“-Os aseguro
que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie…”
11 DE NOVIEMBRE
DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
1ª Lectura: Libro de los Reyes 17,10-16
Salmo 145: Alaba, alma mía, al Señor.
2ª Lectura: Hebreos 9,24-28
PALABRA DEL DÍA
Marcos 12,38-44
“En aquel
tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: -¡Cuidado con los
escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencia en
la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos
en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos
rezos. Estos recibirán una sentencia más rigurosa. Estando Jesús sentado
enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero:
muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.
Llamando a sus discípulos, les dijo: -Os aseguro que esa pobre viuda ha echado
en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que
les sobraba, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para
vivir”.
Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del
Pueblo de Dios
Y él les enseñaba: "Cuídense de los escribas, a
quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas
y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes;
que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad".
Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia.
Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.
Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros,
porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir".
y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes;
que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad".
Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia.
Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.
Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros,
porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir".
REFLEXIÓN
Un
maestro de la Ley, lo veíamos el domingo pasado, era alguien que buscaba, pero
como sabemos también muy bien nosotros, no siempre lo que se busca es la
búsqueda de la verdad, sino que -a veces- se puede caer en la búsqueda cerrada
de uno mismo, o del beneficio propio, o del aplauso de los demás. Y Jesús aún
es más duro y dice que incluso se corre el peligro de abusar de los demás. Con
personas de esta especie, dice, hay que ser muy exigente y muy riguroso en el
juicio.
Todos
estos, que tan bien retrata Jesús, son los que hacen exteriormente muy buenas
acciones, pero esconden muy mala intención en su interior. Porque si, por un
lado, aparentan una cosa, también es cierto que, por otro lado, en el fondo,
buscan otra muy diferente. Aunque, aparentemente, ellos se presentan
–dignamente- como representantes de Dios, de hecho, se consideran más
importantes que el Dios al que representan, y sus propios criterios son
antepuestos a Dios.
La
ostentación de los maestros de la Ley, a la que se refiere Jesús, contrasta
mucho hoy con la austeridad y la generosidad de la viuda que, ciertamente, en
una sociedad en la que las mujeres eran valoradas en función de la categoría de
sus maridos, como viuda era, por lo tanto, absolutamente pobre. Jesús nos hace
notar hoy, con toda claridad, que lo más importante no es el valor cuantitativo
de su ofrenda o de nuestros esfuerzos y trabajos, sino que el gran valor es su
intención, y, por tanto, nuestros propósitos. De hecho, la viuda, que,
aparentemente da tan poca cosa, pone a Dios antes que sus propias necesidades
más básicas y que su comida, necesarias para vivir.
Son
las intenciones que hacen diferentes a los maestros de la Ley y a la viuda. Y
también son las intenciones las que pueden convertir nuestras acciones en las
cosas más banales o en las más determinantes y fundamentales. Nuestras
acciones, externamente, son muy difíciles de ser valoradas o juzgadas, pero
internamente sí que son importantes para dejar claro si las hacemos como una
cosa por Dios o en beneficio propio.
ENTRA EN TU INTERIOR
NEUROSIS
DE POSESION
Una
de las aportaciones más valiosas de la fe cristiana al hombre contemporáneo es,
quizás, la de ayudarle a vivir con un sentido más humano en medio de una
sociedad enferma de “neurosis de posesión”.
El
modelo de sociedad y de convivencia que configura nuestro vivir diario está
basado no en lo que cada hombre es, sino en lo que cada hombre tiene. Lo
importante es «tener» dinero, prestigio, poder, autoridad... El que posee esto,
sale adelante y triunfa en la vida. El que no logra algo de esto, queda
descalificado.
Desde
los primeros años, al niño se le «educa» más para tener que para ser. Lo que
interesa es que se capacite para que el día de mañana «tenga» una posición,
unos ingresos, un nombre, una seguridad.
Así,
casi inconscientemente, preparamos a las nuevas generaciones para la
competencia y la rivalidad.
Vivimos en un modelo de sociedad que fácilmente
empobrece a las personas. La demanda de afecto, ternura y amistad que late en
todo hombre es atendida con objetos. La comunicación humana queda sustituida
por la posesión de cosas.
Los
hombres se acostumbran a valorarse a sí mismos por lo que poseen o lo que son
capaces de llegar a poseer. Y, de esta manera, corren el riesgo de irse
incapacitando para el amor, la ternura, el servicio generoso, la ayuda
amistosa, el sentido gratuito de la vida. Esta sociedad no ayuda a crecer en amistad,
solidaridad y preocupación por los derechos del otro.
Por
eso, cobra especial relieve en nuestros días la invitación del evangelio a
valorar al hombre desde su capacidad de servicio y solidaridad.
La
grandeza de una vida se mide en último término no por los conocimientos que uno
posee, ni por los bienes que ha conseguido acumular, ni por el éxito social que
ha podido alcanzar, sino por la capacidad de servir y ayudar a los otros a ser
más humanos.
El
hombre más poderoso, más sabio y más rico, queda descalificado como hombre si
no es capaz de hacer algo gratis por los demás.
Cuántas
gentes humildes, como la viuda del evangelio, aportan más a la humanización de
nuestra sociedad con su vida sencilla de solidaridad y ayuda generosa a los
necesitados, que tantos protagonistas de nuestra vida social, económica y
política, hábiles defensores de sus intereses, su protagonismo y su posición.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Si
seguimos la lección de Jesús en el evangelio de hoy, tendríamos que procurar
que el hecho de dar, como hizo la viuda del templo, se nos convierta ya en un
gesto tan necesario para poder vivir, como lo es también el alimento que
tomamos cada día. En nuestra vida no se trata de que vayamos dando pequeñas
limosnas de vez en cuando, o que nos desprendamos dignamente de aquello que nos
sobre, sino que, sin reservas, Jesús nos invita a dar todo lo que tenemos. Es
dar la vida y es darse uno mismo.
La
pregunta interior, que muy a menudo nos hacemos, es: Pero si yo lo doy todo,
¿qué me quedará? Está claro, es aquí donde se juega nuestra confianza en Dios.
De hecho, nosotros podríamos dar todo lo que ganamos, podríamos dar todo el pan
que ganamos con nuestro propio esfuerzo, si creemos, como después diremos en el
Padrenuestro, que Dios, como contrapartida a nuestra confianza, nos dará el pan
de cada día.
Como
esta viuda del evangelio, nosotros estamos llamados a dar testimonio
discretamente de nuestra fe más profunda. Que tengamos que hacerlo no quiere
decir que tenga que ser de un modo ostentoso, como los maestros de la Ley. Como
tampoco, el hecho de que lo tengamos que hacer discretamente, quiere decir que
no lo tengamos que hacer. La eucaristía que celebramos simplemente nos recuerda
que nuestra fe se juega en nuestro interior.
ORACIÓN
CÁNTICO OTOÑAL
(Federico García Lorca)
Hoy siento
en el corazón
un vago
temblor de estrellas,
pero mi
senda se pierde
en el alma
de la niebla.
La luz me
troncha las alas
y el dolor
de mi tristeza
va mojando
los recuerdos
en la fuente
de la idea.
La nieve del
alma tiene
copos de
besos y escenas
que se
hundieron en la sombra
o en la luz
del que las piensa.
EXPLIQUEMOS EL EVANGELIO A LOS NIÑOS
(Imagénes proporcionadas por Catholic net)
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