lunes, 26 de noviembre de 2012


EL TIEMPO DE ADVIENTO-NAVIDAD
                    SENTIDO Y ESTRUCTURA
                El sentido del tiempo de Adviento es la Venida del Señor, tal como no se cansan de repetir los textos litúrgicos. La Venida es contemplada básicamente en dos aspectos: la Venida al fin de los tiempos (venida escatológica), y la Venida histórica. Ambas Venidas, sin embargo, no quedan demasiado dibujadas, como corresponde a toda línea del Antiguo y Nuevo Testamentos. Sólo en un período muy concreto de Adviento  - los días 17 al 24 de diciembre -, llamadas “ferias de Adviento”, la atención litúrgica se polariza y se concentra claramente en torno a la Venida histórica de Jesús y la próxima fiesta de su Nacimiento.
                La reacción del creyente al celebrar la Venida es, desde luego, la conversión del corazón, pero es también el gozo, la esperanza, la oración, la decisión de salir al encuentro del Señor que viene. Por eso el tiempo de Adviento no es directamente penitencial y sería equívoco plantearlo como una especie de Cuaresma previa a la Navidad. Esto ilumina mucho la ambientación que hay que llevar a cabo, tanto en el aspecto más externo como en la predicación, los cantos, etc.
                El itinerario del Adviento, es decir, de la venida, del advenimiento, es como una obra de paciencia en la que el hombre tiene que descender a profundidades cada vez mayores para descubrir la semilla escondida que tantos frutos ha producido ya en la tierra que es el hombre. Desde Jerusalén en ruinas hasta el humilde nacimiento en Belén, desde el desierto de los desterrados hasta el del bautismo, todo nos está incitando a ir más allá.
                En este itinerario se perfilan tres etapas. Tiempo por venir, en el que la voz de Isaías no cesará de proclamar las llamadas del Dios. Tiempo del precursor, en el que el profeta nos convocará al desierto para señalarnos al Esposo, al Dios de la Alianza. Tiempo de los alumbramientos, en el que el Espíritu envuelve a la virgen y a la estéril para alumbrar el manantial que estaba prometido a nuestra esperanza. Se abre el Adviento con unos oráculos de restauración política, y se cierra con la contemplación de un rey manso y humilde de corazón. Pero entretanto habremos seguido a Juan, la señal de que “Dios se ha compadecido.”
LOS GRANDES PERSONAJES DEL ADVIENT 
 
ISAÍAS, EL PROFETA DE LA ESPERANZA
                Isaías. El destierro. La restauración. Hoy, el clima de crisis hace que los hombres retornen, como de modo espontáneo, a un vocabulario profético: hay que posibilitar el porvenir, preparar un mundo nuevo, hacer frente a los retos que se nos presentan.
                La esperanza que nosotros celebramos es la esperanza de un pueblo, pues la liturgia nunca es un acto individual. Pero sucede que lloramos como lloraron nuestros padres desterrados a orillas de los ríos de Babilonia…En otro tiempo, estábamos sólidamente anclados en la ciudad. Hoy somos un pequeño resto, se lamenta el pueblo. Para este pequeño “resto” proclama el profeta la Buena Noticia. Si la esperanza pretendiera apoyarse en la fuerza de los poderosos, ya no sería esperanza.
                Para que puedas comprender mejor por qué llamamos a Isaías el profeta de la esperanza, al final te ofreceremos los  textos proféticos, sobre  todo Isaías, que prácticamente van desde el Lunes de la primera semana de Adviento, al Miércoles de la segunda semana.
JUAN BAUTISTA, EL PROFETA DEL DESIERTO
            En el desierto, Juan tiene la ambición de reconstruir el Pueblo de Dios. Renace una comunidad; una Iglesia despojada del barniz fariseo y de las solemnidades sacerdotales; una Iglesia con la mira puesta en el advenimiento. Con el Bautista, la antigua Alianza culmina en un extraordinario golpe de efecto: “¡Viene nuestro Dios!”. Pero esta cara visible del profeta no puede ocultar la otra, que es frágil y está tan próxima a nuestras preguntas: “¿Eres tú el que ha de venir?” Dramático interrogante éste, marcado por el temor a comprometerse a favor de un Mesías cuya ternura parece carecer de armas eficaces para derrotar al adversario. Eso no es un obstáculo; Juan es para nosotros el dedo que señala al Cordero de Dios. Sus dos manos, extendidas en ademán de ofrecerse, reciben la alegría del Esposo.
LA ESPERANZA ES UNA NIÑA. MARÍA
            La esperanza es una niña que necesita que la lleven de la mano… ¡Pero es ella la que nos lleva a nosotros! El Adviento acabará al llegar la Navidad. Nosotros iremos hasta el lugar de cita de los pastores.  Dichoso el que cree en el nacimiento, es decir, en el futuro siempre posible. Isaías había anunciado: “la virgen da a luz un hijo…” Juan el Bautista también había dicho: “Detrás de mí viene uno al que no merezco ni siquiera desatarle la correa de las sandalias”. El destino de los profetas es ese. El nombre de Emmanuel canta dentro de nosotros como una esperanza loca. Dios está con nosotros con rostro de niño, pues los niños son los únicos que saben lo que quiere Dios.
            “La justicia y la paz se besan… El lobo y el cordero se llevan bien” Se diría que es un juego de niño. Pero ¿no consiste la esperanza en vivir lo imposible como quien juega? ¿No nos dice Dios que construyamos el mundo sin tener más manual que nuestra imaginación? Además, no deberíamos impedir jugar a los niños.

PRIMERA ETAPA DE ADVIENTO
DEL LUNES DE LA 1ª SEMANA AL MIÉRCOLES DE LA 2ª SEMANA
EL TIEMPO POR VENIR
                En el itinerario de Adviento, se perfilan tres etapas. Tiempo POR VENIR, en el que la voz de Isaías no cesará de proclamar la llamada del Dios que se acuerda. Tiempo DEL PRECURSOR, en el que el profeta nos convocará al desierto para señalarnos al Esposo, al Dios de la Alianza. Tiempo DEL ALUMBRAMIENTO, en el que el Espíritu envuelve a la Virgen y a su prima Isabel (anciana y estéril), para alumbrar el manantial que estaba prometido a nuestra esperanza.
EL TIEMPO POR VENIR
                Aparentemente, Isaías es el profeta más conocido y, desde luego, el más citado por los evangelios. Y, sin embargo, el nombre de Isaías designa a varios autores, y los 66 capítulos que integran este libro son producto de una actividad literaria que se extiende a lo largo de varios siglos.
                El relato que el profeta hace de su propia vocación explica lo esencial de su mensaje. En el templo, Isaías conoció por experiencia la trascendencia divina: para él, Yahvé es el “Santo de Israel”…, un Dios celoso que no admite rivales, un Dios oculto que desea dirigir la historia con la colaboración del hombre. El profeta exigió de sus coetáneos una fe fuerte que a veces desdeñaba la razón humana. Hombre de Dios metido en la política de su país, le tocó ejercer su ministerio en un periodo de la historia de Israel especialmente agitado. El reino de Salomón, de efímera existencia, estaba dividido en dos: Israel en el norte y Judá en el sur. Los sucesores de Salomón, debilitados ya de por sí por sus disputas internas, tuvieron que enfrentarse, además, a un enemigo exterior: Asiria.
                Durante este tiempo, el rey Ajaz, en Jerusalén había pedido protección a su vecino asirio, ahora bien, el momento en el que Ajaz se disponía a alienar la independencia de su país era el mismo en que el profeta había anunciado el nacimiento de Emmanuel (el principie Ezequías, quizá). Isaías, conciencia de la  nación, no podía admitir, en efecto, que su soberano pusiera en tela de juicio la soberanía de la dinastía elegida. Más tarde se alzará también contra Ezequías, cuando éste se proponga aliarse con Egipto… ¡contra asiria! Al oportunismo político oponía el profeta las exigencias de la fidelidad; en su opinión, Dios quería la invasión asiria para castigar con ella los pecados del pueblo. Pero Jerusalén debía seguir siendo el centro del mundo y el único trono legítimo: mesianismo y papel universal de la ciudad santa son dos temas que los discípulos de Isaías repetirán.
                El año 587, Jerusalén sucumbió a los ataques de Babilonia, y la población noble siguió al último rey de Judá al destierro.

EL TIEMPO DE LA ESPERANZA

“El Adviento es por excelencia la estación espiritual de la esperanza y en él la Iglesia entera está llamada a convertirse en esperanza, para ella misma y para el mundo. Todo el organismo espiritual del cuerpo místico asume, por así decir, el “color” de la esperanza. Todo el pueblo de Dios se pone en marcha atraído por este misterio: nuestro Dios es el Dios que llega y nos llama a salir a su encuentro” (Benedicto XVI. Homilía del Primer Domingo de Adviento de 2008)

         Dios viene a nuestro encuentro, para traernos consuelo y esperanza en nuestro peregrinar por este mundo. Dios, hecho Niño, viene a traernos el abrazo del Padre, viene a mostrarnos la grandeza de lo sencillo, viene a traernos la luz en medio de las tinieblas. ¿Cómo no alegrarnos profundamente al ver las promesas de Dios cumplidas?

         Dispongamos nuestros corazones para recorrer como Iglesia este tiempo de preparación para el nacimiento del que viene a reconciliar al mundo consigo. Dejémonos guiar por María, Madre del Dios-que-viene, Madre de nuestra esperanza. Acojámonos a la Madre del Adviento, para que conducidos de su mano, pueda nacer el Señor Jesús en nuestros corazones. Que estas páginas, con sus lecturas, reflexiones y oraciones, contribuyan a la vivencia personal y en familia de este tiempo litúrgico tan especial.

 




 



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