“Ahora te
digo yo: Tú eres Pedro. Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…”
29 DE JUNIO
SOLEMNIDAD DE
SAN PEDRO Y SAN PABLO
1ª Lectura:
Hechos 12,1-11
Ahora sé
realmente que el Señor me libró de las manos de Herodes.
Salmo 33
El Señor me
libró de todas mis ansias.
2ª Lectura: 2
Timoteo 4,6-8.17-18
Me está
reservada la corona de la justicia.
EVANGELIO DEL
DÍA
Mateo
16,13-19
“Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a
sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Ellos
contestaron: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno
de los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Jesús le respondió: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo
revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te
digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder
del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo
que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra
quedará desatado en el cielo”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo
de Dios.
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a
sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen
que es?".
Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el
Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás,
porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en el cielo.
Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que
ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la
tierra, quedará desatado en el cielo".
Versión para
América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a
sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen
que es?".
Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el
Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás,
porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en el cielo.
Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que
ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la
tierra, quedará desatado en el cielo".
REFLEXIÓN
Pedro fue el primero de los apóstoles. No el primer en el
orden cronológico sí el primero en el grupo de los discípulos. En el evangelio
de hoy escuchamos las palabras que el mismo Jesús le dijo: “Tú eres Pedro, y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Pedro encabezó el grupo de los
apóstoles, y por eso, hasta hoy, el Papa es considerado el sucesor de Pedro. Simón era un pescador, un hombre
sencillo, pero un hombre apasionado, que vio en Jesús a aquel que podía dar
sentido a su vida, y por esto lo siguió. Débil como nosotros, vivió la dificultad
de reconocer la fe, y negó a Jesús tres veces, pero después también, tal como
explica el libro de los Hechos de los apóstoles, dio testimonio de Jesús, hasta
entregar la vida, ya que fue encarcelado y murió en Roma.
Pablo es el otro gran apóstol. Él no conoció a Jesús y,
más aún, durante unos años fue un judío perseguidor de cristianos. Todos
recordamos cómo Saulo se convierte, descubre la fe en Jesús y pasa a ser el
gran apóstol de los gentiles, de los que no eran judíos, el que irá predicando
el evangelio por todo el Mediterráneo con sus viajes, con sus cartas. Pablo
también acabará encarcelado y mártir en Roma. Sus cartas, con tanta frecuencia
proclamadas en nuestras celebraciones, nos ayudan a conocer su carisma y su
mensaje. En la segunda lectura escuchamos el testimonio de cómo se sintió
llamado y enviado por el mismo Jesús, y la entrega de su vida por la causa del
evangelio, con la ayuda de Dios, y con la confianza de que encontrará el premio
en la justicia de Dios.
Pedro y Pablo. Los dos grandes apóstoles. Los fundamentos
de la Iglesia. La celebración de hoy debe ayudarnos a fortalecer nuestra fe.
Pedro y Pablo fueron dos hombres sencillos, cada uno con su historia, con sus
debilidades y dificultades, aunque también fueron unos testigos firmes de
Jesús, hasta dar los dos la vida en el martirio en Roma. De ellos, de los
apóstoles, de Pedro y Pablo, nos viene nuestra fe, que se ha ido transmitiendo
de generación en generación y en la unidad de la Iglesia. Nosotros también
somos hombres y mujeres sencillos, débiles, que a veces nos cuesta creer y nos cuesta ser unos auténticos discípulos de
Jesús, pero en Pedro y Pablo encontramos un modelo, un ejemplo, un motivo para
animarnos, para sentirnos de veras seguidores de Jesús, miembros de su Iglesia.
Al mismo tiempo rezamos a Dios por intercesión de Pedro y Pablo: por la
Iglesia, por el Papa, por los obispos, por todos los que tienen un carisma de
servicio dentro de la Iglesia, por todos los cristianos y cristianas del mundo
que nos mantengamos firmes en la fe.
En el evangelio de hoy escuchamos aquella escena en la
que Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del
hombre?”. Y los discípulos le responden: “Unos que Juan Bautista, otros que
Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Entonces Jesús les dice: “Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo? A lo que Pedro, con convicción, responde:
“Tú eres el Mesías el Hijo de Dios vivo”. Hoy Jesús vuelve a preguntarnos: “Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Y cada uno de nosotros tiene que encontrar
su respuesta: ¿Quién es Jesús para mí? Ojalá que seamos capaces de responder
como Pedro reconociendo que Jesús es el Señor, el Hijo de Dios, aquel que da
sentido a nuestra vida, aquel en quien podemos encontrar las raíces más
profundas de nuestro ser. Que la profesión de fe de Pedro, y también de Pablo,
sea hoy ejemplo y ánimo para que cada uno de nosotros hagamos también nuestra
propia y personal profesión de fe.
ENTRA EN TU
INTERIOR
EL SERVICIO
DE PEDRO
Jesús conversa con sus discípulos en la región de Cesarea de Filipo, no
lejos de las fuentes del Jordán. El episodio ocupa un lugar destacado en el
evangelio de Mateo. Probablemente, quiere que sus lectores no confundan las
«iglesias» que van naciendo de Jesús con las «sinagogas» o comunidades judías
donde hay toda clase de opiniones sobre él.
Lo primero que hay que aclarar es quién está en el centro de la Iglesia.
Jesús se lo pregunta directamente a sus discípulos: «Vosotros, ¿quién decís que
soy yo?». Pedro responde en nombre de todos: «Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo». Intuye que Jesús no es sólo el Mesías esperado. Es el «Hijo de Dios
vivo». El Dios que es vida, fuente y origen de todo lo que vive. Pedro capta el
misterio de Jesús en sus palabras y gestos que ponen salud, perdón y vida nueva
en la gente.
Jesús le felicita: «Dichoso tú… porque eso sólo te lo ha podido revelar
mi Padre del cielo». Ningún ser humano «de carne y hueso» puede despertar esa
fe en Jesús. Esas cosas las revela el Padre a los sencillos, no a los sabios y
entendidos. Pedro pertenece a esa categoría de seguidores sencillos de Jesús
que viven con el corazón abierto al Padre. Esta es la grandeza de Pedro y de
todo verdadero creyente.
Jesús hace a continuación una promesa solemne: «Tú eres Pedro y sobre
testa piedra yo edificaré mi Iglesia». La
Iglesia no la construye cualquiera. Es Jesús mismo quien la edifica. Es él
quien convoca a sus seguidores y los reúne en torno a su persona. La Iglesia es
suya. Nace de él.
Pero Jesús no es un insensato que construye sobre arena. Pedro será
«roca» en esta Iglesia. No por la solidez y firmeza de su temperamento pues,
aunque es honesto y apasionado, también es inconstante y contradictorio. Su
fuerza proviene de su fe sencilla en Jesús. Pedro es prototipo de los creyentes
e impulsor de la verdadera fe en Jesús.
Este es el gran servicio de Pedro y sus sucesores a la Iglesia de Jesús.
Pedro no es el «Hijo del Dios vivo», sino «hijo de Jonás». La Iglesia no es
suya sino de Jesús. Sólo Jesús ocupa el centro. Sólo el la edifica con su
Espíritu. Pero Pedro invita a vivir abiertos a la revelación del Padre, a no
olvidar a Jesús y a centrar su Iglesia en la verdadera fe.
José
Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Todos tenemos que pasar por el proceso de maduración que pasaron Pedro y
Pablo. Del aprendizaje de una doctrina a la vivencia hay un gran trecho que
todo cristiano debe haber recorrido. Sin ese paso la fe se convierte en pura
teoría que ni nos salva ni nos permite ayudar a los demás a salvarse. Tal vez
esté aquí la causa de nuestro fracaso a la hora de trasmitir lo que llamamos
nuestra religión.
El paso de la creencia a la
vivencia es una tarea que dura toda la vida. Nunca terminamos de dar el paso,
porque nos encontramos más a gusto con las seguridades que nos da nuestro Dios
fabricado a medida, que la total confianza en el Dios de Jesús que es cosa muy
distinta.
Tanto Pedro como Pablo eran
personas muy religiosas que se encontraban tan a gusto dentro de su judaísmo.
Fue el contacto con Jesús, el que desbarató esa seguridad y les hizo entrar en
la dinámica de una auténtica relación con ese Dios que es amor.
ORACIÓN
Señor, en esta fiesta grande de la Iglesia, pones ante mí
las gigantescas figuras de tus mayores apóstoles. Miro a Pedro, y evoco tantos
pasajes del evangelio en los que destaca su fuerte espontaneidad, siempre en
defensa tuya, dando la cara por ti, aunque no siempre acierta y llega a caer
negándote: luego viene el arrepentimiento, la entrega total a ti y a tu Iglesia
hasta la muerte, en la cruz, como tú; su sangre lava toda su vida. Y Pablo, el perseguidor
de la Iglesia, el perseguidor que terminó siendo perseguido por ti y que daría
también su vida por ti.
Dos llamadas grandes a mi conversión personal y a la
conversión comunitaria. Haz que sepa responder como él, que ya no sea yo quién
viva, sino que tú vivas en mí.
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