“El Reino de Dios se parece a un hombre que echa
simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla
germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.”
14 DE JUNIO
XI DOMINGO
DEL TIEMPO ORDINARIO
Primera
Lectura: Ezequiel 17,22-24
Ensalzo los
árboles humildes.
Salmo 91
Es bueno
darte gracias, Señor.
2ª Lectura: 2
Corintios 5,6-10
En destierro
o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor.
EVANGELIO
Marcos
4,26-34
“En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: -El reino de Dios se
parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se
levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La
tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la
espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque
ha llegado la siega. Dijo también: -¿Con qué podemos comparar el reino de Dios?
¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es
la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás
hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar
en ellas. Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a
su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba
todo en privado”.
Versión para
América Latina, extraída de la biblia del Pueblo de Dios
“Y decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa
la semilla en la tierra:
sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla
germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una
espiga, y al fin grano abundante en la espiga.
Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz,
porque ha llegado el tiempo de la cosecha".
También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de
Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo?
Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la
más pequeña de todas las semillas de la tierra,
pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de
todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se
cobijan a su sombra".
Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra,
en la medida en que ellos podían comprender.
No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios
discípulos, en privado, les explicaba todo.”
REFLEXIÓN
El núcleo fundamental de la predicación de Jesús, es el anuncio del Reino
de Dios. Jesús solía hablar del Reino de Dios con parábolas porque, más que un
concepto teórico, el Reino de Dios es una realidad en su propia persona. Jesús
comenzó a hacerlo tangible en su tierra y entre los suyos. Una de las imágenes
habituales que empleaba para referirse a ello es la del grano que se planta con
ilusión en la tierra, que se espera desde lo profundo de ella a que crezca,
porque tiene vida encerrada en su interior.
El creyente, el que ha vivido la experiencia del
encuentro con la Vida, es quien conoce bien la potencia de la semilla. Un
pequeño grano, seco, contiene la posibilidad de reverdecer y generar lo
imposible. Por eso la semilla se planta, con el cuidado del que sabe que se
encuentra ante un misterio: roturando la tierra, abonando su suelo, sembrando
con cariño el grano inerte y cubriéndolo en silencio. Y a esperar, a esperar
que la vida que hay encerrada en esa semilla se vaya abriendo camino.
Nosotros, en nuestras acciones diarias reproducimos, como
Jesús hacía, estos gestos. Las frases y las acciones del cristiano no están
nunca vacías, pero tampoco se busca conscientemente darles contenido o creer en
ellas; ya tienen de por sí su sentido, desde el momento en que se plantan.
Nuestra impaciencia es la señal de nuestro barro seco y
duro, y de una tierra cansada de explotadores que persiguen beneficios. Todos
quieren rendimientos fáciles, que las acciones tengan sus éxitos; también en
las intervenciones generosas y altruistas. En la Iglesia adolecemos de esta
misma falta autocomplaciente de paciencia en la construcción del Reino, que nos
desasosiega y empuja a creer en nuestras propias fuerzas o a dar por imposible
la empresa.
Sin embargo, como dice la Palabra de hoy, el grano
germina y crece sin que se sepa cómo. La espera creyente ha de volverse a lo
profundo de nuestra tierra, a la potencia de la simiente, a la sorpresa que
llega, abonada y regada cada día por el único Dueño de la mies.
Hermanas y hermanos, únicamente una mirada profunda,
interior a los acontecimientos en los que participamos nos los descubren como
signos del Reino de Dios actualmente real y en formación progresiva en el mundo.
Tenemos, como nos recomendó el Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium
et Spes, saber leer los signos de los tiempos y saber dejarnos guiar por las
mociones del Espíritu.
A la Iglesia, por el contrario, corresponde
interpretarlos desde la sorpresa y la maravilla de unos creyentes que observan
el grano seco de trigo convertido en dorada espiga de primavera dispuesta para
la siega, o la semilla insignificante de mostaza transformada en expresión
exuberante de la vida. Desde el fondo de la tierra, cuando la semilla emerge en
tallo de vida, emerge lo sorprendente: un mundo bueno y nuevo, donde el Dios de
la Vida reina.
ENTRA EN TU INTERIOR
CON HUMILDAD
Y CONFIANZA
A Jesús le preocupaba mucho que sus seguidores terminaran un día
desalentados al ver que sus esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no
obtenían el éxito esperado. ¿Olvidarían el reino de Dios? ¿Mantendrían su
confianza en el Padre? Lo más importante es que no olviden nunca cómo han de
trabajar.
Con ejemplos tomados de la experiencia de los campesinos de Galilea, les
anima a trabajar siempre con realismo, con paciencia y con una confianza
grande. No es posible abrir caminos al Reino de Dios de cualquier manera. Se
tienen que fijar en cómo trabaja él.
Lo primero que han de saber es que su tarea es sembrar, no cosechar. No
vivirán pendientes de los resultados. No les han de preocupar la eficacia ni el
éxito inmediato. Su atención se centrará en sembrar bien el Evangelio. Los
colaboradores de Jesús han de ser sembradores. Nada más.
Después de siglos de expansión religiosa y gran poder social, los
cristianos hemos de recuperar en la Iglesia el gesto humilde del sembrador.
Olvidar la lógica del cosechador que sale siempre a recoger frutos y entrar en
la lógica paciente del que siembra un futuro mejor.
Los comienzos de toda siembra siempre son humildes. Más todavía si se
trata de sembrar el Proyecto de Dios en el ser humano. La fuerza del Evangelio no es nunca algo
espectacular o clamoroso. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e
insignificante como “un grano de mostaza” que germina secretamente en el corazón de las personas.
Por eso, el Evangelio solo se puede sembrar con fe. Es lo que Jesús
quiere hacerles ver con sus pequeñas parábolas. El Proyecto de Dios de hacer un
mundo más humano lleva dentro una fuerza salvadora y transformadora que ya no
depende del sembrador. Cuando la Buena Noticia de ese Dios penetra en una
persona o en un grupo humano, allí comienza a crecer algo que a nosotros nos
desborda.
En la Iglesia no sabemos en estos momentos cómo actuar en esta situación
nueva e inédita, en medio de una sociedad cada vez más indiferente a dogmas
religiosos y códigos morales. Nadie tiene la receta. Nadie sabe exactamente lo
que hay que hacer. Lo que necesitamos es buscar caminos nuevos con la humildad
y la confianza de Jesús.
Tarde o temprano, los cristianos sentiremos la necesidad de volver a lo
esencial. Descubriremos que solo la fuerza de Jesús puede regenerar la fe en la
sociedad descristianizada de nuestros días. Entonces aprenderemos a sembrar con
humildad el Evangelio como inicio de una fe renovada, no transmitida por
nuestros esfuerzos pastorales, sino engendrada por él.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
La verdad es, que las acciones de Dios no coinciden con nuestras ideas
acerca de la divinidad. Según la concepción general de la historia de las
religiones, los dioses son seres caprichosos y poderosos que gustan de
manifestar su poder, imponiendo su voluntad ostentosa y terrible sobre los
seres humanos. En las palabras de hoy, sin embargo, el Dios de Israel y Padre
de Jesús se muestra como un amante de su creación, que desea vivificarla desde
su interior, como hace un buen jardinero o labrador con sus plantas. Su reino
no es el del miedo sino el de la vida en abundancia, que germina desde la
insignificancia, la ternura, la paciencia y la serenidad constante del sincero
amor.
ORACIÓN
FINAL: (Salmo 91,23.13-16)
Es bueno darte gracias, Señor.
Es bueno dar gracias al
Señor
y tocar para tu nombre,
oh Altísimo,
proclamar por la mañana
tu misericordia
y de noche tu
fidelidad.
El justo crecerá como
una palmera,
se alzará como un cedro
del Líbano;
plantado en los atrios
de nuestro Dios.
En la vejez seguirá
dando frutos
y estará lozano y
frondoso,
para proclamar que el
Señor es justo,
que en mi Roca no
existe la maldad.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
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