martes, 17 de marzo de 2015

22 DE MARZO: V DOMINGO DE CUARESMA.



“Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.”

22 DE MARZO

V DOMINGO DE CUARESMA

1ª Lectura: Jeremías 31,31-34

Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados.

Salmo 50

Oh Dios, crea en mí un corazón puro.

2ª Lectura: Hebreos 5,7-9

Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación eterna.

EVANGELIO DEL DÍA

Juan 12,20-33

“En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose A Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y, ¿qué diré? Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”. Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: “esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”. Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.”

Versión para América Latina,extraída de la biblia del Pueblo de Dios

“Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos
que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús".
Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.
El les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.
Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.
El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.
El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.
Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: 'Padre, líbrame de esta hora'? ¡Si para eso he llegado a esta hora!
¡Padre, glorifica tu Nombre!". Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar".
La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel".
Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes.
Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera;
y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí".
Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.”

REFLEXIÓN

            En este pórtico de la Pasión, destaca la estampa de Jesús suplicando al Padre con gritos y con lágrimas. Es otra versión de la noche de Getsemaní. Impresiona ver a Jesús agitado por la angustia y por el miedo. Nos impresiona este Jesús que llora y que grita al cielo.          
            Estamos acostumbrados a fijarnos más en la realidad divina de Cristo, que casi oscurece y debilita su dimensión humana. Nos parecía que Jesús sufría menos, porque estaba asistido e iluminado por su divinidad. Sería superhombre, sobrevolaría las debilidades humanas.
          Los gritos y las lágrimas de Jesús nos prueban la verdad de su Encarnación. Asume todo lo humano, como un hombre más. Asume nuestro peso y nuestro barro, nuestras pasiones y nuestras emociones, nuestras dudas y nuestros miedos. Por eso llora, grita y suplica. Que sí, que Cristo descendió hasta nuestros más oscuros infiernos.

          Nos prueban la verdad de la solidaridad. Cristo aprendió a sufrir, se identificó con todos los que han sufrido y sufrirán, con todos los que han llorado y han gritado, desde el justo Abel hasta el último caído, víctima del odio o del fanatismo.
          Nos prueban la verdad de la redención. Si el Hijo de Dios llora, no es sólo para compartir las lágrimas, sino para quitarles su amargor, convertidas así en aguas de purificación y en riego fecundo.

Unos griegos, que habían ido a la fiesta, pidieron ver a Jesús. Eran gentiles, y querían ver a Jesús. No era simple curiosidad, era interés. Querían escuchar sus palabras. Querían creer en él. Eso ya es un principio de fe. Vendrán muchos de Oriente y Occidente...
            Podría ser motivo de satisfacción para Jesús. Pero en ese momento Jesús se sintió nervioso. Vio con claridad que todo se cumplía, que lo suyo tocaba a su fin, que había llegado la hora. Hora de glorificación, sí, pero hora también de sufrimiento y de muerte. Será exaltado, sí, pero será también crucificado.
           Y Jesús se rompe, se viene abajo. Mi alma está agitada. Es sacudida por vientos contrarios. Las luces y las sombras luchan entre sí en su propio campo. El desencanto y la esperanza; la muerte y la vida, cuerpo a cuerpo, luchando en él.
           Entonces Jesús acude al Padre, como el niño que se siente indefenso. Padre, líbrame de esta hora, Padre, aparta de mí este cáliz. Es una lucha del hombre con Dios, como aquella de Jacob en Penuel a lo largo de la noche. Muchas veces la oración es una lucha con Dios, que mide sus fuerzas con nosotros. Si vence Dios, venceremos también nosotros. Pero si vencemos nosotros, perderemos todos. Al final, no debe ser Dios el que haga nuestra voluntad, sino nosotros la suya. No es lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú.
         La hora amarga es pasajera y el Padre hace sentir al Hijo su experiencia de gloria. Esta gloria es su amor, es el Espíritu Santo. El Espíritu llena a Jesús, lo consuela y conforta, lo llena de vida y de fruto. Como si le dijera: eres mi Hijo, estoy contigo, tus sufrimientos tienen sentido, tu sangre será redentora, tu muerte será principio de nueva vida, será la muerte de toda muerte. Te convertirás en la Pascua que no pasa, en la luz que no se apaga, en espiga de primavera, en meta de toda vía, en Resurrección.
        Serás elevado sobre la tierra, pero desde lo alto atraerás a todas las miradas y todos los corazones, serás señal luminosa y estandarte de salvación, serás fuente abierta de la gracia y arco iris amistoso; serás medicina de dolores y hoguera de amores, serás esperanza segura de salvación.
        Como sucedió en otras manifestaciones, los discípulos necesitaban un argumento de fe y una razón para la esperanza. Cuando lleguen los días oscuros, esta palabra les servirá de luz.
       Esto vale para nosotros cuando nos lleguen las horas difíciles. La Gloria de Cristo, su luz amorosa, se expande de manera permanente. Llega a todos los que creen en él.
       Puede que pasemos mucho tiempo en la noche y no veamos ni sintamos ni oigamos nada. Las lámparas se nos apagan, las tinieblas nos penetran y los vientos se vuelven contrarios. Es el momento de gritar y de rezar. Hasta que desde muy dentro Dios te haga sentir su presencia y te glorifique. Participarás así de la Pascua de Cristo.

ENTRA EN TU INTERIOR

ATRAIDOS POR EL CRUCIFICADO

Un grupo de «griegos», probablemente paganos, se acercan a los discípulos con una petición admirable: «Queremos ver a Jesús». Cuando se lo comunican, Jesús responde con un discurso vibrante en el que resume el sentido profundo de su vida. Ha llegado la hora. Todos, judíos y griegos, podrán captar muy pronto el misterio que se encierra en su vida y en su muerte: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Cuando Jesús sea alzado a una cruz y aparezca crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor insondable de Dios, se darán cuenta de que Dios es amor y sólo amor para todo ser humano. Se sentirán atraídos por el Crucificado. En él descubrirán la manifestación suprema del Misterio de Dios.
Para ello se necesita, desde luego, algo más que haber oído hablar de la doctrina de la redención. Algo más que asistir a algún acto religioso de la semana santa. Hemos de centrar nuestra mirada interior en Jesús y dejarnos conmover, al descubrir en esa crucifixión el gesto final de una vida entregada día a día por un mundo más humano para todos. Un mundo que encuentre su salvación en Dios.
Pero, probablemente a Jesús empezamos a conocerlo de verdad cuando, atraídos por su entrega total al Padre y su pasión por una vida más feliz para todos sus hijos, escuchamos aunque sea débilmente su llamada: «El que quiera servirme que me siga, y dónde esté yo, allí estará también mi servidor».
Todo arranca de un deseo de «servir» a Jesús, de colaborar en su tarea, de vivir sólo para su proyecto, de seguir sus pasos para manifestar, de múltiples maneras y con gestos casi siempre pobres, cómo nos ama Dios a todos. Entonces empezamos a convertirnos en sus seguidores.
Esto significa compartir su vida y su destino: «donde esté yo, allí estará mi servidor». Esto es ser cristiano: estar donde estaba Jesús, ocuparnos de lo que se ocupaba él, tener las metas que él tenía, estar en la cruz como estuvo él, estar un día a la derecha del Padre donde está él.
¿Cómo sería una Iglesia «atraída» por el Crucificado, impulsada por el deseo de «servirle» sólo a él y ocupada en las cosas en que se ocupaba él? ¿Cómo sería una Iglesia que atrajera a la gente hacia Jesús?

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

La gloria de Cristo consiste en su amor entregado hasta el fin. La obediencia del Hijo hasta la muerte es lo que da gloria al Padre. El Nombre del Padre es glorificado cuando es amado. Y a la vez el Hijo se cubre de gloria subiendo amorosamente a la cruz. Es la victoria del amor a Dios y a los hombres, es donde más se ha amado; y no hay más gloria que la que viene del amor. Por eso, “lejos de gloriarme, sino es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6,14). En pura teología decimos que la verdadera Gloria de Cristo es el Espíritu Santo.

ORACIÓN

Rezamos con el Evangelio (Rev. Orar, nº 155)
Queremos verte, Jesús.

          Es sólo un deseo, pero cuando los deseos son hermosos nos llevan a ti.
          El Espíritu es quien hace nacer los deseos en el corazón.
          A ti, Jesús, te gustan los deseos de quien quiere verte.
          Estás en las encrucijadas de los caminos por si alguien desvía sus pasos para hablar contigo.
          Cuando te encuentras con alguien que te busca, detienes tu camino y lo miras.
          Queremos verte, Jesús. Queremos conocerte.
          Queremos tener experiencia de tu amistad y participar de tu vida. Amén

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Fano.
 
 

 

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