domingo, 9 de marzo de 2014

DEL LUNES AL SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA



 
10 DE MARZO

LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

PALABRA DEL DÍA

Mateo 25,31-46

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Y entonces dirá a los de la izquierda: “apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Entonces también estos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Y él replicará: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de estos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo”. Y estos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”.

REFLEXIÓN

La escena del juicio final, en que Cristo aparece como rey, pastor y juez, es la cumbre de la perspectiva escatológica del Reino de Dios. Cristo Jesús, que nos ha liberado del pecado y de la muerte, es la primicia de la nueva humanidad de los resucitados. Él es el pastor que guía al Pueblo de Dios y hace justicia siguiendo el código del amor a los hermanos más humildes con quienes Él se identifica.

            Esta parábola del juicio final, es exclusiva de Mateo y se aplican a Jesús títulos cristológicos tales como Hijo del hombre, Rey, y Señor. Es la descripción de un grandioso cuadro apocalíptico.

            El criterio de examen para el juicio no será otro que el amor al hermano. Se cumple aquello de san Juan de la Cruz: “En el atardecer de la vida seremos examinados de amor”. El hecho de que Cristo se identifique con los pobres, los marginados y los que sufren, y además les llame sus hermanos menores, nos descubre cuán lejos está de la doctrina y conducta de Jesús toda idea triunfalista. Lo que él dijo fue:

            “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Pues no será así entre vosotros. El que quiera ser grande, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, que se haga vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10,42-44; Mt 20,25-28).

            Las enumeraciones de obras de caridad, o esas seis maneras de manifestar el amor al prójimo, no tienen carácter de elenco exhaustivo y menos aún exclusivo. No se excluyen, sino que se dan por supuestos, otros puntos básicos de la enseñanza de Jesús y las realidades que dimanan de la vivencia del misterio de Cristo y de la condición cristiana: la fe, la conversión, las bienaventuranzas, los mandamientos, la filiación divina, la gracia y amistad de Dios, las actitudes interiores, la conducta moral, el culto religioso. Al hacer gravitar el juicio sobre el amor al hermano necesitado, se produce una concentración en la realidad cristiana fundamental que lo engloba todo; el amor. “Amar es cumplir la ley entera”, le dice Pablo a los cristianos de Roma.

            No, no es el amor al prójimo, exclusivo del cristiano, aunque sea lo que definitivamente nos salve. El heredero del Reino y de la vida eterna es cualquier hombre o mujer que ama al prójimo, hace el bien y practica la justicia; como lo es todo el que vive las bienaventuranzas.  Aunque no sea cristiano ni conozca a Cristo expresamente, lo que pasa, que el cristiano que conoce el mensaje de Jesús, no tiene excusa.

            En la sentencia del juicio final Cristo rompe una vez más –como lo hizo en el Sermón de la Montaña- el círculo cerrado del prójimo tal como lo entendía la antigua ley mosaica. Todo hombre es mi prójimo, mi hermano; y no sólo el pariente o el connacional. Y cuanto más necesitado, es más prójimo y más hermano, porque en su rostro brilla más claramente la imagen de Jesús. En el Discurso evangélico del Monte la motivación para el amor, incluso al enemigo, era la santidad y perfección de Dios Padre; aquí es la identificación del prójimo necesitado con Cristo Jesús, Hijo del Padre.

            Se diría que en la sentencia del juicio y en la razón que la motiva oímos en labios de Jesús un eco de las bienaventuranzas: Venid, benditos de mi Padre…”, o de las malaventuranzas: “Apartaos de mí, malditos”.

            El Reino de Dios, aun siendo escatológico, está presente en nuestro mundo desde la venida de Jesús, si bien todavía no se ha manifestado en toda su plenitud. Así también el juicio escatológico de Cristo está ya realizándose en el presente de nuestra vida. El dictamen final no será más que hacer pública la sentencia que día a día vamos pronunciando nosotros mismos con nuestra vida de amor o desamor, que anticipa el desenlace.

            Herederos del Reino de Dios son los que aman al hermano, especialmente al que sufre por una u otra causa. No es la ideología ni las palabras lo que salva o condena, sino las obras. Jesús lo advierte: “No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21). “La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros” (Jn 13,35).

            Abundando en lo mismo, he aquí la razón que hoy nos da Jesús: lo que hacéis a los demás, conmigo lo hacéis. Dios está presente en nuestros hermanos. El prójimo es el camino para conocer y amar a Dios, aunque  de primeras, muchas veces, quizá la mayoría, la cara del hermano no parezca reflejar la imagen de Dios. Pero no puede cabernos duda.

            El tema es tan vital para nuestra vida cristiana que he querido detenerme un poco más en la reflexión, porque hoy se nos pide realizar una conversión a lo esencial del cristianismo: el amor, para no perdernos en lo periférico, en lo devocional, ni siquiera en lo cultual solamente. Amar al prójimo dándole de comer y de beber, hospedándolo y vistiéndolo, visitando al enfermo o al encarcelado, es lo que Dios nos pide, lo que nos identifica como discípulos de Jesús. Amar es el mandamiento que condensa toda la ley de Cristo. De tanto oírlo y saberlo de memoria puede ser que nos resbale o que lo olvidemos, perdidos en una maraña de normas y prohibiciones, preceptos y devociones.

ENTRA EN TU INTERIOR

            Seremos juzgados según la aceptación o el rechazo de Cristo a quien no vemos en carne y hueso, pero que se identifica con cuantos sufren en la tierra de los hombres. El prójimo es así la pantalla de nuestra vida, el video para leer nuestra conducta, el espejo para recomponer nuestra figura cristiana, porque “quién no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4,20).

            La sensibilidad y solidaridad efectivas ante el dolor ajeno son, el termómetro de nuestro cristianismo.

            No basta una acción caritativa que por sistema se limitará tan solo a la limosna, que por otra parte solo sirve para tranquilizar nuestra conciencia la mayoría de las veces. La acción caritativa asistencial sirve para situaciones límite e inaplazables. Pero para dar de comer al hambriento hoy, mañana y pasado, hay que dar trabajo al parado, hay que transformar las estructuras sociales injustas de modo que el necesitado se sienta liberado de su pobreza y promocionado como persona libre.

            El cristiano que se inhibe ante los problemas sociales y las múltiples necesidades de su entorno, pensando que ese no es asunto suyo, olvida que el hombre es un ser que vive en sociedad y por tanto cualquier acción humana, incluidas la abstención u omisión, tiene, necesariamente, repercusiones sociales.

ORA EN TU INTERIOR

            El culto eucarístico debe reflejar el culto de nuestra vida, y al revés; porque se necesitan mutuamente. El culto completo del discípulo de Cristo se expresa en la solidaridad con el pobre, el que sufre, el hermano menor de Jesús. Esta es la religión que acepta el Señor.

            Al iniciar cada eucaristía hemos de examinarnos del amor, antes de presentar la ofrenda ante el altar. Este examen de amor es vigilancia escatológica. El ver como lejano el juicio último es un engaño, porque está ya presente. Por eso en cada eucaristía que celebramos hemos de repetir conscientemente, y hoy más que nunca en nuestra profesión de fe, el Credo: “Creemos que el Señor vendrá” de muevo con gloria para juzgar a vivos y muertos; y su reino no tendrá fin”.

ORACIÓN FINAL

            Señor, Dios nuestro, ¡qué lejos nos vemos de tu santidad! Tú eres fuego, luz, amor, ternura y misericordia; y nosotros somos fríos, egoístas, violentos y vengativos.

            No obstante, tú nos quieres a todos tal como somos y nos mandas amarnos unos a otros como Cristo nos amó.

            Nos cuesta mucho, Padre, ver a Jesús en los pobres, en los marginados, en los ancianos solos, en los niños abandonados, en las mujeres maltratadas, en las familias rotas, en los emigrantes, en los diferentes.

            Haznos ver en  ellos la cara oculta del Cristo sufriente.

            Enciende nuestros corazones con el fuego de tu palabra y danos tu espíritu de amor que nos transforme por completo para que, amando a todos, merezcamos aprobar tu examen final de amor.

            Padre bueno, que no tenga que decirte: ¿Cuándo te he visto hambriento o sediento, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistí?, porque así no tendré que escuchar aquello de que cuando no he sabido ver a uno de tus pequeños, tampoco he sabido verte a ti en ellos.

            Que pueda escuchar las palabras salvadoras: “Ven, bendito de mi Padre, hereda el reino que tenía preparado para ti desde la creación del mundo, porque tuve hambre y mediste de comer, tuve sed y me diste de beber, era forastero y me hospedaste, desnudo y me vestiste, enfermo y me visitaste,  en la cárcel y fuiste a verme”. Amén.

 
11 DE MARZO

MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

PALABRA DEL DÍA

Mt 6,7-15

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así: “Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno”. Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas”.

REFLEXIÓN

            “Vosotros rezad así”. Es importante anotar que este pasaje evangélico viene enmarcado en las enseñanzas de Jesús para encontrar una piedad verdadera, basada en la autenticidad de la limosna, la oración y el ayuno. Respecto a la oración, no sólo nos advierte contra la palabrería hueca, la hipocresía de pretender engañar a Dios y la altanería de creerse buenos, sino que nos ofrece el qué y el cómo: “Vosotros, rezad así•. Y le sale a Cristo una maravilla, la oración más preciosa de todos los tiempos, el padrenuestro.

            De su inagotable contenido, uno es fundamental, abrirse a Dios en la oración, es abrirse juntamente a los hermanos. Quien llama a Dios “Padre” debe llamar a los hombres “hermanos”. Quién pide su Reino, pide y se compromete por  la paz y la justicia para todos. Quien pide su pan lo pide para todos y lo comparte con todos. Quien pide su perdón lo pide también al hermano a quien ha ofendido y lo otorga a quien ha faltado contra él.

Por eso sobra las palabrerías, solo es necesaria la confianza: “Pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así: Padre…”.

            Es hermoso comenzar así. Padre no es un título honorífico ni majestuoso. Es la invocación confiada del hijo. Jesús era enemigo de los grandes títulos, por eso nos dijo: “A nadie llaméis Padre, ni maestro, ni señor, porque uno solo es vuestro Padre el del cielo, y uno solo es vuestro maestro, Cristo”.

            Jesús entiende como hijos de Dios a los pequeños y a los pobres, a los sinceros y a los humildes de corazón. No se nace hijo de Dios por pertenecer a una raza o a un pueblo, como creían los judíos, sino por tener un corazón de niño. Por tanto, Dios es Padre de todos, pero más que padre, se hace padre en la medida en que crea en nosotros un corazón nuevo.

            El hijo por excelencia es Jesús porque cumplió, hasta el final, la voluntad del Padre. Y en la medida en que nosotros cumplimos su palabra y practicamos su evangelio, nos hacemos hijos de Dios. Es entonces cuando decimos padre con confianza, sin miedo, serenamente. Y en esa palabra lo decimos y expresamos todo, por eso no es necesario presentarnos ante Dios con una larga lista de peticiones, él sabe lo que necesitamos antes que se lo pidamos.

            Rezar es sentir la alegría de estar con Dios, palpando su compañía en la calidez de los hermanos.

            “Santificado sea tu nombre…”. Dios es santo y esta es la razón que tenemos los cristianos para aspirar a la santidad, como Dios dijo a pueblo en el desierto: “Seréis santos. Porque yo el Señor, vuestro Dios, soy santo”.

            Con la expresión santificado sea tu nombre, le decimos a Dios que se manifieste a nosotros, que se nos muestre como nuestro Dios y nuestro Padre, que no se quede oculto, que queremos verle y conocerle tal cual es. Padre, Señor, Vida, Amor y Salvación.

            “Venga tu reino…” El Reino no es un lugar geográfico, sino que es el mismo Dios en cuanto reina o vive manifestándose en medio de los hombres.

            Danos hoy el pan nuestro de cada día…”  En lenguaje bíblico el pan significa todo lo que el hombre necesita para vivir: alimento, techo, cultura, educación, salud, trabajo, libertad.

            Y decimos “danos” y no “dame”, porque no  puede haber verdadera oración mientras no incluyamos a toda la humanidad en la mesa del pan. El pan que compartimos con los que no lo tienen es el signo evidente y práctico de que ya viene el Reino de Dios y su justicia.

            “Perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido…” Nadie puede arreglar sus cuentas con Dios si no las arregla con el hermano. Recuerda lo que debes de hacer cuando vayas a presentar tu ofrenda ante el altar, y te acuerdes allí que algún hermano tiene algo contra ti.

            “No nos dejes caer en la tentación…”. Cuando nos decidimos a vivir según la palabra de Dios, según el evangelio, inevitablemente será probado en la misma vida: hay pruebas en el matrimonio, en la vida sacerdotal y religiosa, en el quehacer político, etc.

            El creyente termina su oración con una petición que es también una voz de alarma. No caer en la trampa; y se dirige a Dios que está a nuestro lado para decirnos como al paralítico: “levántate y anda”

ENTRA EN TU INTERIOR

            Dios nos hace hijos suyos por la fe en Cristo, por el bautismo y por el Espíritu de filiación que derrama en nuestros corazones: “Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos”…

            Por ser hijos de Dios somos hermanos de Cristo y de los hombres. Nuestra oración no puede menos de expresar esta doble condición: la paternidad de Dios sobre nosotros y nuestra fraternidad respecto de los demás. Porque tenemos un Padre común, todos somos hermanos. Con san Pablo podemos repetir: “Doblo mis rodillas ante el Padre de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra” (Ef 3,14). Fe y confianza, amor y humildad, filiación y fraternidad se dan cita en la oración incombustible del padrenuestro.

ORA EN TU INTERIOR: (PARÁFRASIS DEL PADRENUESTRO DE SAN FRANCISCO DE ASÍS).

¡Santísimo Padre nuestro: creador, redentor, consolador y salvador nuestro!

Qué estás en los cielos: en los ángeles y en los santos; iluminándolos para conocer, porque tú, Señor, eres la luz; inflamándolos para amar, porque tú Señor, eres el amor; habitando en ellos y colmándolos para gozar, porque tú, Señor, eres el bien sumo, eterno, de quien todo bien procede, sin quien no hay bien alguno.

Santificado sea tu nombre: clarificada sea en nosotros tu noticia, para que conozcamos cuál es la anchura de tus beneficios, la largura de tus promesas, la altura de la majestad y la hondura de tus juicios (Ef 3,18)

Hágase tu voluntad, como en el cielo, también en la tierra: Para que te amemos con todo el corazón (Lc 10,27), pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, empleando todas nuestras energías y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio, no de otra cosa, sino del amor a ti; y para que amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos, atrayendo a todos, según podamos, a tu amor, alegrándonos de los bienes ajenos como de los nuestros y compadeciéndolos en los males y no ofendiendo a nadie.

El pan nuestro de cada día: tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, dánosle hoy: para que recordemos, comprendamos y veneremos el amor que nos tuvo y cuanto por nosotros dijo, hizo y padeció.

Y perdónanos nuestras deudas: por tu inefable misericordia, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos.

Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores: y lo que no perdonamos plenamente, haz tú, Señor, que plenamente lo perdonemos, para que por ti, amemos de verdad a los enemigos y en favor de ellos intercedamos devotamente ante ti, no devolviendo a nadie mal por mal (1 Tes 5,15), y para que procuremos ser en ti útiles en todo.

Y no nos dejes caer en tentación: oculta o manifiesta, imprevista o insistente.

Más líbranos del mal: pasado, presente y futuro.

AMEN.

 
12 DE MARZO

MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

PALABRA DEL DÍA

Lucas 11,29-32

“En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: “esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del Hombre para esta generación, la reina del sur se levantará y hará que los condenen;  porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.”

REFLEXIÓN

            Signos y señales. Por lo visto en ese aspecto el mundo no ha cambiado demasiado. El hombre busca signos y señales de lo sobrenatural, de lo trascendente, de Dios. Como queriendo que Dios nos obligue a creer. Como si una madre tuviera que obligar a que sus hijos la quisieran. Como si su beso tierno de la noche no fuera signo suficiente y sobrado de todo el amor derrochado durante el día. El beso tierno del amor infinitivo con que Dios nos quiere es Jesucristo, muerto y resucitado. No puede haber prueba mayor. A ello se refiere Jesús cuando alude al signo de Jonás. San Mateo lo explica algo más que san Lucas: “Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo; pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra”. Es el signo supremo del amor de Dios: ¡hasta la muerte y hasta la vida!.

            Jesús se presenta como el Hijo del Hombre. Y acabará en la cruz. Si hoy volviera a nuestras ciudades y pueblos, todo volvería a empezar del mismo modo, menos para algunos originales que le seguirían, entregándole su fe. Y si resucitase, todas las ciencias del mundo se reunirían para estudiar el caso… Serían prudentes, pedirían  tiempo… y algún milagro suplementario, para complementar su información. La fe que discute no es fe. Dios no se somete a nuestros análisis. Dice ¡Ven…inmediatamente!• Dios pasa, y mañana es demasiado tarde.

ENTRA  Y ORA EN TU INTERIOR

La misericordia de Dios es el verdadero signo, el verdadero motivo de nuestra vuelta a sus brazos. Porque nos ama con ternura. Nos ama con un amor de predilección. Hasta entregarnos a su Hijo, Jesucristo, muerto y resucitado, como signo supremo de su amor y como invitación  enternecedora a la conversión.

Debemos renovar ese signo maravilloso del amor de Dios: la muerte y resurrección de Cristo. Dios nos ofrece su ternura y misericordia. Dejémonos querer por Dios. Y respondamos con sincero arrepentimiento expresándole nuestro deseo de volver a él de todo corazón.

Dios nos ha dado su signo de amor. Ahora nos toca corresponder con el nuestro que no puede ser otro que el mismo de Jesús: morir a nosotros mismos, a nuestro egoísmo, nuestro mal carácter, nuestro orgullo, y resurgir a la entrega, a la bondad y sencillez en nuestro trato con los hermanos.

ORACIÓN FINAL

Te bendecimos, Señor, porque sin forzar la mano y respetando siempre la libertad que tu nos diste sabes esperar pacientemente nuestra respuesta de hijos y no de esclavos que se doblegan abrumados por el poder.

Jesús es tu gran signo, la gran señal de tu amor,  una invitación constante a la conversión de cada día. No tengas en cuenta nuestra incredulidad. Danos, Señor, valentía para cambiar por dentro, danos un corazón nuevo para alabar tu nombre y manifestar en nuestra vida la resurrección de Cristo, sin avergonzarnos de tu cruz ante el mundo. Amén.

 
13 DE MARZO

JUEVES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

PALABRA DEL DÍA

Mateo 7,7-12

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden! En resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas”.

REFLEXIÓN

            Orar es pedir, buscar, llamar a la puerta. De día y de noche. Sin cansarse nunca. Siempre hay que orar, y hasta tal punto que la oración se convierte en un estado y no sólo en una práctica ocasional. Orar es un modo de ser delante de Dios. ¡Pero hay dos maneras de insistir en la petición: la del importuno y la del enamorado! El primero sólo piensa en sí mismo; el otro está fascinado, y lo daría todo por el tesoro que ha descubierto. ¿Qué puerta se le cerrará? Si Dios espera de nosotros esta oración, es porque él se presenta como el tesoro de los tesoros, como el amigo más fiel. ¡Un amor de segunda mano, que se da por nada, no es amor!

            Nuestra actitud orante debe ser “confianza”, “pedid y se os dará”, porque es Dios Padre quién nos conoce y escucha. Pero apunta también a nuestra propia disponibilidad, a nuestro esfuerzo: “Buscad y hallaréis” Y es que muchas veces en la oración tomamos conciencia de nuestra responsabilidad, medimos nuestras posibilidades, encontramos caminos de actuación. Además, Jesús nos abre a la colaboración con los demás en un doble sentido: “Llamad y se os abrirá” –salir de nuestra cerrazón solitaria-; y “tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. Una oración así nunca falla. Si falla, nos enseña san Agustín a examinar a ver si no se debe a que “no pides como debes o pides lo que no debes.

ENTRA EN TU INTERIOR

Dios es tan bueno con nosotros que nos da aun lo que no pedimos, ni muchísimo menos merecemos: la Eucaristía. A manos llenas nos reparte el Señor el pan con el que comulga con nosotros y nos hace comulgar con todos los hermanos.

Pero hay que pedir sin desfallecer, pues quien capitula demasiado pronto demuestra que no tiene verdadera confianza. Dios quiere que se busque, porque siempre está más allá de lo que esperamos. Tenemos que llamar a su puerta durante mucho tiempo, porque dicha puerta se abre sobre un infinito que nunca se alcanza del todo. La verdadera actitud ante Dios –la oración en la vida- es la actitud del mendigo… un mendigo que se sabe amado y llamado a la Vida.

ORACIÓN FINAL (Sobre el Salmo 137)

Dios que te llamas Amor, amor eterno, amor fiel y poderosa ternura, ¡te damos gracias de todo corazón!

¡A ti debemos lo que somos, y tu promesa asegura nuestro porvenir! ¡Señor, no abandones la obra de tus manos! Dios que lo conoces todo, Dios único, nunca se ha oído decir que hayas rechazado al que te implora. ¡Bendito seas tú, a quien buscamos, porque te adelantaste tú a venir hasta nosotros!

 
14 DE MARZO

VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

PALABRA DEL DÍA

Mateo 5,20-26

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “renegado”, merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.”

REFLEXIÓN

 “Se dijo (Dios dijo)… Pero yo os digo”. ¿Se oponía Jesús a Dios? No a Dios, sino a la interpretación que los escribas hacían de la Ley. De hecho, Jesús va más lejos que las escuelas rabínicas de su tiempo: se sitúa al nivel del amor. A menudo, aferrarse a la ley es condenarse a un mínimo sin vida. El mínimo no es el amor, es sólo su caricatura. El que se contenta con la justicia de los fariseos –ya considerable- no ha descubierto aún el camino del Reino. La ley prohibía el homicidio, y Jesús condena la cólera. Además, no basta con expiar; y también hay que reconciliarse con el hermano. ¿Cómo presentarse a la mesa de la reconciliación si el corazón sigue lleno de resentimiento? El reino de Dios está ahí. Cuando llegue el Juez, no hay que estar enfadado con el hermano.

Jesús se pone al nivel del amor, que es el único camino del futuro humano. Prohíbe nutrir la cólera, insultar o maldecir al otro, no para aumentar el peso de la ley, sino para abrir en nuestras vidas un espacio de amor suficiente que permita avanzar con libertad. Dios quiere que el hombre viva: quiere que seamos, los unos para los otros, fuente de vida y de futuro.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

“Deja tu ofrenda y reconcíliate con tu hermano”. Hemos escuchado la llamada de Dios a la conversión. Hemos respondido y le decimos que sí, que vamos a cambiar, que queremos volver a él. Está bien, pero ahora ¿qué? Lo primero que se nos ocurre, naturalmente, es volver a su ley, a sus caminos, y volver a su casa, al templo, al culto. Es en este momento cuando aparece Jesús con la doble enseñanza del evangelio de hoy: cumplir la ley, sí, evidente; pero no como los fariseos, externa, servil, sino en espíritu, de corazón y con toda la amplitud de quien sabe que su ley suprema es el amor. Volver al culto sí, estupendo; pero sabiendo que el abrazo de reconciliación con Dios exige el abrazo de perdón y de reconciliación con el hermano.

ORACIÓN FINAL

Te doy gracias, Señor, porque me ofreces el camino del perdón, de  la reconciliación y de la vida. Porque me das la oportunidad de dejar mi ofrenda e ir a abrazar al hermano, como tú lo haces conmigo.

 
15 DE MARZO

SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

PALABRA DEL DÍA

Mateo 5,43-48

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: “amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.”

REFLEXIÓN

            Es hermosa la imagen del sol que brilla para todos los hombres sin discriminar a nadie. Si Dios tuviera que castigar cada vez a sus “enemigos”, ¡menudo lío! ¿Y qué pasa con nosotros? En el fondo de la idea de castigo está la de una justicia del “ojo por ojo y diente por diente”. Tal falta será reparada con tal sanción. Dios no es así: no castiga, convierte. No pierde el tiempo en ver lo que pasa, va derecho al corazón.

            “Vosotros, pues, sed perfectos…”. Y la perfección se concreta en el perdón, que es el don por excelencia. Perdonar es recrear, liberar, creer en el otro, abrirle la posibilidad de una nueva vida. ¿Escuchará esta vez? ¿Todos nuestros enemigos se harán nuestros amigos en la medida de nuestro perdón? Nada es menos cierto; pero lo que se nos pide es que actuemos como Dios. El futuro es de él: no le cerremos la puerta con nuestra dureza. Además, la historia de Dios con los hombres lo atestigua: cuando el amor es totalmente desarmado, se convierte en lo que verdaderamente desarma. Ahí está una ley nueva, la ley del Reino. Supone una mirada distinta al mundo que sólo se comprende desde la fe. Pero, a este nivel, es la ley más eficaz que jamás se haya imaginado. La ley del Dios vivo.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

Jesús nos pide que el mal sea vencido por el bien.

Jesús despliega, pues, un futuro. El hombre que se encierra en el odio desea la eliminación de su enemigo. Si se conmueve ante la bondad que se le testimonia, renunciará quizás al mal y se volverá él mismo bueno. El bien habrá vencido al mal. El perdón abre un espacio de libertad y postula una lógica distinta de la del mal.

“Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Aplicar el Evangelio a la perfección. Pero ¿no puede ser descorazonador? ¿Quién puede llegar a conseguirlo? La perfección de Dios es el amor, así es el que ama, de verdad.

ORACIÓN FINAL

Señor, al final de cada Eucaristía nos envías con un encargo: “Sed santos”. Quiero tomarme esto en serio y preocuparme de lo que tú quieres. Amar generosamente en las mil ocasiones que me va brindando el día. Al estilo de Cristo. Amén.

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