sábado, 2 de marzo de 2013

TERCERA SEMANA DE CUARESMA

TERCERA SEMANA DE CUARESMA
SEMANA BAUTISMAL
SEMANA DEL AGUA
 “Es amor lo que quiero, no sacrificios”, pues “toda la ley se resume en una palabra: ¡amarás!”. Los profetas Oseas y Jeremías lo Habían dicho y repetido: el único sacrificio que agrada a Dios es el de un corazón sincero; el amor es el horizonte de toda la religión. ¿Por qué, entonces, encontró Jesús una oposición tan feroz cuando puso de manifiesto estos datos fundamentales de la fe? Sin duda, porque con ello ponía en evidencia a los fariseos y a los sacerdotes… Los unos habían transformado la ley de libertad en comportamiento estereotipado; los otros habían hecho del culto un contrato sin alma. Para que el corazón recuperara su lugar central en la religión fue necesario que el profeta Jesús muriese por haber amado hasta el final.
Dios lo hace todo nuevo, incluido el corazón del hombre. Es el Dios de la mañana, de la primavera y de la aurora. Al leproso le da una carne como de un niño pequeño, y a su pueblo la verdeante hermosura de las colinas del Líbano. Pero el pueblo es sordo y obstinado; retrocede en lugar de avanzar; la fidelidad ha muerto, pues su amor es fugaz como las brumas de la mañana. Pueblo duro que ignora la piedad con las que Dios le ha gratificado sin medida.
Pueblo que no quiere acoger al profeta en su propia patria y se cierra en una ceguera cuando el Mesías hace resonar en sus muros la llegada del Reino de Dios. ¿Cómo podría Dios hacerlo aún todo nuevo? A veces, un hombre presiente la novedad. Aquí un escriba, allí un publicano. Este se mantiene a la sombra del Templo, repitiendo humildemente la oración de su corazón: “Ten piedad de mí, pues soy pecador”. El otro ha comprendido que el amor vale más que todos los sacrificios. Gracias a esta clase de hombres llega el Reino de Dios.
Un Reino donde se cumple la ley reduciéndola a la sencillez de su plenitud. Ley del corazón y del amor que se desarrolla en acción de gracias: “Señor, con todo el corazón te seguimos, buscamos tu rostro; acógenos, no retires tu misericordia, no repudies tu Alianza”. La Ley brota de la Alianza: conduce al sacrificio de acción de gracias, que vale más que todos los holocaustos. “¡Ven, Israel!” Volved al Señor y decid a Dios: te ofrecemos en sacrificio las palabras de nuestros labios!”
En esta semana se puede escoger el texto de la Samaritana de Juan 4,5-42 y en la cuarta, el texto del ciego de nacimiento. Te ofrezco el de la samaritana, y te invito a leer el texto de este ciclo B (Jn 2,13-25).

4 de Marzo
Lunes de la 3ª Semana de Cuaresma
PALABRA DEL DÍA
Lc 4,24-30
“En aquel tiempo, dijo Jesús al pueblo en la sinagoga de Nazaret: “Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio·”. Al oír esto, todos en la sinagoga ser pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba”.        
REFLEXIÓN
                La sencillez de las palabras de Jesús, siempre desarman. No sólo Jesús declara ingenuamente: “Hoy se ha cumplido la Palabra”, sino que se presenta como el que va a renovar la historia, aunque él sea un hombre entre los hombres. Un  conciudadano más.
            En esto se apoya la gran renovación evangélica. Una fe anclada en el corazón y fundada en signos tan tenues como un hombre sin poder o el símbolo de un agua viva. Lo que Dios viene a renovar es el corazón del hombre. ¿Lo conseguirá frente a los maestros de Israel, que han  edificado un sistema de leyes y ritos en el que el corazón, a la postre, no cuenta para nada? Hoy, y de un modo aún más banal, son los habitantes de Nazaret quienes se encogen de hombros. Pero basta con que Jesús les amenace con las Escrituras para que su furor llegue al extremo de pretender acabar con él de una vez por todas.
            “Pero él, pasando por en medio de ellos, siguió su camino”. Camino de la cruz. El único por el que Dios ha encontrado paso para renovar el corazón del hombre.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
Hemos sido ungidos por el Espíritu en el bautismo y la confirmación para testimoniar y secundar la misión liberadora de Cristo. Si no queremos apagar el Espíritu de Jesús en nosotros y en nuestra comunidad, hemos de comprometernos a fondo perdido en la lucha por la liberación de los más pobres y débiles, según el programa de Cristo en la sinagoga de Nazaret. Pero hemos de hacerlo con el amor con que lo hacía Jesús. Pues no podemos implantar la justicia en las estructuras sociales sin estar nosotros mismos convertidos, es decir, sin el amor y la fuerza del Espíritu de Dios que nos libera interiormente.
Nos incumbe una ardua y hermosa tarea de conversión, oración, alabanza a Dios y amor a los hermanos. Ese fue el camino y el estilo de Jesús, y no hay otro que nos valga.
ORACIÓN FINAL
Sé tú, Señor, nuestro presente y nuestro futuro; así la desesperanza no dominará a los que creemos en ti. Mantennos firmes en la fe y en la fidelidad, para que tus promesas se nos hagan realidad para siempre. Amén.

5 de Marzo
Martes de la 3ª Semana de Cuaresma
PALABRA DEL DÍA
Mt 18,21-35
“En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?”.  Jesús le contestó: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el Reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo”. El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré”. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.

REFLEXIÓN
                La Palabra nos va llevando por esta realidad tan nuestra en la que vivir como comunidad de Jesús pasa por dificultades que a veces parecen definitivas.
            Y es que la realidad nos lleva a chocar con aquellos que buscan vivir el evangelio hasta siete veces. Pedro, en un acto de sinceridad y a la vez de coherencia con el evangelio, está dispuesto a perdonar hasta siete veces, que parece el límite razonable. Pero Jesús va más lejos, hasta setenta veces siete, es decir, siempre, sin poner ningún límite.
            La parábola de Jesús lo hace evidente. El hombre que acaba de ser perdonado y no es capaz de perdonar al hermano, produce una profunda tristeza en aquellos que han sido testigos de la situación. No cuenta el número de veces, sino la incapacidad de perdonar  de aquel que había experimentado la vida que había engendrado en el perdón.
            Y es que vivir depende del perdón del otro, y empezamos a vivir cuando nos decidimos a perdonar. No se puede vivir cuando acumulamos rencor, porque éste es generador de maldad. Lo hemos visto en personas en las que se han ido construyendo en ellas una especie de mundo que les deforma toda capacidad de percibir lo que pasa a su alrededor, lo hemos visto en nosotros cuando nos lleva a ver en el prójimo una realidad que lo convierte en extraño.
            Perdonar es romper con todo esto, es emprender el camino de la vida, donde las personas, las cosas que pasan, tienen otra perspectiva, donde cabe el bien, la buena intención, donde podemos esperar en la otra persona.
            Ciertamente la parábola relaciona el perdón con la experiencia de ser perdonado; y es que ser perdonado es entrar en la dinámica de la generosidad que hace posible el perdón. A partir de aquí iremos viendo cómo la llamada de la libertad, hasta la opción definitiva o acoger o negar la presencia del otro en mi vida.
            ¿Cuántas veces, al rezar el Padrenuestro y decir: “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, hemos dicho una mentira?.
            Jesús nos lleva más lejos. No se trata de una experiencia ética, sino de una experiencia profunda, de encuentro con Dios. Lo decimos en el Padrenuestro, como hemos visto. Nuestro ser personas no nos convierte en una fortaleza que nos sitúa en un combate permanente con nuestro entorno, sino que Dios nos ha hecho franqueables. Su presencia en nosotros ha abierto las puertas de nuestra vida a los otros sin condiciones, o mejor, con la condición de hacer posible que ellos iban. Dirá Jesús: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.
            Toda esta trayectoria que nos ayuda a hacer el evangelio nos sitúa en el corazón de esta comunidad que ha de estar dispuesta a perdonar hasta setenta veces siete, porque es en el perdón donde se encuentra con la vida de Dios. ¡Y cómo nos cuesta como Iglesia dar este paso! Fácilmente preferimos mirar hacia otro lado, o encontrar las razones que justifican nuestra cerrazón, o llenar el ambiente de afirmaciones que hagan creer a los demás que nosotros no necesitamos del perdón.
                Perdonar hasta setenta veces siete, así es como llegaremos a ser comunidad. Así es como llegaremos a ser Hermandad.
ENTRA  EN TU INTERIOR
                Signo y testimonio del perdón recibido de Dios ha de ser nuestra disposición al perdón fraterno, ilimitado. Es ésta una de las actitudes características del auténtico discípulo de Cristo. Porque experimenta la misericordia del Señor en su vida y se sabe reconciliado con Dios, el cristiano está invitado y capacitado para amar y perdonar al hermano con el mismo amor y perdón con que él es aceptado. El perdón que hemos de conceder a quien nos ofende no es sólo condición y medida del que Dios nos otorga, como decimos en el padrenuestro, sino también testimonio y signo del perdón recibido de Dios.
            El deber cristiano del perdón y la reconciliación fraterna no es una ley fría e impersonal, como un imperativo moral impuesto desde fuera, sino una consecuencia necesaria del perdón ya recibido. Este último es el indicativo que fundamenta el imperativo del perdón fraterno. Solamente será capaz de perdonar a los demás el que haya experimentado cada día en su carne la alegría de un perdón que lo rehabilita continuamente como persona y como hijo de Dios. Quien no se siente perdonado, no ama; pero aquel a quien se le perdona mucho, ama mucho a su vez.
            Cuantas veces nos hemos acercado al sacramento del perdón que es la penitencia. ¿Por qué no salimos perdonando a los demás? ¿Por qué no sentimos la necesidad de compartir con los hermanos el perdón recibido de Dios? ¿Por qué seguimos viendo la paja en el ojo ajeno, sin que nos moleste la viga en el propio? ¿No es ésta una denuncia de la rutina de nuestras confesiones y celebraciones penitenciales?
            Serios puntos de examen para un día de cuaresma, que nos urgen a una conversión sincera al Señor y al amor que olvida y perdona. De lo contrario estamos perdiendo el tiempo, víctimas de un formalismo religioso.
ORA EN TU INTERIOR
            El preguntar con Pedro: “¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano?”, es simplemente preguntar: “¿Cuánto tiempo voy a vivir?”. El que deja de perdonar incansablemente, el que lleva cuenta de las ofensas, deja de vivir. Sólo vale para ser arrojado afuera. Pero, ¿cómo vivir sin tener la experiencia cotidiana de la gracia que nos salva? Experiencia de gratuidad, como la de la vida, porque nos conduce a la fuente de la vida. Perdonar a nuestro hermano “de todo corazón” es hacer nuestro el infinito movimiento de amor que está en el origen del hombre, un hombre que Dios ha sacado de su propio corazón.
ORACIÓN FINAL
                Te damos gracias, Señor, por tu perdón sin límites con el que muestras tu amor sin medida hacia nosotros. Todos ante ti somos deudores insolventes de millones, pero tan ruines que no perdonamos al otro ni un céntimo.
                Tú, Señor, eres comprensivo con nuestros fallos, pero nosotros somos intolerantes con los demás. Cuánto nos cuesta decir: Me he equivocado; pido perdón…
                Nos engañamos diciéndonos a nosotros mismos: “sí, yo perdono, pero eso no implica el olvido”, no nos damos cuenta que perdonar es hacer borrón y cuenta nueva.
                Danos, Padre, un corazón nuevo y enséñanos a perdonar las injurias como tú nos perdonas en Cristo. Así seremos sus discípulos e hijos tuyos de verdad. Amén.

SIEMPRE EL PERDÓN

6 de Marzo
Miércoles de la 3ª Semana de Cuaresma
PALABRA DEL DÍA
Mt 5,17-19
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se los enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los cielos”.
REFLEXIÓN
                Jesús dice que no vino a abolir la ley, junto con los profetas, es decir, el Antiguo Testamento, sino a darles plenitud. Los tres versículos del evangelio introducen las seis antítesis del discurso del monte en que Jesús delinea la nueva justicia del reino de Dios, es decir, la nueva santidad y fidelidad. La frase inicial es clave: “No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. De ahí se desprende la importancia del cumplimiento de la ley en toda su extensión; como hizo Cristo mismo, aunque criticara duramente la interpretación que de la ley hacían los maestros judíos conforme a las tradiciones rabínicas.
                La alternativa que Jesús propone a la ley mosaica no es la simple abolición, sino una mayor perfección y exigencia, una fidelidad más radical, una santidad más profunda. La ley nueva de Cristo, la ley del Espíritu, fundamenta una moral y una ética religiosa en dinamismo progresivo, interior, totalizante y acorde con el ritmo ascendente de la revelación. Así lo demuestran las seis antítesis que seguirán. Porque “os lo aseguro: si no sois mejores (si vuestra fidelidad no es mayor) que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (v.20). El amor sin límites a Dios y al hermano es la plenitud de la ley de Cristo, la justicia, la nueva santidad del Reino, la nueva fidelidad religiosa; amar, dice Pablo, es cumplir la ley entera (Rom 13,10).
ENTRA EN TU INTERIOR
                Una fidelidad mayor es la que quiere Jesús de sus discípulos y la que diferencia a la comunidad del Antiguo y del Nuevo Testamento, a los miembros de la sinagoga y de la Iglesia. San Pablo, que profundizó el tema de la ley mosaica en relación con  la fe en Cristo y su nueva ley, afirma: “El fin de la ley es Cristo para justificación de todo creyente” (Rom 10,4). Cristo fue el cumplimiento pleno y la realización de la ley y profecías de la antigua alianza.
ORACIÓN FINAL
Hoy te bendecimos, Señor, porque Cristo es nuestra ley. Una ley que es perfecta y es descanso del alma; un precepto que es fiel e instruye al ignorante. Unos mandamientos que son enteramente justos, más preciosos que el oro, más dulce que la miel de un panal que destila.
Unos mandatos, Señor, rectos y que alegran el corazón; unas normas limpias, que dan luz a mis ojos.
Gracias, Señor, porque tu Palabra es lámpara para mis pasos, luz en mi camino. Gracias, Señor, porque tu ley es mi herencia gozosa, la alegría de mi  vida.

7 de Marzo
Jueves de la 3ª Semana de Cuaresma
PALABRA DEL DÍA
Lc 11,14-23
“En aquel tiempo, Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: “Si echa los demonios es por arte de Belcebú, el príncipe de los demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo. Él, leyendo sus pensamientos, les dijo: “Todo reino en guerra civil a va la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belcebú y, si yo echo los demonios con el poder de Belcebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama”.

REFLEXIÓN
                Los que quieren explicar la actividad de Jesús como un pacto entre el jefe de los demonios y él no han comprendido que, para estar de acuerdo con Dios, hay que entrar en el movimiento de su revelación, siempre más próxima al hombre. Para preservar lo que creen ser los derechos de Dios, retroceden en lugar de avanzar. Se han hecho infieles a Dios al rechazar a Jesús. Están divididos y hundidos.
            El drama de la increencia, a lo largo del Evangelio, no se produce por un rechazo absurdo de Cristo. Si Jesús hubiera curado a enfermos y posesos sin reivindicar por su parte una relación con Dios, le habrían aplaudido, ya que nunca hay suficientes milagreros. Si hubiera hecho un milagro más para “darles una señal del cielo”, le habrían llevado a hombros. Pero Cristo nunca quiso entrar en ese juego; sólo quiso ser Hijo del Padre, y exigió para él una fe sin más pruebas que la confianza. Pidió a la fidelidad dar el paso decisivo. Un paso sin desviación posible, pues “¡quién no está conmigo, está contra mí!”.
            En el momento de la cruz, muchos creyeron que Jesús había sido vencido. Pero el se niega a bajar de la cruz y llegará hasta la muerte. La fidelidad a Dios supondrá la aceptación de ese agujero negro, donde la inteligencia no ve absolutamente nada. Desde ese momento, la resurrección de Cristo ya no es un argumento más perentorio que los signos efectuados durante su vida. Para ser fiel a Dios, para avanzar por el camino de la vida, hay que creer en Aquél a quien jamás veremos antes de franquear la fosa de la muerte.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
                Te bendecimos, Señor, porque tu Reino vino a nosotros por el poder y los milagros de Jesucristo, tu Hijo. Te alabamos también por tantos hombres y mujeres que dedican su vida a vencer el mal de nuestro mundo y testimoniar tu Reino como embajadores de tu amor.
            Queremos optar hoy, una vez más, por Cristo. No permitas que se endurezcan nuestros corazones. Concédenos percibir tus signos y la voz de tu palabra en la celebración litúrgica y los acontecimientos de la vida. Tu Reino ha llegado a nosotros, Señor, y hay hombres y mujeres que dan su vida para arrojar el mal de nuestro mundo. Que tu Espíritu nos ilumine, para que reconozcamos en ellos a los enviados de tu salvación. Amén.

8 de Marzo
Viernes de la 3ª Semana de Cuaresma
PALABRA DEL DÍA
Mc 12,28-34
“En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?”. Respondió Jesús: “El primero es: “Escucha, Israel, el  Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No  hay mandamiento mayor que estos”. El escriba replicó: “Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los  holocaustos y sacrificios”. Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas”.
REFLEXIÓN
                Ante la pregunta del letrado, Cristo se pronuncia no sólo sobre el primer mandamiento: amar a Dios, sino también sobre el segundo: amar al prójimo, para concluir en singular: “No hay mandamiento mayor que éstos”. Porque el segundo mandamiento es “semejante al primerio”, se dice en Mt 22,39, el relato paralelo a este; quedan así unidos y equiparados ambos. Esto es lo novedoso en la respuesta de Jesús, que, por lo demás, combina dos textos conocidos de todo especialista de la ley de Moisés. Para el amor a Dios utiliza a oración del “Shemá” (Escucha, Israel), que todo judío rezaba mañana y tarde, y para el amor al prójimo se remite al Levítico (19,18), si bien para Jesús prójimo es todo hombre y mujer, y no sólo el pariente y el compatriota, no sólo el próximo, el cercano.
La clave es el amor, amar a Dios y al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios; así concluyó el letrado su diálogo con Jesús. Afirmación que el Señor aprobó, “viendo que había respondido sensatamente”. El amor es más importante que la misma práctica cultual, porque es lo que le da valor. Necesitamos sinceridad y valentía para examinarnos del amor, que es lo central de la religión.
ENTRA EN TU INTERIOR
                A nivel de nuestra existencia personal, familiar y social, cada uno de nosotros se siente, en mayor o menor medida, como piezas dispersas de un rompecabezas. Desorientados por la propaganda consumista que nos manipula como marionetas, atraídos como niños incautos por ideologías mesiánicas, solicitados por sentimientos y afectos contradictorios, esclavos de los pequeños ídolos y tiranos de la vida actual, tenemos más de una vez la sensación de vivir desintegrados en muchas piezas.
            Ante tal dispersión, hemos de hacer un alto en el camino para preguntarnos sobre nuestra motivación religiosa fundamental, es decir, sobre la pieza clave parta ensamblar el rompecabezas. Y ésta no es otra que el amor indisoluble a Dios y al prójimo. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, y a tu prójimo como a ti mismo. He aquí lo que dará sentido, cohesión y valía a toda nuestra vida si nos liberamos de los ídolos muertos; obra de nuestras manos”: dinero y orgullo, prepotencia y dominio, egoísmo y sexo, afán de tener y consumir.
            A estas alturas de la cuaresma, hemos de profundizar en nuestra conversión a Dios y al hermano, avanzando por el camino de la fe y del amor; porque para ese doble encuentro no hay vía mejor ni más rápida que el amor, que es nuestro centro de gravedad.
ORACIÓN FINAL
Dios Padre de ternura, cercano a los que te invocan, infunde tu amor en nuestros corazones para que amemos a los demás con el amor con que tú nos amas. Concédenos convertirnos totalmente al amor a ti y a los hermanos. Queremos abandonar los ídolos de nuestro egoísmo, porque amar vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Amén.

9 de Marzo
Sábado de la 3ª Semana de Cuaresma
PALABRA DEL DÍA
Lc 18,9-14
“En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”
REFLEXIÓN
Otra vez, alguien que no ha comprendido nada y atribuye a sus acciones cultuales y a sus prestaciones litúrgicas una eficacia que no tienen en sí misma. Sin embargo, a primera vista, este fariseo parece buena gente, ayuna dos veces por semana y da el diezmo de su salario a los pobres. Hasta aquí, parece todo perfecto. Como muchos de los suyos, pone en práctica los consejos de piedad y virtud que le dicta su grupo. Entonces, ¿cuál es el reproche a los fariseos? El reproche es la seguridad que tienen. Hacen tantas cosas por Dios que acaban sin necesitarlo para nada. Dios ya no es más que un simple contable que únicamente sirve para constatar sus esfuerzos y sus méritos. Ya no es la fuente de la salvación.
            De hecho, está tan seguro de que todo lo ha hecho bien, que presenta sus buenas obras, no por sus méritos propios, sino por el aparente demérito del otro: “¡Oh Dios! Te doy gracias, porque yo no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano…”
            Por su parte, el publicano tiene un verdadero sentido de Dios. Cree en Dios y conoce su propia miseria. Por eso se mantiene a la puerta del templo y clama su angustia. Como todos los pobres… Sólo cuenta con Dios, pues no tiene nada más para defenderse.  Dios le justifica. “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
Dos hombres entraron en la iglesia a orar. Uno era íntegro, el otro se mantenía a distancia de la gente, sin hacer elogios de su falta, sufriendo por el hecho de que los hombres le señalaran con  el dedo. ¿Sabía este hombre que Dios ha venido a su encuentro para expresarle su ternura? Pues el privilegio de los publicanos es que sólo ellos saben hasta qué punto puede Dios ser misericordioso. Ahí está el peligro. Al fariseo le han  enseñado a evitar el pecado, a multiplicar los sacrificios y las buenas obras, a practicar la regla. Y lo hace tan bien que incluso se enorgullece de ello; está en regla con Dios. El publicano se da cuenta de su indignidad y pide perdón por ella. ¿Quién de nosotros, al comulgar, piensa en serio que es indigno? “Señor, no soy digno…”. Esto no quiere decir que haya que esperar a ser digno; nunca se es digno del todo; pero Dios quiere darse a nuestra indignidad. Es

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