DEL LUNES AL MIÉRCOLES DE LA SEMANA SANTA
LOS DÍAS QUE ANTECEDEN AL
TRIDUO PASCUAL
Antes de morir, Jesús quiere celebrar la Pascua con sus discípulos: sabe que la Hora ha llegado, y sus palabras están impregnadas de esta certeza. Todo está cumplido, y María puede verter el perfume sobre el cuerpo del condenado.
Por el comportamiento de Judas, Jesús comprenderá que el fin está próximo. ¿No es el momento de instaurar el Reino? El discípulo provocará al Maestro y le pondrá en trance de manifestarse.
Mientras sigue siendo dueño de sus gestos, Jesús da sentido a la muerte que le va a ser impuesta. En la cena de la Pascua entrega él mismo su cuerpo y su sangre, bajo el signo de compartir el pan y el vino, así, sabiendo que va a ser ofrecido a la muerte para que el Reino de Dios llegue, anticipa la hora en la que él mismo va a ser lo que se ventile en el proceso de los hombres.
Gesto profético que contiene ya una eficacia real, para aquellos que lo acogen en la fe. “esto es mi cuerpo”. El cuerpo de Jesús es ese trozo de pan compartido y distribuido; el cuerpo de Jesús no es entregado sino una vez que ha sido prometido a la muerte, como signo de la palabra mantenida hasta el final: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”.
Desde entonces se puede sopesar la importancia del encuentro, a la misma mesa, entre el que entrega y el que es entregado. Ahí está el sentido del relato de los acontecimientos que se le imponen a Jesús. La palabra y el gesto son proféticos: anuncian lo que debe cumplirse, mañana, sobre la cruz, la palabra dada en la Cena se cumplirá.
Y después de esa tarde del Viernes Santo, sigue siendo efectiva. Cuando dos o tres, reunidos en nombre de Cristo, comparten el pan en la alabanza, esperando el día en que el Señor vuelva, pasan con él de la muerte a la vida.
25 de Marzo
Lunes Santo
PALABRA DEL DÍA
Jn 12,1-11
“Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: “¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?”. Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando. Jesús dijo: “Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis”. Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús”.
REFLEXIÓN
La hora del amortajamiento ha llegado. Seis días antes de la Pascua, Jesús llega a Betania para hacer una última visita a los amigos de toda la vida. Y allí se anticipa ya el desenlace de la crisis; era preciso que María guardase el perfume para el día del enterramiento del Señor, pero ella acaba de derramarlo sobre los pies del Maestro.
Jesús ha quedado marcado ya para la muerte, del mismo modo que el cordero es marcado para ser llevado al matadero. El juicio ha sido ya ejecutado: ya sólo es cuestión de días, Jesús es un condenado. Ya no habrá recurso de apelación: ya está muerto: “Déjala” El que se dirige al sepulcro no grita. Su voz no se oye en la plaza pública. Ante sus acusadores guarda silencio. Es el tiempo de la semilla hundida en la tierra. La hora del grano es la del silencio.
Es la hora del anonadamiento. Es la hora de Betania, donde vive Lázaro, a quien Jesús resucitó de entre los muertos. Marcado ya por la muerte inminente. Jesús se remite a quien ha de librarle del sepulcro: salido con vida de la morada de los muertos, Lázaro testifica que el Maestro de la vida no podrá quedar preso del sepulcro sellado. Es la hora de la esperanza: se abrirá la tierra y crecerá el grano. El cordero sacrificado será el Cordero pascual que quita el pecado del mundo. “Sobre él he puesto mi espíritu, dice Dios, para que haga ver ante las naciones el juicio que yo he pronunciado”. Aquel a quien los hombres ya han condenado anunciará el decreto de perdón del Padre de la misericordia. Es la hora del amortajamiento, pero el que ya ha sido embalsamado habrá de ser ungido por el espíritu. El camino del Calvario queda iluminado con los fulgores de la Pascua.
Vosotros, hermanos, habéis sido marcado por vuestro bautismo. Dios ha pronunciado sobre vosotros su juicio y os ha llamado según su justicia. Indudablemente, la hora presente es para nosotros muchas veces la hora de la condena. Sin embargo, siguiendo a Jesús que se encamina hacia Jerusalén, confesamos que por el bautismo hemos accedido ya al mundo libre de toda servidumbre. Consagrados por el Espíritu, somos ya –defectuosamente, sin duda, pero lo somos- los artífices del mundo puesto bajo el signo de la resurrección. La hora de Betania es la hora donde flota ya en el aire el perfume de la Pascua.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
Como Cristo, también nosotros fuimos ungidos en el bautismo, que nos incorpora a su muerte y resurrección. La pascua se acerca, y en la vigilia pascual renovaremos nuestra fe y promesas bautismales, pues en la fe del bautismo radica lo más nuclear de nuestra identidad cristiana. Ahí está el punto de partida y el comienzo de toda nuestra existencia de creyentes.
En el bautismo fuimos sumergidos y sepultados con Cristo para morir al pecado, y también con él renacimos a la vida nueva de Dios, como hijos suyos, miembros de Cristo y de la Iglesia y hermanos de todos los hombres. La renovada fragancia pascual del bautismo debe llenar toda nuestra vida.
Hoy te bendecimos, Padre, por muchos motivos: Porque Cristo es tu servidor fiel y compasivo, que no vino a quebrar la caña cascada ni a apagar la mecha que todavía humea, sino a liberar al oprimido. Porque él es el grano de trigo que muere en el surco en siembra fecunda que da mucho fruto para ti; porque él estableció tu reino no por la fuerza, sino por la cruz. Amén.
26 DE MARZO
MARTES SANTO
PALABRA DEL DÍA
Jn 13,21-33.36-38
“En aquel tiempo, Jesús, profundamente conmovido, dijo: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, el que Jesús tanto amaba, estaba reclinado a la mesa junto a su pecho. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?”. Le contestó Jesús: “Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado”. Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: “Lo que tienes que hacer hazlo enseguida”. Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche. Cuando salió, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: “Donde yo voy, vosotros no podéis ir”. Simón Pedro le dijo: “Señor ¿adónde vas?”. Jesús le respondió: “Adonde yo voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde”. Pedro replicó: “Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti”. Jesús le contestó: “¿Con qué darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces”.
REFLEXIÓN
“Era necesario que se cumpliese la Escritura”. El desenlace está próximo. Jesús sabe que va a la muerte, y da sentido a lo que va a suceder. Si le quitan la vida, es porque, desde el comienzo, él la ha entregado libremente. Jesús va a partir el pan, gesto secular de la comida que celebraba la liberación de la esclavitud. “Es mi carne entregada por vosotros”. Jesús está decidido a llegar hasta el final, y en ese gesto se entrega por entero en manos de los hombres.
Durante tres días, la liturgia nos hace entrar en el misterio de la Pascua iluminándola con tres pasajes del profeta Isaías que ponen ante nuestros ojos la imagen del Siervo, cuya misión es restablecer la alianza entre Dios y la humanidad. Más aún, él es esa alianza, como lo indica el primer poema. Elegido por Dios, el Siervo vive en la humildad al servicio de los pobres. El segundo canto lo muestra predestinado para esta misión. Por medio de su palabra, no sólo reunirá a Israel, sino que será luz para las naciones. Así, la liturgia muestra las dos caras del drama que se está desatando. Cuando la liturgia habla ya de traición y negación, revela, como contrapunto, la cara oculta de los acontecimientos. El que se va, olvidado de todos, incluso abandonado por sus amigos, es también el que anunciaba el profeta.
“Era necesario que se cumpliese la Escritura”. Jesús realiza el mensaje de los profetas, y no tarda en topar con la oposición a sus gestos proféticos. Los escribas le acusaron de blasfemo cuando le vieron perdonar los pecados al paralítico, y desde entonces su actividad se desarrolló en un clima de creciente tensión. Muchas de sus palabras y gestos caían bajo el peso de la ley judía, y sabía que se exponía a la muerte. Pero ¿no es la muerte algo inherente al ministerio profético? Sí, Jesús dio sentido a todo lo que iba a suceder. Se presentó como el Esposo que sería arrebatado a sus amigos; anunció que debería beber el cáliz amargo y se presentó como el hijo del dueño de la viña al que cogen y matan para conseguir la herencia. Con una impresionante libertad, Jesús dio nueva juventud a las Escrituras. Mezclando su destino al del Siervo. Su certeza de estar en la cumbre de las Escrituras le aseguraba de que su muerte próxima constituía la cima de la obra divina. El camino de la cruz es también el de la vida; el hombre al que las tinieblas han de aniquilar es también luz de las naciones.
ENTRA EN TU INTERIOR
Los apóstoles no entendieron del todo a qué se refería Jesús con su glorificación, pero algo sobrecogedor sospechaban cuando Pedro le pregunta: “Señor, ¿a dónde vas?... Daré mi vida por ti. Jesús le contestó: ¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro Que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces”. Los discípulos no pueden seguir a Jesús en su camino hacia la muerte; no están preparados todavía. El silencio se espesa. Cristo puede ya comenzar su discurso de despedida.
ORA EN TU INTERIOR
Dos hombres que fallan: Judas y Pedro. Pero su pecado tiene origen diverso: en uno es la avaricia que odia, en otro la debilidad que ama. Y su final es muy distinto: Judas desespera, Pedro se arrepiente. Naturalmente, el que amaba conocía a Jesús mejor que el que odiaba.
Ni el plan traidor de Judas ni la generosidad impetuosa y fallida de Pedro influirán en el designio que está ya marcado por el Padre y aceptado por Jesús. Él había dicho: “Por eso me ama mi Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente” (Jn 10,17). Y en la cena comentó: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Ésa es la misión de Jesús y del cristiano: amor que da vida a los demás.
ORACIÓN FINAL
Te alabamos, Padre, y acatamos tus designios porque se acerca la hora final de Cristo en su pasión, la hora del cáliz en Getsemaní, la gloria de su cruz.
Se echa encima la noche tenebrosa de la traición. Jesús se entrega; el amor es traicionado y negado.
Concédenos, Señor, responder a tu amor fielmente, a pesar de nuestra innata y manifiesta debilidad. Queremos demostrar con nuestra vida que el amor es amado, porque si grande es nuestro pecado, mayor es tu bondad.
Haz brillar pronto sobre nosotros el día de tu gloria, la pascua esplendorosa de la nueva alianza en Cristo. Amén
27 de Marzo
MIÉRCOLES SANTO
PALABRA DEL DÍA
Mt 26,14-25
“En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: “¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?”. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?”. Él contestó: “Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: “El Maestro dice: Mi momento está cerca: deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: “¿Soy yo acaso, Señor?” Él respondió: “El que ha mojado en la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del Hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!; más le valdría no haber nacido. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: “¿Soy yo acaso, Maestro?”. Él respondió: “Tú lo has dicho”.
REFLEXIÓN
A medida que nos aproximamos a la pasión de Jesús, va cobrando relieve la siniestra figura del hombre que será útil a los planes homicidas de los judíos. Es Judas Iscariote. Todo sucede en un clima de amistad traicionada y en el contexto de la cena pascual de Jesús con sus discípulos, es decir, en la primera eucaristía de la historia. Judas aceptó el papel de delator, llegó a un arreglo con los sacerdotes y buscó la ocasión propicia para entregar a Jesús. Lo hizo durante las fiestas de Pascua, cuando la afluencia de peregrinos a la ciudad favorecía cualquier golpe de mano. “Por treinta monedas de plata”, añade Mateo. Era el precio de un esclavo, el salario irrisorio que antiguamente había pagado Israel para desembarazarse de Dios (Zac 11,12).
Durante la comida, Jesús desvela que el traidor estaba entre los comensales. Su dolor era grande ante la traición del amigo: “¡Ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!”. El Justo es entregado a manos de los impíos; le harán todo cuanto quieran. Es la hora del Príncipe de las tinieblas… Pero Dios no dejará ver la corrupción a su amigo (Sal 15).
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
En cada Eucaristía “bebemos el cáliz del Señor”, comulgando así en su muerte y resurrección gloriosa por la redención del mundo y el servicio de los hombres. Pero no realizaremos dignamente esa comunión si no participamos en su destino. ¿Seremos capaces? Nosotros no somos más fuertes que Jesús, que conoció el miedo a la muerte y gimió en Getsemaní. Lo que a nosotros toca es ahogarnos en el torrente del amor de Cristo que renueva todas las cosas. El resto lo hará Dios.
ORACIÓN FINAL
Te bendecimos, Señor, por Jesucristo, tu Hijo, que vino a servir y no a ser servido, estableciendo un orden y universo nuevos, donde ser el último sirviendo a los demás, es ser el primero. Haznos comprender que hemos nacido a un mundo nuevo, el mundo de Cristo, el mundo de tu Reino, gracias al amor y la sangre de Cristo, servidor de los hombres. Amén.
TRIDUO PASCUAL
UN POCO DE HISTORIA
A finales del siglo IV san Ambrosio y san Agustín orientan a sus fieles sobre “el triduo sacro…, durante el cual Cristo murió, fue sepultado y resucitó”. En palabras del primero, o “el triduo sacratísimo del Salvador crucificado, sepultado y resucitado”, según el obispo de Hipona, San Agustín.
La preparación de la Pascua se había extendido, por tanto, a los días anteriores formando un todo unido, muerte y resurrección, a través de la sepultura. El triduo lo formaban, pues, viernes, sábado y domingo. El jueves seguía siendo el último día de cuaresma dedicado a la reconciliación de los penitentes. La Iglesia romana mantendrá este esquema hasta el siglo VII, en el que el que va tomando auge la celebración de la cena del Señor en la tarde del jueves, viernes y sábado –vigilia pascual y mañana de resurrección incluidas-
Oriente siguió otro planteamiento, y ya a mediados del siglo V hallamos en Jerusalén el rito del lavatorio de los pies, que posteriormente se extendió al resto de Oriente y Occidente.
A partir del siglo VII, encontramos en la liturgia romana tres misas para el jueves: mañana, mediodía –la de la consagración de los óleos- y la de la tarde. Habrá que esperar hasta el siglo X para que el Pontifical romano-germánico recoja el esquema conocido de la misa crismal por la mañana y la vespertina. Y tendrá que llegar el siglo XIII, para que se introduzca el detalle del “traslado” de la reserva a la urna, para la comunión del viernes.
Conforme se vaya perdiendo la perspectiva pascual que une estrechamente a estos tres días y cada celebración vaya independizándose, esta se va recargando de aspectos secundarios que adquieren una exagerada dimensión: adorno del monumento, adoración al Santísimo, procesiones, etc.
Tendrá que llegar la reforma de Pio XII de 1955, y sobre todo la llevada a cabo sobre las líneas maestras del Vaticano II, para que el triduo sacro recobre su significado profundo como celebración conjuntada del misterio pascual.
POR LA CRUZ
A LA LUZ,
POR LA MUERTE A LA VIDA,
POR LA ESCLAVITUD A LA LIBERTAD.
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