10 DE MARZO
LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Mateo 25,31-46
“En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando venga en su gloria el Hijo
del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y
serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un
pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las
cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid
vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde
la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me
disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.
Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te
alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te
hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel
y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “Os aseguro que cada vez que lo
hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Y
entonces dirá a los de la izquierda: “apartaos de mí, malditos, id al fuego
eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me
disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me
hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me
visitasteis”. Entonces también estos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con
hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”.
Y él replicará: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de estos,
los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo”. Y estos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”.
REFLEXIÓN
La escena del juicio final, en que Cristo
aparece como rey, pastor y juez, es la cumbre de la perspectiva escatológica
del Reino de Dios. Cristo Jesús, que nos ha liberado del pecado y de la muerte,
es la primicia de la nueva humanidad de los resucitados. Él es el pastor que
guía al Pueblo de Dios y hace justicia siguiendo el código del amor a los
hermanos más humildes con quienes Él se identifica.
Esta parábola del juicio final, es
exclusiva de Mateo y se aplican a Jesús títulos cristológicos tales como Hijo
del hombre, Rey, y Señor. Es la descripción de un grandioso cuadro
apocalíptico.
El criterio de examen para el
juicio no será otro que el amor al hermano. Se cumple aquello de san Juan de la
Cruz: “En el atardecer de la vida seremos examinados de amor”. El hecho de que
Cristo se identifique con los pobres, los marginados y los que sufren, y además
les llame sus hermanos menores, nos descubre cuán lejos está de la doctrina y
conducta de Jesús toda idea triunfalista. Lo que él dijo fue:
“Sabéis que los jefes de los pueblos
los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Pues no será así entre vosotros.
El que quiera ser grande, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el
primero, que se haga vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido
para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc
10,42-44; Mt 20,25-28).
Las enumeraciones de obras de
caridad, o esas seis maneras de manifestar el amor al prójimo, no tienen
carácter de elenco exhaustivo y menos aún exclusivo. No se excluyen, sino que
se dan por supuestos, otros puntos básicos de la enseñanza de Jesús y las
realidades que dimanan de la vivencia del misterio de Cristo y de la condición
cristiana: la fe, la conversión, las bienaventuranzas, los mandamientos, la
filiación divina, la gracia y amistad de Dios, las actitudes interiores, la
conducta moral, el culto religioso. Al hacer gravitar el juicio sobre el amor
al hermano necesitado, se produce una concentración en la realidad cristiana
fundamental que lo engloba todo; el amor. “Amar es cumplir la ley entera”, le
dice Pablo a los cristianos de Roma.
No, no es el amor al prójimo,
exclusivo del cristiano, aunque sea lo que definitivamente nos salve. El
heredero del Reino y de la vida eterna es cualquier hombre o mujer que ama al
prójimo, hace el bien y practica la justicia; como lo es todo el que vive las
bienaventuranzas. Aunque no sea
cristiano ni conozca a Cristo expresamente, lo que pasa, que el cristiano que
conoce el mensaje de Jesús, no tiene excusa.
En la sentencia del juicio final
Cristo rompe una vez más –como lo hizo en el Sermón de la Montaña- el círculo
cerrado del prójimo tal como lo entendía la antigua ley mosaica. Todo hombre es
mi prójimo, mi hermano; y no sólo el pariente o el connacional. Y cuanto más
necesitado, es más prójimo y más hermano, porque en su rostro brilla más
claramente la imagen de Jesús. En el Discurso evangélico del Monte la
motivación para el amor, incluso al enemigo, era la santidad y perfección de
Dios Padre; aquí es la identificación del prójimo necesitado con Cristo Jesús,
Hijo del Padre.
Se diría que en la sentencia del
juicio y en la razón que la motiva oímos en labios de Jesús un eco de las
bienaventuranzas: Venid, benditos de mi Padre…”, o de las malaventuranzas:
“Apartaos de mí, malditos”.
El Reino de Dios, aun siendo
escatológico, está presente en nuestro mundo desde la venida de Jesús, si bien
todavía no se ha manifestado en toda su plenitud. Así también el juicio
escatológico de Cristo está ya realizándose en el presente de nuestra vida. El
dictamen final no será más que hacer pública la sentencia que día a día vamos
pronunciando nosotros mismos con nuestra vida de amor o desamor, que anticipa
el desenlace.
Herederos del Reino de Dios son los
que aman al hermano, especialmente al que sufre por una u otra causa. No es la
ideología ni las palabras lo que salva o condena, sino las obras. Jesús lo
advierte: “No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los
cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21). “La señal por la
que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros” (Jn
13,35).
Abundando en lo mismo, he aquí la
razón que hoy nos da Jesús: lo que hacéis a los demás, conmigo lo hacéis. Dios
está presente en nuestros hermanos. El prójimo es el camino para conocer y amar
a Dios, aunque de primeras, muchas
veces, quizá la mayoría, la cara del hermano no parezca reflejar la imagen de
Dios. Pero no puede cabernos duda.
El tema es tan vital para nuestra
vida cristiana que he querido detenerme un poco más en la reflexión, porque hoy
se nos pide realizar una conversión a lo esencial del cristianismo: el amor,
para no perdernos en lo periférico, en lo devocional, ni siquiera en lo cultual
solamente. Amar al prójimo dándole de comer y de beber, hospedándolo y
vistiéndolo, visitando al enfermo o al encarcelado, es lo que Dios nos pide, lo
que nos identifica como discípulos de Jesús. Amar es el mandamiento que
condensa toda la ley de Cristo. De tanto oírlo y saberlo de memoria puede ser
que nos resbale o que lo olvidemos, perdidos en una maraña de normas y
prohibiciones, preceptos y devociones.
ENTRA EN
TU INTERIOR
Seremos juzgados según la
aceptación o el rechazo de Cristo a quien no vemos en carne y hueso, pero que
se identifica con cuantos sufren en la tierra de los hombres. El prójimo es así
la pantalla de nuestra vida, el video para leer nuestra conducta, el espejo
para recomponer nuestra figura cristiana, porque “quién no ama a su hermano, a
quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4,20).
La sensibilidad y solidaridad
efectivas ante el dolor ajeno son, el termómetro de nuestro cristianismo.
No basta una acción caritativa que
por sistema se limitará tan solo a la limosna, que por otra parte solo sirve
para tranquilizar nuestra conciencia la mayoría de las veces. La acción
caritativa asistencial sirve para situaciones límite e inaplazables. Pero para dar de comer al hambriento hoy, mañana y
pasado, hay que dar trabajo al parado, hay que transformar las estructuras
sociales injustas de modo que el necesitado se sienta liberado de su pobreza y
promocionado como persona libre.
El cristiano que se inhibe ante los
problemas sociales y las múltiples necesidades de su entorno, pensando que ese
no es asunto suyo, olvida que el hombre es un ser que vive en sociedad y por
tanto cualquier acción humana, incluidas la abstención u omisión, tiene,
necesariamente, repercusiones sociales.
ORA
EN TU INTERIOR
El culto eucarístico debe reflejar
el culto de nuestra vida, y al revés; porque se necesitan mutuamente. El culto
completo del discípulo de Cristo se expresa en la solidaridad con el pobre, el
que sufre, el hermano menor de Jesús. Esta es la religión que acepta el Señor.
Al iniciar cada eucaristía hemos de
examinarnos del amor, antes de presentar la ofrenda ante el altar. Este examen
de amor es vigilancia escatológica. El ver como lejano el juicio último es un
engaño, porque está ya presente. Por eso en cada eucaristía que celebramos
hemos de repetir conscientemente, y hoy más que nunca en nuestra profesión de
fe, el Credo: “Creemos que el Señor vendrá” de muevo con gloria para juzgar a
vivos y muertos; y su reino no tendrá fin”.
ORACIÓN
FINAL
Señor, Dios nuestro, ¡qué lejos nos
vemos de tu santidad! Tú eres fuego, luz, amor, ternura y misericordia; y
nosotros somos fríos, egoístas, violentos y vengativos.
No obstante, tú nos quieres a todos
tal como somos y nos mandas amarnos unos a otros como Cristo nos amó.
Nos cuesta mucho, Padre, ver a Jesús
en los pobres, en los marginados, en los ancianos solos, en los niños
abandonados, en las mujeres maltratadas, en las familias rotas, en los
emigrantes, en los diferentes.
Haznos ver en ellos la cara oculta del Cristo sufriente.
Enciende nuestros corazones con el
fuego de tu palabra y danos tu espíritu de amor que nos transforme por completo
para que, amando a todos, merezcamos aprobar tu examen final de amor.
Padre bueno, que no tenga que
decirte: ¿Cuándo te he visto hambriento o sediento, o forastero o desnudo, o
enfermo o en la cárcel y no te asistí?, porque así no tendré que escuchar
aquello de que cuando no he sabido ver a uno de tus pequeños, tampoco he sabido
verte a ti en ellos.
Que pueda escuchar las palabras
salvadoras: “Ven, bendito de mi Padre, hereda el reino que tenía preparado para
ti desde la creación del mundo, porque tuve hambre y mediste de comer, tuve sed
y me diste de beber, era forastero y me hospedaste, desnudo y me vestiste, enfermo
y me visitaste, en la cárcel y fuiste a
verme”. Amén.
11 DE MARZO
MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Mt 6,7-15
“En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando recéis, no uséis muchas
palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán
caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes
de que lo pidáis. Vosotros rezad así: “Padre nuestro del cielo, santificado sea
tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo,
danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues
nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la
tentación, sino líbranos del Maligno”. Porque si perdonáis a los demás sus
culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas”.
REFLEXIÓN
“Vosotros rezad así”. Es
importante anotar que este pasaje evangélico viene enmarcado en las enseñanzas
de Jesús para encontrar una piedad verdadera, basada en la autenticidad de la
limosna, la oración y el ayuno. Respecto a la oración, no sólo nos advierte
contra la palabrería hueca, la hipocresía de pretender engañar a Dios y la
altanería de creerse buenos, sino que nos ofrece el qué y el cómo: “Vosotros,
rezad así•. Y le sale a Cristo una maravilla, la oración más preciosa de todos
los tiempos, el padrenuestro.
De su inagotable contenido, uno es
fundamental, abrirse a Dios en la oración, es abrirse juntamente a los
hermanos. Quien llama a Dios “Padre” debe llamar a los hombres “hermanos”.
Quién pide su Reino, pide y se compromete por
la paz y la justicia para todos. Quien pide su pan lo pide para todos y
lo comparte con todos. Quien pide su perdón lo pide también al hermano a quien
ha ofendido y lo otorga a quien ha faltado contra él.
Por
eso sobra las palabrerías, solo es necesaria la confianza: “Pues vuestro Padre
sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así: Padre…”.
Es hermoso comenzar así. Padre no es
un título honorífico ni majestuoso. Es la invocación confiada del hijo. Jesús
era enemigo de los grandes títulos, por eso nos dijo: “A nadie llaméis Padre,
ni maestro, ni señor, porque uno solo es vuestro Padre el del cielo, y uno solo
es vuestro maestro, Cristo”.
Jesús entiende como hijos de Dios a
los pequeños y a los pobres, a los sinceros y a los humildes de corazón. No se
nace hijo de Dios por pertenecer a una raza o a un pueblo, como creían los
judíos, sino por tener un corazón de niño. Por tanto, Dios es Padre de todos,
pero más que padre, se hace padre en la medida en que crea en nosotros un
corazón nuevo.
El hijo por excelencia es Jesús
porque cumplió, hasta el final, la voluntad del Padre. Y en la medida en que
nosotros cumplimos su palabra y practicamos su evangelio, nos hacemos hijos de
Dios. Es entonces cuando decimos padre con confianza, sin miedo, serenamente. Y
en esa palabra lo decimos y expresamos todo, por eso no es necesario
presentarnos ante Dios con una larga lista de peticiones, él sabe lo que
necesitamos antes que se lo pidamos.
Rezar es sentir la alegría de estar
con Dios, palpando su compañía en la calidez de los hermanos.
“Santificado sea tu nombre…”. Dios
es santo y esta es la razón que tenemos los cristianos para aspirar a la
santidad, como Dios dijo a pueblo en el desierto: “Seréis santos. Porque yo el
Señor, vuestro Dios, soy santo”.
Con la expresión santificado sea tu
nombre, le decimos a Dios que se manifieste a nosotros, que se nos muestre como
nuestro Dios y nuestro Padre, que no se quede oculto, que queremos verle y
conocerle tal cual es. Padre, Señor, Vida, Amor y Salvación.
“Venga tu reino…” El Reino no es un
lugar geográfico, sino que es el mismo Dios en cuanto reina o vive
manifestándose en medio de los hombres.
Danos hoy el pan nuestro de cada
día…” En lenguaje bíblico el pan
significa todo lo que el hombre necesita para vivir: alimento, techo, cultura,
educación, salud, trabajo, libertad.
Y decimos “danos” y no “dame”,
porque no puede haber verdadera oración
mientras no incluyamos a toda la humanidad en la mesa del pan. El pan que
compartimos con los que no lo tienen es el signo evidente y práctico de que ya
viene el Reino de Dios y su justicia.
“Perdónanos nuestras ofensas, pues
nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido…” Nadie puede arreglar sus
cuentas con Dios si no las arregla con el hermano. Recuerda lo que debes de
hacer cuando vayas a presentar tu ofrenda ante el altar, y te acuerdes allí que
algún hermano tiene algo contra ti.
“No nos dejes caer en la
tentación…”. Cuando nos decidimos a vivir según la palabra de Dios, según el
evangelio, inevitablemente será probado en la misma vida: hay pruebas en el
matrimonio, en la vida sacerdotal y religiosa, en el quehacer político, etc.
El creyente termina su oración con
una petición que es también una voz de alarma. No caer en la trampa; y se
dirige a Dios que está a nuestro lado para decirnos como al paralítico:
“levántate y anda”
ENTRA
EN TU INTERIOR
Dios nos hace hijos suyos por la fe
en Cristo, por el bautismo y por el Espíritu de filiación que derrama en
nuestros corazones: “Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos
de Dios, pues lo somos”…
Por ser hijos de Dios somos hermanos
de Cristo y de los hombres. Nuestra oración no puede menos de expresar esta
doble condición: la paternidad de Dios sobre nosotros y nuestra fraternidad
respecto de los demás. Porque tenemos un Padre común, todos somos hermanos. Con
san Pablo podemos repetir: “Doblo mis rodillas ante el Padre de quien toma
nombre toda familia en el cielo y en la tierra” (Ef 3,14). Fe y confianza, amor
y humildad, filiación y fraternidad se dan cita en la oración incombustible del
padrenuestro.
ORA EN TU
INTERIOR: (PARÁFRASIS DEL PADRENUESTRO DE SAN FRANCISCO DE ASÍS).
¡Santísimo
Padre nuestro: creador, redentor, consolador y salvador nuestro!
Qué
estás en los cielos: en los ángeles y en los santos; iluminándolos para
conocer, porque tú, Señor, eres la luz; inflamándolos para amar, porque tú
Señor, eres el amor; habitando en ellos y colmándolos para gozar, porque tú,
Señor, eres el bien sumo, eterno, de quien todo bien procede, sin quien no hay
bien alguno.
Santificado
sea tu nombre: clarificada sea en nosotros tu noticia, para que conozcamos cuál
es la anchura de tus beneficios, la largura de tus promesas, la altura de la
majestad y la hondura de tus juicios (Ef 3,18)
Hágase
tu voluntad, como en el cielo, también en la tierra: Para que te amemos con
todo el corazón (Lc 10,27), pensando siempre en ti; con toda el alma,
deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones
a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, empleando todas
nuestras energías y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio, no de otra
cosa, sino del amor a ti; y para que amemos a nuestros prójimos como a nosotros
mismos, atrayendo a todos, según podamos, a tu amor, alegrándonos de los bienes
ajenos como de los nuestros y compadeciéndolos en los males y no ofendiendo a
nadie.
El
pan nuestro de cada día: tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, dánosle hoy:
para que recordemos, comprendamos y veneremos el amor que nos tuvo y cuanto por
nosotros dijo, hizo y padeció.
Y
perdónanos nuestras deudas: por tu inefable misericordia, por la virtud de la
pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen
y de todos tus elegidos.
Así
como nosotros perdonamos a nuestros deudores: y lo que no perdonamos
plenamente, haz tú, Señor, que plenamente lo perdonemos, para que por ti,
amemos de verdad a los enemigos y en favor de ellos intercedamos devotamente
ante ti, no devolviendo a nadie mal por mal (1 Tes 5,15), y para que procuremos
ser en ti útiles en todo.
Y
no nos dejes caer en tentación: oculta o manifiesta, imprevista o insistente.
Más
líbranos del mal: pasado, presente y futuro.
AMEN.
12 DE MARZO
MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Lucas 11,29-32
“En
aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles:
“esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará
más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de
Nínive, lo mismo será el Hijo del Hombre para esta generación, la reina del sur
se levantará y hará que los condenen;
porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la
sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Cuando sea juzgada
esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen;
porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es
más que Jonás.”
REFLEXIÓN
Signos y señales. Por lo visto en
ese aspecto el mundo no ha cambiado demasiado. El hombre busca signos y señales
de lo sobrenatural, de lo trascendente, de Dios. Como queriendo que Dios nos
obligue a creer. Como si una madre tuviera que obligar a que sus hijos la
quisieran. Como si su beso tierno de la noche no fuera signo suficiente y
sobrado de todo el amor derrochado durante el día. El beso tierno del amor
infinitivo con que Dios nos quiere es Jesucristo, muerto y resucitado. No puede
haber prueba mayor. A ello se refiere Jesús cuando alude al signo de Jonás. San
Mateo lo explica algo más que san Lucas: “Tres días y tres noches estuvo Jonás
en el vientre del cetáceo; pues tres días y tres noches estará el Hijo del
hombre en el seno de la tierra”. Es el signo supremo del amor de Dios: ¡hasta
la muerte y hasta la vida!.
Jesús se presenta como el Hijo del
Hombre. Y acabará en la cruz. Si hoy volviera a nuestras ciudades y pueblos,
todo volvería a empezar del mismo modo, menos para algunos originales que le
seguirían, entregándole su fe. Y si resucitase, todas las ciencias del mundo se
reunirían para estudiar el caso… Serían prudentes, pedirían tiempo… y algún milagro suplementario, para
complementar su información. La fe que discute no es fe. Dios no se somete a
nuestros análisis. Dice ¡Ven…inmediatamente!• Dios pasa, y mañana es demasiado
tarde.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
La misericordia de Dios es el verdadero
signo, el verdadero motivo de nuestra vuelta a sus brazos. Porque nos ama con
ternura. Nos ama con un amor de predilección. Hasta entregarnos a su Hijo,
Jesucristo, muerto y resucitado, como signo supremo de su amor y como
invitación enternecedora a la
conversión.
Debemos renovar ese signo maravilloso del
amor de Dios: la muerte y resurrección de Cristo. Dios nos ofrece su ternura y
misericordia. Dejémonos querer por Dios. Y respondamos con sincero
arrepentimiento expresándole nuestro deseo de volver a él de todo corazón.
Dios nos ha dado su signo de amor. Ahora
nos toca corresponder con el nuestro que no puede ser otro que el mismo de
Jesús: morir a nosotros mismos, a nuestro egoísmo, nuestro mal carácter,
nuestro orgullo, y resurgir a la entrega, a la bondad y sencillez en nuestro
trato con los hermanos.
ORACIÓN
FINAL
Te bendecimos, Señor, porque sin forzar
la mano y respetando siempre la libertad que tu nos diste sabes esperar
pacientemente nuestra respuesta de hijos y no de esclavos que se doblegan
abrumados por el poder.
Jesús es tu gran signo, la gran señal de
tu amor, una invitación constante a la
conversión de cada día. No tengas en cuenta nuestra incredulidad. Danos, Señor,
valentía para cambiar por dentro, danos un corazón nuevo para alabar tu nombre
y manifestar en nuestra vida la resurrección de Cristo, sin avergonzarnos de tu
cruz ante el mundo. Amén.
13 DE MARZO
JUEVES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Mateo 7,7-12
“En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Pedid y se os dará, buscad y
encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca
encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo
pan, le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente?
Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,
¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden! En
resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste
la Ley y los profetas”.
REFLEXIÓN
Orar es pedir, buscar, llamar a la
puerta. De día y de noche. Sin cansarse nunca. Siempre hay que orar, y hasta
tal punto que la oración se convierte en un estado y no sólo en una práctica
ocasional. Orar es un modo de ser delante de Dios. ¡Pero hay dos maneras de
insistir en la petición: la del importuno y la del enamorado! El primero sólo
piensa en sí mismo; el otro está fascinado, y lo daría todo por el tesoro que
ha descubierto. ¿Qué puerta se le cerrará? Si Dios espera de nosotros esta oración,
es porque él se presenta como el tesoro de los tesoros, como el amigo más fiel.
¡Un amor de segunda mano, que se da por nada, no es amor!
Nuestra actitud orante debe ser
“confianza”, “pedid y se os dará”, porque es Dios Padre quién nos conoce y escucha.
Pero apunta también a nuestra propia disponibilidad, a nuestro esfuerzo:
“Buscad y hallaréis” Y es que muchas veces en la oración tomamos conciencia de
nuestra responsabilidad, medimos nuestras posibilidades, encontramos caminos de
actuación. Además, Jesús nos abre a la colaboración con los demás en un doble
sentido: “Llamad y se os abrirá” –salir de nuestra cerrazón solitaria-; y
“tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. Una oración así nunca
falla. Si falla, nos enseña san Agustín a examinar a ver si no se debe a que
“no pides como debes o pides lo que no debes.
ENTRA EN
TU INTERIOR
Dios es tan bueno con nosotros que nos da
aun lo que no pedimos, ni muchísimo menos merecemos: la Eucaristía. A manos
llenas nos reparte el Señor el pan con el que comulga con nosotros y nos hace
comulgar con todos los hermanos.
Pero hay que pedir sin desfallecer, pues
quien capitula demasiado pronto demuestra que no tiene verdadera confianza.
Dios quiere que se busque, porque siempre está más allá de lo que esperamos.
Tenemos que llamar a su puerta durante mucho tiempo, porque dicha puerta se
abre sobre un infinito que nunca se alcanza del todo. La verdadera actitud ante
Dios –la oración en la vida- es la actitud del mendigo… un mendigo que se sabe
amado y llamado a la Vida.
ORACIÓN
FINAL (Sobre el Salmo 137)
Dios que te llamas Amor, amor eterno,
amor fiel y poderosa ternura, ¡te damos gracias de todo corazón!
¡A ti debemos lo que somos, y tu promesa
asegura nuestro porvenir! ¡Señor, no abandones la obra de tus manos! Dios que
lo conoces todo, Dios único, nunca se ha oído decir que hayas rechazado al que
te implora. ¡Bendito seas tú, a quien buscamos, porque te adelantaste tú a
venir hasta nosotros!
14 DE MARZO
VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Mateo 5,20-26
“En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si no sois mejores que los escribas
y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a
los antiguos: “No matarás”, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo
el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano
“imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “renegado”,
merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre
el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja
allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y
entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura
arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue
al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no
saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.”
REFLEXIÓN
“Se dijo (Dios dijo)… Pero yo os digo”. ¿Se
oponía Jesús a Dios? No a Dios, sino a la interpretación que los escribas
hacían de la Ley. De hecho, Jesús va más lejos que las escuelas rabínicas de su
tiempo: se sitúa al nivel del amor. A menudo, aferrarse a la ley es condenarse
a un mínimo sin vida. El mínimo no es el amor, es sólo su caricatura. El que se
contenta con la justicia de los fariseos –ya considerable- no ha descubierto
aún el camino del Reino. La ley prohibía el homicidio, y Jesús condena la
cólera. Además, no basta con expiar; y también hay que reconciliarse con el
hermano. ¿Cómo presentarse a la mesa de la reconciliación si el corazón sigue
lleno de resentimiento? El reino de Dios está ahí. Cuando llegue el Juez, no
hay que estar enfadado con el hermano.
Jesús se pone al nivel del amor, que es
el único camino del futuro humano. Prohíbe nutrir la cólera, insultar o
maldecir al otro, no para aumentar el peso de la ley, sino para abrir en
nuestras vidas un espacio de amor suficiente que permita avanzar con libertad.
Dios quiere que el hombre viva: quiere que seamos, los unos para los otros,
fuente de vida y de futuro.
ENTRA
Y ORA EN TU INTERIOR
“Deja tu ofrenda y reconcíliate con tu
hermano”. Hemos escuchado la llamada de Dios a la conversión. Hemos respondido
y le decimos que sí, que vamos a cambiar, que queremos volver a él. Está bien,
pero ahora ¿qué? Lo primero que se nos ocurre, naturalmente, es volver a su
ley, a sus caminos, y volver a su casa, al templo, al culto. Es en este momento
cuando aparece Jesús con la doble enseñanza del evangelio de hoy: cumplir la
ley, sí, evidente; pero no como los fariseos, externa, servil, sino en
espíritu, de corazón y con toda la amplitud de quien sabe que su ley suprema es
el amor. Volver al culto sí, estupendo; pero sabiendo que el abrazo de
reconciliación con Dios exige el abrazo de perdón y de reconciliación con el
hermano.
ORACIÓN
FINAL
Te doy gracias, Señor, porque me ofreces
el camino del perdón, de la
reconciliación y de la vida. Porque me das la oportunidad de dejar mi ofrenda e
ir a abrazar al hermano, como tú lo haces conmigo.
15 DE MARZO
SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Mateo 5,43-48
“En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: “amarás a
tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros
enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre
que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la
lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio
tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a
vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también
los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es
perfecto.”
REFLEXIÓN
Es hermosa la imagen del sol que
brilla para todos los hombres sin discriminar a nadie. Si Dios tuviera que castigar
cada vez a sus “enemigos”, ¡menudo lío! ¿Y qué pasa con nosotros? En el fondo
de la idea de castigo está la de una justicia del “ojo por ojo y diente por
diente”. Tal falta será reparada con tal sanción. Dios no es así: no castiga,
convierte. No pierde el tiempo en ver lo que pasa, va derecho al corazón.
“Vosotros, pues, sed perfectos…”. Y
la perfección se concreta en el perdón, que es el don por excelencia. Perdonar
es recrear, liberar, creer en el otro, abrirle la posibilidad de una nueva
vida. ¿Escuchará esta vez? ¿Todos nuestros enemigos se harán nuestros amigos en
la medida de nuestro perdón? Nada es menos cierto; pero lo que se nos pide es
que actuemos como Dios. El futuro es de él: no le cerremos la puerta con
nuestra dureza. Además, la historia de Dios con los hombres lo atestigua:
cuando el amor es totalmente desarmado, se convierte en lo que verdaderamente
desarma. Ahí está una ley nueva, la ley del Reino. Supone una mirada distinta
al mundo que sólo se comprende desde la fe. Pero, a este nivel, es la ley más
eficaz que jamás se haya imaginado. La ley del Dios vivo.
ENTRA
Y ORA EN TU INTERIOR
Jesús nos pide que el mal sea vencido por
el bien.
Jesús despliega, pues, un futuro. El
hombre que se encierra en el odio desea la eliminación de su enemigo. Si se
conmueve ante la bondad que se le testimonia, renunciará quizás al mal y se
volverá él mismo bueno. El bien habrá vencido al mal. El perdón abre un espacio
de libertad y postula una lógica distinta de la del mal.
“Sed perfectos como vuestro Padre
celestial es perfecto”. Aplicar el Evangelio a la perfección. Pero ¿no puede
ser descorazonador? ¿Quién puede llegar a conseguirlo? La perfección de Dios es
el amor, así es el que ama, de verdad.
ORACIÓN
FINAL
Señor, al final de cada Eucaristía nos
envías con un encargo: “Sed santos”. Quiero tomarme esto en serio y preocuparme
de lo que tú quieres. Amar generosamente en las mil ocasiones que me va
brindando el día. Al estilo de Cristo. Amén.
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