“Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber,
le pedirías tú, y él te daría agua viva”.
23
DE MARZO
TERCER DOMINGO DE CUARESMA
1ª Lectura: Éxodo 17,3-7
Salmo 94
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor.
2ª Lectura: Romanos 5,1-2.5-8
PALABRA DEL DÍA
Juan 4,5-42
“Llegó
Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su
hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba
allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de
Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: “Dame de beber”. (Sus discípulos se
habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le dice: “¿Cómo tú,
siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Porque los judíos
no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: “Si conocieras el don de
Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua
viva”. La mujer le dice: “Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de
dónde sacas el agua viva?, ¿Eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio
este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?”. Jesús le contestó:
“El que bebe de esta agua vuelve a tener sed: el agua que yo le daré se
convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”.
La mujer le dice: “Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que
venir aquí a sacarla”. Él le dice: “Anda, llama a tu marido y vuelve”. La mujer
le contesta: “No tengo marido”. Jesús le dice: “Tienes razón, que no tienes
marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la
verdad”. La mujer le dice: “Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres
dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar
culto está en Jerusalén”. Jesús le dice: “Créeme, mujer: se acerca la hora en
que ni en este monte, ni en Jerusalén
daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis,
nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto
verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le
den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en
espíritu y verdad”. La mujer le dice: “Sé que va a venir el Mesías, el Cristo;
cuando venga él nos lo dirá todo”. Jesús le dice: “Yo soy, el que habla
contigo”. En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera
hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: “¿Qué le preguntas o de qué le
hablas?”. La mujer entonces dejó el cántaro, se fue al pueblo y dijo a la
gente: “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será este
el Mesías?”. Salieron del pueblo y se pusieron en camino a donde estaba él.
Mientras tanto sus discípulos le insistían: “Maestro, come” Él les dijo: “Yo
tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis”. Los discípulos
comentaban entre ellos: “¿Le habrá traído alguien de comer?”. Jesús les dijo:
“Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.
¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo
esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la
siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida
eterna: y así se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el
proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis
sudado. Otros sudaron, y vosotros recogisteis el fruto de sus sudores. En aquel
pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la
mujer: “Me ha dicho todo lo que he hecho”. Así, cuando llegaron a verlo los
samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días.
Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: “Ya no
creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es
de verdad el Salvador del mundo”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del
Pueblo de Dios
“Llegó
a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había
dado a su hijo José.
Allí
se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado
junto al pozo. Era la hora del mediodía.
Una
mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: "Dame de beber".
Sus
discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
La
samaritana le respondió: "¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a
mí, que soy samaritana?". Los judíos, en efecto, no se trataban con los
samaritanos.
Jesús
le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice:
'Dame de beber', tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua
viva".
"Señor,
le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De
dónde sacas esa agua viva?
¿Eres
acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él
bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?".
Jesús
le respondió: "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed,
pero
el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que
yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida
eterna".
"Señor,
le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite
venir hasta aquí a sacarla".
Jesús
le respondió: "Ve, llama a tu marido y vuelve aquí".
La
mujer respondió: "No tengo marido". Jesús continuó: "Tienes
razón al decir que no tienes marido,
porque
has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la
verdad".
La
mujer le dijo: "Señor, veo que eres un profeta.
Nuestros
padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se
debe adorar".
Jesús
le respondió: "Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni
en Jerusalén se adorará al Padre.
Ustedes
adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la
salvación viene de los judíos.
Pero
la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán
al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el
Padre.
Dios
es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad".
La
mujer le dijo: "Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él
venga, nos anunciará todo".
Jesús
le respondió: "Soy yo, el que habla contigo".
En
ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con
una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: "¿Qué quieres de ella?"
o "¿Por qué hablas con ella?".
La
mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente:
"Vengan
a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?".
Salieron
entonces de la ciudad y fueron a su encuentro.
Mientras
tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: "Come,
Maestro".
Pero
él les dijo: "Yo tengo para comer un alimento que ustedes no
conocen".
Los
discípulos se preguntaban entre sí: "¿Alguien le habrá traído de
comer?".
Jesús
les respondió: "Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y
llevar a cabo su obra.
Ustedes
dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten
los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega.
Ya
el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que
siembra y el que cosecha comparten una misma alegría.
Porque
en esto se cumple el proverbio: 'no siembra y otro cosecha'
Yo
los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y
ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos".
Muchos
samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que
atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que hice".
Por
eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con
ellos, y él permaneció allí dos días.
Muchos
más creyeron en él, a causa de su palabra.
Y decían
a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo
hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo".
REFLEXIÓN
La imagen de Jesús cansado,
sediento a la hora más calurosa del día es conmovedora y sugestiva. Lleva mucho
tiempo caminando, hablando, sanando, salvando, y se fatiga. Por eso se sienta
esperando algún alivio. En los países donde el agua es escasa, el pozo es un
lugar de encuentro.
Jesús no se limita a sentir la
fatiga humana, sino que quiso asumirla toda. Quiso aliviar con la suya la
fatiga de todos los hombres. Por eso invita: “Venid a mí y descargad sobre mis
hombros y mis espaldas vuestro peso, vuestro agobio, vuestra debilidad, vuestra
preocupación. Descargad sobre mí todo lo que os cansa y os deprime. Yo, seré
vuestra fuerza y consuelo, vuestra esperanza y alegría”.
El tema de la sed y del agua es
central en este domingo.
Aparece, en primer lugar, un pueblo
torturado por la sed en el desierto. Es un problema material pero es
fundamentalmente un problema de fe. El Dios de Israel que se reveló a Moisés
como el Dios que ve, que oye y que actúa, como el Dios que no se desentiende de
la vida de los hombres, los ha abandonado: ¿Está el Señor con nosotros?.
• Han experimentado a un Dios que ha
pasado por ellos liberándolos: Y TIENEN SED.
• Han experimentado a un Dios que les ha
dado continuas pruebas de su poder: Y TIENEN SED.
• Han experimentado al Dios de la
promesa: Y TIENEN SED.
La sed del
hombre es inagotable. Nunca está saciado, nunca está conforme, siempre quiere
más.
Esta tentación se repite también hoy, nosotros somos
como ese pueblo que a pesar de haber experimentado lo que Dios ha hecho y hace
con nosotros, seguimos teniendo sed y nos revelamos. Y ante un sufrimiento
grande, ante una muerte inesperada, ante una crisis fuerte, miramos en seguida
al cielo: ¿Está o no está Dios con nosotros?. Y la respuesta la encontramos en
Jesús, el Hijo de Dios.
El evangelio nos presenta a una mujer de Samaría que
acude al pozo a por agua para calmar su sed. Pero el problema va a derivar en
otras dimensiones más profundas. La samaritana será un símbolo del hombre que
no consigue apagar su sed. Todo hombre está herido de insatisfacción. Vamos de
un pozo a otro, de un bar a otro, de un mercado a otro, buscando nuevos
productos para calmar la sed que nos tortura, pero al final seguimos con más
sed.
La sed son nuestros deseos, nuestras pasiones, nuestras
ansias, nuestras necesidades.
Y en la samaritana descubrimos sed de felicidad, sed de
amor, sed religiosa, sed del Mesías, sed de Dios.
Jesús le ofrece el agua viva, le ofrece un surtidor de
agua que salta hasta la vida eterna, de forma que ya no volverá a tener sed y
no tendrá que volver al pozo a sacarla. Jesús, el sediento, le ofrece meter un
manantial en sus entrañas. Nos ofrece a todos, meter un manantial en nuestras
entrañas.
ENTRA EN TU
INTERIOR
LA RELIGIÓN
DE JESÚS
Cansado
del camino, Jesús se sienta junto al manantial de Jacob, en las cercanías de la
aldea de Sicar. Pronto llega una mujer samaritana a apagar su sed.
Espontáneamente, Jesús comienza a hablar con ella de lo que lleva en su
corazón.
En un momento de
la conversación, la mujer le plantea los conflictos que enfrentan a judíos y
samaritanos. Los judíos peregrinan a Jerusalén para adorar a Dios. Los
samaritanos suben al monte Garizim cuya cumbre se divisa desde el pozo de
Jacob. ¿Dónde hay que adorar a Dios? ¿Cuál es la verdadera religión? ¿Qué
piensa el profeta de Galilea?
Jesús comienza
por aclarar que el verdadero culto no depende de un lugar determinado, por muy
venerable que pueda ser. El Padre del cielo no está atado a ningún lugar, no es
propiedad de ninguna religión. No pertenece a ningún pueblo concreto.
No lo hemos de
olvidar. Para encontrarnos con Dios, no es necesario ir a Roma o peregrinar a
Jerusalén. No hace falta entrar en una capilla o visitar una catedral. Desde la
cárcel más secreta, desde la sala de cuidados intensivos de un hospital, desde
cualquier cocina o lugar de trabajo podemos elevar nuestro corazón hacia Dios.
Jesús no habla a
la samaritana de «adorar a Dios». Su lenguaje es nuevo. Hasta por tres veces le
habla de «adorar al Padre». Por eso, no es necesario subir a una montaña para
acercarnos un poco a un Dios lejano, desentendido de nuestros problemas,
indiferente a nuestros sufrimientos. El verdadero culto empieza por reconocer a
Dios como Padre querido que nos acompaña de cerca a lo largo de nuestra vida.
Jesús le dice
algo más. El Padre está buscando «verdaderos adoradores». No está esperando de
sus hijos grandes ceremonias, celebraciones solemnes, inciensos y procesiones.
Lo que desea es corazones sencillos que le adoren «en espíritu y en verdad».
«Adorar al Padre en espíritu» es seguir los pasos de
Jesús y dejarnos conducir como él por el Espíritu del Padre que lo envía
siempre hacia los últimos. Aprender a ser compasivos como es el Padre. Lo dice
Jesús de manera clara: «Dios es espíritu, y quienes le adoran deben hacerlo en
espíritu». Dios es amor, perdón, ternura, aliento vivificador..., y quienes lo
adoran deben parecerse a él.
«Adorar al Padre en verdad» es vivir en la verdad.
Volver una y otra vez a la verdad del Evangelio. Ser fieles a la verdad de
Jesús sin encerrarnos en nuestras propias mentiras. Después de veinte siglos de
cristianismo, ¿hemos aprendido a dar culto verdadero a Dios? ¿Somos los
verdaderos adoradores que busca el Padre?
José Antonio
Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Jesús le dijo a la samaritana: “Si conocieras el don de
Dios y quién es el que te pide de beber le pedirías tú, y él te daría agua viva…
el que bebe de esta agua (del pozo de Jacob) vuele a tener sed; pero el que
beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed. El agua que yo le daré se
le convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida
eterna”. El pozo de Jacob es aquí símbolo del Antiguo Testamento; pero Cristo
es superior porque su agua calma la sed para siempre. Condición: conocer el don
de Dios, avivar la fe, proceder con sinceridad y reconocernos pecadores y
necesitados ante Dios.
El encuentro de la samaritana con
Jesús fue pasando de ser casual a un nivel personal y profundo; tanto, que la
mujer se olvida de sí misma y de su cántaro y va a anunciar a sus paisanos, los
habitantes de Sicar, lo que ha visto y oído. La dinámica de un encuentro de fe
con Dios, por medio de Jesús en quien cree, la ha convertido en apóstol. Una
lección se desprende: Nosotros debemos ser para nuestros hermanos y para el
mundo la voz de Cristo, es decir, signo y sacramento del encuentro del hombre
sediento con Dios y con su don del Agua viva que es Jesús.
ORACIÓN
FINAL
Señor, quiero que quede siempre flotando en nuestro
aire existencial la intuición genial y definitiva de aquel gran sediento de lo
infinito que fue Agustín de Hipona, y hacer mía su sed: “Inquieto estará mi
corazón mientras no descanse en Ti, Señor”.
Expliquemos
el Evangelio a los niños
TERCERA SEMANA DE CUARESMA
SEMANA BAUTISMAL – SEMANA DEL AGUA
Dios lo hace todo nuevo, incluido el corazón del
hombre. Es el Dios de la mañana, de la primavera y de la aurora. Al leproso le
da una carne como de un niño pequeño, y a su pueblo la verdeante hermosura de
las colinas del Líbano. Pero el pueblo es sordo y obstinado; retrocede en lugar
de avanzar; la fidelidad ha muerto, pues su amor es fugaz como las brumas de la
mañana. Pueblo duro que ignora la piedad con las que Dios le ha gratificado sin
medida.
Pueblo que no quiere acoger al profeta en su propia
patria y se cierra en una ceguera cuando el Mesías hace resonar en sus muros la
llegada del Reino de Dios. ¿Cómo podría Dios hacerlo aún todo nuevo? A veces,
un hombre presiente la novedad. Aquí un escriba, allí un publicano. Este se
mantiene a la sombra del Templo, repitiendo humildemente la oración de su
corazón: “Ten piedad de mí, pues soy pecador”. El otro ha comprendido que el
amor vale más que todos los sacrificios. Gracias a esta clase de hombres llega
el Reino de Dios.
Un Reino donde se cumple la ley reduciéndola a la
sencillez de su plenitud. Ley del corazón y del amor que se desarrolla en
acción de gracias: “Señor, con todo el corazón te seguimos, buscamos tu rostro;
acógenos, no retires tu misericordia, no repudies tu Alianza”. La Ley brota de
la Alianza: conduce al sacrificio de acción de gracias, que vale más que todos
los holocaustos. “¡Ven, Israel!” Volved al Señor y decid a Dios: te ofrecemos
en sacrificio las palabras de nuestros labios!”
24 DE MARZO
LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Lucas 4,24-30
“En
aquel tiempo, dijo Jesús al pueblo en la sinagoga de Nazaret: “Os aseguro que
ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había
muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y
seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de
ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de
Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin
embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio•”. Al oír esto,
todos en la sinagoga ser pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera
del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con
intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
“
REFLEXIÓN
La sencillez de las palabras de
Jesús, siempre desarman. No sólo Jesús declara ingenuamente: “Hoy se ha
cumplido la Palabra”, sino que se presenta como el que va a renovar la
historia, aunque él sea un hombre entre los hombres. Un conciudadano más.
En esto se apoya la gran renovación
evangélica. Una fe anclada en el corazón y fundada en signos tan tenues como un
hombre sin poder o el símbolo de un agua viva. Lo que Dios viene a renovar es
el corazón del hombre. ¿Lo conseguirá frente a los maestros de Israel, que
han edificado un sistema de leyes y
ritos en el que el corazón, a la postre, no cuenta para nada? Hoy, y de un modo
aún más banal, son los habitantes de Nazaret quienes se encogen de hombros.
Pero basta con que Jesús les amenace con las Escrituras para que su furor
llegue al extremo de pretender acabar con él de una vez por todas.
“Pero él, pasando por en medio de
ellos, siguió su camino”. Camino de la cruz. El único por el que Dios ha
encontrado paso para renovar el corazón del hombre.
ENTRA Y ORA
EN TU INTERIOR
Hemos sido ungidos por el Espíritu en el bautismo y la
confirmación para testimoniar y secundar la misión liberadora de Cristo. Si no queremos
apagar el Espíritu de Jesús en nosotros y en nuestra comunidad, hemos de
comprometernos a fondo perdido en la lucha por la liberación de los más pobres
y débiles, según el programa de Cristo en la sinagoga de Nazaret. Pero hemos de
hacerlo con el amor con que lo hacía Jesús. Pues no podemos implantar la
justicia en las estructuras sociales sin estar nosotros mismos convertidos, es
decir, sin el amor y la fuerza del Espíritu de Dios que nos libera
interiormente.
Nos incumbe una ardua y hermosa tarea de conversión,
oración, alabanza a Dios y amor a los hermanos. Ese fue el camino y el estilo
de Jesús, y no hay otro que nos valga.
ORACIÓN
FINAL
Sé tú, Señor,
nuestro presente y nuestro futuro; así la desesperanza no dominará a los que
creemos en ti. Mantennos firmes en la fe y en la fidelidad, para que tus
promesas se nos hagan realidad para siempre. Amén.
25 DE MARZO
MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA
SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR
(JORNADA PRO-VIDA)
1ª Lectura: Isaías 7,10-14;8,10
Mirad: la virgen está encinta.
Salmo 39
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
2ª Lectura: Hebreos 10,4-10
Está escrito en el libro: “Aquí estoy, oh Dios, para
hacer tu voluntad”.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 1,26-38
“A
los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su
presencia, dijo: -“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.” Ella se turbó
ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo:
-“No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu
vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se
llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” Y María
dijo al ángel: -“¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?” El ángel le
contentó: -“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un
hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios no hay
nada imposible”. María contestó: -“Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi
según tu palabra”.- Y la dejó el ángel”.
REFLEXIÓN
La Anunciación es un misterio que meditamos siempre con
asombro. La escena está muy bien pintada y elaborada por Lucas: el mensaje del
ángel, las respuestas de María.
Aquí es Dios el que está buscando un templo, no es
David el que quiere construirle uno, Dios quiere construirse un templo a su
gusto. Quiere construir una casa para su Hijo. Los materiales los encontrará en
una joven de Nazaret. Materiales como, disponibilidad, apertura al don de Dios,
fidelidad, generosidad, estos materiales solo los puede manejar el Espíritu
Santo.
Y esta joven siente en un momento la experiencia de
Dios. Un misterio que la quema y la abaja, una palabra que la ilumina y la
gratifica.
Eres una pobre esclava, pero yo quiero que sea mi hija.
Eres virgen, pero yo quiero que tengas un hijo. Eres humana, pero tu hijo será
divino.
¿Qué cómo será eso?.
Basta que creas, que te abras a la gracia y a la acción
del Espíritu. No temas. Dios lo puede todo.
Sí, Padre. Soy tu esclava. Hágase en mí.
Soy pequeña, tengo miedo. Pero Sí.
Me da vergüenza, estoy prometida. Pero Sí.
¿Por qué te has fijado en mí? Hay tantas mujeres que
son mejores y más preparadas. Pero Sí.
¿Podré yo responder como Tú quieres? ¿Sabré ser lo que
me pides? Pero sí.
Si, María, Madre mía. Tu Sí cambió mi vida, tu Sí
cambió la historia, tu generosidad cambió la historia e hizo posible que el
cielo se uniera con la tierra en un abrazo luminoso y salvífico.
ENTRA EN TU
INTERIOR
UN ANUNCIO
SORPRENDENTE
Lucas narra el
anuncio del nacimiento de Jesús en estrecho paralelismo con el del Bautista. El
contraste entre ambas escenas es tan sorprendente que nos permite entrever con
luces nuevas el Misterio del Dios encarnado en Jesús.
El anuncio del
nacimiento del Bautista sucede en «Jerusalén», la grandiosa capital de Israel,
centro político y religioso del pueblo judío. El nacimiento de Jesús se anuncia
en un pueblo desconocido de las montañas de Galilea. Una aldea sin relieve
alguno, llamada «Nazaret», de donde nadie espera que pueda salir nada bueno.
Años más tarde, estos pueblos humildes acogerán el mensaje de Jesús anunciando
la bondad de Dios. Jerusalén por el contrario lo rechazará Casi siempre, son
los pequeños e insignificantes los que mejor entienden y acogen al Dios
encarnado en Jesús.
El anuncio del
nacimiento del Bautista tiene lugar en el espacio sagrado del «templo». El de
Jesús en una casa pobre de una «aldea». Jesús se hará presente allí donde las
gentes viven, trabajan, gozan y sufren. Vive entre ellos aliviando el
sufrimiento y ofreciendo el perdón del Padre. Dios se ha hecho carne, no para
permanecer en los templos, sino para «poner su morada entre los hombres» y
compartir nuestra vida.
El anuncio del
nacimiento del Bautista lo escucha un «varón» venerable, el sacerdote Zacarías,
durante una solemne celebración ritual. El de Jesús se le hace a María, una
«joven» de unos doce años. No se indica donde está ni qué está haciendo. ¿A
quién puede interesar el trabajo de una mujer? Sin embargo, Jesús, el Hijo de
Dios encarnado, mirará a las mujeres de manera diferente, defenderá su dignidad
y las acogerá entre sus discípulos.
Por último, del
Bautista se anuncia que nacerá de Zacarías e Isabel, una pareja estéril,
bendecida por Dios. De Jesús se dice algo absolutamente nuevo. El Mesías nacerá
de María, una joven virgen. El Espíritu de Dios estará en el origen de su
aparición en el mundo. Por eso, «será llamado Hijo de Dios». El Salvador del
mundo no nace como fruto del amor de unos esposos que se quieren mutuamente.
Nace como fruto del Amor de Dios a toda la humanidad. Jesús no es un regalo que
nos hacen María y José. Es un regalo que nos hace Dios.
José Antonio
Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
El silencio de María se hace aceptación, obediencia y
fe. Permitirá que el fruto de Dios crezca en su interior, aportando ella la
única participación que Dios puede bendecir: una fe total, humilde y bañada en
alegría. David, el antepasado, soñaba con una morada magnífica, gigantesca,
digna del Infinito. Pero Dios derriba a los poderosos y despide vacíos a los
ricos. Quiere tener su morada entre los pequeños y los humildes. Confía su
palabra a quien ha amado el silencio lo bastante como para no confundir dicha
palabra con su propio parloteo. Dios necesita nuestro silencio, porque quiere
realizar para nosotros lo imposible. ¿Sabremos nosotros acoger a su Espíritu
con tanto recogimiento interior como María, la virgen fiel, cuando dijo:
“Hágase en mí según tu palabra”?
ORACIÓN
Bendito seas, Señor, en María, la virgen, pues su
silencio acogió la inmensidad de tu palabra. Tu Espíritu hizo una alianza con
ella, y ella concibió en su corazón al que sostiene el universo.
Disponible al misterio que preparabas desde hacía siglos,
ella entregó su vida para servir a tu palabra. Por eso ante ti, oh Dios que
exaltas a los humildes, nuestro corazón se desborda de alegría y te bendecimos
sin fin.
Bendito seas, Dios y salvador nuestro, pues tu amor
engendra al Esperado y nuestra tierra da su fruto en Jesús, tu Hijo. Concédenos
conservar estas cosas en nuestros corazones hasta el día en que podamos darte
gracias sin fin por los siglos de los siglos. Amén.
26 DE MARZO
MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Mateo 5,17-19
“En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No creáis que he venido a abolir la
Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que
antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra
o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes,
y se los enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los
cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los cielos.”
REFLEXIÓN
Jesús dice que no vino a abolir la
ley, junto con los profetas, es decir, el Antiguo Testamento, sino a darles
plenitud. Los tres versículos del evangelio introducen las seis antítesis del
discurso del monte en que Jesús delinea la nueva justicia del reino de Dios, es
decir, la nueva santidad y fidelidad. La frase inicial es clave: “No creáis que
he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a dar
plenitud”. De ahí se desprende la importancia del cumplimiento de la ley en
toda su extensión; como hizo Cristo mismo, aunque criticara duramente la
interpretación que de la ley hacían los maestros judíos conforme a las
tradiciones rabínicas.
La alternativa que Jesús propone a
la ley mosaica no es la simple abolición, sino una mayor perfección y
exigencia, una fidelidad más radical, una santidad más profunda. La ley nueva
de Cristo, la ley del Espíritu, fundamenta una moral y una ética religiosa en
dinamismo progresivo, interior, totalizante y acorde con el ritmo ascendente de
la revelación. Así lo demuestran las seis antítesis que seguirán. Porque “os lo
aseguro: si no sois mejores (si vuestra fidelidad no es mayor) que los letrados
y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (v.20). El amor sin límites
a Dios y al hermano es la plenitud de la ley de Cristo, la justicia, la nueva
santidad del Reino, la nueva fidelidad religiosa; amar, dice Pablo, es cumplir
la ley entera (Rom 13,10).
ENTRA EN TU
INTERIOR
Una fidelidad mayor es la que
quiere Jesús de sus discípulos y la que diferencia a la comunidad del Antiguo y
del Nuevo Testamento, a los miembros de la sinagoga y de la Iglesia. San Pablo,
que profundizó el tema de la ley mosaica en relación con la fe en Cristo y su nueva ley, afirma: “El
fin de la ley es Cristo para justificación de todo creyente” (Rom 10,4). Cristo
fue el cumplimiento pleno y la realización de la ley y profecías de la antigua
alianza.
ORACIÓN
FINAL
Hoy te bendecimos, Señor, porque Cristo es nuestra ley.
Una ley que es perfecta y es descanso del alma; un precepto que es fiel e
instruye al ignorante. Unos mandamientos que son enteramente justos, más
preciosos que el oro, más dulce que la miel de un panal que destila.
Unos mandatos, Señor, rectos y que alegran el corazón;
unas normas limpias, que dan luz a mis ojos.
Gracias, Señor, porque tu Palabra es lámpara para mis
pasos, luz en mi camino. Gracias, Señor, porque tu ley es mi herencia gozosa,
la alegría de mi vida.
27 DE MARZO
JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Lucas 11,14-23
“En
aquel tiempo, Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el
demonio, habló el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos
dijeron: “Si echa los demonios es por arte de Belcebú, el príncipe de los
demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo. Él,
leyendo sus pensamientos, les dijo: “Todo reino en guerra civil a va la ruina y
se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo
mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belcebú
y, si yo echo los demonios con el poder de Belcebú, vuestros hijos, ¿por arte
de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo
echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha
llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio,
sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le
quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está
contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama”.
REFLEXIÓN
Los que quieren explicar la
actividad de Jesús como un pacto entre el jefe de los demonios y él no han
comprendido que, para estar de acuerdo con Dios, hay que entrar en el
movimiento de su revelación, siempre más próxima al hombre. Para preservar lo
que creen ser los derechos de Dios, retroceden en lugar de avanzar. Se han
hecho infieles a Dios al rechazar a Jesús. Están divididos y hundidos.
El drama de la increencia, a lo
largo del Evangelio, no se produce por un rechazo absurdo de Cristo. Si Jesús
hubiera curado a enfermos y posesos sin reivindicar por su parte una relación
con Dios, le habrían aplaudido, ya que nunca hay suficientes milagreros. Si
hubiera hecho un milagro más para “darles una señal del cielo”, le habrían
llevado a hombros. Pero Cristo nunca quiso entrar en ese juego; sólo quiso ser
Hijo del Padre, y exigió para él una fe sin más pruebas que la confianza. Pidió
a la fidelidad dar el paso decisivo. Un paso sin desviación posible, pues
“¡quién no está conmigo, está contra mí!”.
En el momento de la cruz, muchos
creyeron que Jesús había sido vencido. Pero el se niega a bajar de la cruz y
llegará hasta la muerte. La fidelidad a Dios supondrá la aceptación de ese
agujero negro, donde la inteligencia no ve absolutamente nada. Desde ese momento,
la resurrección de Cristo ya no es un argumento más perentorio que los signos
efectuados durante su vida. Para ser fiel a Dios, para avanzar por el camino de
la vida, hay que creer en Aquél a quien jamás veremos antes de franquear la
fosa de la muerte.
ORA Y ENTRA
EN TU INTERIOR
Te bendecimos, Señor, porque tu
Reino vino a nosotros por el poder y los milagros de Jesucristo, tu Hijo. Te
alabamos también por tantos hombres y mujeres que dedican su vida a vencer el
mal de nuestro mundo y testimoniar tu Reino como embajadores de tu amor.
Queremos optar hoy, una vez más, por
Cristo. No permitas que se endurezcan nuestros corazones. Concédenos percibir
tus signos y la voz de tu palabra en la celebración litúrgica y los
acontecimientos de la vida. Tu Reino ha llegado a nosotros, Señor, y hay
hombres y mujeres que dan su vida para arrojar el mal de nuestro mundo. Que tu
Espíritu nos ilumine, para que reconozcamos en ellos a los enviados de tu
salvación. Amén.
28 DE MARZO
VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Marcos 12,28b-34
“En
aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Qué mandamiento es
el primero de todos?”. Respondió Jesús: “El primero es: “Escucha, Israel,
el Señor, nuestro Dios, es el único
Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con
toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como
a ti mismo”. No hay mandamiento mayor
que estos”. El escriba replicó: “Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices
que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el
corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a
uno mismo vale más que todos los
holocaustos y sacrificios”. Jesús, viendo que había respondido
sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y nadie se atrevió a
hacerle más preguntas.”
REFLEXIÓN
Ante la pregunta del letrado,
Cristo se pronuncia no sólo sobre el primer mandamiento: amar a Dios, sino
también sobre el segundo: amar al prójimo, para concluir en singular: “No hay
mandamiento mayor que éstos”. Porque el segundo mandamiento es “semejante al
primerio”, se dice en Mt 22,39, el relato paralelo a este; quedan así unidos y
equiparados ambos. Esto es lo novedoso en la respuesta de Jesús, que, por lo
demás, combina dos textos conocidos de todo especialista de la ley de Moisés.
Para el amor a Dios utiliza a oración del “Shemá” (Escucha, Israel), que todo
judío rezaba mañana y tarde, y para el amor al prójimo se remite al Levítico
(19,18), si bien para Jesús prójimo es todo hombre y mujer, y no sólo el
pariente y el compatriota, no sólo el próximo, el cercano.
La clave es el amor, amar a Dios y al prójimo vale más
que todos los holocaustos y sacrificios; así concluyó el letrado su diálogo con
Jesús. Afirmación que el Señor aprobó, “viendo que había respondido
sensatamente”. El amor es más importante que la misma práctica cultual, porque
es lo que le da valor. Necesitamos sinceridad y valentía para examinarnos del
amor, que es lo central de la religión.
ORA EN TU
INTERIOR
A nivel de nuestra existencia
personal, familiar y social, cada uno de nosotros se siente, en mayor o menor
medida, como piezas dispersas de un rompecabezas. Desorientados por la
propaganda consumista que nos manipula como marionetas, atraídos como niños
incautos por ideologías mesiánicas, solicitados por sentimientos y afectos
contradictorios, esclavos de los pequeños ídolos y tiranos de la vida actual,
tenemos más de una vez la sensación de vivir desintegrados en muchas piezas.
Ante tal dispersión, hemos de hacer
un alto en el camino para preguntarnos sobre nuestra motivación religiosa
fundamental, es decir, sobre la pieza clave parta ensamblar el rompecabezas. Y
ésta no es otra que el amor indisoluble a Dios y al prójimo. Amarás al Señor,
tu Dios, con todo el corazón, y a tu prójimo como a ti mismo. He aquí lo que
dará sentido, cohesión y valía a toda nuestra vida si nos liberamos de los
ídolos muertos; obra de nuestras manos”: dinero y orgullo, prepotencia y
dominio, egoísmo y sexo, afán de tener y consumir.
A estas alturas de la cuaresma,
hemos de profundizar en nuestra conversión a Dios y al hermano, avanzando por
el camino de la fe y del amor; porque para ese doble encuentro no hay vía mejor
ni más rápida que el amor, que es nuestro centro de gravedad.
ORACIÓN
FINAL
Dios Padre de ternura, cercano a
los que te invocan, infunde tu amor en nuestros corazones para que amemos a los
demás con el amor con que tú nos amas. Concédenos convertirnos totalmente al
amor a ti y a los hermanos. Queremos abandonar los ídolos de nuestro egoísmo,
porque amar vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Amén.
29 DE MARZO
SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Lucas 18,9-14
“En
aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí
mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: “Dos hombres
subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El
fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque
no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El
publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al
cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este
pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo
el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”
REFLEXIÓN
Otra vez, alguien que no ha comprendido nada y atribuye
a sus acciones cultuales y a sus prestaciones litúrgicas una eficacia que no
tienen en sí misma. Sin embargo, a primera vista, este fariseo parece buena
gente, ayuna dos veces por semana y da el diezmo de su salario a los pobres.
Hasta aquí, parece todo perfecto. Como muchos de los suyos, pone en práctica
los consejos de piedad y virtud que le dicta su grupo. Entonces, ¿cuál es el
reproche a los fariseos? El reproche es la seguridad que tienen. Hacen tantas
cosas por Dios que acaban sin necesitarlo para nada. Dios ya no es más que un
simple contable que únicamente sirve para constatar sus esfuerzos y sus
méritos. Ya no es la fuente de la salvación.
De hecho, está tan seguro de que
todo lo ha hecho bien, que presenta sus buenas obras, no por sus méritos
propios, sino por el aparente demérito del otro: “¡Oh Dios! Te doy gracias,
porque yo no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese
publicano…”
Por su parte, el publicano tiene un
verdadero sentido de Dios. Cree en Dios y conoce su propia miseria. Por eso se
mantiene a la puerta del templo y clama su angustia. Como todos los pobres…
Sólo cuenta con Dios, pues no tiene nada más para defenderse. Dios le justifica. “¡Oh Dios!, ten compasión
de este pecador”.
ENTRA Y ORA
EN TU INTERIOR
Dos hombres entraron en la iglesia a orar. Uno era
íntegro, el otro se mantenía a distancia de la gente, sin hacer elogios de su
falta, sufriendo por el hecho de que los hombres le señalaran con el dedo. ¿Sabía este hombre que Dios ha
venido a su encuentro para expresarle su ternura? Pues el privilegio de los
publicanos es que sólo ellos saben hasta qué punto puede Dios ser
misericordioso. Ahí está el peligro. Al fariseo le han enseñado a evitar el pecado, a multiplicar
los sacrificios y las buenas obras, a practicar la regla. Y lo hace tan bien
que incluso se enorgullece de ello; está en regla con Dios. El publicano se da
cuenta de su indignidad y pide perdón por ella. ¿Quién de nosotros, al
comulgar, piensa en serio que es indigno? “Señor, no soy digno…”. Esto no
quiere decir que haya que esperar a ser digno; nunca se es digno del todo; pero
Dios quiere darse a nuestra indignidad. Es preciso que nuestras manos tendidas
hacia él sean unas manos vacías. Piedad de mí, Señor, por tu amor, pues no soy
más que lo que soy: poca cosa. Pero tú eres perdón y ternura, misericordia para
quien se abandona a ti.
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