“Yo soy la resurrección
y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá…”
6 DE ABRIL
QUINTO DOMINGO DE CUARESMA
1ª Lectura: Ezequiel: 37,12-14
Os infundiré mi espíritu y viviréis.
Salmo 129
Del Señor viene la misericordia, la
redención copiosa.
2ª Lectura: Romanos 8,8-11
El Espíritu del que resucitó a Jesús
de entre los muertos
Habita en vosotros.
PALABRA DEL DÍA
Juan 11,1-45
“En aquel tiempo, un tal Lázaro de Betania, la aldea de
Marta y de María, había caído enfermo. Las hermanas le mandaron un recado a
Jesús, diciendo: Señor, tu amigo está enfermo. Jesús, al oírlo, dijo: -Esta
enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios,
para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Jesús amaba a Marta, a su
hermana María y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó
todavía dos días donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: -Vamos otra
vez a Judea. Los discípulos replican: -Maestro, hace poco intentaron apedrearte
los judíos, ¿y ahora vas a volver allí? Jesús contestó: -¿No tiene el día doce
horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero
si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz. Dicho esto, añadió:
-Lázaro, nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo. Entonces le dijeron
sus discípulos: -Señor, si duerme, se salvará. Entonces Jesús les replicó
claramente: -Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos
estado allí, para que creáis. Y ahora, vamos a su casa. Entonces Tomás, apodado
el Mellizo, dijo a los demás. –Vamos también nosotros y muramos con él. Cuando
Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba unos tres
kilómetros de Jerusalén y muchos judíos habían ido para dar los pésames a las
dos hermanas. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su
encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: -Señor, si
hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo
lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá. Jesús le dijo: -Tu hermano
resucitará. Marta respondió: -Sé que resucitará en la resurrección del último
día. Jesús le dice: -Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí,
aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para
siempre. ¿Crees esto? Ella le contestó: -Sí, Señor: yo creo que tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Jesús, viendo llorar
a los judíos que lo acompañaban, sollozó y muy conmovido preguntó: -¿Dónde lo
habéis enterrado? Le contestaron: -Señor, ven a verlo. Jesús se echó a llorar.
Los judíos comentaban: ¡Cómo lo quería! Pero algunos dijeron: -Y uno que le ha
abierto los ojos al ciego, ¿no podía haber impedido que muriera este? Jesús,
sollozando de nuevo, llegó a la tumba. Entonces dijo: -Quitad la losa. Marta le
dijo: -Señor, ya huele mal, porque lleva tres días. Jesús le dijo: -¿No te he
dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la losa y
Jesús, levantando los ojos, dijo: -Padre, te doy gracias porque me has
escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero, lo digo por la gente que me
rodea para que crean que tú me has enviado. Y, dicho esto, gritó con voz
potente: -Lázaro, ven afuera. El muerto salió, los pies y las manos atados con
vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: -Desatadlo y dejadlo
andar. Y muchos judíos, al ver lo que había hecho, creyeron en Jesús”.
Versión para América Latina,
extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo
de María y de su hermana Marta.
María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y
le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo.
Las hermanas enviaron a decir a Jesús: "Señor, el
que tú amas, está enfermo".
Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no es
mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por
ella".
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo,
se quedó dos días más en el lugar donde estaba.
Después dijo a sus discípulos: "Volvamos a
Judea".
Los discípulos le dijeron: "Maestro, hace poco los
judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?".
Jesús les respondió: "¿Acaso no son doce las horas
del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo;
en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la
luz no está en él".
Después agregó: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero
yo voy a despertarlo".
Sus discípulos le dijeron: "Señor, si duerme, se
curará".
Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se
refería a la muerte.
Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto,
y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin
de que crean. Vayamos a verlo".
Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos:
"Vayamos también nosotros a morir con él".
Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba
sepultado desde hacía cuatro días.
Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros.
Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María,
por la muerte de su hermano.
Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su
encuentro, mientras María permanecía en la casa.
Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado
aquí, mi hermano no habría muerto.
Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que
le pidas".
Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará".
Marta le respondió: "Sé que resucitará en la
resurrección del último día".
Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida.
El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.
¿Crees esto?".
Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo".
Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en
voz baja: "El Maestro está aquí y te llama".
Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su
encuentro.
Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que
estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado.
Los judíos que estaban en la casa consolando a María,
al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba
al sepulcro para llorar allí.
María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró
a sus pies y le dijo: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no
habría muerto".
Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos
que la acompañaban, conmovido y turbado,
preguntó: "¿Dónde lo pusieron?". Le
respondieron: "Ven, Señor, y lo verás".
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: "¡Cómo lo amaba!".
Pero algunos decían: "Este que abrió los ojos del
ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?".
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que
era una cueva con una piedra encima,
y dijo: "Quiten la piedra". Marta, la hermana
del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está
muerto".
Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees,
verás la gloria de Dios?".
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los
ojos al cielo, dijo: "Padre, te doy gracias porque me oíste.
Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta
gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado".
Después de decir esto, gritó con voz fuerte:
"¡Lázaro, ven afuera!".
El muerto salió con los pies y las manos atados con
vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo
para que pueda caminar".
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que
habían ido a casa de María creyeron en él.
REFLEXIÓN
Toda
la historia de la resurrección de Lázaro, tiene un valor de signo. Lázaro
significa debilidad humana, pero Jesús lo quería. Lázaro significa herida de
muerte, pero Jesús la asumía. Lázaro significa hombre mortal, y Jesús viene en
su auxilio. Qué suerte tuvo Lázaro de tener a Jesús por amigo. Qué suerte tiene
el hombre de tener a Dios por amigo y salvador.
Jesús
resucitará a Lázaro. Significa que tiene poder de resucitar a todos los amigos
que mueren. Primero lloró su muerte, porque le duelen los sufrimientos y penas
del hombre. Después lo sacó de la tumba, para dar a entender que a todos puede
sacar de sus sepulcros. Lo dijo maravillosamente: Yo soy la resurrección y la
vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá.
Sólo
pide una cosa, fe. Jesús es un médico que no sana si no confía en él. Creer es
confiar, abrirse a él, acercarse a la fuente, dejarse llevar a la piscina,
dejarse amar. Lázaro se dejó amar. Las hermanas confiaron en Jesús: Yo creo que
tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Como creyó
la Samaritana y creyó el ciego de nacimiento. Creer es escuchar su palabra,
alimentarse y llenarse de Jesús, su pan es medicina de inmortalidad. Creer es
confesarlo como Salvador.
La resurrección de Lázaro anuncia también la propia
resurrección de Jesús. Pero ¿cómo pudo morir si era la Vida? ¿Qué necesidad
tenía de morir si iba a resucitar?
Si
esta línea de argumentación prevaleciera, podríamos ahorrar a Jesús todo tipo
de debilidades y sufrimientos. ¿Por qué fue tentado si él no iba a caer? ¿Por
qué pidió de beber si él ofrecía agua viva? ¿Por qué lloró la muerte si lo iba
enseguida a resucitar? Aceptar estas hipótesis triunfalistas serían desconocer
la realidad-dramática realidad- de la Encarnación. Aceptó la condición humana
con todas sus consecuencias. Y quiso
salvar al hombre, pero desde dentro; quiso curar las heridas, pero
padeciéndolas él primero. Todo lo que él asume y sólo lo que él asume queda redimido.
ENTRA EN TU INTERIOR
NUESTRA ESPERANZA
El relato de la
resurrección de Lázaro es sorprendente. Por una parte, nunca se nos presenta a
Jesús tan humano, frágil y entrañable como en este momento en que se le muere
uno de sus mejores amigos. Por otra parte, nunca se nos invita tan directamente
a creer en su poder salvador: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en
mí, aunque muera, vivirá… ¿Crees esto?»
Jesús no oculta su
cariño hacia estos tres hermanos de Betania que, seguramente, lo acogen en su
casa siempre que viene a Jerusalén. Un día Lázaro cae enfermo y sus hermanas
mandan un recado a Jesús: nuestro hermano «a quien tanto quieres» está enfermo.
Cuando llega Jesús a la aldea, Lázaro lleva cuatro días enterrado. Ya nadie le
podrá devolver la vida.
La familia está rota.
Cuando se presenta Jesús, María rompe a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver
los sollozos de su amiga, Jesús no puede contenerse y también él se echa a
llorar. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte.
¿Quién nos podrá consolar?
Hay en nosotros un deseo
insaciable de vida. Nos pasamos los días y los años luchando por vivir. Nos
agarramos a la ciencia y, sobre todo, a la medicina para prolongar esta vida
biológica, pero siempre llega una última enfermedad de la que nadie nos puede
curar.
Tampoco nos serviría
vivir esta vida para siempre. Sería horrible un mundo envejecido, lleno de
viejos y viejas, cada vez con menos espacio para los jóvenes, un mundo en el
que no se renovara la vida. Lo que anhelamos es una vida diferente, sin dolor
ni vejez, sin hambres ni guerras, una vida plenamente dichosa para todos.
Hoy vivimos en una
sociedad que ha sido descrita como “una sociedad de incertidumbre” (Z. Bauman).
Nunca había tenido el ser humano tanto poder para avanzar hacia una vida más
feliz. Y, sin embargo, nunca tal vez se ha sentido tan impotente ante un futuro
incierto y amenazador. ¿En qué podemos esperar?
Como los humanos de
todos los tiempos, también nosotros vivimos rodeados de tinieblas. ¿Qué es la
vida? ¿Qué es la muerte? ¿Cómo hay que vivir? ¿Cómo hay que morir? Antes de
resucitar a Lázaro, Jesús dice a Marta esas palabras que son para todos sus
seguidores un reto decisivo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en
mí, aunque haya muerto vivirá… ¿Crees esto?»
A pesar de dudas y
oscuridades, los cristianos creemos en Jesús, Señor de la vida y de la muerte.
Sólo en él buscamos luz y fuerza para luchar por la vida y para enfrentarnos a
la muerte. Sólo en él encontramos una esperanza de vida más allá de la vida.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Sólo, desde esta actitud, comprendemos quién es Jesús
en la historia del mundo. De pie, delante del muerto, grita con fuerte voz:
Hombre, sal de la tumba y ven, pues, tienes que caminar mucho todavía. El mundo
avanza y crece, las sociedades evolucionan, la Iglesia se reforma, el
cristianismo adopta nuevas formas de existencia, los cristianos se abren a una mentalidad
distinta. Desata tu cuerpo y despréndete de cuanto te impide ser un hombre
libre: deja las ataduras tradicionales con que las sociedades amortajan a sus
víctimas para que vivan sin hablar, para que tengan pies y no caminen, brazos y
no actúen, ojos y no vean. Si crees en Dios, cree en la vida. Si crees en el
Espíritu, ponte a andar. La muerte está dentro de ti; la muerte eres tú mismo
en cuanto te niegas a vivir…
Lázaro
es el símbolo anticipado del mismo Jesús. También él dormirá en la cruz, y su
muerte será la ocasión para que se manifieste el poder del Dios de la vida. Por
eso Lázaro y Jesús son como el signo anticipado de eso a lo que todos debemos
aspirar: vivir, aquí y ahora, con la nueva vida del Espíritu. Que la vida, es
decir, la regeneración y la transformación de las estructuras muertas, florezca
como una primavera que no sabe de retornos: que muestra sus flores para que
aparezcan los frutos.
No
podemos llamarnos cristianos si no vivimos conforme al espíritu de Cristo que
da muerte al pecado bajo todas sus formas y nos introduce a la justicia de
Dios, expresión de la totalidad de la salvación que debe hacerse carne en la
historia.
La
muerte de Lázaro pone al descubierto la muerte de una sociedad sumergida en el
miedo y en la desesperanza. Jesús lo resucita como signo de que la obra de Dios
tiende necesariamente a devolver al hombre el más preciado de sus dones: la
vida. La fe en Cristo hoy nos hace renacer para que caminemos sin mordazas ni
ataduras, como hombres libres.
ORACIÓN
“Cuando abra vuestros
sepulcros y os saque de ellos, sabréis que yo soy el Señor. Os infundiré mi
espíritu y viviréis: os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo el Señor lo
digo y lo hago”.
Hermanos:
esta palabra del Señor hoy se cumple en nosotros. Dios lo dice y lo hace. Que
su palabra sea también la nuestra. Amén.
Expliquemos el Evangelio a los
niños.
Imágenes proporcionadas por
Catholic.net
QUINTA SEMANA DE CUARESMA
SEMANA DE LA VIDA
La quinta semana de
cuaresma es la semana de la vida.
Los
textos de esta quinta semana nos presentan el combate de Jesús con sus
enemigos. Los enemigos son aquellos que se tienen por fieles a la ley de
Moisés. La ley de Moisés se convierte, para ellos en su ley, en escudo y
acusación contra Jesús. Por tener a Moisés y querer ser fieles a él, desprecian
y olvidan a Jesús. Un intento de fidelidad que se convierte en infidelidad.
Jesús
se presenta como vencedor de la muerte: vence la muerte que ha eclipsado a su amigo
Lázaro; saca de la muerte a la mujer adúltera, a la que todos querían apedrear.
Aplicando la ley al pie de la letra, los que se tienen por justos condenan a
muerte; superando la ley con generosidad divina, Jesús libra de la muerte a la
mujer. Jesús es el que viene a salvar y dar vida a quienes estaban perdidos.
La
vida suscita una provocación: los enemigos de Jesús no soportan la vida y toda
su actuación se encaminará a quitar la vida a Aquel que da la vida. Muerte y
vida entablan un gigantesco combate. Al final, la vida triunfará, no sin antes
pasar por el combate.
El
episodio de Lázaro y el relato de la
mujer adúltera son la clave de interpretación de esta semana. Su proclamación
no debería faltar en alguna de las diversas celebraciones.
“Yo
soy la resurrección y la vida”, dice Jesús; quien crea en mí, aunque muera,
vivirá. Creer en el Amor absoluto es esperar que el amor esté “garantizado” en
algún sitio. Es esperar que la vida “renazca de él”. Más allá del final, o
cuando llega el final, el amor comienza dando vida. El amor es una corriente
que no muere.
Los
catecúmenos y los bautizados ya pueden abrirse a la esperanza y confiarse
totalmente a Dios.
La
semana termina con un “listo para sentencia”: “No tenéis idea; no calculáis que
antes que perezca la nación conviene que uno muera por el pueblo… Desde aquel
día estuvieron decididos a matarlo.
7 DE ABRIL
LUNES DE LA QUINTA SEMANA DE
CUARESMA
PALABRA DEL DÁ
Juan 8,1-11
“Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se
presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose,
les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en
adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las
adúlteras; tú, ¿qué dices?”. Le preguntaban esto para comprometerlo y poder
acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como
insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “el que esté sin pecado, que
le tire la primera piedra”. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos,
al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y
quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y
le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?”.
Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda y en
adelante no peques más”.
REFLEXIÓN
El texto del evangelio contrapone una vez más dos
espíritus y dos actitudes: lo viejo y lo nuevo, la ley y el amor; o, como dice
Pablo, “la justicia que viene de los hombres con la que viene de la fe de
Cristo, la que viene de Dios…”.
Aparentemente Jesús está entre la espada y la pared. Se
lo arrincona contra la ley para que opte ciegamente por ella condenando así a
una mujer adúltera. “Debes elegir –se le dice- entre salvar la ley o salvar al
pecador.” Jesús no duda un instante y opta por el hombre, así sea un hombre
prostituido y enfermo. El resto es fácil de comprender: los garabatos en la
tierra, el desafío que ahora él mismo lanza a sus acusadores para que dejen
correr la ley y apedreen, si así les place, a la mujer; la desbandada general
de los “justos”, el silencio de la mujer.
El final es simple y tierno: una mujer pecadora “se
levanta” y comienza a recorrer el camino de la libertad, libre de la ley y
libre del pecado. Ya no caben dudas: lo nuevo está brotando…
Jesús subraya fuertemente la auténtica actitud del
cristiano: condenar el pecado (“en adelante no peques más”) y salvar al pecador
(“tampoco yo te condeno”).
De ninguna manera es blando ante el pecado, pues éste
destruye y esclaviza al hombre, y, por lo mismo, debe ser denunciado y
destruido dentro del mismo hombre. Desgraciadamente la palabra “pecado” ya poco
nos dice y, en todo caso, viene cargada con recuerdos de un viejo catecismo
fundado en el cumplimiento de normas y preceptos, con sanciones y castigos, y
la imagen de un Dios justiciero y terrible.
Pero a falta de otra palabra más adecuada, descubrimos
con el evangelio que “pecado” significa todo aquello que atenta contra nuestra
dignidad de hombres. El pecado nos impide crecer y madurar, nos avergüenza y
humilla. Envidia, celos, agresión, delación, violencia, perversiones,
injusticias, odio…, son todas facetas de una misma y única realidad que corroe
el corazón del hombre, anula sus proyectos y destruye su historia.
ENTRA EN TU INTERIOR
Una
vez que Jesús ha sopesado bien la carga, ahora se dispone a quitársela a la
mujer. Jesús miró ahora a la mujer asustada y agobiada. Mira a la mujer con
toda la fuerza de su amor misericordioso. Ella comprendió; enseguida dejó de
llorar, dejó de temer. Y empezó a sentirse aliviada.
Entonces
Jesús, el único que podía haber tirado la piedra, cuando ya estaba la mujer
sola, dijo bien alto, para que oyeran todos, también los ausentes, también los
hombres de todos los siglos: “Mujer, yo tampoco te condeno”. Una palabra
liberadora, una palabra misericordiosa, una palabra del cielo. Y la mujer
empezó otra vez a llorar, pero de emoción y alegría. Y empezaría a entonar un
canto agradecido a la misericordia.
No es
difícil imaginar las consecuencias que hubiera tenido una sentencia
condenatoria de Jesús contra la mujer, si le hubiera tirado alguna piedra. Todo
fanatismo, toda crueldad, toda inquisición, toda pena de muerte, todo
terrorismo político, toda guerra religiosa, hubieran sido justificados.
“Yo
tampoco te condeno”. Ya había confesado Jesús que no había sido enviado “para
condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17). No ha
venido a castigar pecadores, sino a salvarlos. En cuanto a los pecados, él
cargará con todos.
Esta
palabra es el triunfo de la misericordia, una verificación de la enseñanza del
hijo pródigo. Si el Padre castigaba con besos y banquetes, Cristo castigaba
quitando condenas. Ni el Padre ni Cristo pedían cuentas. Las cuentas todas las
pagará Cristo. Y es una palabra novedosa: no tanto el amor a la ley, sino la
ley del amor.
ORA EN TU INTERIOR
Jesús quería a los pecadores, no al pecado. El pecado
es en sí mismo un castigo. “El que comete pecado es un esclavo”, dirá Jesús un
poco más adelante (Jn 8,34). No hace falta que nadie le condene, él mismo se
condena. Todo pecado origina dependencia y tristeza. Y Jesús nos quiere libres
y dichosos. Así, hace a la mujer una corrección fraterna. La corrección es
buena, si nace del amor; buena y necesaria.
Seguro
que la mujer aprendió bien la lección, no tanto por el peligro, sino porque
miró los ojos de Jesús, como le pasó a Pedro.
Y de
lo que sí estamos ciertos es que esa mujer jamás, jamás se atrevería a condenar
a nadie. Aprendió de Jesús a ser humilde, a comprender a los demás, a no juzgar
ni condenar. Nunca se atrevería a tirar piedra alguna. Aprendió en Jesús la
misericordia.
ORACIÓN FINAL
Señor
Jesús, compasivo y misericordioso, defensor de los débiles y salvador de los
pecadores. Aleja de mi corazón todo juicio y condenación. Hazme participe de tu
compasión. Y ábreme el oído: “Anda y en adelante no peques más, porque puedes
poner en peligro tu fe”.
8 DE ABRIL
MARTES DE LA QUINTA SEMANA DE
CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Juan 8,21-30
“En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: “Yo me voy
y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir
vosotros”. Y los judíos comentaban: “¿Será que va a suicidarse, y por eso dice:
“Donde yo voy no podéis venir vosotros?”. Y él continuaba: “Vosotros sois de
aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de
este mundo. Con razón os he dicho que moriréis por vuestros pecados: pues, si
no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados”. Ellos le decían: “¿Quién
eres tú?”. Jesús les contestó: “Ante todo, eso mismo que os estoy diciendo.
Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me envió es
veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él”. Ellos no
comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: “Cuando
levantéis al Hijo del Hombre, sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi
cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está
conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada”. Cuando
les exponía esto, muchos creyeron en él.”
REFLEXIÓN
“Cuándo levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo
soy, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha
enseñado”. El proceso de Jesús se acaba. Juan concluye observando: “Cuando les
exponía esto, muchos creyeron en él”. La señal de Dios ha sido entregada. Jesús
no tiene ya nada que decir; lo ha revelado todo, y llega la hora en la que va a
resumir todo en una última confrontación, donde el hombre podrá reconocer el
don y la gracia de Dios.
“Cuando
levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy”. No hay otra señal que la de
una cruz. Pero ¿cómo puede un rostro desfigurado por los golpes transparentar
un reflejo de la gloria de Dios? Porque, si Jesús se hace siervo, entra en
agonía y se abandona al desprecio y al odio, no es, ante todo, por deseo de
comulgar con la condición humana: en Getsemaní, ante el proceso de Jesús
concluye, y en sus jueces y, más tarde, en la cruz, Jesús es ante todo “imagen
visible de un Dios invisible”. El proceso de Jesús concluye, y en este hombre
sometido al suplicio debemos reconocer, sin poder explicarlo, que Dios, en la
profundidad misteriosa de su vida, se parece a alguien que se pone de rodillas
para servir a sus discípulos, a un hombre agonizante, a aquel que muere en la
más absoluta soledad.
Se
aproxima la hora; a Jesús ya sólo le falta resumir su vida en un acto supremo.
Cuando la cruz se levante hacia el cielo, Dios salvará a los que no aparten de
ella su vista.
Ya
tienes, hermana y hermano, todas las piezas del proceso. ¿Qué dices de Jesús?
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
“Cuándo les exponía esto muchos creyeron en él”. Son
los que buscaban la verdad y hallaron la vida mediante la fe en Cristo. Otros,
en cambio, permanecían ciegos ante los signos de su identidad mesiánica. Cristo
es signo de contradicción; los hombres han de decidirse por él o contra él.
Pero esa opción compromete definitivamente el destino personal. En este día de
cuaresma, con la pasión, muerte y resurrección de Cristo ya cerca, él nos
invita a una conversión de fe antes de que sea demasiado tarde.
Rechazar
a Cristo, que es la vida, la luz y la salvación, supone optar por la muerte,
las tinieblas y la ruina eterna. San Pablo escribía a los filipenses: “Lo digo
con lágrimas: hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo. Su
paradero es la perdición; su dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo
aspiran a cosas terrenas” (Flp 3,18s). En cambio, el que mira la cruz con fe y
con espíritu de conversión, como los israelitas miraron la serpiente en el
desierto, queda curado de su pecado, alcanza la salvación de Dios y tiene vida
eterna. Te bendecimos, Señor Jesús, porque con tu santa cruz redimiste al mundo
y nos salvaste del pecado. Desde que tú la santificaste con tu aceptación
amorosa, la cruz se convirtió en signo de vida y entrega, de amor y ternura de
Dios.
9 DE ABRIL
MIÉRCOLES DE LA QUINTA SEMANA DE
CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Juan 8,31-42
“En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían
creído en él: “•Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos
míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Le replicaron: “Somos
linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “Seréis
libres”?. Jesús les contestó: “Os aseguro que quien comete pecado es esclavo.
El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre.
Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de
Abrahán; Sin embargo, tratáis de matarme, porque no dais cabida a mis palabras.
Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le
habéis oído a vuestro padre”. Ellos replicaron: “Nuestro padre es Abrahán”.
Jesús les dijo: “Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin
embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché
a Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis, lo que hace vuestro padre”.
Le replicaron: “Nosotros no somos hijos de prostituta; tenemos un solo padre:
Dios”. Jesús les contestó: “Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo
salí de Dios, y aquí estoy. Pero no he venido por mi cuenta sino que él me
envió”.
REFLEXIÓN
Estamos en la recta final, durante cuatro días, la
liturgia nos propone el último alegato de Jesús. El evangelio se ha urdido en
torno a la pregunta de Jesús: “vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Ahora que
nadie puede engañarse acerca del modo en que va a concretarla, Jesús da su
respuesta y acusa: “Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán”.
Abrahán…
Su nombre evoca el riesgo de una marcha que ignora los caminos del itinerario,
una fe fundada en una existencia que inventa el camino. Como el árbol se reconoce por sus frutos, el
amor se descubre amando. El espíritu sopla donde quiere, y el que abandona su soplo no sabe adónde va.
Abrahán
es, además, nuestro padre en la fe. Su cuerpo, marcado ya por la muerte,
engendró a un hijo, es decir, la novedad insospechada de una vida inesperada.
Por nuestra parte, la fe permanece estéril y no es capaz de crear nada, porque
la preservamos y la reducimos a unos hábitos y a unas leyes. Mientras que el
amor tiene necesidad de grandes espacios y de un desierto carente de toda
señalización, nosotros lo encerramos en templos sin alma.
“El
esclavo no se queda en la casa para siempre; el hijo sí” Jesús es el hijo
legítimo, el único verdadero hijo de Abrahán, porque es el único creyente. Y
hoy acusa: “si fuerais hijos de Abrahán, obraríais como Abrahán”.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
¿Cómo ser libres y fieles a Dios en un mundo como el
actual, que envilece y encadena a la persona masificándola cada vez más,
coaccionando su libertad, privándola de los valores fundamentales y presionando
su conciencia a base de manipulación ideológica, política, económica, social,
publicitaria, consumista y moralmente permisiva? Frente a la gratificación de
lo instintivo, solamente el que tiene criterios evangélicos y una fe madura
puede mantener inviolada su independencia personal, sabiendo y testimoniando
con su vida y conducta que su único Padre y Señor es el Dios de Jesucristo.
La
libertad no se destruye tanto por la presión y la prisión cuanto por el pecado.
Los mártires y los santos de todos los tiempos atestiguan la afirmación de
Jesús en el evangelio de hoy: “Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad
discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
10 DE ABRIL
JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DE
CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Juan 8,51-59
“En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Os aseguro:
quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre”. Los judíos le
dijeron: “Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas
también, ¿y tú dices: “quién guarde mi palabra no conocerá lo que es morir para
siempre?” ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los
profetas murieron, ¿por quién te tienes?. Jesús contestó: “Si yo me glorificara
a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de
quien vosotros decís: “es nuestro Dios”, aunque no lo conocéis. Yo si lo
conozco, y si dijera: “No lo conozco” sería, como vosotros, un embustero; pero
yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo
pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría”. Los judíos le dijeron: “No
tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?”. Jesús les dijo: “Os
aseguro que antes que naciera Abrahán, existo yo”. Entonces cogieron piedras
para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.”
REFLEXIÓN
Cuando Abrahán estaba
físicamente acabado, abocado a la muerte y sin descendiente directo que le
heredara, recibe en la alianza con Dios su promesa de ser padre de multitud de
pueblos merced a un hijo salido de sus entrañas. Este hijo de la promesa fue
Isaac, que Dios le pedirá más tarde en sacrificio para seguir probando su fe.
Esta fe creó vida y bendición para el linaje de Abrahán y para todos los
pueblos de la tierra gracias al que fue el hijo por excelencia de la promesa:
Cristo Jesús, el Mesías de Dios.
En
la lucha entablada entre la muerte y la vida, la fe en Jesús, como la fe en
Dios de Abrahán, “que salta de gozo pensando ver el día del Mesías”, es la que
derriba el muro de la desesperanza y del sinsentido de la existencia humana
para que fluya la vida a raudales. En su misterio pascual de muerte y
resurrección, Cristo es la vida nueva de Dios, la bendición y la salvación para
todo hombre y todos los pueblos. En Cristo la vida venció definitivamente a la
muerte, y su victoria capacita para la vida y la esperanza sin fin a todo el
que cree en él.
El
problema, que una vez más, apunta el evangelio se refiere básicamente al
conocimiento y la aceptación de la persona de Cristo, a la cual sólo se da
alcance por la fe, indispensable para descubrir, a través de los signos y obras
que Jesús realizaba, su identidad personal en conexión con el Padre Dios, es
decir, su palabra personal no puede menos de revelarlo y glorificarlo en toda
su persona y conducta.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
Al
final del evangelio de Juan se dice: “Todo esto fue escrito para que creáis que
Jesús es el mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su
nombre” (Jn 20,31). Para creer en Jesús, nuestra vida y nuestra salvación, hay
que conocerlo. ¿Qué sabemos nosotros de Jesús?.
No
basta una respuesta estudiada, con la precisión del credo o del catecismo.
Saber cosas de Dios no es todavía tener fe. Hace falta el contacto personal con
Jesús mediante la escucha de su palabra y la oración; sin olvidar que un camino
seguro para encontrar a Jesús es amar a los hermanos, especialmente a los más
pobres, en quienes él se encarna. Este día de cuaresma nos urge a profundizar
el contacto personal con Cristo mediante el, amor a él y a los demás.
ORACIÓN FINAL
Dios de Abrahán, Dios de
los que creen y esperan, te bendecimos por tu Hijo resucitado, Cristo Jesús, el
hijo de la promesa y bendición tuya para todos los pueblos. En él brilla la
esperanza de nuestro futuro, porque nos dio la victoria definitiva sobre la
muerte.
Un mundo nuevo se abre a
los que saben creer y esperar, pues todo el que cree en él y guarda su palabra
vivirá.
11 DE ABRIL
VIERNES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Juan 10,31-42
“En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para
apedrear a Jesús. Él les replicó: “Os he hecho ver muchas obras buenas por
encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?”. Los judíos le
contestaron: “No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia:
porque tú, siendo un hombre, te haces Dios”. Jesús les replicó: “¿No está
escrito en vuestra ley: “Yo os digo: Sois dioses”? Si la Escritura llama dioses
a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y no puede fallar la Escritura),
a quién el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros que blasfema porque
dice es hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si
las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y
sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre”. Intentaron de nuevo
detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado
del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí. Muchos
acudieron a él y decían: “Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo
de este era verdad”. Y muchos creyeron en él allí”.
REFLEXIÓN
“No queremos lapidarte por una obra buena, sino por una
blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios”. Esta es la acusación
que se le imputa; pero Jesús no tiene más respuesta que sus actos. Su vida es
su único testimonio. La verdad en el proceso donde lo meten los hombres, solo
se puede conocer a través de su vida.
Jesús
nunca ofreció una larga exposición sobre la Encarnación; la vivió, y un día la
Iglesia confesará la divinidad del Hijo del hombre, porque habrá hombres que
perseveren en la oración, la reflexión, la escucha y el compartir el tiempo
suficiente para dar nombre al misterio revelado en la vida de Cristo. Pero los
títulos que expliciten la riqueza de su encuentro lo empobrecerán al mismo
tiempo. Yo no me salvo porque confiese un título de Jesús, sino porque, en la
fe, me sitúo en una relación personal con él. El título está ahí para
introducirme en esa relación.
Eso es
lo que Jesús recuerda: “Creed al menos en las obras; ellas hablan de mí”. Todos
los discursos no dicen, en definitiva, más que una cosa, lo que los discípulos
experimentaron antes y después de Pascua: Dios no abandona al justo. Sólo se
puede acceder a la buena nueva de la salvación a través del Amado del Padre.
Cuando confesamos que Jesús es Hijo, afirmamos que su persona es la garantía
viviente que Dios ha dado al mundo. Cristo es así totalmente, y de un modo
único, “de Dios”. Jesús es el Hijo, porque para el Padre lo es todo: su amor,
su voluntad, su vida, su ser, su alegría, su reino, su gloria, su nombre.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
¿Por qué es rechazado Jesús, por qué lo fue el profeta
Jeremías, por qué lo es el cristiano que quiere vivir según el evangelio?
Misterio difícil de explicar. Múltiples razones podrían darse. Comencemos por
destacar una que resume otras muchas: porque se rechaza la verdad, que suele
resultar molesta, como juicio implacable que es de nuestros fallos y errores.
Por falta de humildad y sobra de orgullo rechazamos la verdad, que deja al
desnudo nuestra innata maldad y nuestro proceder mezquino.
Para
el rechazo de Jesús contó también el misterio y escándalo de la palabra de Dios
hecha carne, es decir, debilidad humana. La humanidad de Cristo, en todo igual
a la nuestra menos en el pecado, era y es el gran obstáculo para ver su
divinidad y la gloria del unigénito del Padre. Si bien sus obras, su vida y su
conducta revelaban su origen divino, solamente mediante los ojos de la fe, que
es don de Dios y no conclusión obligada de argumentos y raciocinios, se podía y
se puede entender el misterio y la persona de Cristo.
ORACIÓN FINAL
Dios y Padre nuestro: tu
nombre ha entrado en nuestra historia, y nosotros creemos que las obras de
Jesús revelan tu verdadero rostro. Bendito seas, pues cuando él parte el pan,
sabemos que tú te das sin medida. Por la vida y la muerte de tu Hijo, gracias
te sean dadas ahora y siempre. Amén.
12 DE ABRIL
SÁBADO DE LA QUINTA SEMANA DE
CUARESMA
PALABRA DEL DÍA
Juan 11,45-56
“En aquel tiempo, muchos judíos que habían venido a
casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos
acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Los sumos
sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron: “¿Qué hacemos? Este
hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán
los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación”. Uno de ellos, Caifás,
que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: “Vosotros no entendéis ni palabra;
no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la
nación entera”. Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo
sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por
la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de
Dios dispersos. Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba
públicamente con los judíos, sino que se retiró a la región vecina del
desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los
discípulos. Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región
subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y,
estando en el templo, se preguntaban: “¿Qué os parece? ¿No vendrá a la
fiesta?”. Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase
de dónde estaba les avisara para prenderlo.”
REFLEXIÓN
El
último milagro que Jesús acaba de hacer, la resurrección de Lázaro, fue el
detonante de su condena a muerte por el sanedrín, que cree ya insostenible la
situación religiosa que Jesús está creando en el pueblo, con la consiguiente
inseguridad política. “Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el
consejo y dijeron:¿Qué estamos haciendo?. Este hombre hace muchos milagros. Si
lo dejamos seguir, todos creerán en él y vendrán los romanos y nos destruirán
el lugar santo y la nación… Y aquel día decidieron darle muerte”, porque, según
Caifás, sumo sacerdote aquel año, convenía que uno muriera por el pueblo y que
no pereciera la nación entera.
La
actitud oportunista de Caifás que hace suya el sanedrín, está en la línea
frecuente de querer manipular a Dios y la religión conforme a los propios
intereses. Esto se realiza tanto a nivel institucional como individual. Es una
constante histórica, verificada en el caminar multisecular de la Iglesia, la
tentación de confundir y mezclar el ámbito religioso y político, supeditando el
uno al otro alternativamente.
Lo más
fácil es un cristianismo triunfalista en tiempos de bonanza y acomodaticio en tiempos
de adversidad; pero la palabra de Jesús no se casa ni con una ni con otra
actitud. Por eso hemos de revisar y ajustar continuamente, tanto en plan
comunitario como personal, nuestra conducta e imagen cristianas. Éstas se han
de plasmar en una línea firme aunque humilde, valiente pero servicial, incómoda
quizás, pero alegre.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
¿Estamos preparados para celebrar la pascua del Señor?
¿Hemos entendido que ser cristiano tiene un precio? ¿Hemos renovado nuestra
opción bautismal? ¿Hemos hecho realidad en nuestra vida el lema que abría estos
cuarenta días: convertíos y creed en el evangelio? Es la última oportunidad
para una conversión profunda de fe y de vida.
ORACIÓN FINAL
¿Quién como tú, Señor?
Tú siempre te complaces en repartir tu gracia. Tú estableces con nosotros una
alianza sellada en la vida entregada de tu Hijo. Él aceptó incondicionalmente
tu voluntad salvadora, pero nosotros con frecuencia tratamos de manipular tu
evangelio conforme a nuestros intereses. Haz de nosotros tu morada entre los
hombres, para que todos sepan que tú eres nuestro Dios. Amén.
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