EL
TIEMPO DE ADVIENTO-NAVIDAD
SENTIDO Y ESTRUCTURA
El sentido del tiempo de Adviento es la Venida del Señor, tal como no
se cansan de repetir los textos litúrgicos. La Venida es contemplada
básicamente en dos aspectos: la Venida al fin de los tiempos (venida
escatológica), y la Venida histórica. Ambas Venidas, sin embargo, no quedan
demasiado dibujadas, como corresponde a toda línea del Antiguo y Nuevo
Testamentos. Sólo en un período muy concreto de Adviento - los días 17 al 24 de diciembre -, llamadas
“ferias de Adviento”, la atención litúrgica se polariza y se concentra
claramente en torno a la Venida histórica de Jesús y la próxima fiesta de su
Nacimiento.
La
reacción del creyente al celebrar la Venida es, desde luego, la conversión del
corazón, pero es también el gozo, la esperanza, la oración, la decisión de
salir al encuentro del Señor que viene. Por eso el tiempo de Adviento no es
directamente penitencial y sería equívoco plantearlo como una especie de
Cuaresma previa a la Navidad. Esto ilumina mucho la ambientación que hay que
llevar a cabo, tanto en el aspecto más externo como en la predicación, los
cantos, etc.
El
itinerario del Adviento, es decir, de la venida, del advenimiento, es como una
obra de paciencia en la que el hombre tiene que descender a profundidades cada
vez mayores para descubrir la semilla escondida que tantos frutos ha producido
ya en la tierra que es el hombre. Desde Jerusalén en ruinas hasta el humilde
nacimiento en Belén, desde el desierto de los desterrados hasta el del
bautismo, todo nos está incitando a ir más allá.
En
este itinerario se perfilan tres etapas. Tiempo por venir, en el que la voz de
Isaías no cesará de proclamar las llamadas del Dios. Tiempo del precursor, en
el que el profeta nos convocará al desierto para señalarnos al Esposo, al Dios
de la Alianza. Tiempo de los alumbramientos, en el que el Espíritu envuelve a
la virgen y a la estéril para alumbrar el manantial que estaba prometido a
nuestra esperanza. Se abre el Adviento con unos oráculos de restauración
política, y se cierra con la contemplación de un rey manso y humilde de
corazón. Pero entretanto habremos seguido a Juan, la señal de que “Dios se ha
compadecido.”
LOS
GRANDES PERSONAJES DEL ADVIENT
ISAÍAS, EL PROFETA DE LA ESPERANZA
Isaías. El destierro. La restauración. Hoy, el clima de crisis hace
que los hombres retornen, como de modo espontáneo, a un vocabulario profético:
hay que posibilitar el porvenir, preparar un mundo nuevo, hacer frente a los
retos que se nos presentan.
La
esperanza que nosotros celebramos es la esperanza de un pueblo, pues la
liturgia nunca es un acto individual. Pero sucede que lloramos como lloraron
nuestros padres desterrados a orillas de los ríos de Babilonia…En otro tiempo,
estábamos sólidamente anclados en la ciudad. Hoy somos un pequeño resto, se
lamenta el pueblo. Para este pequeño “resto” proclama el profeta la Buena
Noticia. Si la esperanza pretendiera apoyarse en la fuerza de los poderosos, ya
no sería esperanza.
Para
que puedas comprender mejor por qué llamamos a Isaías el profeta de la
esperanza, al final te ofreceremos los
textos proféticos, sobre todo
Isaías, que prácticamente van desde el Lunes de la primera semana de Adviento,
al Miércoles de la segunda semana.
JUAN BAUTISTA, EL
PROFETA DEL DESIERTO
En el desierto, Juan tiene la
ambición de reconstruir el Pueblo de Dios. Renace una comunidad; una Iglesia
despojada del barniz fariseo y de las solemnidades sacerdotales; una Iglesia
con la mira puesta en el advenimiento. Con el Bautista, la antigua Alianza
culmina en un extraordinario golpe de efecto: “¡Viene nuestro Dios!”. Pero esta
cara visible del profeta no puede ocultar la otra, que es frágil y está tan
próxima a nuestras preguntas: “¿Eres tú el que ha de venir?” Dramático
interrogante éste, marcado por el temor a comprometerse a favor de un Mesías
cuya ternura parece carecer de armas eficaces para derrotar al adversario. Eso
no es un obstáculo; Juan es para nosotros el dedo que señala al Cordero de
Dios. Sus dos manos, extendidas en ademán de ofrecerse, reciben la alegría del
Esposo.
LA ESPERANZA ES UNA
NIÑA. MARÍA
La esperanza es una niña que
necesita que la lleven de la mano… ¡Pero es ella la que nos lleva a nosotros!
El Adviento acabará al llegar la Navidad. Nosotros iremos hasta el lugar de
cita de los pastores. Dichoso el que
cree en el nacimiento, es decir, en el futuro siempre posible. Isaías había
anunciado: “la virgen da a luz un hijo…” Juan
el Bautista también había dicho: “Detrás
de mí viene uno al que no merezco ni siquiera desatarle la correa de las
sandalias”. El destino de los profetas es ese. El nombre de Emmanuel canta
dentro de nosotros como una esperanza loca. Dios está con nosotros con rostro
de niño, pues los niños son los únicos que saben lo que quiere Dios.
“La justicia y la paz se besan… El lobo y el cordero se
llevan bien” Se diría que es un juego de niño. Pero ¿no consiste la esperanza
en vivir lo imposible como quien juega? ¿No nos dice Dios que construyamos el
mundo sin tener más manual que nuestra imaginación? Además, no deberíamos
impedir jugar a los niños.
PRIMERA
ETAPA DE ADVIENTO
DEL
LUNES DE LA 1ª SEMANA AL MIÉRCOLES DE LA 2ª SEMANA
EL
TIEMPO POR VENIR
En el itinerario de Adviento, se
perfilan tres etapas. Tiempo POR VENIR, en el que la voz de Isaías no cesará de
proclamar la llamada del Dios que se acuerda. Tiempo DEL PRECURSOR, en el que
el profeta nos convocará al desierto para señalarnos al Esposo, al Dios de la
Alianza. Tiempo DEL ALUMBRAMIENTO, en el que el Espíritu envuelve a la Virgen y
a su prima Isabel (anciana y estéril), para alumbrar el manantial que estaba
prometido a nuestra esperanza.
EL
TIEMPO POR VENIR
Aparentemente, Isaías es el profeta más conocido y, desde luego, el
más citado por los evangelios. Y, sin embargo, el nombre de Isaías designa a
varios autores, y los 66 capítulos que integran este libro son producto de una
actividad literaria que se extiende a lo largo de varios siglos.
El
relato que el profeta hace de su propia vocación explica lo esencial de su
mensaje. En el templo, Isaías conoció por experiencia la trascendencia divina:
para él, Yahvé es el “Santo de Israel”…, un Dios celoso que no admite rivales,
un Dios oculto que desea dirigir la historia con la colaboración del hombre. El
profeta exigió de sus coetáneos una fe fuerte que a veces desdeñaba la razón
humana. Hombre de Dios metido en la política de su país, le tocó ejercer su
ministerio en un periodo de la historia de Israel especialmente agitado. El
reino de Salomón, de efímera existencia, estaba dividido en dos: Israel en el
norte y Judá en el sur. Los sucesores de Salomón, debilitados ya de por sí por
sus disputas internas, tuvieron que enfrentarse, además, a un enemigo exterior:
Asiria.
Durante
este tiempo, el rey Ajaz, en Jerusalén había pedido protección a su vecino
asirio, ahora bien, el momento en el que Ajaz se disponía a alienar la
independencia de su país era el mismo en que el profeta había anunciado el
nacimiento de Emmanuel (el principie Ezequías, quizá). Isaías, conciencia de
la nación, no podía admitir, en efecto,
que su soberano pusiera en tela de juicio la soberanía de la dinastía elegida.
Más tarde se alzará también contra Ezequías, cuando éste se proponga aliarse
con Egipto… ¡contra asiria! Al oportunismo político oponía el profeta las
exigencias de la fidelidad; en su opinión, Dios quería la invasión asiria para
castigar con ella los pecados del pueblo. Pero Jerusalén debía seguir siendo el
centro del mundo y el único trono legítimo: mesianismo y papel universal de la
ciudad santa son dos temas que los discípulos de Isaías repetirán.
El
año 587, Jerusalén sucumbió a los ataques de Babilonia, y la población noble
siguió al último rey de Judá al destierro.
EL TIEMPO DE LA ESPERANZA
“El Adviento
es por excelencia la estación espiritual de la esperanza y en él la Iglesia
entera está llamada a convertirse en esperanza, para ella misma y para el
mundo. Todo el organismo espiritual del cuerpo místico asume, por así decir, el
“color” de la esperanza. Todo el pueblo de Dios se pone en marcha atraído por
este misterio: nuestro Dios es el Dios que llega y nos llama a salir a su
encuentro” (Benedicto XVI. Homilía del Primer Domingo de Adviento de 2008)
Dios
viene a nuestro encuentro, para traernos consuelo y esperanza en nuestro
peregrinar por este mundo. Dios, hecho Niño, viene a traernos el abrazo del
Padre, viene a mostrarnos la grandeza de lo sencillo, viene a traernos la luz
en medio de las tinieblas. ¿Cómo no alegrarnos profundamente al ver las
promesas de Dios cumplidas?
Dispongamos
nuestros corazones para recorrer como Iglesia este tiempo de preparación para
el nacimiento del que viene a reconciliar al mundo consigo. Dejémonos guiar por
María, Madre del Dios-que-viene, Madre de nuestra esperanza. Acojámonos a la
Madre del Adviento, para que conducidos de su mano, pueda nacer el Señor Jesús
en nuestros corazones. Que estas páginas, con sus lecturas, reflexiones y
oraciones, contribuyan a la vivencia personal y en familia de este tiempo
litúrgico tan especial.
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