interpretada como una señal de acogida para los pecadores. Con su lenguaje, casi permanentemente paradójico, Jesús elige a los pecadores y rechaza a los justos, como si se empeñara en escandalizar nuestra sensibilidad.

            Aunque el concepto de justo para nosotros no es el mismo que el de Jesús.

            Nos llama la atención en primer lugar que son los pecadores los privilegiados en el Reino de Dios. Es Leví, un pecador público, vendido al poder extranjero y extorsionador de su propio pueblo, quien es llamado para formar parte del grupo apostólico. Y son pecadores los que se sientan a la mesa con Jesús.

            Pero estos pecadores no se trata de personas que han cometido tal o cual pecado, sino de personas que viven al margen de las prácticas religiosas reconocidas   por los escribas y fariseos, son los que desafían a la institución religiosa, mereciendo, por lo tanto, su condenación.

            Esta situación los predispone a revisar su vida con más libertad, viéndose a sí mismos en cuanto personas y no como meros miembros de una institución religiosa.

            Si no nos reconocemos como pecadores, podremos pertenecer a una institución religiosa, pero no al reino anunciado por Jesús.

            Declararnos pecadores ante Dios es, simplemente, presentarnos ante él tal cual somos. Aunque pertenezcamos formalmente a la Iglesia por el bautismo, no consideremos ese lazo jurídico como un salvavidas o un certificado de buena conducta.

            Jesús no sólo llama a los pecadores a su mesa, sino que deja a un lado a los justos. Llama irónicamente justos a los que cumplían estrictamente los mandatos de la institución religiosa, creyendo, por eso mismo, que su salvación estaba asegurada y que Dios debía sentirse obligado a compensar sus buenos servicios.

            Jesús, en el llamado que hace a Leví, el futuro apóstol Mateo, manifiesta, una vez más, la coherencia de ese Dios fiel a sí mismo y al hombre. En la alianza definitiva de amor de Dios por el hombre, sellada en la sangre de Cristo en la cruz y todavía más en su resurrección quedó de manifiesto la decisión irrevocablemente amorosa del Padre por salvar al hombre, esto explica la afirmación de Jesús: No he venido a salvar a los justos sino a los pecadores.

            Todos quedamos incluidos en esta categoría de pecadores, puesto que ninguno de nosotros podemos alcanzar la salvación por méritos propios. Así que todos somos llamados como Leví a seguir a Jesús, es decir a convertirnos  en discípulos para aprender a vivir como hijos de Dios.

            Esto es lo que nos hace darnos cuenta que el culto, el ayuno, la misericordia que Dios quiere es otra cosa.

            En este aprendizaje de discípulos, tiene mucho que ver el trato permanente de Dios que nos permite el conocimiento que él quiere que tengamos de él. Este conocimiento no es meramente conceptual, no se trata de saber mucho sobre Dios, sino de vivir a Dios en la persona de su Hijo Jesucristo, con su mismo sentir y su mismo pensar.

            Cuando llegamos a un conocimiento auténtico de Dios es cuando empezamos a pensar como él piensa, a sentir como él siente, a hablar como él habla, a amar como él ama.

ENTRA EN TU INTERIOR

            “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”. Frase que los Fariseos, enfermos terminales de orgullo, autosuficiencia y desprecio de los demás, no debieron entender como dicha también para ellos. En todo caso, las afirmaciones de Jesús sobre la preferencia por los pecadores y marginados de la salvación, como en la parábola de la oveja perdida, no excluyen la atención y el amor a los demás, a todo el que con sinceridad de corazón busca y sigue a Dios, si bien entre cansancio y esperanzas, como hombres y mujeres débiles que son y somos todos.

            Jesús provocó intencionadamente el escándalo de los puritanos tomando partido por “las ovejas perdidas de la casa de Israel”, para dejar patente la misericordia de Dios, que incita a la conversión, acoge y perdona al pecador, es decir, a todos los hombres, a todos nosotros.

            En la última cena, Jesús lavará los pies de los pecadores. Enviado por Dios, sabe muy bien que el mal no cicatriza al instante,  y que los discípulos le negaron apenas terminada la cena. Pero también sabe muy bien que la salvación del hombre está en el amor. Y el amor sólo existe si se comparte la condición del otro, hasta darle una confianza sin medida. Y precisamente esto es lo que los judíos nunca podrán comprender. Jamás aceptarán comer con los pecadores… entonces, ¿para qué van a la mesa del Señor?

ORA EN TU INTERIOR

            Tú que sigues viniendo a llamar a los pecadores, líbranos de nuestra suficiencia, abre nuestros ojos al mal que nos roe.

            ¡Señor, ten piedad!.

            Tú pones la mesa del perdón y nosotros nos obstinamos en justificar nuestra conducta.

            ¡Señor ten piedad!

            Mira, somos publicanos y pecadores, pero tu amor nos ha seducido. Queremos vivir contigo.

            ¡Señor ten piedad!

            Dios santo, amor que no falla, mira nuestro egoísmo y nuestra pereza: ¡perdónanos y danos tu espíritu! Dios perfecto, misericordia infinita, mira nuestras divisiones y rencores: ¡sosiéganos y danos tu espíritu!

Dios vivo, Palabra de fuego en el corazón del hombre, mira nuestra oración que te implora: ¡santifícanos y danos tu espíritu!

ORACIÓN FINAL

            Dios de misericordia, gracias por tu cariño abrumador. Te bendecimos, Señor, porque en la vocación de Mateo diste pruebas de creer en el hombre, a pesar todo. Nosotros encasillamos fácilmente a los demás, pero tú brindas siempre una oportunidad de conversión.

            En este día tú me llamas también a mí personalmente. Quiero mejorar en esta cuaresma, quiero soltar lastre para seguirte con absoluta disponibilidad y alegría. Ábreme, Señor, los ojos para no excusar mi conducta y enséñame el camino para que siga tu verdad lealmente. Amén.

 

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