sábado, 9 de marzo de 2013

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA-CUARTA SEMANA DE CUARESMA

”Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
10 DE MARZO
4º DOMINGO DE CUARESMA
(Al igual que en el Domingo 3º, cuando hay catecúmenos se pueden escoger las lecturas del 4º Domingo de Cuaresma del Ciclo A)
1ª Lectura: Josué 5,9-12
Salmo 33: Gustad y vez qué bueno es el Señor.
2ª Lectura: 2 Corintios 5,17-21
PALABRA DEL DÍA
Lc 15,1-3.11-32
“En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El Padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo hubo gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio  y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”.
Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola:
Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.
El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!
Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;
ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'.
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'.
Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,
porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.
Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”.

REFLEXIÓN
            La parábola del hijo pródigo es una página bellísima y consoladora. Se retratan las miserias humanas y se define la respuesta de Dios a tantas miserias.
            El hijo pródigo es el hombre que busca fuera lo que tenía que encontrar dentro, que mendiga en la ciudad lo que le sobra en casa.
            La insatisfacción le fuerza a una carrera alocada. Rompe todos los lazos, que a él le parecían frenos y ataduras, pero que, a la verdad, eran cuerdas de amor y cauces de superación. No sólo rompe con la familia -¡esa maravilla de padre, que era también madre!-, sino que profana las relaciones familiares, mercantilizándolas, convirtiéndolas en derechos y obligaciones –“¡Dame lo que me toca!”.
            Después, por la insatisfacción, se entrega al consumismo desenfrenado, pero siempre más insatisfecho, siempre más vacío, siempre más triste. Porque ni las cosas, por muy placenteras que sean, ni las personas convertidas en objetos, en cosa, dan felicidad o libertad. Producen desencanto, hastío o vacío y dependencia. La imagen del hijo convertido en porquero, hambriento de algarrobas, le retrata perfectamente. A la larga desearía convertirse en puerco.
            Nos hace falta hablar de la actualidad de esta miseria. Este muchacho insatisfecho se integraría perfectamente en nuestra sociedad de consumo, en nuestras movidas, en nuestras fiestas y diversiones. Podría terminar siendo un transeúnte desintegrado, un delincuente, un drogadicto, un fanático de cualquier causa o cualquier ídolo.

            Yo soy también hijo pródigo cuando vivo volcado hacia fuera, cuando no sé encontrarme a mí mismo, cuando me olvido de la razón de mi vida, cuando no busco a Dios, cuando pienso sólo en divertirme, cuando gasto demasiado, cuando dedico demasiado tiempo a lo superfluo, cuando no me comprometo en el trabajo y en el servicio. Acuérdate de la parábola de los pozos, los que se esforzaban por cultivar y llenar el brocal y se olvidaban de su razón de ser, del agua y del manantial.
            El Padre es el sol de la misericordia, del perdón y de la acogida. El Padre es ciertamente el centro de la historia, es un sol que ilumina todo en cuadro. Toda una serie de cualidades y actitudes paterno-maternas que conmueven. Quizá sea ésta, entre todas las palabras (nombres, verbos, adjetivos) que podemos aplicarle, la que mejor le define: el que se conmueve y el que nos conmueve. Es el hombre de la pasión, de las entrañas, del corazón: el corazón conmovido ante la miseria.
            Podemos destacar unas cuantas actitudes conmovedoras:
-          Respeta: No ata al hijo que se quiere marchar, ni le amenaza. Conoce y comprende al hijo y sabe que tiene que ser él mismo, que debe madurar por sí mismo, que debe aprender en la escuela de la vida. El amor no esclaviza, no es absorbente.
-          Sufre: El respeto o la tolerancia no le lleva a la indiferencia. La marcha del hijo le produce un desgarrón sangrante;  herida abierta, más dolorosa cada día que pasa. Se preguntaría el porqué. Se culpabilizaría: tal vez no había sabido tratarle, tal vez lo había olvidado en algún momento, tal vez no había dialogado con él lo bastante.
-          Espera: El sufrimiento no le lleva a la depresión y el desencanto. Si el hijo ha roto con él, él no quiere romper con el hijo. No dice: se acabó. No. Él sigue confiando en el hijo. Espera que algún día su hijo resucite, se impongan sus buenos principios, el milagro. El amor espera sin límites. Y es una esperanza activa, vigilante. Su corazón envía mensajes constantes al hijo, y abre la ventana y sale al camino. El amor siempre vigila y espera.
-          Acoge: El hijo pródigo, por fin, cuando se encontraba en una situación lamentable, decide el retorno a la casa paterna, añorando los valores que antes despreciaba o no valoraba lo suficiente. Le mueve el hambre, pero le mueve más el recuerdo y el amor del padre. El hijo desanda el camino libremente, pero es el padre quien tira de él. El padre lo presiente, el amor no se equivoca. Sale a su encuentro. “Cuando estaba todavía lejos, su padre lo vio”, ¡Sólo se ve bien con el corazón! “Y se conmovió”: palabra clave, núcleo de toda la historia.
-          Perdona: Pero hablar de perdón es poca cosa. No sólo perdona y olvida, sino que se conmueve, se alegra, danza interiormente, hace fiesta. No es un perdón, es una resurrección, “estaba muerto y ha revivido”. No sólo perdona, sino que dignifica, devuelve al hijo miserable toda su grandeza y sus derechos: el vestido, el anillo, las sandalias, el banquete; como el verdadero hijo que ha vuelto a encontrar.
Este padre es una fotografía de Dios, y es una versión poética, dramática, de lo que hacía Jesús con los pecadores.
ENTRA EN TU INTERIOR

Toda una lección de seguimiento…
Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del “padre bueno”, mal llamada “parábola del hijo pródigo”. Precisamente este “hijo menor” ha atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.
Sin embargo, la parábola habla también del “hijo mayor”, un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: “se indignó y se negaba a entrar” en la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.
El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde “trata de persuadirlo” para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora sólo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.
Ésta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?
Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular… Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.
El “hijo mayor” es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?
José Antonio Pagola


ORA EN TU INTERIOR
                La parábola del padre bueno es una bella descripción del ser de Dios. La parábola sale de los labios de Jesús ante la dureza y severidad de los fariseos y los maestros de la ley al advertir que los cobradores de impuestos y otros pecadores se acercaban a él para escucharlo. Reprueban la actitud de Jesús porque los acoge y porque incluso tiene la osadía de comer con ellos. Para Jesús, las personas siguen siendo personas, aunque estén marginadas por la sociedad. Para los fariseos, algunas personas dejan de serlo porque no entran en el grupo de los buenos.
            Dios lo único que no puede dejar de hacer es amar. Si no amara, no sería Dios. Nuestra mentalidad queda totalmente desbordada anta la grandeza de este amor. Y tenemos tendencia a poner diques a la inmensidad de Dios. Entonces, tal vez con buena intención, le decimos que sus caminos ciertamente no son nuestros caminos y que se equivoca. Nos creemos, a veces, autorizados a enmendarle la plana. ¡Cuántas veces, hermanos y hermanas, hemos hecho el papel del hijo mayor de la parábola!.
            Dios, en Jesucristo, nos ha revestido con su propio traje de gala; el amor. Nos ha reconciliado de una vez para siempre. Nos ha calzado con las sandalias de la libertad de los hijos para que nada ni nadie nos esclavice. Nos ha colocado el anillo de su alianza en un amor imperecedero.
            Éste es el cristiano que, ligero de equipaje, tan sólo provisto de la certeza de que Dios lo ha reconciliado con él de una vez para siempre, prosigue en su camino cuaresmal afianzado en su fe en un Dios de misericordia y espoleado por una esperanza de amor sin límites. Y todo ello se hace realidad en un compromiso más sincero de armonía interior, de acogida fraterna y de trato filial con Dios.

Expliquemos el Evangelio a los niños

Imágenes proporcionadas por Catholic.net






4ª SEMANA DE CUARESMA
SEMANA DE LA LUZ

La cuaresma es tiempo de conversión; pero, ojo, no nos engañemos: la cuaresma es, ante todo, tiempo de gracia; la conversión es una inmersión en el eterno designio de Dios. No se trata tanto de hacer un esfuerzo cuanto de descubrir lo que ya somos, por la gracia. La cuaresma es un tiempo bautismal; toda la Iglesia vuelve a zambullirse en Cristo. Si es verdad que ya nos ha liberado, no lo es menos que nos hará libres.
            La conversión cuaresmal no tiene otra razón de ser que la de llegar a ser por la gracia lo que ya somos por carácter.
            Se nos invita a redescubrir nuestras raíces o, mejor, nuestra raíz, pues nuestra raíz permanente en este mundo es Jesús, muerto y resucitado, que no cesa de germinar en la tierra de los hombres. Esta raíz permanente es obra del Espíritu, que nos hace capaces de entrar en comunión con el Dios de amor y de la vida.
            El bautismo es un acto único en la vida del creyente que le permite unirse a ese otro acto único que, en la historia, marca el advenimiento de los últimos tiempos, la muerte y resurrección de Jesús. Lo que aconteció en Jesús se hace realidad en cada hombre. Nuestro hombre viejo, escribió Pablo, fue crucificado con él. La grandeza del bautismo consiste en que nos integra en el compromiso adquirido por Cristo, muerto y resucitado, de cara a la vida nueva. Así, poco a poco, se desvela el sentido de nuestra historia.
            A partir del jueves y hasta el sábado de la quinta semana de Cuaresma, entramos de lleno en el PROCESO A JESÚS.
            Los días que nos conducen a la Semana Santa se caracterizan por el desenlace de la crisis suscitada por la oposición contra Jesús: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”. El proceso se inició con el comienzo del ministerio en Galilea. Para unos, el nuevo profeta tiene palabras de vida eterna, para otros, no es más que un vulgar blasfemo. Para unos es piedra de tropiezo; para otros, piedra angular de una vida fundada en su palabra. Pero el proceso que se abre contra Jesús es, en definitiva, el proceso de Dios mismo. En efecto, a Jesús no se le reprocha tanto el que se proclame Dios cuanto que manifieste a un determinado Dios.



11 de Marzo
Lunes de la 4ª Semana de Cuaresma
PALABRA DEL DÍA
Jn 4,43-54
“Salió Jesús de Samaria para Galilea. Jesús mismo había hecho esta afirmación: “Un profeta no es estimado en su propia patria”. Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verle, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: “Como no veáis signos y prodigios, no creéis”. El funcionario insiste: “Señor, baja antes de que se muera mi niño”. Jesús le contesta: “Anda, tu hijo está curado”. El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole, que su hijo estaba curado. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: “Hoy a la una lo dejó la fiebre”. El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora cuando Jesús le había dicho: “Tu hijo está curado”. Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea”.
REFLEXIÓN
            Se abre hoy la cuarta semana de cuaresma, y la proximidad de la pascua ya se siente en las lecturas bíblicas. Todo en cuaresma está orientado hacia la resurrección con Cristo. Por eso no es la cuaresma un tiempo tristón. El triunfo de Jesús sobre la muerte es el nuestro si creemos en él y renovamos y vivimos la opción bautismal. Tema que se irá acentuando progresivamente hasta el final de la cuaresma. En la aurora de la resurrección, primera mañana del universo nuevo, se realiza la creación por Dios del nuevo cielo y de la nueva tierra de que habla el Tercer Isaías, el posexílico, en la primera lectura.
            Jesús se manifiesta en este episodio como la vida en persona, tema que el evangelista Juan desarrolla en los capítulos siguientes al de hoy. La narración de este milagro quizá sea la versión joánica de la curación del siervo del centurión, que refiere la tradición sinóptica (Mt 8,5ss y Lc 7,1ss). Juan le da todo el realce de “segundo signo” de Jesús en Caná, donde antes había convertido el agua en vino.
ENTRA EN TU INTERIOR
                El padre del niño enfermo, al acudir suplicante a Jesús, admite humildemente que la situación se le escapa de las manos, pero solamente después de acaecida la curación llega a ser un “creyente”. La súplica de petición a dios, es un reconocimiento humilde de nuestra dependencia de él; pero tal oración no debe agotar nuestra relación con Dios.
            El buen creyente no piensa en Dios sólo cuando lo necesita. Una persona que quiere a otra cultiva el detalle del cariño desinteresadamente, como el marido que regala flores a su mujer nada más que para decirle que la quiere u recordarle que  ha pensado en ella. Así también nuestra actitud respecto a Dios debe ser lo más desinteresada posible y con el mayor nivel de gratuidad a nuestro alcance. Él se lo merece.
ORA EN TU INTERIOR
                ¿Cómo no bendecirte, Señor, sí, quitando el velo de oscuridad y tristeza que cubría la tierra, cambiaste la noche en día con la resurrección de Cristo? En la mañana de pascua creaste el cielo nuevo y la tierra nueva, habitados por hombres y mujeres libres, capaces de construir, con tu gracia, una nueva civilización del amor.
            Cristo venció el pecado, la enfermedad y la muerte, y de su victoria participamos por la fe y el bautismo. Concédenos, Señor, prepararnos a la pascua próxima mediante una vivencia profunda de la opción bautismal; y renueva nuestro corazón convirtiéndolo a la esperanza y al amor gratuito que se entrega sin interés ni medida.


12 de Marzo
Martes de la 4ª Semana de Cuaresma
PALABRA DEL DÍA
Jn 5,2-3.5-16
“En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, que aguardaban el movimiento del agua. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que llevaba mucho tiempo, le dice: “¿Quieres quedar sano?”. El enfermo le contesta: “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado”. Jesús le dice: “Levántate, toma tu camilla y echa a andar”. Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Aquel día era sábado y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: “Hoy es sábado y no se puede llevar la camilla”. Él les contestó: “El que me ha curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a andar”. Ellos le preguntaron: “¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?”. Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, aprovechando el barullo de aquel sitio, se había alejado. Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: “Mira, has quedado sano, no peques más no sea que te ocurra algo peor”. Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por eso los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado”.
REFLEXIÓN
                El evangelio sitúa a Jesús ya en Jerusalén, la ciudad que mataba a los profetas. En la piscina de Betesda realiza la curación física y espiritual de un enfermo que llevaba treinta y ocho años esperando quién lo metiera en las aguas termales cuando éstas se removían. Aquel día era sábado: “Por esto los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado”. En los evangelios de estos días, a partir de hoy, irá creciendo la oposición a Cristo por parte de sus enemigos, hasta culminar en su pasión y muerte.
            El paralítico y los numerosos enfermos que yacen en los cinco soportales de la piscina esperando su curación, son imagen de una humanidad doliente que ansía el agua de una difícil salvación integral, siempre aplazada: “Señor, no tengo a nadie que me ayude”. Pero hubo alguien que tomó sobre sí nuestras dolencias y enfermedades: Cristo, el varón de dolores, que mediante los sufrimientos nos sanó a todos.
ENTRA EN TU INTERIOR
            También hoy Cristo nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿Quieres quedar sano? ¿Quieres curarte de tu pecado y mezquindad? ¿Quieres dejar tu camilla de inválido y comenzar a caminar? ¿Quieres saciar tu sed inextinguible de felicidad y liberación total? Repasa de nuevo el camino del agua y de la fe de tu bautismo; en él se operó tu nacimiento a la vida nueva de Dios, a la filiación adoptiva divina y a la fraternidad eclesial. Tu vida puede cambiar si renuevas a fondo tu opción bautismal.
ORA EN TU INTERIOR
“Loado seas, Señor, por la hermana agua, que es útil, casta, humilde y preciosa en su candor…” (Cántico de las criaturas de san Francisco de Asís).
Esta agua de Dios que me regeneró en el bautismo; esa agua viva, surtidor que alcanza la vida eterna y colma para siempre la sed de tus hijos. Esa agua bautismal que es nueva creación y luz amanecida en la primera aurora del universo nuevo; en la resurrección gloriosa de tu Hijo, Cristo Jesús.


13 de Marzo
Miércoles de la 4ª Semana de Cuaresma
PALABRA DEL DÍA
Jn 5,18-30
“En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos: ”Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo”. Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo abolía el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. Jesús tomó la palabra y les dijo: “Os lo aseguro: El Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que ésta, para vuestro asombro. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo envió. Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte a la vida. Os aseguro que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. Porque, igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre. No os sorprenda, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”.
REFLEXIÓN
                El evangelio es continuación del de ayer. En él responde Jesús a quienes le criticaban porque, según ellos, había violado el sábado curando al paralítico de la piscina de Betesda. Y contesta añadiendo un motivo más de escándalo al llamar a Dios Padre suyo y hacerse igual a Dios: “Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo… Lo que hace el Padre, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace… Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere”.
            Así comienza Jesús su discurso sobre la obra del Hijo, que continuaremos leyendo mañana. Según el Génesis, Dios descansó al séptimo día, después de completar la creación. De ahí la institución judía del Sabbat, que significa descanso. Pero su reposo no fue inactividad, sino mantenimiento en la vida de todo lo que creó. Igualmente, Jesús da salud y vida, incluso en día de sábado, porque él es el señor del sábado, que se estableció para el hombre y no al revés.
            La obra fundamental de Jesús es revelar el amor que Dios tiene al hombre y transmitirle la vida divina, porque tiene poder para ello. Ese amor de Dios crea vida, transforma y regenera: experimentarlo es pasar de la muerte a la vida, presente y eterna. Por eso decías Jesús: “quién escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado ya de la muerte a la vida”.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
                Al igual que Israel en el exilio, en los momentos difíciles de la vida nos preguntamos a veces si Dios se acuerda y preocupa de nosotros. Entonces se pone a prueba nuestra fe. En el aprieto e infortunio es cuando, acudiendo a la oración, hemos de creer más firmemente que Dios no nos ha abandonado, sino que sigue amándonos igual y más que antes. En los momentos de crisis sólo puede rehabilitarnos un encuentro personal y suplicante con el Dios que es vida y amor, y que los da a quien con él se comunica.
            Padre Santo, en Cristo, tu palabra de vida, nos dices que somos queridos por ti y que nos sostienes con tus manos. No nos juzgues, Señor, conforme a nuestras culpas. Haznos experimentar tu amor, tu perdón y tu vida en Cristo resucitado, tu Hijo, en quien creemos y cuya palabra escuchamos con fe.


14 de Marzo
Jueves de la 4ª Semana de cuaresma
PALABRA DEL DÍA
Jn 5,31-47
“En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Si yo doy testimonio de mí mismo,  mi testimonio no es válido. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su semblante, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis. Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida!. No recibo gloria de los hombres, además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quién tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mis palabras?”.
REFLEXIÓN
                A los que buscan su interés y su gloria les cuesta aceptar un Dios amigo de los pecadores y de los pobres, de los marginados e ignorantes. Ésa fue la imagen del Padre que reflejó Cristo, demostrando con su solidaridad y atención al hombre que éste es la gloria de Dios. Sobre todo cuesta aceptar a un Dios crucificado, porque la cruz de Cristo derriba el pedestal del becerro de oro, es decir, los falsos dioses que el hombre se crea: poder y soberbia, riqueza y bienestar, sexo y consumismo.
            Jesús tuvo que aguantar la increencia de sus contemporáneos. Igualmente su discípulo de hoy tendrá que vivir en medio del fenómeno actual de la increencia, que ha pasado de ser reducto de minorías intelectuales a ser patrimonio de masas. Esto nos obliga a reafirmar nuestra opción personal de fe y a revisar la imagen que de Dios, de Cristo y de su evangelio ofrecemos al mundo los cristianos.
            Sólo con la fe se puede ver en Jesús de Nazaret el rostro de Dios, el vivo retrato del amor que da vida al hombre, como lo demostró Cristo perdonando a los pecadores y curando a los enfermos. Ésas son las obras de Jesús, que son también las del Padre; pero fueron rechazadas por la incredulidad de los judíos.
ENTRA EN TU INTERIOR
                La respuesta que se pide hoy al discípulo de Cristo es tomar la situación de increencia como un reto y una oportunidad que, al descubrir también nuestras deficiencias, propicia una continua conversión evangélica, personal y comunitaria, para vivir y testimoniad mejor nuestro seguimiento de Cristo. Para esto, antes de nada, hemos de reconstruir nuestra propia identidad cristiana con Dios. San Pablo decía: Creí, por eso hablé”. El encuentro con Cristo resucitado es anuncio de vida y salvación para el cristiano y para todos aquellos con quienes éste se relaciona.
ORA EN TU INTERIOR
Concédenos creer firmemente en medio de la increencia; para eso haz que tu amor y tu verdad habiten en nosotros. Ayúdanos a derribar los ídolos de nuestro corazón. Queremos buscar en todo tu gloria, Señor, Dios nuestro.
¿Cómo darte a conocer y revelar tu nombre a los que te ignoran sino a través del testimonio del amor? ¡Dichoso el pueblo que sabe aclamarte por siempre, Señor!.

15 de Marzo
Viernes de la 4ª Semana de Cuaresma
PALABRA DEL DÍA
Jn 7,1-2.10.25-30

“En aquel tiempo, recorría Jesús la galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las tiendas. Después de que sus parientes se marcharon a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas. Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: “¿No es este el que intentaban matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que este es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene”. Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó:”A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco porque procedo de él, y él me ha enviado”. Entonces intentaron agarrarlo, pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora”.

REFLEXIÓN
                En el texto del evangelio de hoy que continuaremos mañana, se va preparando ese desenlace fatal. Los judíos trataban de matar a Jesús, pero todavía no había llegado su hora; por eso marcha el Señor a Galilea y, cuando sube a Jerusalén a la fiesta de las tiendas, lo hace en secreto. No obstante, con acento profético y como un desafío, “mientras Jesús enseñaba en el templo, gritó: A mí me conocéis y sabéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz. A ése vosotros no lo conocéis, yo lo conozco porque procedo de él y él me ha enviado”.
            Los responsables judíos no ven en Cristo más que un hombre ordinario, porque los letrados y doctores de la ley mosaica, supuestos conocedores de la Escritura, no conocen a Dios. Más todavía: ven a Jesús como un peligro muy grave para su seguridad, es decir, para el tinglado religioso que ellos habían montado. Les cegaba su maldad; no conocían los secretos de Dios. Hasta última hora, al pie de la cruz en que moría Jesús, tentaron a Dios diciendo: “Salvó a muchos y no puede salvarse a sí mismo. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él”. Ni aun así hubieran creído; aparte de que Dios quiere una fe libre y no coaccionada por un milagro aplastante.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
                El cristiano auténtico, que es fiel al evangelio, no puede menos de convertirse, como Jesús mismo, en signo de contradicción, pues sus criterios desentonarían necesariamente de los del mundo. Si no abandona la carrera del seguimiento, el discípulo participará inevitablemente de la condición de su Maestro, que “vino a prender fuego en la tierra”, abriendo así la era escatológica del juicio de Dios y anhelando un bautismo de fuego: su pasión y muerte por la salvación del mundo.
            Nos ronda el cansancio y el miedo ante la incomodidad que conlleva el ser cristiano hoy. Para seguir a Cristo y mantener nuestra opción bautismal necesitamos pedir la fortaleza del Espíritu, porque nuestro destino está ligado al de Cristo, que hubo de soportar la oposición. No perdamos el ánimo, sino que, como el atleta, “quitándonos de encima lo que nos estorba y el pecado que nos ata, corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en aquel que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, renunciando al gozo inmediato soportó la cruz sin miedo a la ignominia y ahora está sentado a la derecha del Padre” (Heb 12,1s).

16 de Marzo
Sábado de la 4ª Semana de Cuaresma
PALABRA DEL DÍA
Jn 7,40-53
“En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: “este es de verdad el profeta”. Otros decían: “Éste es el Mesías”. Pero otros decían: “¿es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?”. Y así surgió entre la gente una discordia por su causa. Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima. Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y estos les dijeron: “¿Por qué no lo habéis traído?” Los guardias respondieron: “Jamás ha hablado nadie como ese hombre”. Los fariseos les replicaron: “¿También vosotros os habéis dejado embaucar?” ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la Ley son unos malditos”. Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo: “¿Acaso nuestra ley permite juzgar a alguien sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?”. Ellos le replicaron: “¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas”. Y se volvieron cada uno a su casa”.
REFLEXIÓN
                El evangelio evidencia la división de opiniones que suscitaba la persona de Jesús. Hay gente sencilla que lo reconoce como profeta e incluso como mesías. Pero los sabios y conocedores de la Escritura son precisamente los que menos entienden y los más reacios a creer en Jesús. ¿Es que de Galilea puede venir el mesías? ¿No dice la Escritura que vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de David? Como ayer, vuelve de nuevo el tema del origen humano de Jesús.
            El relato de Juan cobra fuerza narrativa. Los sumos sacerdotes y los fariseos son los más beligerantes contra Cristo, hasta el punto de recriminar a los guardias del templo por no haberlo prendido. Pero hay un fariseo que pone la nota de moderación y sensatez. Es Nicodemo, que en otro tiempo se entrevistó con Jesús: ¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo? No obstante, los entendidos tratan de hacerle callar: “¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas”.
            Una vez más queda patente que sólo mediante la fe podía darse alcance al misterio de Cristo y comprender su personalidad y su mensaje. El mayor pecado, es sin duda, cerrar la voluntad y el corazón a la verdad.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
                Nicodemo es un ejemplo para nosotros, él, que en otra ocasión contactó con Jesús de noche y en secreto por miedo a sus colegas, los jefes religiosos, es ahora quien da la cara por él. Su miedo se ha cambiado en valentía, porque abrió su corazón a la verdad. Con frecuencia el miedo a confesar nuestra fe en Cristo, el miedo a significarnos, el miedo al ridículo, a perder nuestra reputación y seguridad, nos lleva a debilitar, si no a traicionar, nuestras convicciones.
            El miedo a comprometernos a seguir a Cristo incondicionalmente puede a veces con nosotros. Cuando confrontamos el evangelio con nuestros criterios personales y los que se llevan en torno nuestro, sentimos el vértigo del desánimo al ver que a cada paso que damos perdemos el compás. Como Jesús sabía de nuestra debilidad, previno contra el miedo a sus apóstoles cuando los envió a anunciar el evangelio: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma… Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Pero si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo” (Mt 10,28ss).



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