SANTO TRIDUO
PASCUAL
El Triduo Pascual es el centro del año cristiano, los
días de la muerte, sepultura y resurrección de Jesús. O sea que, propiamente,
el Triduo estaría formado por el viernes, sábado y domingo. Pero se considera
que ya comienza el jueves por la tarde, con la misa de la Cena del Señor, que
es como la introducción sacramental a lo que vamos a celebrar en los tres días
siguientes. Vamos a repasar cada uno de estos días.
JUEVES SANTO: La introducción. Allá en el
cenáculo, aquella noche, Jesús deja a sus discípulos el sacramento del pan y el
vino, que serán la presencia permanente, en medio de ellos, de él mismo muerto
y resucitado. Celebrar hoy aquella última cena es, por tanto, como anticipar
sacramentalmente lo que viviremos en los tres próximos días: Jesús que se
entrega hasta la muerte, y que, por la fuerza del amor de Dios, es resucitado y
vive para siempre. La celebración de esta noche es una celebración que, a la
vez que inicia el camino doloroso de la cruz (¡esta noche Jesús será detenido
en Getsemaní!) es anuncio ya de su victoria para siempre. Hoy debemos, de una
manera especial, recordar cómo este Jesús en el que creemos nos ha dado ejemplo
de amor y de entrega total: el lavatorio de los pies nos lo muestra de una
manera muy gráfica, nada teórica. Celebrar la Eucaristía es revivir esta
entrega, y es revivir que éste es el único camino que lleva a la vida.
VIERNES SANTO: La muerte. Hoy es propiamente el
primer día del Triduo Pascual, y es como el inicio de una única celebración, que
concluiremos en la vigilia Pascual. Por eso hoy no se celebra la eucaristía:
porque empezamos un único camino de muerte y resurrección que empieza hoy y
termina en la Pascua
Hoy toda nuestra mirada está centrada en la cruz de
Jesús. Nada debería distraernos de ella. En la celebración litúrgica,
silenciosa y austera, empezamos con la liturgia de la Palabra, centrada en el
relato de la Pasión según san Juan, para contemplar a Jesús que muere por
nosotros. Después, la oración universal que hacemos siempre en nuestras
celebraciones es más solemne y extensa, para que descienda sobre todos la
salvación que brota de la cruz. Después, en el momento central de la
celebración, adoramos la cruz de Jesús, con toda fe y agradecimiento. Y para
terminar, en espera de la Pascua, comulgamos del pan consagrado ayer.
SÁBADO SANTO: La sepultura. El Sábado Santo es el
día del silencio y de la espera. Jesús está en el sepulcro, muerto. Y nosotros
permanecemos allí, a su lado, agradecidos por su amor, y confiados en que
aquella muerte será fuente de vida para siempre. El silencio del Sábado Santo
es como tantos y tantos silencios de nuestro mundo y de nosotros mismos: el
silencio de la vida difícil y dolorosa, el silencio de la incertidumbre… el
sábado santo nos invita a vivir estos silencios con la llama de la esperanza
encendida, aunque nada sea claro. Porque más allá de la muerte, está la vida
para siempre.
VIGILIA PASCUAL: La resurrección. La noche de Pascua
es el momento hacia el que confluyen nuestras celebraciones de todo el año.
Esta noche revivimos lo que da sentido a nuestro ser cristiano: que Jesús, fiel
al amor de Dios hasta la muerte, ha resucitado y vive ahora para siempre. Y su
resurrección, su vida, es también resurrección y vida para nosotros, si por la
fe nos unimos a él.
La Vigilia Pascual es una celebración intensa, que, si
tenemos el corazón lo suficientemente abierto, nos llegará muy dentro y nos
ayudará a vivir. Empezamos con el rito de la luz: en medio de la noche,
encendemos un cirio que rompe la oscuridad, como Jesús rompió los lazos de la
muerte, y nosotros lo seguimos, y encendemos de él nuestros pequeños cirios.
Después, con tranquilidad y calma, escuchamos las lecturas que repasan la
historia de la salvación, desde sus inicios, y que culminan en el canto del
Gloria y el aleluya y la proclamación del evangelio de la resurrección.
Después, viene el rito del bautismo, que esta noche tiene un sentido especial
porque, como dice san Pablo, ser bautizado es ser incorporado a la muerte y a
la resurrección de Jesús: por eso, si es posible, celebramos el bautismo, y, si
no, renovamos todos nuestras promesas bautismales. Y finalmente, celebramos la
eucaristía, que es la más importante del año y la que debe ser celebrada más
gozosamente, ya que la eucaristía es precisamente esto: la presencia
sacramental, en medio de la Iglesia, de Jesús resucitado.
Y luego, el Domingo de Pascua que forma parte todavía del
Triduo Pascual continuamos celebrando lo que hemos vivido por la noche.
2 DE ABRIL
JUEVES SANTO
EN LA CENA DEL SEÑOR
1ª Lectura:
Éxodo 12,1-8.11-14
Salmo 115
El cáliz de
la bendición es comunión con la sangre de Cristo.
2ª Lectura: 1
Corintios 11,23-26
Cada vez que
coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.
PALABRA DEL
DÍA
Juan 13,1-15
“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había
llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que
estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le
había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y
Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios
y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una
toalla, se la ciñe, luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies
a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón
Pedro, y éste le dijo: -“Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?”. Jesús le replicó:
-“Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”.
Pedro le dijo: -“No me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: -“Si no te
lavo, no tienes nada que ver conmigo”. Simón Pedro le dijo: -“Señor, no sólo
los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: -“Uno que se ha
bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio.
También vosotros estáis limpios, aunque no todos”. Porque sabía quién lo iba a
entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios”. Cuando acabó de lavarles los
pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: -“¿Comprendéis lo que he
hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís
bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies,
también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para
que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.
Versión para
América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora
de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban
en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote,
hijo de Simón, el propósito de entregarlo,
sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él
había venido de Dios y volvía a Dios,
se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a
la cintura.
Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los
discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a
lavar los pies a mí?".
Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy
haciendo, pero después lo comprenderás".
"No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!".
Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi
suerte".
"Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino
también las manos y la cabeza!".
Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los
pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque
no todos".
El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos
ustedes están limpios".
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa
y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?
Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy.
Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes
también deben lavarse los pies unos a otros.
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con
ustedes."
REFLEXIÓN
Si la tarde del Jueves Santo tuviéramos que arreglar cuentas con el
Señor, quedaríamos endeudados para siempre. Las facturas de amor son
impagables. Esta tarde Jesús nos amó hasta el fin. Su amor desborda en
palabras, gestos y sentimientos. La temperatura del Cenáculo fue en aquellos
momentos la más alta de la tierra y de la historia. No hay calor más grande, no
hay amor más grande.
El Hijo de Dios descendió por el camino del amor. El amor
verdadero nos enseña a descender. Toda la vida de Jesús fue una carrera
descendente, desde la cuna a la cruz, pasando por Nazaret.
Dios se hizo hombre para aprender a llorar y a servir.
“Se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Flp 2,7).
¡Cuántas admiraciones tendríamos que poner aquí! Estas
ideas ya las hemos escuchado muchas veces y estamos acostumbrados. Pero no
debiéramos acostumbrarnos, sino estremecernos. Y más, debiéramos ejercitarnos
en el compromiso diaconal. Éste es el principio constitutivo de toda diaconía.
Porque un amor que no se hace servicio, un amor que no se ciñe la toalla, coge
una jofaina y no se pone a lavarles los pies a los hermano, no es amor.
Conocer el amor de Cristo es tarea que nos supera, porque
excede todo lo que nosotros sabemos del amor.
• Es como el amor de los amigos, pero
más.
• Es como el amor enamorado, pero más.
• Es como el amor del padre y de la
madre, pero más.
• Es como el amor de los hijos y los
hermanos, pero más.
• Es como el amor del que sirve, pero
más.
• Es como el amor del que comparte, pero
más.
• Es como el amor del que perdona, pero
más.
• Es como el amor del que se entrega,
pero más.
• Es como el amor humano todo junto,
pero más.
Sí, conocer el amor de Cristo, que no se trata de conocerlo de manera
teórica. Por ahí podemos llegar hasta un cierto límite, aun contando con la
gracia y la luz de Dios. Lo que pedimos es un conocimiento de participación y
comunión.
Este conocimiento tiene que ver con el don de sabiduría, pero más con el
fruto de la caridad. Que Dios te haga sentir su amor. Sólo el que es amado y el
que ama sabe lo que es el amor.
Él te amó primero. En ese amor aceptado y concienciado puedes conocer lo
que es el misterio del amor divino, tal como se manifestó en Jesucristo. Un
amor infinito en misericordia y generosidad.
El lavatorio de los pies es el signo que prepara o complementa el den pan
partido y la sangre derramada. Nos asombra de inmediato la humildad de este
Dios, despojado de su túnica divina y ahora maestro despojado de su manto,
señor sin diván y sin anillos; y nos asombra la caridad de este Dios, caridad
servicial, un amor delicado y detallista, vestido con traje de criado.
Era un gesto muy característico de Jesús: partir el pan. Lo bendecía, lo
partía, lo compartía. Lo reconocían sus seguidores por esta costumbre. Jesús
era el que no retenía, el que daba un toque al pan que lo hacía más sabroso, el
que sabía compartir, nadie pasaba hambre junto a él.
Ahora, en la última Cena, el gesto se eleva a la categoría de signo y
sacramento. Jesús parte el pan, pero dice: éste es mi cuerpo que va a ser
entregado por vosotros (Lc 29,19).
ENTRA EN TU
INTERIOR
• Presencia
admirable de Cristo. En el pan que se parte y en el vino que se ofrece está
realmente el Señor.
• Amor
entregado. No sólo presencia, sino oblación. Se actualiza –memorial- ese amor
que llevó a Cristo a dar su vida; es el cuerpo que se rompe por nosotros y la
sangre que se derrama por nosotros.
• Amor
de comunión. Al comer el pan y beber el vino comemos el cuerpo de Cristo y
bebemos la sangre de Cristo. Es la expresión máxima de amor, un amor que se
deja comer.
• Fermento
de un mundo nuevo. El dinamismo eucarístico nos debe llevar a hacer de nuestra
sociedad y de nuestro mundo, una acción de gracias.
• Anticipo
del banquete del Reino. Jesús alude insistentemente a otra cena, a otro
banquete, en el que volverán a estar juntos
“No beberé de más de este fruto de la vid hasta el día en que con
vosotros lo vuelve a beber, vino nuevo, en el reino de mi padre.” (Mt 26,29).
Así en cada Eucaristía –última cena- pregustamos la Cena definitiva.
3 DE ABRIL
VIERNES SANTO
DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
1ª Lectura:
Isaías 52,13-53,12
Él fue traspasado
por nuestras rebeliones.
Salmo 30
Padre, a tus
manos encomiendo mi espíritu.
2ª Lectura:
Hebreos 4,14-16; 5,7-9
Aprendió a
obedecer y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de
salvación.
PALABRA DEL
DÍA
Pasión según
San Juan 18,1-19,42
“En aquel tiempo, salió
Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un
huerto, y entraron allí él y sus
discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se
reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y
unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con
faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se
adelantó y les dijo: “¿A quién buscáis?”. Le contestaron: “a Jesús, el
Nazareno”. Les dijo Jesús: “Yo soy”. Estaba también con ellos Judas, el
traidor. Al decirles: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó
otra vez: “¿A quién buscáis?”. Ellos dijeron: “A Jesús, el Nazareno”. Jesús
contestó: “Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos”.
Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me
diste”, Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado
del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco.
Dijo entonces Jesús a Pedro: “Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha
dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”. La patrulla, el tribuno y los guardias de
los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque
era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a
los judíos este consejo: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”.
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del
sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras
Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo
sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de
portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también de los discípulos de ese
hombre?” Él dijo: “No lo soy”. Los criados y los guardias habían encendido un
brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de
pié, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos
y de la doctrina. Jesús le contestó: “Yo he hablado abiertamente al mundo; yo
he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos
los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga
a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo”.
Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a
Jesús, diciendo: “¿Así contestas al sumo sacerdote?”. Jesús respondió: “Si he
faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe,
¿por qué me pegas?. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
Simón Pedro estaba en pié, calentándose, y le dijeron: “¿No eres tú también de
sus discípulos?.” Él lo negó, diciendo:
“No lo soy”. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien
Pedro le cortó la oreja, le dijo: “¿No te he visto yo con él en el huerto?”.
Pero volvió a negar, y enseguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de
Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no
incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, donde
estaban ellos y dijo: “¿Qué acusación presentáis contra este hombre?” Le
contestaron: “Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos”. Pilato
les dijo: “Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley”. Los judíos le
dijeron: “No estamos autorizados para dar muerte a nadie” Y así se cumplió lo
que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato
en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos”?.
Jesús le contestó: “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”.
Pilato replicó: “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han
entregado a mí, ¿qué has hecho?”. Jesús le contestó: “Mi reino no es de aquí”.
Pilato le dijo: “Con que, ¿tú eres rey?”. Jesús le contestó: “Tú lo dices: soy
rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de
la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pilato le dijo: “Y,
¿qué es la verdad?”. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y
les dijo: “Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que
por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los
judíos?”. Volvieron a gritar:”A ese no, a Barrabás”. El tal Barrabás era un
bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados
trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por
encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían: “¡Salve, rey de
los judíos!”. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
“Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna
culpa”. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color
púrpura. Pilato les dijo: “Aquí lo tenéis”. Cuando lo vieron los sumos
sacerdotes y los guardias, gritaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. Pilato les
dijo: “Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él”.
Los judíos le contestaron: “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que
morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”. Cuando Pilato oyó estas palabras,
se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:”¿De dónde
eres tú?”. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: “¿A mí no me
hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para
crucificarte?”. Jesús le contestó: “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si
no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un
pecado mayor”. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos
gritaban: “Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se declara
rey está contra el César”. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera
a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en
hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos: “Aquí tenéis a vuestro rey”. Ellos gritaron:
“¡Fuera, fuera; crucifícalo!”. Pilato les dijo: “¿A vuestro rey voy a
crucificar?”. Contestaron los sumos sacerdotes: “No tenemos más rey que el
César”. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él,
cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la calavera” (que en hebreo se
dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y
en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en
él estaba escrito: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos”. Leyeron el
letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús,
y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de
los judíos dijeron a Pilato: “No escribas: •El rey de los judíos”, sino: “este
ha dicho: Soy el rey de los judíos”. Pilato les contestó: “Lo escrito, escrito
está”. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo
cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin
costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: “No la rasguemos,
sino echemos a suerte, a ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura: “Se
repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los
soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre,
María, la de Cleofás y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al
discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el
discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había
llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”.
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en
vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el
vinagre, dijo: “Está cumplido”. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran
los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne,
pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los
soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían
crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron
las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el
costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su
testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros
creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un
hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por
miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y
Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también
Nicodemo, el que había ido a verle de noche, y trajo unas cien libras de una
mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los
aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el
sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había
sido enterrado todavía. Y como para los
judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca,
pusieron allí a Jesús”
REFLEXIÓN
Juan nos ofrece una perspectiva singular de la pasión y muerte de Jesús.
Sus padecimientos y su crucifixión son el camino a la gloria; es el rey
que victorioso vence al mundo y al príncipe de este mundo; elevado sobre la
cruz juzga al mundo y atrae a todos hacia él.
El episodio del huerto muestra el enfrentamiento entre la
luz y las tinieblas. Jesús, “luz del mundo”, se adelanta soberano. Judas y sus
acompañantes, que se presentan con “faroles y antorchas”, encarnan el rechazo a
la luz verdadera. Jesús aparece como el Buen Pastor que no abandona a sus
ovejas: “Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos”. Durante el proceso Jesús
aparece sereno y soberano. Desenmascara la ambigüedad de la autoridad de Pilato
y habla de su reino: “Mi reino no es de este mundo”, es decir, no es como los
reinos de la tierra. Su reino se basa en “la verdad”. Se entra en él aceptando
su palabra: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Como un rey, es
coronado de espinas y revestido de un manto. Así lo saludan los soldados:
“Salve, rey de los judíos”. Pilato lo presenta y la turba como “el Hombre”,
pero la muchedumbre lo rechaza.
Junto a la cruz de Jesús aparece congregada
simbólicamente la Iglesia, en la persona de “su Madre” y del “discípulo que
tanto quería”. Su Madre evoca a Sión-Jerusalén, que en medio del dolor engendra
a sus hijos. El discípulo es figura del creyente, que acoge a la Madre de Jesús
como suya.
Al morir, Jesús entrega el Espíritu, fuente de la vida,
que lleva a la verdad completa. De su cuerpo brota “sangre y agua”, probable
alusión a los dones del Cristo glorificando a su comunidad: el bautismo y la
eucaristía. Su cuerpo, colocado en un sepulcro nuevo, será de ahora en adelante
el verdadero templo de Dios, fuente de vida y de salvación para la humanidad.
Jesús ha cumplido su misión: “Está cumplido”. El camino
de glorificación que le va a devolver victorioso a la gloria del Padre ha
comenzado. Ahora le toca continuar su tarea a su nuevo cuerpo místico, la
Iglesia, que acaba de nacer de la sangre y el agua de su corazón traspasado, y
al que ha dejado en las mejores manos: en las de María, su madre, desde hoy
confirmada como madre de la Iglesia, madre nuestra: “Mujer, ahí tienes a tu
hijo” y “ahí tienes a tu Madre”.
ENTRA Y ORA
EN TU INTERIOR
La señal del cristiano es la santa cruz. Donde quiera
haya una cruz habrá un cristiano, y donde quiera que haya un cristiano habrá
una cruz. Se multiplican las cruces en lugares sagrados y la lucimos y hacemos
con frecuencia la señal de la cruz. No importa que la quiten de los centros
oficiales, importa que la llevemos por dentro, donde nadie nos la podrá quitar.
Es señal del cristiano porque por ella nos vino la salvación, porque se
convirtió en fuente inagotable de gracia.
Pero permitidme sólo una llamada de atención: Cruz
significa amor total y definitivo. Donde haya cruz tiene que haber amor.
Cristo sigue crucificado. Tantos cristos que soportan
cruces indecibles. También a ellos debemos acercarnos y mirarlos con fe y
comunión. Alguna cruz todos tenemos, enfermedad, soledad, incomprensión,
fracaso, limitaciones, paro, pobreza, problemas familiares, desilusiones,
miedos…
Decimos que la cruz de Cristo es muy grande y muy pesada,
y que tenemos que llevarla entre todos. Pero no. Es la cruz de los hombres la
que es grande, pesada, multiplicada, y Cristo quiere llevarla con nosotros. En
cada una de nuestras cruces, Cristo se hace presente y la comparte. Cargad con
mi cruz, nos dice, porque mi cruz es ligera y salvadora. Dadme las vuestras y
os sentiréis aliviados y santificados.
Nuestra mirada al crucificado debe ser de comunión. Como
miraban los mordidos por las serpientes venenosas a la serpiente del
estandarte, que Dios mandó a Moisés que hiciera y pusiera en alto. Eran curados
porque miraban con fe. “El Hijo del hombre tiene que ser levantado para que
todo el que crea tenga por él vida eterna” (Jn 3,14-15). Mirada de comunión,
como la de María cuando estaba junto a la cruz de su hijo.
ORACIÓN FINAL
Gracias, Jesús, porque
en tu cruz nos has redimido. Hoy vamos a poner todas nuestras miserias y
pecados en esa cruz bendita: nuestro orgullo en tu cabeza coronada, nuestras
codicias en tus manos abiertas, rebosantes de amor. Para ti fue un infierno de
dolor, angustia y abandono. Cargaste con nuestros pecados y en tus heridas
fuimos salvados. Amé.
4 DE ABRIL
SÁBADO SANTO
DE LA SEPULTURA DEL SEÑOR
SANTA VIGILIA
PASCUAL
1ª Lectura:
Génesis 1,1-2,2
Vio Dios todo
lo que había hecho, y era muy bueno.
Salmo 103
Envía tu
espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
2ª Lectura:
Génesis 22,1-18
El sacrificio
de Abrahán, nuestro padre en la fe.
Salmo 15
Protégeme,
Dios mío, que me refugio en ti.
3ª Lectura:
Éxodo 14,15-15,1
Los
Israelitas en medio del mar, a pie enjuto.
4ª Lectura:
Isaías 54,5-14
Con
misericordia interna te quiere el Señor, tu redentor.
Salmo 29
Te ensalzaré,
Señor, porque me has librado.
5ª Lectura:
Isaías 55,1-11
Venid a mí y
viviréis, sellaré con vosotros alianza perpetua.
Salmo. Is
12,2-6
Sacaréis
aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
6ª Lectura:
Baruc 3,9-15.32-4,4
Caminad a la
claridad del resplandor del Señor.
Salmo 18
Señor, tú
tienes palabras de vida eterna.
7ª Lectura:
Ezequiel 36,16-28
Derramaré
sobre vosotros un agua pura y os daré un corazón nuevo.
Salmo 41
Como busca la
cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.
8ª Lectura:
Romanos 6,3-11
Cristo, una
vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.
Salmo 117
Aleluya,
aleluya, aleluya
PALABRA DEL
DÍA
Marcos 16,1-7
“Pasado el sábado,
María Magdalena, María la de Santiago y Salomé, compraron aromas para ir a
embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el
sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: “¿Quién nos correrá la
piedra a la entrada del sepulcro?”. Al mirar vieron que la piedra estaba
corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron un joven
sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: “No os
asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha
resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos
y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os
dijo”.
5 DE ABRIL
DOMINGO DE
PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
1ª Lectura:
Hechos 10,34ª.37-43
Salmo 117
Este es el
día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
2ª Lectura:
Colosenses 3,1-4
PALABRA DEL
DÍA
Juan 20,1-9
“El primer día de la semana,
María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la
losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el
otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del
sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro
discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo
corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose,
vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de
él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le
habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un
sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero
al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura:
que él había de resucitar de entre los muertos.”
Versión para
América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro,
María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús
amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos
dónde lo han puesto".
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente
que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio
las vendas en el suelo,
y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con
las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él
también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar
de entre los muertos.”
REFLEXIÓN
¿Crees en la
resurrección? La fe en la resurrección no es producto de un deseo, un sueño o
una añoranza, es fruto de un encuentro con el Resucitado. Quizá no lo haya
visto ni palpado, pero lo he experimentado. Puedo recibir de mis padres y
catequistas la enseñanza y la doctrina, pero no basta. Mi fe será viva, no
enseñada, cuando de algún modo haya experimentado la presencia viva de Jesús.
Sólo así podré ser testigo de la Pascua.
De algún modo una
sensación de presencia, una palabra, una fortaleza, una alegría, una
providencia, una esperanza, un amor… pero no como virtud, sino como fruto del
Espíritu de Jesús.
La resurrección. Es el
triunfo de la vida. La muerte es nuestro gran interrogante y nuestro angustioso
horizonte. Humanamente hablando es muy difícil superar este miedo “mortal”. La
muerte se presenta como disolución y corrupción, como silencio y vacío, como
nada. “El abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba, ni esperan en tu
fidelidad los que bajan a la fosa”, dice Isaías.
Esta paz y este gozo
ante la muerte es fruto de la resurrección. El espíritu de Dios ha podido
convertir la corrupción en floración, la disgregación en principio de
unificación, el vacío en plenitud, la nada en nueva creación y la soledad
absoluta en encuentros de comunión. La muerte, pues, no es el final de la vida,
sino el paso, el principio de nueva vida. La muerte ya te puede alabar y los
que bajan a la fosa seguirán esperando en tu fidelidad. Creer en el Resucitado
es poder decir: “Cristo, vida mía”.
Es el triunfo del amor. Es pura
coherencia, porque la vida consiste en amar. Se nos dijo que el amor es fuerte
como la muerte, ahora sabemos que el amor es más fuerte que la muerte. Bastaría
escuchar el himno triunfal de Pablo: “¿Quién nos separará del amor de
Cristo?... Estoy seguro que ni la muerte ni la vida…, ni criatura alguna podrá
separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom
8,35.38-39).
Es el triunfo de la
esperanza. Ahora la esperanza se siente aún más segura y más cargada de
razones. Ahora se puede creer en nuevas utopías y mirar al futuro con más
optimismo. Ahora sabemos que el final no será la desgracia, sino la gracia; no
el dolor, sino el gozo, no la injusticia o la opresión, sino la liberación.
El triunfo de la
santidad. La Pascua de la Resurrección significa el triunfo de la gracia. Los
pecados quedaron ya clavados en la cruz o enterrados en el sepulcro. También
nosotros, por la fe y por el Bautismo, resucitamos a una vida nueva.
“Celebramos la Pascua, no con la levadura vieja (levadura de corrupción y de
maldad) sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad”.
El triunfo de la
alegría. “La única tristeza es la de no ser santo”. Cristo resucitado irradia su paz y su alegría
dondequiera se manifieste. La paz y la alegría
van siempre juntas. “Paz con vosotros… Y ellos se alegraron de ver al
Señor” Pedro matiza y califica esta alegría
pascual: “Rebosando de alegría inefable y gloriosa”, que procede de la fe en el
Resucitado y del amor del resucitado, que nos amó primero. La mayor alegría es
sentirse amado.
No es una alegría
barata. Es una alegría que es don del Espíritu. No proviene de la santificación
de los sentidos, sino del encuentro con el Señor. Aunque no le hayamos visto,
él se nos ha manifestado en fe y amor.
La alegría,
naturalmente, está reñida con el temor. Cuando Jesús resucitado se acerca, se
alejan huyendo los temores. “No temas.
No temas. Soy yo” No está reñida con el
sufrimiento, “aunque seáis afligidos con diversas pruebas”.
ENTRA EN TU
INTERIOR
Cristo no sólo
resucitó, sino que resucita entre nosotros y en nosotros, por eso es Pascua.
Nuestra celebración tiene que llevarnos al encuentro con Jesús.
Un encuentro como el de
la Magdalena y demás mujeres. Amaban a Jesús. Iban con sus aromas y sus penas,
pero la experiencia pascual les transformó, “y llenas de alegría corrieron a
anunciarlo a los discípulos”.
Un encuentro como el de
los discípulos de Emaús, el símbolo de la desesperanza. Pero, después de
escuchar y reconocer a Jesús en la fracción del pan, volvieron entusiasmados,
testigos de la verdad de la Pascua.
ORA EN TU
INTERIOR
Abre tus puertas a
Jesús resucitado. Él quiere penetrar también en tu corazón. Ábrele tu corazón.
Él quiere hablarte. Entonces tu corazón se irá encendiendo con su palabra. Él
quiere partir el pan contigo. Entonces te llenarás de vida nueva. Él quiere
exhalar sobre ti su Espíritu. Entonces te llenarás de fuerza santa y de
alegría.
¿Sientes más paz y
alegría? Entonces es que Cristo ha resucitado.
¿Sientes más fuerza
espiritual? Entonces es que Cristo ha resucitado.
¿Sientes más paciencia
y mansedumbre? Entonces es que Cristo ha resucitado.
¿Sientes más seguridad,
más luz? Entonces es que Cristo ha resucitado.
¿Sientes más amor a los
hermanos? Entonces es que Cristo ha resucitado.
ORACIÓN FINAL
Te bendecimos, Padre,
por la resurrección de Jesús, mientras peregrinamos como pueblo tuyo por el
desierto, atisbando la aurora y saludando nuestra liberación. Es la nueva
humanidad que nace en Cristo resucitado, el hombre nuevo, el viviente, el
vencedor de la muerte.
Según su mandato,
queremos ser testigos del evangelio y demostrar con nuestra vida que el amor es
posible.
Vence con tu gracia
nuestros miedos y cobardías. Haz que reconozcamos a Jesús, y quedaremos
asombrados de lo que su espíritu puede realizar en y por nosotros. Amén.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes de
Fano.
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