domingo, 28 de junio de 2015

29 DE JUNIO: SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO.





“Ahora te digo yo: Tú eres Pedro. Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…”
29 DE JUNIO
SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
1ª Lectura: Hechos 12,1-11
Ahora sé realmente que el Señor me libró de las manos de Herodes.
Salmo 33
El Señor me libró de todas mis ansias.
2ª Lectura: 2 Timoteo 4,6-8.17-18
Me está reservada la corona de la justicia.
EVANGELIO DEL DÍA
Mateo 16,13-19
“Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Ellos contestaron: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le respondió: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".
Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".
Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".
REFLEXIÓN
            Pedro fue el primero de los apóstoles. No el primer en el orden cronológico sí el primero en el grupo de los discípulos. En el evangelio de hoy escuchamos las palabras que el mismo Jesús le dijo: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Pedro encabezó el grupo de los apóstoles, y por eso, hasta hoy, el Papa es considerado el sucesor  de Pedro. Simón era un pescador, un hombre sencillo, pero un hombre apasionado, que vio en Jesús a aquel que podía dar sentido a su vida, y por esto lo siguió. Débil como nosotros, vivió la dificultad de reconocer la fe, y negó a Jesús tres veces, pero después también, tal como explica el libro de los Hechos de los apóstoles, dio testimonio de Jesús, hasta entregar la vida, ya que fue encarcelado y murió en Roma.
            Pablo es el otro gran apóstol. Él no conoció a Jesús y, más aún, durante unos años fue un judío perseguidor de cristianos. Todos recordamos cómo Saulo se convierte, descubre la fe en Jesús y pasa a ser el gran apóstol de los gentiles, de los que no eran judíos, el que irá predicando el evangelio por todo el Mediterráneo con sus viajes, con sus cartas. Pablo también acabará encarcelado y mártir en Roma. Sus cartas, con tanta frecuencia proclamadas en nuestras celebraciones, nos ayudan a conocer su carisma y su mensaje. En la segunda lectura escuchamos el testimonio de cómo se sintió llamado y enviado por el mismo Jesús, y la entrega de su vida por la causa del evangelio, con la ayuda de Dios, y con la confianza de que encontrará el premio en la justicia de Dios.
 
            Pedro y Pablo. Los dos grandes apóstoles. Los fundamentos de la Iglesia. La celebración de hoy debe ayudarnos a fortalecer nuestra fe. Pedro y Pablo fueron dos hombres sencillos, cada uno con su historia, con sus debilidades y dificultades, aunque también fueron unos testigos firmes de Jesús, hasta dar los dos la vida en el martirio en Roma. De ellos, de los apóstoles, de Pedro y Pablo, nos viene nuestra fe, que se ha ido transmitiendo de generación en generación y en la unidad de la Iglesia. Nosotros también somos hombres y mujeres sencillos, débiles, que a veces nos cuesta creer y  nos cuesta ser unos auténticos discípulos de Jesús, pero en Pedro y Pablo encontramos un modelo, un ejemplo, un motivo para animarnos, para sentirnos de veras seguidores de Jesús, miembros de su Iglesia. Al mismo tiempo rezamos a Dios por intercesión de Pedro y Pablo: por la Iglesia, por el Papa, por los obispos, por todos los que tienen un carisma de servicio dentro de la Iglesia, por todos los cristianos y cristianas del mundo que nos mantengamos firmes en la fe.
            En el evangelio de hoy escuchamos aquella escena en la que Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Y los discípulos le responden: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Entonces Jesús les dice: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? A lo que Pedro, con convicción, responde: “Tú eres el Mesías el Hijo de Dios vivo”. Hoy Jesús vuelve a preguntarnos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Y cada uno de nosotros tiene que encontrar su respuesta: ¿Quién es Jesús para mí? Ojalá que seamos capaces de responder como Pedro reconociendo que Jesús es el Señor, el Hijo de Dios, aquel que da sentido a nuestra vida, aquel en quien podemos encontrar las raíces más profundas de nuestro ser. Que la profesión de fe de Pedro, y también de Pablo, sea hoy ejemplo y ánimo para que cada uno de nosotros hagamos también nuestra propia y personal profesión de fe.
ENTRA EN TU INTERIOR
EL SERVICIO DE PEDRO       
Jesús conversa con sus discípulos en la región de Cesarea de Filipo, no lejos de las fuentes del Jordán. El episodio ocupa un lugar destacado en el evangelio de Mateo. Probablemente, quiere que sus lectores no confundan las «iglesias» que van naciendo de Jesús con las «sinagogas» o comunidades judías donde hay toda clase de opiniones sobre él.
Lo primero que hay que aclarar es quién está en el centro de la Iglesia. Jesús se lo pregunta directamente a sus discípulos: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde en nombre de todos: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Intuye que Jesús no es sólo el Mesías esperado. Es el «Hijo de Dios vivo». El Dios que es vida, fuente y origen de todo lo que vive. Pedro capta el misterio de Jesús en sus palabras y gestos que ponen salud, perdón y vida nueva en la gente.

 
Jesús le felicita: «Dichoso tú… porque eso sólo te lo ha podido revelar mi Padre del cielo». Ningún ser humano «de carne y hueso» puede despertar esa fe en Jesús. Esas cosas las revela el Padre a los sencillos, no a los sabios y entendidos. Pedro pertenece a esa categoría de seguidores sencillos de Jesús que viven con el corazón abierto al Padre. Esta es la grandeza de Pedro y de todo verdadero creyente.
Jesús hace a continuación una promesa solemne: «Tú eres Pedro y sobre testa piedra yo edificaré mi Iglesia».  La Iglesia no la construye cualquiera. Es Jesús mismo quien la edifica. Es él quien convoca a sus seguidores y los reúne en torno a su persona. La Iglesia es suya. Nace de él.
Pero Jesús no es un insensato que construye sobre arena. Pedro será «roca» en esta Iglesia. No por la solidez y firmeza de su temperamento pues, aunque es honesto y apasionado, también es inconstante y contradictorio. Su fuerza proviene de su fe sencilla en Jesús. Pedro es prototipo de los creyentes e impulsor de la verdadera fe en Jesús.
Este es el gran servicio de Pedro y sus sucesores a la Iglesia de Jesús. Pedro no es el «Hijo del Dios vivo», sino «hijo de Jonás». La Iglesia no es suya sino de Jesús. Sólo Jesús ocupa el centro. Sólo el la edifica con su Espíritu. Pero Pedro invita a vivir abiertos a la revelación del Padre, a no olvidar a Jesús y a centrar su Iglesia en la verdadera fe.

                        José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Todos tenemos que pasar por el proceso de maduración que pasaron Pedro y Pablo. Del aprendizaje de una doctrina a la vivencia hay un gran trecho que todo cristiano debe haber recorrido. Sin ese paso la fe se convierte en pura teoría que ni nos salva ni nos permite ayudar a los demás a salvarse. Tal vez esté aquí la causa de nuestro fracaso a la hora de trasmitir lo que llamamos nuestra religión.
 El paso de la creencia a la vivencia es una tarea que dura toda la vida. Nunca terminamos de dar el paso, porque nos encontramos más a gusto con las seguridades que nos da nuestro Dios fabricado a medida, que la total confianza en el Dios de Jesús que es cosa muy distinta. 
 Tanto Pedro como Pablo eran personas muy religiosas que se encontraban tan a gusto dentro de su judaísmo. Fue el contacto con Jesús, el que desbarató esa seguridad y les hizo entrar en la dinámica de una auténtica relación con ese Dios que es amor.
ORACIÓN
            Señor, en esta fiesta grande de la Iglesia, pones ante mí las gigantescas figuras de tus mayores apóstoles. Miro a Pedro, y evoco tantos pasajes del evangelio en los que destaca su fuerte espontaneidad, siempre en defensa tuya, dando la cara por ti, aunque no siempre acierta y llega a caer negándote: luego viene el arrepentimiento, la entrega total a ti y a tu Iglesia hasta la muerte, en la cruz, como tú; su sangre lava toda su vida. Y Pablo, el perseguidor de la Iglesia, el perseguidor que terminó siendo perseguido por ti y que daría también su vida por ti.
            Dos llamadas grandes a mi conversión personal y a la conversión comunitaria. Haz que sepa responder como él, que ya no sea yo quién viva, sino que tú vivas en mí.

 

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