martes, 31 de marzo de 2015

SANTO TRIDUO PASCUAL Y DOMINGO DE RESURRECCIÓN. DEL 2 AL CINCO DE ABRIL.




SANTO TRIDUO PASCUAL

            El Triduo Pascual es el centro del año cristiano, los días de la muerte, sepultura y resurrección de Jesús. O sea que, propiamente, el Triduo estaría formado por el viernes, sábado y domingo. Pero se considera que ya comienza el jueves por la tarde, con la misa de la Cena del Señor, que es como la introducción sacramental a lo que vamos a celebrar en los tres días siguientes. Vamos a repasar cada uno de estos días.
JUEVES SANTO: La introducción. Allá en el cenáculo, aquella noche, Jesús deja a sus discípulos el sacramento del pan y el vino, que serán la presencia permanente, en medio de ellos, de él mismo muerto y resucitado. Celebrar hoy aquella última cena es, por tanto, como anticipar sacramentalmente lo que viviremos en los tres próximos días: Jesús que se entrega hasta la muerte, y que, por la fuerza del amor de Dios, es resucitado y vive para siempre. La celebración de esta noche es una celebración que, a la vez que inicia el camino doloroso de la cruz (¡esta noche Jesús será detenido en Getsemaní!) es anuncio ya de su victoria para siempre. Hoy debemos, de una manera especial, recordar cómo este Jesús en el que creemos nos ha dado ejemplo de amor y de entrega total: el lavatorio de los pies nos lo muestra de una manera muy gráfica, nada teórica. Celebrar la Eucaristía es revivir esta entrega, y es revivir que éste es el único camino que lleva a la vida.
VIERNES SANTO: La muerte. Hoy es propiamente el primer día del Triduo Pascual, y es como el inicio de una única celebración, que concluiremos en la vigilia Pascual. Por eso hoy no se celebra la eucaristía: porque empezamos un único camino de muerte y resurrección que empieza hoy y termina en la Pascua
            Hoy toda nuestra mirada está centrada en la cruz de Jesús. Nada debería distraernos de ella. En la celebración litúrgica, silenciosa y austera, empezamos con la liturgia de la Palabra, centrada en el relato de la Pasión según san Juan, para contemplar a Jesús que muere por nosotros. Después, la oración universal que hacemos siempre en nuestras celebraciones es más solemne y extensa, para que descienda sobre todos la salvación que brota de la cruz. Después, en el momento central de la celebración, adoramos la cruz de Jesús, con toda fe y agradecimiento. Y para terminar, en espera de la Pascua, comulgamos del pan consagrado ayer.
SÁBADO SANTO: La sepultura. El Sábado Santo es el día del silencio y de la espera. Jesús está en el sepulcro, muerto. Y nosotros permanecemos allí, a su lado, agradecidos por su amor, y confiados en que aquella muerte será fuente de vida para siempre. El silencio del Sábado Santo es como tantos y tantos silencios de nuestro mundo y de nosotros mismos: el silencio de la vida difícil y dolorosa, el silencio de la incertidumbre… el sábado santo nos invita a vivir estos silencios con la llama de la esperanza encendida, aunque nada sea claro. Porque más allá de la muerte, está la vida para siempre.
VIGILIA PASCUAL: La resurrección. La noche de Pascua es el momento hacia el que confluyen nuestras celebraciones de todo el año. Esta noche revivimos lo que da sentido a nuestro ser cristiano: que Jesús, fiel al amor de Dios hasta la muerte, ha resucitado y vive ahora para siempre. Y su resurrección, su vida, es también resurrección y vida para nosotros, si por la fe nos unimos a él.
            La Vigilia Pascual es una celebración intensa, que, si tenemos el corazón lo suficientemente abierto, nos llegará muy dentro y nos ayudará a vivir. Empezamos con el rito de la luz: en medio de la noche, encendemos un cirio que rompe la oscuridad, como Jesús rompió los lazos de la muerte, y nosotros lo seguimos, y encendemos de él nuestros pequeños cirios. Después, con tranquilidad y calma, escuchamos las lecturas que repasan la historia de la salvación, desde sus inicios, y que culminan en el canto del Gloria y el aleluya y la proclamación del evangelio de la resurrección. Después, viene el rito del bautismo, que esta noche tiene un sentido especial porque, como dice san Pablo, ser bautizado es ser incorporado a la muerte y a la resurrección de Jesús: por eso, si es posible, celebramos el bautismo, y, si no, renovamos todos nuestras promesas bautismales. Y finalmente, celebramos la eucaristía, que es la más importante del año y la que debe ser celebrada más gozosamente, ya que la eucaristía es precisamente esto: la presencia sacramental, en medio de la Iglesia, de Jesús resucitado.
            Y luego, el Domingo de Pascua que forma parte todavía del Triduo Pascual continuamos celebrando lo que hemos vivido por la noche.





2 DE ABRIL
JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR
1ª Lectura: Éxodo 12,1-8.11-14
Salmo 115
El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.
2ª Lectura: 1 Corintios 11,23-26
Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.
PALABRA DEL DÍA
Juan 13,1-15
“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe, luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: -“Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?”. Jesús le replicó: -“Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: -“No me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: -“Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”. Simón Pedro le dijo: -“Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: -“Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos”. Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios”. Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: -“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo,
sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios,
se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura.
Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?".
Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás".
"No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte".
"Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!".
Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos".
El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios".
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?
Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy.
Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes."
REFLEXIÓN
Si la tarde del Jueves Santo tuviéramos que arreglar cuentas con el Señor, quedaríamos endeudados para siempre. Las facturas de amor son impagables. Esta tarde Jesús nos amó hasta el fin. Su amor desborda en palabras, gestos y sentimientos. La temperatura del Cenáculo fue en aquellos momentos la más alta de la tierra y de la historia. No hay calor más grande, no hay amor más grande.
            El Hijo de Dios descendió por el camino del amor. El amor verdadero nos enseña a descender. Toda la vida de Jesús fue una carrera descendente, desde la cuna a la cruz, pasando por Nazaret.
            Dios se hizo hombre para aprender a llorar y a servir. “Se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Flp 2,7).
            ¡Cuántas admiraciones tendríamos que poner aquí! Estas ideas ya las hemos escuchado muchas veces y estamos acostumbrados. Pero no debiéramos acostumbrarnos, sino estremecernos. Y más, debiéramos ejercitarnos en el compromiso diaconal. Éste es el principio constitutivo de toda diaconía. Porque un amor que no se hace servicio, un amor que no se ciñe la toalla, coge una jofaina y no se pone a lavarles los pies a los hermano, no es amor.
            Conocer el amor de Cristo es tarea que nos supera, porque excede todo lo que nosotros sabemos del amor.
          Es como el amor de los amigos, pero más.
          Es como el amor enamorado, pero más.
          Es como el amor del padre y de la madre, pero más.
          Es como el amor de los hijos y los hermanos, pero más.
          Es como el amor del que sirve, pero más.
          Es como el amor del que comparte, pero más.
          Es como el amor del que perdona, pero más.
          Es como el amor del que se entrega, pero más.
          Es como el amor humano todo junto, pero más.

Sí, conocer el amor de Cristo, que no se trata de conocerlo de manera teórica. Por ahí podemos llegar hasta un cierto límite, aun contando con la gracia y la luz de Dios. Lo que pedimos es un conocimiento de participación y comunión.

Este conocimiento tiene que ver con el don de sabiduría, pero más con el fruto de la caridad. Que Dios te haga sentir su amor. Sólo el que es amado y el que ama sabe lo que es el amor.

Él te amó primero. En ese amor aceptado y concienciado puedes conocer lo que es el misterio del amor divino, tal como se manifestó en Jesucristo. Un amor infinito en misericordia y generosidad.
El lavatorio de los pies es el signo que prepara o complementa el den pan partido y la sangre derramada. Nos asombra de inmediato la humildad de este Dios, despojado de su túnica divina y ahora maestro despojado de su manto, señor sin diván y sin anillos; y nos asombra la caridad de este Dios, caridad servicial, un amor delicado y detallista, vestido con traje de criado.
Era un gesto muy característico de Jesús: partir el pan. Lo bendecía, lo partía, lo compartía. Lo reconocían sus seguidores por esta costumbre. Jesús era el que no retenía, el que daba un toque al pan que lo hacía más sabroso, el que sabía compartir, nadie pasaba hambre junto a él.
Ahora, en la última Cena, el gesto se eleva a la categoría de signo y sacramento. Jesús parte el pan, pero dice: éste es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros (Lc 29,19).
ENTRA EN TU INTERIOR
          Presencia admirable de Cristo. En el pan que se parte y en el vino que se ofrece está realmente el Señor.
          Amor entregado. No sólo presencia, sino oblación. Se actualiza –memorial- ese amor que llevó a Cristo a dar su vida; es el cuerpo que se rompe por nosotros y la sangre que se derrama por nosotros.
          Amor de comunión. Al comer el pan y beber el vino comemos el cuerpo de Cristo y bebemos la sangre de Cristo. Es la expresión máxima de amor, un amor que se deja comer.
          Fermento de un mundo nuevo. El dinamismo eucarístico nos debe llevar a hacer de nuestra sociedad y de nuestro mundo, una acción de gracias.
          Anticipo del banquete del Reino. Jesús alude insistentemente a otra cena, a otro banquete, en el que volverán a estar juntos  “No beberé de más de este fruto de la vid hasta el día en que con vosotros lo vuelve a beber, vino nuevo, en el reino de mi padre.” (Mt 26,29). Así en cada Eucaristía –última cena- pregustamos la Cena definitiva.
 
3 DE ABRIL
VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
1ª Lectura: Isaías 52,13-53,12
Él fue traspasado por nuestras rebeliones.
Salmo 30
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
2ª Lectura: Hebreos 4,14-16; 5,7-9
Aprendió a obedecer y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación.
PALABRA DEL DÍA
Pasión según San Juan 18,1-19,42
“En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus  discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscáis?”. Le contestaron: “a Jesús, el Nazareno”. Les dijo Jesús: “Yo soy”. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: “¿A quién buscáis?”. Ellos dijeron: “A Jesús, el Nazareno”. Jesús contestó: “Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos”. Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me diste”, Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: “Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?” Él dijo: “No lo soy”. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pié, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó: “Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo”. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: “¿Así contestas al sumo sacerdote?”. Jesús respondió: “Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba en pié, calentándose, y le dijeron: “¿No eres tú también de sus discípulos?.”  Él lo negó, diciendo: “No lo soy”. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: “¿No te he visto yo con él en el huerto?”. Pero volvió a negar, y enseguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, donde estaban ellos y dijo: “¿Qué acusación presentáis contra este hombre?” Le contestaron: “Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos”. Pilato les dijo: “Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley”. Los judíos le dijeron: “No estamos autorizados para dar muerte a nadie” Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos”?. Jesús le contestó: “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”. Pilato replicó: “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí, ¿qué has hecho?”. Jesús le contestó: “Mi reino no es de aquí”. Pilato le dijo: “Con que, ¿tú eres rey?”. Jesús le contestó: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pilato le dijo: “Y, ¿qué es la verdad?”. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?”. Volvieron a gritar:”A ese no, a Barrabás”. El tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían: “¡Salve, rey de los judíos!”. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: “Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa”. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: “Aquí lo tenéis”. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. Pilato les dijo: “Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él”. Los judíos le contestaron: “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:”¿De dónde eres tú?”. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?”. Jesús le contestó: “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: “Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César”. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: “Aquí tenéis a vuestro rey”. Ellos gritaron: “¡Fuera, fuera; crucifícalo!”. Pilato les dijo: “¿A vuestro rey voy a crucificar?”. Contestaron los sumos sacerdotes: “No tenemos más rey que el César”. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos”. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: “No escribas: •El rey de los judíos”, sino: “este ha dicho: Soy el rey de los judíos”. Pilato les contestó: “Lo escrito, escrito está”. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: “No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: “Está cumplido”. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verle de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los  judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús”
REFLEXIÓN
Juan nos ofrece una perspectiva singular de la pasión y muerte de Jesús.
Sus padecimientos y su crucifixión son el camino a la gloria; es el rey que victorioso vence al mundo y al príncipe de este mundo; elevado sobre la cruz juzga al mundo y atrae a todos hacia él.
            El episodio del huerto muestra el enfrentamiento entre la luz y las tinieblas. Jesús, “luz del mundo”, se adelanta soberano. Judas y sus acompañantes, que se presentan con “faroles y antorchas”, encarnan el rechazo a la luz verdadera. Jesús aparece como el Buen Pastor que no abandona a sus ovejas: “Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos”. Durante el proceso Jesús aparece sereno y soberano. Desenmascara la ambigüedad de la autoridad de Pilato y habla de su reino: “Mi reino no es de este mundo”, es decir, no es como los reinos de la tierra. Su reino se basa en “la verdad”. Se entra en él aceptando su palabra: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Como un rey, es coronado de espinas y revestido de un manto. Así lo saludan los soldados: “Salve, rey de los judíos”. Pilato lo presenta y la turba como “el Hombre”, pero la muchedumbre lo rechaza.
            Junto a la cruz de Jesús aparece congregada simbólicamente la Iglesia, en la persona de “su Madre” y del “discípulo que tanto quería”. Su Madre evoca a Sión-Jerusalén, que en medio del dolor engendra a sus hijos. El discípulo es figura del creyente, que acoge a la Madre de Jesús como suya.
            Al morir, Jesús entrega el Espíritu, fuente de la vida, que lleva a la verdad completa. De su cuerpo brota “sangre y agua”, probable alusión a los dones del Cristo glorificando a su comunidad: el bautismo y la eucaristía. Su cuerpo, colocado en un sepulcro nuevo, será de ahora en adelante el verdadero templo de Dios, fuente de vida y de salvación para la humanidad.
            Jesús ha cumplido su misión: “Está cumplido”. El camino de glorificación que le va a devolver victorioso a la gloria del Padre ha comenzado. Ahora le toca continuar su tarea a su nuevo cuerpo místico, la Iglesia, que acaba de nacer de la sangre y el agua de su corazón traspasado, y al que ha dejado en las mejores manos: en las de María, su madre, desde hoy confirmada como madre de la Iglesia, madre nuestra: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y “ahí tienes a tu Madre”.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
            La señal del cristiano es la santa cruz. Donde quiera haya una cruz habrá un cristiano, y donde quiera que haya un cristiano habrá una cruz. Se multiplican las cruces en lugares sagrados y la lucimos y hacemos con frecuencia la señal de la cruz. No importa que la quiten de los centros oficiales, importa que la llevemos por dentro, donde nadie nos la podrá quitar. Es señal del cristiano porque por ella nos vino la salvación, porque se convirtió en fuente inagotable de gracia.
            Pero permitidme sólo una llamada de atención: Cruz significa amor total y definitivo. Donde haya cruz tiene que haber amor.
            Cristo sigue crucificado. Tantos cristos que soportan cruces indecibles. También a ellos debemos acercarnos y mirarlos con fe y comunión. Alguna cruz todos tenemos, enfermedad, soledad, incomprensión, fracaso, limitaciones, paro, pobreza, problemas familiares, desilusiones, miedos…
            Decimos que la cruz de Cristo es muy grande y muy pesada, y que tenemos que llevarla entre todos. Pero no. Es la cruz de los hombres la que es grande, pesada, multiplicada, y Cristo quiere llevarla con nosotros. En cada una de nuestras cruces, Cristo se hace presente y la comparte. Cargad con mi cruz, nos dice, porque mi cruz es ligera y salvadora. Dadme las vuestras y os sentiréis aliviados y santificados.


            Nuestra mirada al crucificado debe ser de comunión. Como miraban los mordidos por las serpientes venenosas a la serpiente del estandarte, que Dios mandó a Moisés que hiciera y pusiera en alto. Eran curados porque miraban con fe. “El Hijo del hombre tiene que ser levantado para que todo el que crea tenga por él vida eterna” (Jn 3,14-15). Mirada de comunión, como la de María cuando estaba junto a la cruz de su hijo.
ORACIÓN FINAL
Gracias, Jesús, porque en tu cruz nos has redimido. Hoy vamos a poner todas nuestras miserias y pecados en esa cruz bendita: nuestro orgullo en tu cabeza coronada, nuestras codicias en tus manos abiertas, rebosantes de amor. Para ti fue un infierno de dolor, angustia y abandono. Cargaste con nuestros pecados y en tus heridas fuimos salvados. Amé.


4 DE ABRIL
SÁBADO SANTO DE LA SEPULTURA DEL SEÑOR
SANTA VIGILIA PASCUAL
1ª Lectura: Génesis 1,1-2,2
Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.
Salmo 103
Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
2ª Lectura: Génesis 22,1-18
El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.
Salmo 15
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
3ª Lectura: Éxodo 14,15-15,1
Los Israelitas en medio del mar, a pie enjuto.
4ª Lectura: Isaías 54,5-14
Con misericordia interna te quiere el Señor, tu redentor.
Salmo 29
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
5ª Lectura: Isaías 55,1-11
Venid a mí y viviréis, sellaré con vosotros alianza perpetua.
Salmo. Is 12,2-6
Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
6ª Lectura: Baruc 3,9-15.32-4,4
Caminad a la claridad del resplandor del Señor.
Salmo 18
Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
7ª Lectura: Ezequiel 36,16-28
Derramaré sobre vosotros un agua pura y os daré un corazón nuevo.
Salmo 41
Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.
8ª Lectura: Romanos 6,3-11
Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.
Salmo 117
Aleluya, aleluya, aleluya
PALABRA DEL DÍA
Marcos 16,1-7
“Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé, compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: “¿Quién nos correrá la piedra a la entrada del sepulcro?”. Al mirar vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: “No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”.


5 DE ABRIL
DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
1ª Lectura: Hechos 10,34ª.37-43
Salmo 117
Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
2ª Lectura: Colosenses 3,1-4
PALABRA DEL DÍA
Juan 20,1-9
“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.”
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo,
y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.”
REFLEXIÓN
            ¿Crees en la resurrección? La fe en la resurrección no es producto de un deseo, un sueño o una añoranza, es fruto de un encuentro con el Resucitado. Quizá no lo haya visto ni palpado, pero lo he experimentado. Puedo recibir de mis padres y catequistas la enseñanza y la doctrina, pero no basta. Mi fe será viva, no enseñada, cuando de algún modo haya experimentado la presencia viva de Jesús. Sólo así podré ser testigo de la Pascua.
            De algún modo una sensación de presencia, una palabra, una fortaleza, una alegría, una providencia, una esperanza, un amor… pero no como virtud, sino como fruto del Espíritu de Jesús.
            La resurrección. Es el triunfo de la vida. La muerte es nuestro gran interrogante y nuestro angustioso horizonte. Humanamente hablando es muy difícil superar este miedo “mortal”. La muerte se presenta como disolución y corrupción, como silencio y vacío, como nada. “El abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba, ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa”, dice Isaías.
            Esta paz y este gozo ante la muerte es fruto de la resurrección. El espíritu de Dios ha podido convertir la corrupción en floración, la disgregación en principio de unificación, el vacío en plenitud, la nada en nueva creación y la soledad absoluta en encuentros de comunión. La muerte, pues, no es el final de la vida, sino el paso, el principio de nueva vida. La muerte ya te puede alabar y los que bajan a la fosa seguirán esperando en tu fidelidad. Creer en el Resucitado es poder decir: “Cristo, vida mía”.
Es el triunfo del amor. Es pura coherencia, porque la vida consiste en amar. Se nos dijo que el amor es fuerte como la muerte, ahora sabemos que el amor es más fuerte que la muerte. Bastaría escuchar el himno triunfal de Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?... Estoy seguro que ni la muerte ni la vida…, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 8,35.38-39).
            Es el triunfo de la esperanza. Ahora la esperanza se siente aún más segura y más cargada de razones. Ahora se puede creer en nuevas utopías y mirar al futuro con más optimismo. Ahora sabemos que el final no será la desgracia, sino la gracia; no el dolor, sino el gozo, no la injusticia o la opresión, sino la liberación.
            El triunfo de la santidad. La Pascua de la Resurrección significa el triunfo de la gracia. Los pecados quedaron ya clavados en la cruz o enterrados en el sepulcro. También nosotros, por la fe y por el Bautismo, resucitamos a una vida nueva. “Celebramos la Pascua, no con la levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad) sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad”.
            El triunfo de la alegría. “La única tristeza es la de no ser santo”.  Cristo resucitado irradia su paz y su alegría dondequiera se manifieste. La paz y la alegría  van siempre juntas. “Paz con vosotros… Y ellos se alegraron de ver al Señor” Pedro matiza y califica esta  alegría pascual: “Rebosando de alegría inefable y gloriosa”, que procede de la fe en el Resucitado y del amor del resucitado, que nos amó primero. La mayor alegría es sentirse amado.
            No es una alegría barata. Es una alegría que es don del Espíritu. No proviene de la santificación de los sentidos, sino del encuentro con el Señor. Aunque no le hayamos visto, él se nos ha manifestado en fe y amor.
            La alegría, naturalmente, está reñida con el temor. Cuando Jesús resucitado se acerca, se alejan  huyendo los temores. “No temas. No temas. Soy yo” No está reñida con  el sufrimiento, “aunque seáis afligidos con diversas pruebas”.
ENTRA EN TU INTERIOR
            Cristo no sólo resucitó, sino que resucita entre nosotros y en nosotros, por eso es Pascua. Nuestra celebración tiene que llevarnos al encuentro con Jesús.
            Un encuentro como el de la Magdalena y demás mujeres. Amaban a Jesús. Iban con sus aromas y sus penas, pero la experiencia pascual les transformó, “y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos”.
            Un encuentro como el de los discípulos de Emaús, el símbolo de la desesperanza. Pero, después de escuchar y reconocer a Jesús en la fracción del pan, volvieron entusiasmados, testigos de la verdad de la Pascua.
ORA EN TU INTERIOR
            Abre tus puertas a Jesús resucitado. Él quiere penetrar también en tu corazón. Ábrele tu corazón. Él quiere hablarte. Entonces tu corazón se irá encendiendo con su palabra. Él quiere partir el pan contigo. Entonces te llenarás de vida nueva. Él quiere exhalar sobre ti su Espíritu. Entonces te llenarás de fuerza santa y de alegría.
            ¿Sientes más paz y alegría? Entonces es que Cristo ha resucitado.
            ¿Sientes más fuerza espiritual? Entonces es que Cristo ha resucitado.
            ¿Sientes más paciencia y mansedumbre? Entonces es que Cristo ha resucitado.
            ¿Sientes más seguridad, más luz? Entonces es que Cristo ha resucitado.
            ¿Sientes más amor a los hermanos? Entonces es que Cristo ha resucitado.
ORACIÓN FINAL
            Te bendecimos, Padre, por la resurrección de Jesús, mientras peregrinamos como pueblo tuyo por el desierto, atisbando la aurora y saludando nuestra liberación. Es la nueva humanidad que nace en Cristo resucitado, el hombre nuevo, el viviente, el vencedor de la muerte.
            Según su mandato, queremos ser testigos del evangelio y demostrar con nuestra vida que el amor es posible.
            Vence con tu gracia nuestros miedos y cobardías. Haz que reconozcamos a Jesús, y quedaremos asombrados de lo que su espíritu puede realizar en y por nosotros. Amén.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes  de Fano.

 

 

 

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