sábado, 29 de diciembre de 2012

SEGUNDA SEMANA DE NAVIDAD

 



“Yo os bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia"



SEGUNDA SEMANA DE NAVIDAD
MIÉRCOLES 2 DE ENERO
PALABRA DEL DÍA
Juan 1,19-28

“Este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan a que le preguntaran: “Tú, ¿quién eres?. Él confesó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”. Le preguntaron: “¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?” Él dijo: “No lo soy”, “¿Eres tú el profeta?”. Respondió: “No”. Y le dijeron: “¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?”. Él contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías. Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: “entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”. Juan les respondió: “Yo os bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”. Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando”.

REFLEXIÓN

“Yo no soy el Mesías” Muy lúcido hay que ser acerca de uno mismo para hacer esta observación, pues han surgido tantos falsos mesías y tantos agitadores de esperanzas frustradas en cada época histórica que resulta tentador atribuirse la palma del profetismo cuando uno es sincero en sus ambiciones de servir a la humanidad.
De lo que se trata en definitiva, es de reconocer en Jesús al Hijo de Dios al que “ni el ojo vio ni el oído oyó”, al Dios más allá de toda luz. Si permanecemos ajenos a la locura de amor de la creación, resulta incomprensible el enigma evangélico: fue porque Dios “amó tanto al mundo” por lo que le dio a su Hijo único. En él ve Dios al hombre. Y en él ve el hombre a Dios. Pues existe una connivencia de Dios con el hombre fundada en esta extraordinaria noticia: el infinitamente grande se une al infinitamente pequeño. La humildad del hombre, sacado de la tierra, es la imagen y semejanza de la gloria de Dios.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

Tú no eres un Dios extraño: te llamas Dios-con-nosotros. He tocado a tu Hijo con mis propias manos y he reconocido en él la verdad de mi esperanza humana.
Dios y Señor mío, guárdame en la humildad de la fe y haz que mi comunión contigo sea a través de tu Hijo amado y hermano mío, Jesucristo.
Tú eres más grande que mi corazón y conoces todas las cosas: ¡Señor, infúndeme tu Espíritu! Para quién viva en el amor, el temor desaparece para siempre: ¡Señor, infúndeme tu Espíritu!
Tú me has amado primero: ¡Señor, infúndeme tu Espíritu!

ORA EN TU INTERIOR

                Señor, quiero preguntarme quién soy, y tener las ideas tan claras como el Bautista: “Yo no soy el Mesías”.
            Quiero meditar tus misterios en mi corazón y como María, tu Madre, irlos guardando para hacerlos vida en mi vida, para irme, cada día, acercándome más a ti
            ¡Bendito seas por Jesucristo, el primogénito de tu amor, en quien soy hijo tuyo!.
            Te doy gracias por la palabra recibida de él como promesa de vida: “Quién permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él”.
            Guárdame, Señor, en la fe y en el amor, para que mi comunión con tu Hijo sea también comunión contigo. Amén.

ORACIÓN

            Señor, Jesús, yo sé que tú estás muy cerca de mí, dentro de mí. Y también sé que a veces apenas te hago caso, como si no te conociera. Allana el camino, derriba las colinas del orgullo, del desamor, que me impiden verte y amarte en los hermanos, en ellos estás tú, como me dice la fe.
            Gracias, Señor, porque me diste un año en que abrir a tu luz mis ojos ciegos.

JUEVES 3 DE ENERO
SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS
PALABRA DEL DÍA
Juan 1,29-34

“Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que veía hacia él, exclamó:
-“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel”.
Y Juan dio testimonio diciendo:
-“He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:
“Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”
Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.

REFLEXIÓN

En la revelación cristiana tiene una gran importancia, la mirada y los  ojos: “He visto al Espíritu que bajaba del cielo y se posaba sobre él”, dice el Bautista. Y el apóstol Juan, por su parte, dice: “Seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”.
Pienso en la bienaventuranza: “¡Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. Pureza y visión se reclaman mutuamente. Si el mundo “no nos conoce, es porque no conoció a Dios”: Dios permanece para él oculto, cubierto, disimulado, por falta de una mirada capaz de ver lo invisible a través de lo humano y contingente.
Cuando el Bautista señala  a Jesús, está viendo; sin embargo, no hay en ello ningún fenómeno extraordinario. Es la simple realidad, pero comprendida, contemplada en su profunda unidad. Juan fue un ser de una pureza perfecta: percibió la manifestación del Espíritu donde otros no veían nada. Bien pudiera ser que todavía hoy estuviera la fe en lucha con el mismo requerimiento.

ENTRA EN TU INTERIOR

                Dios nos ama gratuitamente porque quiere, porque es amor, porque ver reflejada en nosotros la imagen de su Hijo; y nos ama con el mismo amor con que ama a Jesús, su unigénito. De ese amor que nos hace hijos adoptivos de Dios, se deriva todo lo demás. No tenemos que “comprar” el cielo a base de merecimientos. Él nos lo ofrece gratis, como un padre, porque somos sus hijos. La única condición que nos pone es responder a su amor y vivir como hijos suyos.

ORA EN TU INTERIOR

            Hoy, Señor, el Bautista te señala como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Título mesiánico de Jesús que recuerda al siervo del Señor, según el profeta Isaías, y al cordero pascual sacrificado por la liberación del pueblo.
            Sé, Señor, que mi adopción filial por ti en Cristo es un hecho real y ya presente que me hace recordar las palabras del apóstol: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para que nos llamemos hijos de Dios, pues ¡lo somos!... Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”. Por eso podemos llamar a Dios “Padre nuestro”, como tu Hijo nos enseñó.

ORACIÓN

 Bendito seas, Dios y Padre, que has querido llamarme hijo tuyo y me engendras cada día en tu Hijo Jesús, nacido de ti. Te ruego que infundas en mí tu Espíritu, a fin de que cada día pueda llamarte Padre.
Tu Hijo Jesús tiene el Nombre-sobre –todo-nombre, el salvador, el Cordero de dios que quita el pecado del mundo. En esta fiesta del nombre de tu Hijo, proclamo Jesús es júbilo para mi corazón, melodía para mis oídos, miel para mis labios, esplendor para mi mente, esperanza para mi vida.

“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo…”
VIERNES 4 DE ENERO
PALABRA DEL DÍA
Juan 1,35-42


 
 
“En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: -“Éste es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
-“¿Qué buscáis?”
Ellos le contestaron:
-“Maestro, ¿dónde vives?”
Él le dijo:
-“Venid y lo veréis”
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús, encuentra primero a su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías” Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas”.

REFLEXIÓN

Si ayer en la primera lectura se afirmaba nuestra condición de hijos de Dios, hoy se desciende a las consecuencias vitales de tal filiación: “Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque el germen de Dios permanece en él”. Los hijos de Dios se reconocen por la justicia, es decir, en el lenguaje bíblico: por la rectitud y fidelidad, así como por el amor a los hermanos. Exactamente como Jesús.
El evangelio nos muestra la gozosa experiencia que viven los primeros discípulos del Señor y cómo la comunican a los demás: “Hemos encontrado al Mesías, dice Andrés a su hermano Simón Pedro.  Igualmente, el cristiano de hoy ha de ser mensajero de una noticia similar para sus hermanos los hombres.
Ser cristiano hoy es ser testigo entre los hombres, nuestros hermanos, de la fe en Jesucristo resucitado, salvador del mundo. Como testigos, hemos de mostrar en nuestra vida de bautizados, de creyentes y de redimidos que Jesús ha vencido el pecado en nuestra propia vida

ENTRA EN TU INTERIOR

¡Dichoso el cristiano que no se cansa de mirar a Jesucristo! Quedará fascinado. Y, pase lo que pase, siempre volverá a su primer amor, pues la mirada de Cristo es la mirada infinitamente amorosa de Dios al hombre, a todo hombre. Quiero recordar hoy, Señor, el último diálogo de Pedro con Jesús, después de aquella noche imposible en que el discípulo creyó que podría volver a sus redes: -“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” –“¡Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo!”. Cuando se ha nacido de Dios, no se puede decir más que eso. El que ha nacido de Dios está embarcado en el amor. Yo quiero nacer de ti, Señor, quiero nacer de tu amor, de tu misericordia, de tu perdón y de tu gracia.

ORA EN TU INTERIOR

            Señor, Jesús, Hijo amado del Padre, tú me ofreces tu vida como un tesoro inestimable.
Hazme sentir el arrebato del verdadero discípulo; haz que lo deje todo, lleno de gozo, para seguirte a ti siempre.
Tú eres la luz, Señor, Jesús, y quien te recibe tendrá la luz de la vida y descubrirá los caminos de la vida verdadera.


SÁBADO 5 DE ENERO
PALABRA DEL DÍA 
Juan 1,43-51

“Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.

“En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: “Sígueme”. Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: “Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret”. Natanael le replicó: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”. Felipe le contestó: “Ven y verás”. Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño”. Natanael le contesta: “¿De qué me conoces?”. Jesús le responde: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Natanael respondió: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”. Jesús le contestó: “¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores”. Y le añadió: “Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre”.

REFLEXIÓN

                Con estas palabras, Jesús se autoproclama la puerta del cielo. Algunos rabinos interpretaban el sueño de Jacob diciendo que “los ángeles saltaban y brincaban por encima de Israel y le reconfortaban, pues  se dijo: Israel, en quién yo me glorificaré”. Relacionaban así la visión del patriarca con los cantos del siervo paciente (Is.42). Pero, al poner la figura del Hijo del hombre en lugar de Israel, Juan establece una interesante relación: en efecto, el Hijo del hombre fue glorificado exactamente igual que el siervo y Dios fue glorificado en él. Al morir en la cruz, Jesús realizó la misión, confiada al siervo, de reagrupar a Israel e iluminar a las naciones. A partir de entonces quedó tendido un puente entre el hombre y Dios.
            La respuesta a Natanael cierra el testimonio y abre el libro de los “Signos”, que ilustrará la visión de los cielos nuevos.
            ¡Natanael! Un hombre recto, un modelo en su género… Un escriba. Bajo su higuera, escudriña minuciosa y fielmente el bien y el mal. Ciertamente no es un espíritu a lo inesperado, sino que tiene muy claras sus propias ideas, aunque, eso sí, no sabe mentir. ¡Cuántos “profesionales” de la religión se le parecen…! Pero al menos Natanael se fía de Felipe.
            ¡Pues así son nuestras vidas! Escudriñamos el bien y el mal para saber hasta dónde llegará el amor, para definir sus límites y sus exigencias. Somos honrados y, sin embargo, nos sentimos incómodos en nuestro corazón, que tarde o temprano nos acusa. Por querer vivir el amor sin dejar que su fuente nos vivifique, ya no nos atrevemos a estar confiadamente delante de Dios. Y es preciso que un día alguien nos mire y nos diga: “¡Te conozco!”. El nos conoce con su corazón y nos lleva más allá, hasta la visión de la fuente, donde todo se vuelve posible, porque todo está bañado en Dios.

ENTRA EN TU INTERIOR

                No basta con amar; hay que amar con el ímpetu del amor de Dios. ¿Cuál es, pues, esa asombrosa visión que se me promete, sino la del Dios Amor, que engendra a su Hijo y me da el Espíritu? Entonces, quien ha visto así la fuente no busca sino amar, y amar a corazón abierto; ignora las vacilaciones de su corazón, demasiado humano, y vive con confianza. Sabe que ha pasado de la muerte a la vida. Testigo de otro mundo, está en paz. Cesa de escudriñar el bien y el mal, para dejar correr la fuente a través de él, “más allá del bien y del mal”… Lo cual no es una fórmula blasfema más que para quienes nunca han sentido sobre sí la mirada de fuego del Hijo del hombre, muerto por amor y resucitado por el Amor.
            Amar al hermano es lo propio y característico del discípulo de Cristo. Jesús, tú me enseñaste la unión indivisible del amor a Dios y al prójimo, sin exclusivismos de ninguna clase. “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos si os amáis unos a otros” (Jn 13,34s).

ORA EN TU INTERIOR

Así es mi vida, Señor. Escudriño el bien y el mal para saber hasta dónde llegará el amor, para definir sus límites y sus exigencias. Soy honrado y, sin embargo,  me siento incómodo en un corazón, que tarde o temprano me acusa. Por querer vivir confiadamente delante de ti. Y es preciso que un día alguien me mire y me diga: “¡Te conozco!”. Tú me conoces con tu corazón y me llevas más allá, hasta la visión de la fuente, donde todo se vuelve posible, porque todo está bañado en ti. Hazme, Señor, testigo de tu  amor. Amén.

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