sábado, 22 de diciembre de 2012

OCTAVA DE NAVIDAD




26 DE DICIEMBRE

FIESTA DE SAN ESTEBAN PROTOMÁRTIR

PALABRA DEL DÍA

Mt 10,17-22
                                                                
“Dijo Jesús a sus discípulos: “No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir y de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los, padres a los hijos, se revelarán los hijos contra sus padres y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará”.
REFLEXIÓN
En el libro de los Hechos (6,8-10; 7,54-60). Se nos refiere cómo Esteban realizaba prodigios y señales ante el pueblo, exactamente lo mismo que había hecho Jesús. Sus palabras exasperaban a los de la Sinagoga, que discutían con él como lo habían hecho con Jesús, incluso cuando era niño. Esteban era un hombre rebosante de fervor y de entusiasmo, sin duda uno de los primeros en romper con el pasado judío. Helenista como era, predicaba preferentemente en las sinagogas reservadas a los judíos de origen griego. Su palabra era tan diáfana como la de Cristo; denunciaba el apego supersticioso al templo y proclamaba la primacía del hombre sobre la Ley.
El evangelio nos presenta unas sombrías perspectivas. “¡No os fiéis de los hombres!”· Desconfiad incluso de vuestros padres y de vuestra familia…
La palabra de Dios es una espada acerada que penetra en el corazón del hombre, poniendo al desnudo sus pensamientos más íntimos. El hombre no puede permanecer indiferente ante ella: o se humilla o se rebela; o se enfrenta a su pecado o se hunde en el orgullo y en la suficiencia.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
            En todas las épocas ha habido hombres que han dado testimonio de la verdad y de la rectitud. ¿Sabían ellos que por su boca hablaba el Espíritu de Dios? La mayoría de ellos corrieron idéntica suerte: fueron llevados ante los tribunales y entregados a los verdugos. Grandes sufrimientos sobre los que se edificaron los más altos valores de la humanidad y que dan testimonio de la otra dimensión del hombre. Sólida tierra en la que ha hundido sus raíces la Iglesia: ¡Esteban entregaba su vida cuando Pablo apenas nacía a ella!
                Me pregunto si como Esteban y como tantos otros, yo seré capaz algún día de ser testigo de la verdad, de ser testigo de la luz, la que vino al mundo para iluminar a todo hombre, Jesucristo el Señor.
ORA EN TU INTERIOR
Hoy son enviados a la muerte hombres y mujeres por atreverse  a juzgar las estructuras de este mundo con la lucidez de los niños. Y los sumos sacerdotes de nuestras religiones fracasadas intentan hacerles callar lapidándolos. La religión de la ciencia y de la técnica, la religión del materialismo y del consumo, la religión del relativismo, ha ido creando más pobres, más desplazados, más refugiados que en ninguna otra época de la historia. ¿No deberíamos rezar sin descanso para que, ante la muerte, esos hombres y mujeres pronuncien, aunque sea en un último suspiro, el testimonio del Espíritu: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”? Y es que ésta es la única frase que Dios ha escogido para salvar al mundo. Una frase hecha carne hasta la última gota de sangre.
ORACIÓN
Sí, Padre santo, perdónalos y perdónanos. Por nuestra incapacidad de amor, de perdón, de misericordia. Danos fuerza, para que a ejemplo de San Esteban, también seamos tus testigos en el mundo. Amén.

 
JUEVES 27 DE DICIEMBRE
FIESTA DE SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA
PALABRA DEL DÍA
Jn 20,2-8
“El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó”
REFLEXIÓN
Juan es el último en llegar al final del camino. Ve las vendas, pero no les hace caso. Su mirada se ha vuelto ya hacia el interior; si revuelve algo, es en sus recuerdos y en su corazón. El vino de las bodas, el templo purificado, Lázaro… Otros tantos presentimientos de lo posible, de un insospechado orden de las cosas. Un sepulcro abierto y unas vendas, una mujer y dos hombres para interpretar… Todo es ordinario y cotidiano, pero todo tiene valor de signo. “vio y creyó”.
Lo que vieron nuestros ojos y palparon nuestras manos os lo anunciamos… ¡Era la Palabra de vida!
Un recién nacido al que una mujer envuelve en pañales. Un sepulcro abierto y las vendas del sudario enrolladas cuidadosamente. En el intervalo, un hombre semejante a los demás en todo. Al comienzo, un puñado de pastores, pobres de corazón, glorificaban a Dios por lo que habían visto. Al final de la historia, el discípulo a quien Jesús amaba vio y creyó. Hacen falta muy pocas cosas para que nazca la fe. Pocas cosas, pero infinitas como el corazón y el amor, y profundas como el calor de una mujer y el silencio del misterio. El discípulo entró y vio: ¡vio y creyó! Un momento después, exclamará María con todo su corazón y con todo el ímpetu de su natural: “¡Maestro!”. ¡Hermanos, lo que palparon nuestras manos os lo anunciamos!
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
Ayer en el martirio de san Esteban  oía  un eco de la pasión y muerte del Señor, dato posible gracias a la humanidad de su encarnación. Los pañales de la cuna de Jesús en Belén remiten ya a los lienzos que el Resucitado deja intactos en el sepulcro, como innecesarios para su cuerpo glorioso. La humanidad glorificada de Cristo es garantía de mi resurrección con él. Jesús, en quien se revela la gloria de Dios ya desde su nacimiento, es el anteproyecto de nuestras vidas de hombres y mujeres redimidos. Así mi gozo, nuestro gozo puede ser completo.
ORACIÓN
Jesucristo, mi Señor y mi Dios, mi amigo, dígnate abrir mis ojos y dirigir mis manos para que en la comunión de mi esperanza encuentre la alegría y la paz, más allá de la muerte, en ese diario alumbramiento que es el germen de la eternidad. Oh Dios, a quien ningún ojo vio, bendito seas por el reflejo de tu gloria manifestada en Jesús, tu Hijo amado. Amén

 
VIERNES 28 DE DICIEMBRE
FIESTA DE LOS SANTOS INOCENTES
PALABRA DEL DÍA
Mt 2,13-18
“Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes, Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: “Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto”. Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: “Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven”.
REFLEXIÓN
 Hay un paralelismo latente entre los primogénitos hebreos sacrificados por el faraón de Egipto y los niños de Belén asesinados por orden de Herodes, entre el destierro de los israelitas que lamenta el profeta Jeremías en boca de Raquel, la esposa de Jacob, cuyos hijos errantes hubieron de emigrar acosados por el hambre, y el exilio de la sagrada familia a Egipto, entre el éxodo de los israelitas de la esclavitud egipcia y la vuelta de Jesús, María y José a su tierra de Nazaret.
Más todavía: los Inocentes de Belén remiten al Cordero inocente que tomó sobre sí los pecados del mundo en su largo camino hacia la cruz del Gólgota, y son un símbolo también de tantas víctimas inocentes  sacrificadas por diversos medios terrorismos, guerras, aborto… Finalmente, Jesús huyendo a Egipto con su Madre María y san José es un precursor de la interminable fila de los exiliados de todos los tiempos.
Cuando la comunidad cristiana, jerarquía y fieles, proclama abiertamente el evangelio de Jesús y lo testimonia desde dentro con autenticidad, entonces casi por necesidad la Iglesia se hace incómoda al poderoso de turno. San Pablo advertía a su discípulo Timoteo: “Todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido” (2 Tim 3,12). La persecución religiosa es una constante histórica con múltiples formas.
ENTRA  Y ORA EN TU INTERIOR
No hay nada más penoso como un niño maltratado: No permitas, Señor, que siga haciéndome el distraído. Abre mi corazón a lo que aún me resulta ajeno, pues tu Hijo supo tomar sobre sí el rostro del niño rechazado.
Acaba con mi cómoda instalación, pues únicamente en tu reino tengo ciudad permanente por los siglos de los siglos.
ORACIÓN
Por los niños que mueres de hambre y enfermedad en el mundo, por los que la guerra los deja huérfanos o los separa de sus padres, te rogamos, Emmanuel, Dios con nosotros.-
Por los padres que esperan la llegada de un hijo y por los que padecen la prueba de la soledad y el abandono, te rogamos, Emmanuel, Dios con nosotros.
Por los exiliados en tierras lejanas y por los que conocen la paz de un hogar, te rogamos, oh Dios que nos llamas a la unidad.
Por los que despiertan a la aventura de un nuevo día y por los que se encierran en sus nostalgias, te pedimos, oh Dios, Sol naciente. Amén

 
SÁBADO 29 DE DICIEMBRE
QUINTO DÍA DE LA OCTAVA DE NAVIDAD
PALABRA DEL DÍA
Lc 2,22-35
“Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones.”
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; Y EL Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraba con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
-“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.”
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María su madre:
-“Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.”
REFLEXIÓN
Hoy ha sonado la hora de la cita. Dios entra en su templo; viene a morar entre los hombres. Pero es una visita sin estridencias. Yahvé viene como un niño en brazos de su madre. Como un recién nacido consagrado al servicio de Dios, que es también servicio a los hombres. Movido por el Espíritu, Simeón va a su encuentro y bendice a Dios. El anciano contempla la gloria de Dios, y ahora ya puede morir en paz: es el viejo Israel el que se va para dar paso a la alianza nueva. Pero, aunque Simeón ve la gloria de Dios, la muerte ya se insinúa en el camino de Jerusalén. Dios visita a su pueblo, y comienza el juicio; efectivamente, allí está el niño “para que muchos caigan y se levanten en Israel”, y María, la hija de Sión, se sentirá desgarrada por el drama de su pueblo: Una espada le atravesará el alma.
Siempre que Cristo acude a una cita con nosotros, lo hace sin estruendo. Hoy acude pequeño, como un recién nacido, Mañana acudirá discreto, como un amigo que llama a la puerta. Al atardecer, mendigará nuestra mirada, cuando lo expongan desnudo en una cruz. Y una vez resucitado, viene de nuevo, se aparece, pero nuestras manos no pueden retenerlo: apenas lo hemos reconocido y ya ha desaparecido.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
            Evidentemente, nuestra fe es una espada cortante que penetra hasta lo más profundo del corazón. Religión de Jesús, venido a hacer la voluntad del Padre. Religión de María, que medita estas cosas y emprende ya el camino del calvario. Religión de Simeón, el creyente, que entona su “Nunc dimittis”. El anciano lleva al niño en sus brazos, pero es el niño el que guía sus pasos. “Si quieres ser mi discípulo, déjalo todo”, dice Jesús.
ORA EN TU INTERIOR
Aislado, cada hombre busca en su propia noche; las tinieblas han cerrado los corazones al amor.
Pero tú, Señor, enciendes una luz nueva para guiar a todos los pueblos.
Guíame, Señor, abre mis ojos para que todos tus hijos podamos caminar a un mismo paso en la claridad de tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor. Amén







LUNES 31 DE DICIEMBRE
SEPTIMO DÍA DE LA OCTAVA DE NAVIDAD
PALABRA DEL DÍA
Juan 1,1-5.9-18
“En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: -“Este es de quien dije: “El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.”-
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracias tras gracia.
Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto Jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”.
REFLEXIÓN
La Palabra de Dios, la que existía desde el principio, la que estaba en Dios y era Dios, se ha hecho carne de nuestra carne en Jesús. Dios se ha encarnado. Nuestro Dios se ha hecho muy cercano. Se ha vestido con nuestra naturaleza, ¡Qué maravilla! El Niño del pesebre es Dios, Dios con nosotros, Dios entre nosotros. El Verbo se ha hecho hombre y ha entrado en nuestra historia. ¿Y cómo ha venido a nosotros? Ha venido como un marginado. Sus padres no han encontrado un lugar digno y han ido a parar a un establo, al corral de los animales. Jesús ha encontrado como cuna un pesebre.
¿Por qué tenía que nacer en este lugar? Éste es el misterio de Dios. Él se ha encarnado en nuestro mundo, en el que están muy presentes la miseria, la marginación y la injusticia. Los hombres y las mujeres más pobres, los pequeños, las personas maltratadas y abandonadas pueden darse cuenta de que este Dios es su Dios, un Dios cercano, muy cercano. Él ha venido vestido de pobreza para que en él los más pobres encuentren la luz. Éste es su Dios, éste es nuestro Dios. Este nacimiento es un escándalo, como son escándalo la miseria y las diferencias de nuestro mundo: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron…”
Los hombres prefirieron las tinieblas a la luz.
“Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.
ENTRA EN TU INTERIOR
Seguro que tengo que cambiar mis esquemas. Jesús me dice con su presencia, sencillez, pobreza y amor cuáles son las semillas que debo plantar en mi corazón. He de fijarme en las personas a las que se ha manifestado. Qué cualidades tenían. Los pastores eran gentes muy sencillas. Ellos tenían el corazón preparado para recibir al Niño, para creer en el Niño. Y yo, ¿tengo mi corazón preparado? Aún estoy a tiempo para unirme a los pastores. Aún ahora puedo transformarme y sentir el calor del aliento del Niño Jesús. Quiero que sea la luz verdadera que me alumbre, esa luz que vino al mundo y la desaprovecharon, quiero aprovecharla, dejarme iluminar por ella para poder iluminar a los otros.
ORA EN TU INTERIOR
Señor, tu nacimiento está marcado por la marginación y la pobreza. La gloria del cielo se oscurece en la tierra. El que es Señor del mundo no encuentra sitio en el mundo para nacer. El que es dueño de todas las cosas necesita de los regalos de pobres pastores, que al raso cuidaban sus rebaños. Pero tú vienes con muchos regalos del cielo, y el primero de todos es la paz. Paz para todos los hombres sin excepción, para los buenos y para los malos, para los libres y los esclavos, paz envuelta en telas de amor.
¡Oh, Señor! Contigo nació la gracia de Dios. En ti Dios se manifestó a los humildes y misericordiosos. Por ti fui rescatado de mi mediocridad. Y tú me enseñaste a vivir santamente y a esperar con las lámparas encendidas tu vuelta gloriosa.
ORACIÓN
·         Que sea y viva, Señor, como verdadero hijo tuyo.
·         Que sea y viva como hermano de todos los hombres.
·         Que sea comprensivo y compasivo, acogedor y solidario, capaz de superar mi individualismo y mi clasismo.
·         Que sea pobre, que solo busque tu reino y su justicia.
·         Que sea manso, que me convenza de que sólo tú yugo es llevadero y tú carga ligera.
·         Que sea capaz de mirar siempre con ojos de misericordia.
·         Que sepa hacer mío los dolores y sufrimientos de mis hermanos.
·         Que sepa amar, Señor, que sepa amar. Amén
 
 
¡FELIZ AÑO NUEVO!
LE PIDO AL SEÑOR PARA VOSOTROS Y PARA MÍ EN ESTE AÑO 2013, MARCADO POR EL AÑO DE LA FE, QUE ACRECIENTE NUESTRA FE Y FORTALEZCA NUESTRA ESPERANZA PARA QUE SEAMOS HOMBRES Y MUJERES SEGÚN SU VOLUNTAD
Entramos en un nuevo año y renovamos las ilusiones. Nos felicitamos, es decir, nos alegramos por estrenar el año y nos deseamos felicidad. Que todo vaya bien en el año, que todo vaya mejor en el año que comenzamos.
            Esta realidad humana, hermosa y esperanzadora, la traemos aquí, a nuestra oración, y la convertimos en Eucaristía cada domingo, pero también nos abrimos a las mayores esperanzas y a los más fuertes compromisos.
            Bendecimos, sí, al Señor por el año nuevo -¿cómo no reconocer este nuevo regalo?-, pero sobre todo pedimos a Dios su bendición. Necesitamos la bendición de Dios, que “ilumine su rostro” sobre nosotros, que nos mire con ojos cariñosos, que nos “conceda su favor”. Si el Señor no nos bendijera y no nos  mirara así, quedaríamos excomulgados de la vida y de la existencia. Pero si Él nos bendice y nos concede su favor, todo se ilumina y se transforma para nosotros.
            Presentamos al Señor nuestras necesidades y deseos, las necesidades también de nuestras familias y las de todos los hombres.
            Podríamos hacer nuestra la bendición que Dios da a Moisés para que bendiga al pueblo, ya la hizo suya San Francisco de Asís y se convirtió en la bendición de san Francisco.
Le pedimos, que esta bendición, la haga extensiva a todos los hombres y mujeres del mundo, especialmente a los que más sufren.
El Señor te bendiga y te guarde,
te muestre su rostro y tenga misericordia de ti,
te mire con ojos benignos y te conceda la paz.
El Señor te bendiga, hermano.
            Podemos pedir a Dios que todo nos sea bonito, pero sobre todo, que nos tenga en la palma de su mano; que nada nos resulte adverso, pero sobre todo, que nos tenga en la palma de su mano; que no suframos desgracias y enfermedades, pero sobre todo que nos tenga en la palma de su mano; podemos pedir, en fin, que todo nos sea favorable, pero sobre todo que nos tenga en la  palma de su mano. 




 
 
         

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