martes, 20 de noviembre de 2012

PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO (C)



3 DE DICIEMBRE

LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

PALABRA DEL DÍA

Mateo 8,5-11

Señor, no soy digno…”

“Al entrar Jesús en Cafarnaúm, un centurión se le acercó rogándole: “Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho”. Jesús le contestó: “Voy yo a curarlo”. Pero el centurión le replicó: “señor, no soy quién para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Haz esto”, y lo hace”. Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: “Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos”.

REFLEXIÓN

            Las palabras de aquel centurión han quedado inmortalizadas para siempre. Poco podía él imaginar que iban a ser repetidas cada día, en cada celebración de la eucaristía, como acto de fe antes de comulgar. Cuando las pronunció no imaginó el alcance universal; y que las mismas iban a ser norma de Fe y de humildad para millones de personas cada día.
            Para aquel centurión, sus palabras fueron por aquel criado suyo gravemente enfermo, impedido de parálisis, con grandes padecimientos. Fiel siervo debía ser, de confianza, insustituible, querido y respetado como si de un familiar se tratara. Buen amo que consternado por la grave enfermedad de su siervo, entristecido por los sufrimientos de aquel acude al señor, al que conocía de oídas y sabía de sus hechos. No espera a que Jesús pase cerca, sino que él sale a su encuentro. “¡Señor, mi criado yace en cama paralítico, con terribles sufrimientos”. No pide nada para él, pide para su siervo. Aquello no era muy usual en la sociedad romana, que aceptaban la esclavitud. ¡Un amo pidiendo por un siervo! ¿Qué hubieran pensado en roma si hubieran visto al centurión pidiendo por un criado de la servidumbre? Los esclavos no tenían valor como personas, no eran considerados como tales. Por ello adquiere más valor la actitud del centurión.
            “Yo iré a curarle” le responde el Señor. ¡Señor, no soy digno que entres en mi casa!, le dice el centurión, por considerar por muchos motivos, que su casa no era lugar apropiado para un Hombre Santo. Pero el Señor le atiende por su fe y por su humildad, dos premisas que conmueven a Jesús como se puede ver en los cuatro evangelios. No mira que fuera un soldado que había invadido su país. El señor ve las cualidades que posee y lee en su corazón.
            Vemos el efecto contrario, cuando fariseos le piden al Señor un milagro para creer. La soberbia es rechazada por Jesús. ¡Necesitaban milagros para creer!
            ¿Pero solo por la fe? Se puede apreciar otra actitud querida por el Señor, el amor al prójimo. Aquel hombre gravemente enfermo no era de su familia; era un criado y dado el clasismo de la sociedad romana, era de admirar que el centurión se preocupara de aquellos que tenía a su servicio. Al Señor le agrada que nuestra mirada no sea primero para nosotros, sino para los demás, en el que tenemos al lado, en aquel que sufre, en el desfavorecido, en el enfermo. El centurión demuestra ser portador de unos valores que no eran muy usuales en aquella sociedad romana.
            ¡Señor no soy digno que entres en mi alma, pero una palabra tuya servirá para sanarla! Rezamos esa plegaria, mientras nos acercamos a recibir la comunión sacramental. En actitud de paz, dejando todo fuera; con el respeto que merece el Señor, al que vamos a abrirle las puertas de nuestra alma, que se convertirá en sagrario viviente. ¡Qué honor!. La Virgen fue el primer sagrario viviente y el portal de Belén, el primer templo donde moró el Señor. Ahora lo somos nosotros, cada vez que comulgamos y también los sagrarios de los templos, donde nos espera a que lo visitemos. Muchas veces tan solo, esperando que tú y yo lo visitemos.
            Señor, yo no soy digno…, repitamos mañana y pasado y siempre.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

            ¡Ven, divino Mesías…! El Adviento que empezamos es un grito, una oración y una espera. Sin embargo, ¡no faltan los mesías en nuestros días! ¿Hay que esperar a otro que triunfe donde han sido tantas las esperanzas frustradas? Mesianismos políticos, sociales, económicos, religiosos: siempre se presentan como otras tantas fuerzas, como poderes atractivos, como la solución al marasmo de los hombres. Todos esos mesianismos reclaman para sí una obediencia total, sin condiciones. Y uno tras otro van derrumbándose, asfixiados por su totalitarismo. Así sucumbió en otro tiempo la soberbia Jerusalén.
            Pero el mesianismo cristiano no se apoya en una fuerza humana; tiene sus raíces en la palabra de los profetas, que incansablemente fueron repitiendo: “¡Convertíos, volved a vuestro Dios!”   El Mesías que nosotros invocamos es el de los pobres y el de la paz; Mesías para el hombre que ha experimentado la vanidad del orgullo y de la suficiencia. Mesías que recorre nuestros caminos y viene a salvar lo que estaba perdido: “Señor, no soy digno… pero basta una palabra tuya…”.
            Siempre hay en el mesianismo una parte de utopía. De nosotros depende que esa utopía se haga realidad: ¿tendremos humildad suficiente para considerarnos pobres, sin derecho, sin poder? De ser así, ese día “¡no alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra!”.

ORACIÓN

            Sí, te damos gracias, Dios, justicia nuestra, esperanza del mundo. Tú creaste al hombre para que compartiera con sus hermanos el amor, la paz y la dicha. Y cuando él se aparta de ti, preso de las inquietudes de la vida, tú le das a tu Hijo, entregado para remisión de los cautivos.
            Por eso nosotros alzamos nuestras cabezas cuando ya el alba se anuncia en el horizonte y cantamos con todos los santos: “’¡Ven Señor Jesús!”, y te aclamamos sin cesar.
 

4 DE DICIEMBRE

MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

PALABRA DEL DÍA

Lucas 10,21-24

“Lleno de alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar”. Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: “¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron”.

REFLEXIÓN

                Una loca esperanza se apodera de nosotros: “He aquí que vienen días de justicia y de paz”. Pero esos días ¿dónde están? ¿Qué es lo que va a cambiar con este Adviento? “¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis!” Pero ¿qué es lo que vemos?.
            Otro tanto sucede con la esperanza; si no tuviera algo de locura, ya no sería esperanza… Los prudentes, los sabios, los jefes de Estado no la necesitan. En cambio, para los pobres, un rayo de sol, una palabra de consuelo, una mano tendida, valen más que mil tratados de paz. Saben descifrar lo invisible, porque están habituados a vivir al nivel de lo imperceptible. Acaso se diga de ellos que son demasiado crédulos, pero con Jesús ¡están en buena compañía!
            ¿Habéis visto uno de esos árboles que, adelantándose excesivamente a la estación, empiezan a echar brotes demasiado temprano? Si cae una fuerte helada, ese árbol ya no dará fruto… Es verdad; pero su audacia es señal de una primavera que, no obstante el invierno, al fin llegará. Necesitamos esperanza, ¡aun cuando sea un poco loca!

            “Saldrá un vástago del tronco de Jesé…, juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados”. Vino Jesús, y vino sin armas, servidor sin corona. Hoy viene al corazón de la gente humilde y sencilla que le aguarda. El lobo habitará con el cordero; ¿y el hombre con el hombre?

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

                ¿Y por qué no, hermanos y hermanos? De ti depende que acojas al espíritu de dios. Aún está Jesús levantado en alto en la cruz, como un estandarte para los pueblos. Dichoso el que camina poniendo sus pies sobre las pisadas de Jesús para dar consistencia a la esperanza, débil brote en tronco desnudo, aurora de una primavera en medio de la noche ¡que no puede durar siempre!
            En realidad, los profetas sólo tuvieron un conocimiento velado de los tiempos mesiánicos; la revelación del misterio estaba destinada a los herederos del Reino, a “la gente sencilla”, Jesús puede dar gracias por ser sólo los “pobres de Yahvé” los que leen los signos y tienen acceso cerca de dios. Por otra parte, su acción de gracias recuerda la bendición de Dan 2,20-23: al igual que los magos de caldea, los fariseos y los escribas, no obstante su ciencia, son incapaces de descifrar los signos de la venida del Reino.

ORA EN TU INTERIOR

                Bendito seas, Padre, señor de cielo y tierra, porque mediante la sabiduría de la fe y del amor revelas a los sencillos lo que se oculta a los sabios.
            La esperanza de tu venida nos va ganando, Señor, pues tu justicia despunta ya como rosa de invierno, haciendo posible la utopía mesiánica del profeta.
            Señor, nosotros queremos preparar tus caminos siendo instrumentos de tu paz en nuestros ambientes, para que donde imperan el egoísmo y el desamor sobreabunde con Cristo paz, justicia, luz, fe, dignidad, optimismo, fraternidad y gozo en el espíritu.

ORACIÓN

                Señor Jesús, contigo doy gracias al Padre porque ha elegido a la gente sencilla para revelarle la palabra de vida, que eres tú. ¿Me ves entre los que te escuchan? Prefiero estar entre los sencillos elegidos que entre los sabios y entendidos. Sí, quiero ser discípulo tuyo, amigo tuyo, y, con tus apóstoles, ver lo que ellos vieron y escuchar lo que tú decías. Hoy te pido que alejes de mi corazón el orgullo y me des la mansedumbre y la humildad del corazón cristiano. AMÉN.
 
 
5 DE DICIEMBRE

MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

PALABRA DEL DÍA

Mateo 15,29-37

“Me da lástima de la gente, llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer…”

“Jesús, bordeando el lago de galilea, subió al monte y se sentó en él. Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los echaban a sus pies, y él los curaba. La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y dieron gloria al Dios de Israel. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Me da lástima de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen en el camino”. Los discípulos le preguntaron: “¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?”. Jesús les preguntó: “¿cuántos panes tenéis?”. Ellos contestaron: “siete y unos pocos peces. Él mandó que la gente se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete cestas llenas”.

REFLEXIÓN

                ¡Sí, el Reino de Dios está cerca! Jesús toma a su cargo las enfermedades y las dolencias humanas. Son borrados los pecados y se pone la mesa para todos los hombres; para ocupar un puesto en ella se requiere una sola condición: creer en Jesucristo. Así logró de él la mujer cananea la curación de su hija.
            Jesús preside la mesa del Reino. Como en otro tiempo Yahvé alimentó a su pueblo en el desierto, hoy Jesús da a comer su “carne”. Toma unos panes, da gracias y los reparte. En este relato está presente la Pascua entera: Pascua del desierto para las doce tribus y Pascua de la historia, que reúne a todos los hombres.
            “¡Venid, todo está preparado para el banquete!” Cuando Dios viene, lo hace para colmar de bienes a los hambrientos, para dar plenitud de vida a los que ardientemente aspiran a ella: ¡cojos, ciegos, lisiados, pobres! Para ellos toma Jesús los siete panes y unos peces, y los multiplica hasta el infinito, a la medida del hambre de aquella gente y de su propia generosidad. Para ellos prepara Dios un banquete digno de las mayores festividades.
            ¿Os ocurre con frecuencia que asociáis la idea de dios a la de suculentos manjares y vinos generosos? O, lo que es lo mismo, cuando deseáis vivir a fondo, con todo vuestro ser, ¿pensáis en Dios? ¡Es que Dios y la Vida son una misma cosa!
            Dios viene para los pobres. Lo decimos muchas veces, pero ¿aceptamos nuestra propia pobreza? No ya la pobreza de ser pecadores, sino esa otra pobreza  más radical de ser lisiados, de haber sido heridos por una vida que exigimos con todo nuestro ser y que nunca se nos da más que a medias. Una pobreza que nos envuelve como un manto de luto. Aceptar esta pobreza es ponerse a clamar a Dios. Porque Dios viene a transformar nuestro luto en danza, y nuestro desierto en mesa de privilegio. ¿Cómo vamos a encontrar a Dios si no clamamos por la vida como el ciego clama por el sol?

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

            Desear, esperar, y después exultar, comulgar. Estas son las palabras de la pobreza. Jesús ha dispuesto la mesa para los pobres: “¡Si alguno tiene hambre, que venga!” en el camino de nuestros desiertos, la eucaristía es la mesa de la esperanza y la fiesta de los pobres. ¡Dichosos los invitados a ella! ¡Dichoso el que abre las manos con deseo ardiente de vivir! ¡Dichosos los que lloran cuando el Señor viene a enjugar las lágrimas de los rostros! Este es el gesto de la ternura, el gesto de Cristo cuando toma en sus manos el pan para poner en las nuestras su cuerpo entregado. “¡Sí, ven, Señor Jesús!”.

ORA EN TU INTERIOR

                Te damos gracias, oh Dios, nuestra esperanza, por Jesucristo, tu Hijo amado, que vino a reunir a los que iban, sin rumbo, al desierto del abandono.
            Bendito seas tú, oh Dios que colmas el deseo del hombre, Dios que haces brotar la vida más fuerte que la muerte y más dulce que las lágrimas.
            Ante esta mesa de fiesta, preanuncio del banquete de tu Reino, te bendecimos, dios y Padre de los pobres, con todos cuantos ponen en ti su esperanza.

ORACIÓN

                Señor Jesús, te doy gracias, porque no solo te ocupas de anunciar el Reino de Dios, sino que también te preocupas de saciar el hambre física de hombres, mujeres y niños. También tu Iglesia -también yo- estoy llamado a dar respuesta a los problemas temporales de mis hermanos y a ser testigo de tu misericordia ante el mundo. AMEN
 

6 DE DICIEMBRE

JUEVES DE LA SEMANA PRIMERA DE ADVIENTO

PALABRA DEL DÍA

Mateo 7,21.24-27

“No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el Reino de los cielos…”

“Dijo Jesús a sus discípulos: “No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el Reino de los cielos, sino el que el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente”.

REFLEXIÓN

                La palabra de Jesús es palabra de vida, y el hombre debe dejarla fructificar en su vida.
            La roca desnuda, la arena y el torrente de agua que se precipita sobre el reseco lecho son otras tantas imágenes que le sirven a Jesús para ilustrar un pequeño apólogo en alabanza del hombre previsor que construye su casa sobre valores seguros. Pero ¿qué valor más seguro que la persona de Jesús, a quien el salmo 117 llama la piedra angular?
            “¡Tenemos una ciudad fortificada! ¿Quién podrá derribarla?... ¡Somos dueños de la mitad del mundo! ¿Quién podrá igualarnos?” Extensa letanía del orgullo humano, en la que van desfilando los títulos de seguridad, seguidos, como un estribillo, por el eco de las guerras, el clamor de los explotados y la muerte de los oprimidos. Basta que se produzca una inesperada devaluación del oro, y veréis temblar en sus cimientos a esa gente que vive en nuestras ciudades cimentadas sobre arena. ¿Acaso no se escribe la historia sobre la base de las civilizaciones destruidas?        
            Pero el hombre es incorregible, y media un abismo entre nuestros relatos de historia y la Historia vista desde el lado de Dios, en ese reino inaudito en el que la gente pobre goza de consideración y los humildes rebosan de alegría. No tenemos aquí ciudad permanente… Nuestra morada está destinada a permanecer eternamente… ¿Construimos para cien años o construimos para siempre? ¿Cuál es nuestra Jerusalén? ¿La que se jacta de tener muro y antemuro o “la que baja del cielo engalanada como una novia ataviada para su esposo”? ¿Ciudad protegida contra la guerra o ciudad inerme abandonada al amor? ¿Ciudad de los hombres o ciudad de Dios? “Los que confían en el Señor son como el monte Sión”, dice otro salmo. Pero un día, Sión fue, a su vez, arrasada… ¡El que pone su confianza en el Señor no morirá jamás!
            Hombre, ¿en qué tienes puesta tu confianza? ¿En el dinero, en el poder, en la seguridad…? Sábete que tu derrumbamiento será total. Porque sólo hay un valor seguro, y ese valor se llama “Dios”.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

                Para conocer y cumplir la voluntad del Padre hemos de meditar y orar la palabra de Cristo hasta hacerla eje y quicio de nuestra vida cristiana, núcleo central de nuestra estructura personal, y no un mero añadido de suplemento dominical.
            Cristo Jesús es el modelo de esta escucha y práctica, el gran servidor del Padre y del hombre, el cumplidor fiel de la voluntad divina. Como él, nosotros sus discípulos hemos de ser personas de oración, que es más que la súplica vocal, para convertirla en la vida de comunión con Dios. Ésta se derramará luego sobre nuestra existencia personal, la familia y el trabajo, la realidad comunitaria y social en que vivimos, sin crear divorcio entre la fe y la vida.
            Amar a Dios y al hermano es el cuadro completo y el resumen de la voluntad de Dios. Así construimos nuestra casa sólidamente. Pues Jesús no preconiza un activismo pragmático y eficaz a cualquier precio; más bien lo condena, puesto que él no reconoce como suyos a quienes aseguran haber profetizado y echado demonios haciendo milagros en su nombre, pero sin haber llenado su vida personal y su acción mundana con la obediencia de la fe a la voluntad de su Padre Dios.   

ORA EN TU INTERIOR

                Tú eres, Señor, nuestra roca de refugio y es mejor confiar en ti que en los poderosos, porque es mayor la seguridad de tu amor que la de las abultadas cuentas bancarias.
            Queremos escuchar tu palabra y cumplirla, sin contentarnos con decirte: ¡Señor, Señor! Pero líbranos tú de nuestra inconstancia.
            Te pido por los responsables de la paz entre los pueblos, para que construyan el futuro sobre la roca de la justicia; por los que poseen los bienes de este mundo, para que abran a todos las puertas del bienestar; por los cristianos que invocan tu nombre, para que traduzcan su fe en actos de amor y de solidaridad con los más pobres.

ORACIÓN

            Hoy quiero hacer mía la oración de Carlos de Foucauld: “Padre, me pongo en tus manos; haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las gracias. Lo acepto todo con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. Necesito darme, ponerme en tus manos con confianza, porque tú eres mi Padre”.
 

7 DE DICIEMBRE

VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

PALABRA DEL DÍA

Mateo 9,27-31

“Qué os suceda conforme a vuestra fe…”

 “Dos ciegos seguían a Jesús, gritando: “Ten compasión de nosotros, hijo de David”. Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo: “¿Creéis que puedo hacerlo?” Contestaron: “Si, Señor”. Entonces les tocó los ojos, diciendo: “Que es suceda conforme a vuestra fe”. Y se les abrieron los ojos, Jesús les ordenó severamente: “¡Cuidado con que lo sepa alguien!” Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca”.

REFLEXIÓN

                La pregunta de Jesús nos explica el porqué de la curación de los dos ciegos que se le acercaron pidiéndole a gritos la vista para sus ojos en tinieblas: “¿Creéis que puedo hacerlo?” Ante su respuesta afirmativa, Jesús concluye: “Que os suceda conforme a vuestra fe”. Y se les abrieron los ojos. Así se cumplió el oráculo del profeta Isaías que tenemos en la primera lectura, referido a los tiempos mesiánicos. Pronto, muy pronto, los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad, y la salvación de lo alto alegrará a los oprimidos y a los pobres de Dios.
            Por tanto, las fuentes de la palabra nos hablan hoy, elocuentemente, del adviento como tiempo de fe y transformación, libertad y justicia, esperanza y gozo en el Señor. La clave secreta de este cuadro maravilloso está en la fe. La necesidad y eficacia de la misma es una constante en la biblia y en la vida cristiana de cada día.
            Como en el caso de los ciegos, la historia de los milagros realizados por Jesús coincide con el itinerario de la fe de los pobres de Dios. Era la fe de los enfermos lo que desencadenaba a su favor la acción del poder divino que residía en Jesús de Nazaret. Una y otra vez repite él a las personas agraciadas con una intervención milagrosa: tu fe te ha curado, tu fe te ha salvado; hágase como has creído. El dicho popular “la fe hace milagros” es de una certera exactitud evangélica. Hasta tal punto era la fe presupuesto esencial y condición indispensable, que donde Jesús no encontraba fe no “podía” obrar ningún milagro. Fue el caso de sus paisanos (Mc 6,5).

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

Unos ciegos ven y unos hombres levantan la cabeza. La muerte y las tinieblas, son vencidas, así como la tiranía que ejercían sobre la humanidad. Cuando unos hombres y mujeres reconocen en Jesucristo al Hijo de David, una comunidad se eleva a la vida de la gracia.
¡Qué fácil es hacer que se condene a los pobres y a los sencillos que ni siquiera conocen sus derechos! Les arrojas un poco de polvo a los ojos y quedan cegados y entregados en manos de quienes no buscan más que hacer caer a los inocentes. Ya se puede recitar ante ellos el libro de la ley: para ellos no pasa de ser letra muerta. ¿Quién les dará la clave para poder orientarse? Generación tras generación, así se burlan de Dios y de los hombres los tiranos. Tiranía que aquí y allí reviste aspectos gigantescos, en los que pueblos enteros son humillados; pero tiranía asimismo insidiosa que, en pequeña escala, se conforma con hacer tropezar, uno a uno, a los pequeños. “¡Mentid, mentid…, siempre queda algo!”.

ORA EN TU INTERIOR

                “Un poco de tiempo todavía, dice el profeta, y todo eso va a cambiar”. Pero los pobres se preguntan: ¿cuándo va a ser eso? Y su noche se alarga…, hasta un día en que por el camino pasa alguien que les dice simplemente: “¿Crees que puedo hacer eso por ti?”. Entonces Jesucristo abre los ojos a los ciegos. Es el final de los tiranos. ¿Cómo? Jesucristo explica a cada hombre la dignidad de serlo, y basta con que un hombre alce la cabeza ante el opresor para que quede derrotada la tiranía, pues ésta no ha alcanzado su objetivo, que no era otro que degradar al hombre. Jesucristo explica al mundo el amor de Dios, y bastas un vislumbre de amor para que el poder y la maldad sean vencidos.
            “Un poco de tiempo todavía, muy poco tiempo, dice el Señor”. Hermano, déjale a Dios abrir tu corazón, y verás cómo tu pobreza es un manantial de felicidad. Sólo que no vayas a contárselo a todo el mundo: ¿quién te comprendería? Hace siglos que los tiranos creen que dirigen el mundo: pobres ciegos… con los ojos abiertos cuanto pueden, no ven más que tiniebla. Pero para nosotros ha despuntado el día; el día de una luz  interior.

ORACIÓN

            Te bendecimos, Padre, por el corazón de Cristo, que supo compadecerse de los dos ciegos del camino, imagen viva de la humanidad necesitada de tu luz.
            Hacemos nuestros sus gritos de fe y de súplica: Nos invaden, Señor, las tinieblas de la increencia y nos atenaza nuestra rutina y supuestas seguridades.
            Haz, Señor, que tu amor cure nuestra innata ceguera, despertando nuestra fe dormida, para poder verlo todo con los ojos nuevos que nos das: los criterios de Jesús.
            Cólmanos de alegría y paz en este tiempo de adviento, que es oportunidad de conversión a ti y a los hermanos. AMEN.
 

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