lunes, 22 de junio de 2015

28 DE JUNIO: XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.


 

“Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.”

28 DE JUNIO
XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
1ª Lectura: Sabiduría 1,13-15; 2,23-24
La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo.
Salmo 29
 Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
2ª Lectura: 2ª Corintios 8,7.9.13-15
Vuestra abundancia remedia la falta que tienen los hermanos pobres.
EVANGELIO
Marcos 5,21-43
“En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se le acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: -Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva. Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacia doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con solo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando: -¿Quién me ha tocado el manto? Los discípulos le contestaron: -Ves como te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”. Él seguía mirando alrededor, para ver quien había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: -Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud. Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: -Tu hija se la muerto. ¿Para qué molestar más al maestro? Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: -No temas; basta que tengas fe. No permitió que le acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: -¿Qué estrépitos y qué lloros son estos? La niña no está muerta está dormida. Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: -Talitha qumi”(que significa: “contigo hablo, niña, levántate”). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar, tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies,
rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva".
Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.
Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor.
Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto,
porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada".
Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?".
Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?".
Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad".
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?".
Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que creas".
Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago,
fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.
Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme".
Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.
La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate".
En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro,
y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.”
REFLEXIÓN

            Goethe decía: “El milagro, es el niño preferido de la fe”. Por eso Jesús no hacía milagros por puro lucimiento, por fama, por poder o prestigio y mucho menos donde faltaba la fe. La coletilla que acompañaba siempre al milagro era como las del evangelio de hoy, a la mujer que padecía flujos de sangre: “Hija, tu fe te ha salvado”. A Jairo, el jefe de la sinagoga: “No temas; basta que tengas fe”.
            La fama de Jesús no tardó en extenderse. Sus palabras sorprendían. Sus prodigios eran comentados. Su perdón no dejaba a nadie indiferente. Su mirada sorprendía, porque miraba amando.  Muy pronto se convirtió en alguien especial que era buscado, esperado y requerido para sanar y cambiar la realidad de sufrimiento que vivían muchas personas: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva”. Quien le tocaba quedaba curado. Quien le escuchaba quedaba transformado. Quien le seguía descubría un horizonte nuevo de vida.
            El Evangelio nos enseña a “tocar la realidad” a entrar en contacto con las personas y las situaciones que viven. Tocar la realidad es sentir que el otro me pertenece, que su vida forma parte de la mía, que su dolor me duele. Un mensaje que supera la solidaridad para convertirse en auténtica experiencia fraterna. Tocar la realidad nos transforma y nos salva.
            La voluntad de Dios es la vida de las personas: “Yo he venido para que tengáis vida y la tengáis en plenitud”. Su alegría es nuestro bien. Dios apuesta ilimitadamente por nosotros, por nuestro bien y por el bien de todo el mundo. Su proyecto de amor lo vemos en la actividad sanadora de Jesús y en su entrega apasionada y absoluta por cada persona. La alegría y la voluntad de Dios es la felicidad de todos y cada uno de sus hijos.

ENTRA EN TU INTERIOR.
HERIDAS SECRETAS             
No conocemos su nombre. Es una mujer insignificante, perdida en medio del gentío que sigue a Jesús. No se atreve a hablar con él como Jairo, el jefe de la sinagoga, que ha conseguido que Jesús se dirija hacia su casa. Ella no podrá tener nunca esa suerte.
Nadie sabe que es una mujer marcada por una enfermedad secreta. Los maestros de la Ley le han enseñado a mirarse como una mujer «impura», mientras tenga pérdidas de sangre. Se ha pasado muchos años buscando un curador, pero nadie ha logrado sanarla. ¿Dónde podrá encontrar la salud que necesita para vivir con dignidad?
Muchas personas viven entre nosotros experiencias parecidas. Humilladas por heridas secretas que nadie conoce, sin fuerzas para confiar a alguien su «enfermedad», buscan ayuda, paz y consuelo sin saber dónde encontrarlos. Se sienten culpables cuando muchas veces sólo son víctimas.
Personas buenas que se sienten indignas de  acercarse a recibir a Cristo en la comunión; cristianos piadosos que han vivido sufriendo de manera insana porque se les enseñó a ver como sucio, humillante y pecaminoso todo lo relacionado con el sexo; creyentes que, al final de su vida, no saben cómo romper la cadena de confesiones y comuniones supuestamente sacrílegas... ¿No podrán conocer nunca la paz?
Según el relato, la mujer enferma «oye hablar de Jesús» e intuye que está ante alguien que puede arrancar la «impureza» de su cuerpo y de su vida entera. Jesús no habla de dignidad o indignidad. Su mensaje habla de amor. Su persona irradia fuerza curadora.
La mujer busca su propio camino para encontrarse con Jesús. No se siente con fuerzas para mirarle a los ojos: se acercará por detrás. Le da vergüenza hablarle de su enfermedad: actuará calladamente. No puede tocarlo físicamente: le tocará solo el manto. No importa. No importa nada. Para sentirse limpia basta esa confianza grande en Jesús.
Lo dice él mismo. Esta mujer no se ha de avergonzar ante nadie. Lo que ha hecho no es malo. Es un gesto de fe. Jesús tiene sus caminos para curar heridas secretas, y decir a quienes lo buscan: «Hija, hijo, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud».
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            La generosidad es la distinción del creyente. Es la actitud de aquel que ha sentido el amor y la entrega de Jesucristo. Es la actividad de toda la comunidad cristiana, la Iglesia, que se desvive por los favoritos del Evangelio: los necesitados. La generosidad, la solidaridad y el trabajo por la justicia es participación del plan salvador de Dios que sigue actuando hoy. La Iglesia es sacramento de Dios, testimonio de vida, y apuesta por todos. Trabajar por la vida de las personas y hacer presente hoy, con todos, la salvación de Dios. Igualar la realidad para que nadie quede postrado. Compartir los recursos y ayudar a levantar a quien la historia, la vida o el entorno ha dejado por los suelos. En definitiva, repetir lo que hizo Jesucristo.
Dios transforma todo lo que toca. Él quiere la vida y la felicidad de sus Hijos. Nosotros sentimos que nos ama y nos desea. Nuestra respuesta es una vida que piensa en el prójimo y que apuesta por un mundo donde nadie pase necesidad. Aún queda mucho por hacer, pero juntos podemos hacerlo posible.
ORACIÓN FINAL
            Oh Padre, reconocemos que tú has creado todo para la vida: has puesto en nosotros el germen divino de tu creación fecunda. A los esposos, has concedido experimentarlo en el engendramiento de los hijos; a quienes se consagran a tu amor les has entregado la bendición para los pobres de la tierra; a los sacerdotes, el poder del cuerpo roto y de la sangre derramada de tu Hijo. Te pedimos hoy, Señor, que nos hagas una sola cosa en el amor, para que podamos alimentar en la mesa de la eucaristía todo lo que somos: nuestra mente, con el recuerdo de tu vida entregada en la cruz; nuestro corazón, dilatado por tu amor por cada mujer y cada hombre; nuestro cuerpo, consumido por la impaciencia de la caridad activa.
            Y, transformados de este modo, día tras día, a la medida de tu Hijo sacrificado, podremos saborear la bondad infinita de la vida.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imagen de Fano







La tierra, mi niña enferma, du
La tierra, mi niña enferma, duerme. Talita Kumi, ¡despierta!
Para colorear
Imagen proporcionada por Catholic.net

 
 

 

 

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