3 DE JUNIO
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
DÍA PRO ORANTIBUS
1ª
Lectura: Deuteronomio 4,32-40
Salmo:
32
2ª
Lectura: Romanos 8,14-17
“HABÉIS RECIBIDO UN ESPÍRITU DE HIJOS
ADOPTIVOS, QUE OS HACE GRITAR:
¡ABBÁ! PADRE”
LECTURA DEL DÍA
Mateo 28,16-20
“En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a
Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron,
pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado
pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
REFLEXIÓN
Profesamos nuestra fe en Dios uno y
trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La profesamos desde nuestro bautismo,
fuimos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, hasta
que morimos abrazados a la cruz. La profesamos en nuestras oraciones, signos y
bendiciones, catequesis y enseñanzas, cantos y tradiciones.
Aunque
no hemos sido muy conscientes de la importancia espiritual de este misterio,
hoy, por la gracia de Dios, sabemos que es fuente, marca y meta de toda nuestra
vida.
·
Fuente: Tres corrientes en una, origen de toda vida y toda gracia.
·
Marca: Estamos hechos a su imagen, con dinamismo de comunión.
·
Meta: “Nos has hecho, Señor, para ti”, decía san Agustín. Caminamos
hacia el abrazo trinitario.
El Padre, decía san Juan de la Cruz,
es mano blanda. Blanda por la ternura y la misericordia. Pero es también mano
fuerte, creadora y protectora. De sus dedos salieron las espirales de las
estrellas, la vida innumerable, las figuras del hombre y la mujer, bien
moldeados.
El
Hijo es “toque delicado”, carne de nuestra carne. Su toque era curativo y
amistoso. Su toque era transmisión de gracias. Su toque elevaba y dignificaba.
Después se dejó tocar y traspasar para redimirnos y salvarnos.
El
Espíritu es “llama viva”, que purifica y transforma, da calor y amistad,
embellece y transfigura. De su llama se desprenden inflamaciones de amor. Ya
nunca tendremos miedo, porque en Él estamos encendidos.
Padre,
Hijo y Espíritu Santo, unidos en fuerte abrazo, viviendo la comunión perfecta,
sosteniendo y recreando la vida toda, desbordando en hijos y familias, tan
distintos, tan iguales, sostén y fundamento de todo lo creado.
Dios
Padre, que es creación, amor. Dios es amor. Dios Hijo, que es el camino que
tenemos que recorrer, la verdad que tenemos que creer y la vida que tenemos que
vivir. Dios Espíritu Santo, que es donación, comunicación, comunión.
¿En
qué Dios creemos?.
¿En un
Dios serio, justiciero. En un Dios que premia a los buenos y castiga a los
malos?.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
Yo creo:
·
En un Dios que es todo corazón, compasivo y misericordioso, lento a la
ira y rico en clemencia.
·
En un Dios-Padre, fuente de vida, generosidad desbordante.
·
En un Dios-Hijo, palabra eterna del Padre por la que todo vino a la
existencia, que paso por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos
por el mal porque Dios estaba con él.
·
En un Dios-Espíritu Santo, llama viva, fuerza desbordante, comunión
profunda, alma de la Iglesia.
·
Creo en un Dios siempre alegre, uno y trino, comunidad, familia, las
tres divinas personas en comunión de vida y amor.
Creo también que este Dios bueno no
quiso quedarse tanta bondad para él solo y creó al hombre: A imagen de Dios los
creó, hombre y mujer los creó.
Tres veces repite el libro del
Génesis en el relato de la creación, en un solo versículo, que el hombre es una
imagen de Dios.
Por eso, también necesito creer en
el hombre:
·
En un hombre que sea donación, como Dios. Aprendamos a dar y a darnos,
a compartir bienes y talentos, a abrir la mano y el corazón al otro.
·
En un hombre que sea comunicación. Como Dios, el hombre tiene la
palabra. Porque frente a la incomunicación y a la confusión de Babel, está
Pentecostés.
·
En un hombre que sea comunión. Creer en la Trinidad es optar por la
comunión entre los hombres. Por eso debemos sentirnos felices cuando vivimos
nuestra fe en comunidad de fe y amor en la eucaristía.
Solo Dios puede colmar la
insatisfacción del hombre, solo él puede colmar nuestra sed: “El que tenga sed,
que venga a mí y beba”, decía Jesús.
Tenemos sed de muchas cosas, pero
solo él puede calmar nuestra sed, es lo que san Agustín expresaba tan certera y
bellamente:
“Nos
has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no
descanse en ti”.
Dios es pues nuestra meta. Hacia Él
caminamos todos, aunque no lo sepamos. En todas nuestras búsquedas sinceras
Dios se hace el encontradizo.
Cuando deseamos un mundo mejor,
cuando nos comprometemos con la paz y la solidaridad, estamos deseando a Dios.
Cuando tenemos hambre y sed de justicia, estamos deseando a Dios. Cuando
buscamos la verdad, la felicidad de los hermanos, sobre todo de los que más lo
necesitan estamos deseando a Dios.
Y nos encaminamos hacia el Dios uno
y Trino, cuando nos queremos, cuando formamos una familia, una comunidad unida
en la fe, en la esperanza y en la caridad, cuando trabajamos por la
reconciliación entre los hombres. Cuando amamos de verdad, estamos dando pasos
hacia la Trinidad.
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