“Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Hosanna en el cielo!”
SEMANA SANTA
Antes de morir, Jesús quiere celebrar la Pascua con sus discípulos: sabe
que la Hora ha llegado, y sus palabras están impregnadas de esta certeza. Todo
está cumplido, y María puede verter el perfume sobre el cuerpo del condenado.
Por el comportamiento de Judas,
Jesús comprenderá que el fin está próximo. ¿No es el momento de instaurar el
Reino? El discípulo provocará al Maestro y le pondrá en trance de manifestarse.
Mientras sigue siendo dueño de sus gestos, Jesús da
sentido a la muerte que le va a ser impuesta. En la cena de la Pascua entrega
él mismo su cuerpo y su sangre, bajo el signo de compartir el pan y el vino,
así, sabiendo que va a ser ofrecido a la muerte para que el Reino de Dios
llegue, anticipa la hora en la que él mismo va a ser lo que se ventile en el
proceso de los hombres.
Gesto profético que contiene ya
una eficacia real, para aquellos que lo acogen en la fe. “esto es mi cuerpo”.
El cuerpo de Jesús es ese trozo de pan compartido y distribuido; el cuerpo de
Jesús no es entregado sino una vez que ha sido prometido a la muerte, como
signo de la palabra mantenida hasta el final: “No hay amor más grande que dar
la vida por los amigos”.
Desde entonces se puede sopesar la importancia del
encuentro, a la misma mesa, entre el que entrega y el que es entregado. Ahí
está el sentido del relato de los acontecimientos que se le imponen a Jesús. La
palabra y el gesto son proféticos: anuncian lo que debe cumplirse, mañana,
sobre la cruz, la palabra dada en la Cena se cumplirá.
Y después de esa tarde del Viernes Santo, sigue siendo efectiva. Cuando
dos o tres, reunidos en nombre de Cristo, comparten el pan en la alabanza,
esperando el día en que el Señor vuelva, pasan con él de la muerte a la vida.
29 DE MARZO
DOMINGO DE
RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
PALABRA PARA
LA BENDICIÓN Y PROCESIÓN DE LOS RAMOS
Marcos:
11,1-10
“Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al
monte de los Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles: -“Id a
la aldea de enfrente y, en cuanto entréis, encontraréis un borrico atado, que
nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta porqué
lo hacéis, contestadle: “El Señor lo necesita y lo devolverá pronto.” Fueron y
encontraron el borrico en la calle, atado a una puerta, y lo soltaron. Algunos
de los presentes les preguntaron: -“¿Por qué tenéis que desatar al borrico?”
Ellos les contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron. Llevaron el
borrico, le echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el
camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban
delante y detrás gritaban: -“Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor.
Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Hosanna en el cielo!”
MISA DEL DÍA
1ª Lectura:
Isaías 50,4-7
No me tapé el
rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado.
Salmo 21
Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
2ª Lectura:
Filipenses 2,6-11
Se rebajó a
sí mismo, por eso Dios lo levantó sobre todo.
EVANGELIO DEL
DÍA
Pasión según San Marcos
14,1-15,47
Faltaban
dos días para la Pascua y los Ázimos.
Los sumos sacerdotes y los escribas pretendían prender a Jesús a traición y
darle muerte. Pero decían: -“No durante las fiestas; podría amotinarse el
pueblo”. Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la
mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró
el frasco y lo derramó en la cabeza de Jesús. Algunos comentaban indignados:
-“¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos
denarios para dárselo a los pobres”. Y regañaban a la mujer. Pero Jesús
replicó: “-“Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está bien.
Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando
queráis; pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha
adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que, en
cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se recordará también
lo que ha hecho ésta”. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los
sumos sacerdotes para entregarle a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le
prometieron dinero. Él andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El
primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron
a Jesús sus discípulos: -“¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de
Pascua?”. Él envió a dos discípulos, diciéndoles: -“Id a la ciudad,
encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en
que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en
que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en
el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena”. Los
discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había
dicho y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer fue él con los Doce. Estando
a la mesa comiendo, dijo Jesús: -“Os aseguro que uno de vosotros me va a
entregar: uno que está comiendo conmigo”. Ellos, consternados empezaron
a preguntarle uno tras otro: “¿Seré yo?” Respondió: “Uno de los Doce, el que
está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está
escrito de él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; ¡más le
valdría no haber nacido!”. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la
bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: -“Tomad, esto es mi cuerpo”.
Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron.
Y les dijo: -“Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os
aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el
vino nuevo en el reino de Dios”. Después de cantar el salmo,. Salieron para el
monte de los Olivos. Jesús les dijo: -“Todos vais a caer, como está escrito:
“Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas”. Pero, cuando resucite, iré
antes que vosotros a Galilea”. Pedro replicó -“Aunque todos caigan, yo no”.
Jesús le contestó: -“Te aseguro que tú hoy, esta tarde, antes que el gallo
cante dos veces, me habrás negado tres”. Pero él insistía: -“Aunque tenga que
morir contigo, no te negaré”. Y los demás decían lo mismo. Fueron a un huerto,
que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos: -“Sentaos aquí mientras voy a
orar”. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y
angustia, y les dijo: -“Me muero de tristeza; quedaos aquí velando”. Y,
adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se
alejase de él aquella hora; y dijo: -“¡Abba! (Padre), tú lo puedes todo; aparta
de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”. Volvió y,
al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro: -“Simón, ¿duermes?; ¿no has podido
velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es
decidido, pero la carne es débil”. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las
mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los
ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo:
-“Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo
del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya
está cerca el que me entrega”. Todavía estaba hablando, cuando se presentó
Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos Sacerdotes,
los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña,
diciéndoles: -“Al que yo bese, ése es; pretendedlo y conducidlo bien sujeto”. Y
en cuanto llegó, se acercó y le dijo: -“¡Maestro!”. Y lo besó. Ellos le echaron
mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un
golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y
les dijo: -¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A
diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero, que se
cumplan las Escrituras”. Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un
muchacho, envuelto sólo en una sábana, y le echaron mano; pero él, soltando la
sábana, se les escapó desnudo. Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y
se reunieron todos los sumos sacerdotes y los ancianos y los escribas. Pedro lo
fue siguiendo de lejos, hasta el interior del palacio del sumo sacerdote; y se
sentó con los criados a la lumbre para calentarse. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín
en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo
encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los
testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose en pie, daban testimonios
contra él, diciendo: -“Nosotros le hemos oído decir: “Yo destruiré este templo,
edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por
hombres”. Pero ni en esto concordaban los testimonios. El sumo sacerdote se
puso en pie en medio e interrogó a Jesús: -“¿No tienes nada que responder? ¿Qué
son estos cargos que levantan contra ti?. Pero él callaba, sin dar respuesta.
El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo, preguntándole: -“¿Eres tú el Mesías,
el Hijo de Dios bendito?...” Jesús contestó: -“Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo
del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las
nubes del cielo”. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras, diciendo: -“¿Qué
falta hacen más testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué decís?”. Y todos lo
declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole la cara,
lo abofeteaban y le decían: -“Haz de profeta”. Y los criados le daban
bofetadas. Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo
sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, le miró y dijo: -“También tú andabas
con Jesús, el Nazareno”. Él lo negó, diciendo: -•Ni sé ni entiendo lo que
quieres decir”. Salió fuera al zaguán, y
un gallo cantó”. Al poco rato, también los, presentes dijeron a Pedro: -“Seguro
que eres uno de ellos, pues eres Galileo”. Pero él se puso a echar maldiciones
y a jurar: -“No conozco a ese hombre que decís”. Y en seguida, por segunda vez,
cantó un gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús:
“Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres”, y rompió a
llorar. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los
escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y
lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Él
respondió: “Tú lo dices”. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas.
Pilato le preguntó de nuevo: “¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan
contra ti”. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por
la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un
tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la
revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les
contestó: “¿Queréis que os suelte as rey de los judíos?”. Pues sabía que los
sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes
soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó
de nuevo la palabra y les preguntó: ¿”Qué hago con el que llamáis rey de los
judíos?”. Ellos gritaron de nuevo: “¡Crucifícalo!”. Pilato les dijo: “Pues,
¿qué mal ha hecho?”. Ellos gritaron más fuerte: “¡Crucifícalo!”. Y Pilato,
queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de
azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al
interior del palacio -.al pretorio- y reunieron a toda la compañía. Lo
vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y
comenzaron a hacerle el saludo: “¡Salve, rey de los judíos!”. Le golpearon la
cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante
él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo
sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta
del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a
llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de “la
Calavera”), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo
crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que
se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de
la acusación estaba escrito: “El rey de los judíos”. Crucificaron con él a dos
bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda, Los que pasaban lo
injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: “¡Anda!, tú que destruías el templo
y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz. Los
sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo: “A otros
ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar: que el Mesías, el rey de Israel,
baje de la cruz, para que lo veamos y creamos”. También los que estaban
crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la
media tarde. Y, a la media tarde Jesús clamó con voz potente: “Eloí, Eloí, lamá
sabaktaní”. Que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Algunos de los presentes, al oírlo, decían: “Mira, está llamando a Elías”. Y
uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y
le daba de beber, diciendo: “Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo”. Y Jesús,
dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba
abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
“Realmente este hombre era Hijo de Dios”.
Versión para América Latina
extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes
Acimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a
Jesús con astucia, para darle muerte.
Porque decían: "No lo hagamos durante la fiesta, para
que no se produzca un tumulto en el pueblo".
Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón
el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo
puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.
Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y
comentaban entre sí: "¿Para qué este derroche de perfume?
Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para
repartir el dinero entre los pobres". Y la criticaban.
Pero Jesús dijo: "Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha
hecho una buena obra conmigo.
A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán
hacerles bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre.
Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para
la sepultura.
Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en
todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo".
Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos
sacerdotes para entregarles a Jesús.
Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y
Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se
inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde
quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?".
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan a
la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua.
Síganlo,
y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice:
'¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?'.
El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada
con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario".
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad,
encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Al atardecer, Jesús llegó con los Doce.
Y mientras estaban comiendo, dijo: "Les aseguro que uno
de ustedes me entregará, uno que come conmigo".
Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras
otro: "¿Seré yo?".
El les respondió: "Es uno de los Doce, uno que se sirve
de la misma fuente que yo.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay
de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber
nacido!".
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición,
lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es mi
Cuerpo".
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos
bebieron de ella.
Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza,
que se derrama por muchos.
Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el
día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios".
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de
los Olivos.
Y Jesús les dijo: "Todos ustedes se van a escandalizar,
porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.
Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a
Galilea".
Pedro le dijo: "Aunque todos se escandalicen, yo no me
escandalizaré".
Jesús le respondió: "Te aseguro que hoy, esta misma
noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres
veces".
Pero él insistía: "Aunque tenga que morir contigo, jamás
te negaré". Y todos decían lo mismo.
Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a
sus discípulos: "Quédense aquí, mientras yo voy a orar".
Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a
sentir temor y a angustiarse.
Entonces les dijo: "Mi alma siente una tristeza de
muerte. Quédense aquí velando".
Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de
ser posible, no tuviera que pasar por esa hora.
Y decía: "Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí
este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya".
Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús
dijo a Pedro: "Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni
siquiera una hora?
Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación,
porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil".
Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas
palabras.
Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos
se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle.
Volvió por tercera vez y les dijo: "Ahora pueden dormir
y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a
ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a
entregar".
Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno
de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos
sacerdotes, los escribas y los ancianos.
El traidor les había dado esta señal: "Es aquel a quien
voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado".
Apenas llegó, se le acercó y le dijo: "Maestro", y
lo besó.
Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron.
Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al
servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.
Jesús les dijo: "Como si fuera un bandido, han salido a
arrestarme con espadas y palos.
Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y
no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras".
Entonces todos lo abandonaron y huyeron.
Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo
sujetaron;
pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo.
Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron
todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas.
Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio
del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al
fuego.
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un
testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo
encontraban.
Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra
él, pero sus testimonios no concordaban.
Algunos declaraban falsamente contra Jesús:
"Nosotros lo hemos oído decir: 'Yo destruiré este Templo
hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no
será hecho por la mano del hombre'".
Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones.
El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea,
interrogó a Jesús: "¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra
ti?".
El permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo
Sacerdote lo interrogó nuevamente: "¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios
bendito?".
Jesús respondió: "Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo
del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del
cielo".
Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó:
"¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?". Y
todos sentenciaron que merecía la muerte.
Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el
rostro, lo golpeaban, mientras le decían: "¡Profetiza!". Y también
los servidores le daban bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las
sirvientas del Sumo Sacerdote
y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le
dijo: "Tú también estabas con Jesús, el Nazareno".
El lo negó, diciendo: "No sé nada; no entiendo de qué
estás hablando". Luego salió al vestíbulo.
La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes:
"Este es uno de ellos".
Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que
estaban allí dijeron a Pedro: "Seguro que eres uno de ellos, porque tú también
eres galileo".
Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese
hombre del que estaban hablando.
En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las
palabras que Jesús le había dicho: "Antes que cante el gallo por segunda
vez, tú me habrás negado tres veces". Y se puso a llorar.
En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en
Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a
Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Este lo interrogó: "¿Tú eres el rey de los
judíos?". Jesús le respondió: "Tú lo dices".
Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él.
Pilato lo interrogó nuevamente: "¿No respondes nada?
¡Mira de todo lo que te acusan!".
Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy
admirado a Pilato.
En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a
elección del pueblo.
Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros
revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición.
La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado.
Pilato les dijo: "¿Quieren que les ponga en libertad al
rey de los judíos?".
El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían
entregado por envidia.
Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la
libertad de Barrabás.
Pilato continuó diciendo: "¿Qué debo hacer, entonces,
con el que ustedes llaman rey de los judíos?".
Ellos gritaron de nuevo: "¡Crucifícalo!".
Pilato les dijo: "¿Qué mal ha hecho?". Pero ellos
gritaban cada vez más fuerte: "¡Crucifícalo!".
Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a
Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera
crucificado.
Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y
convocaron a toda la guardia.
Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de
espinas y se la colocaron.
Y comenzaron a saludarlo: "¡Salud, rey de los
judíos!".
Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y,
doblando la rodilla, le rendían homenaje.
Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de
púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para
crucificarlo.
Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de
Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús.
Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que
significa: "lugar del Cráneo".
Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó.
Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus
vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno.
Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron.
La inscripción que indicaba la causa de su condena decía:
"El rey de los judíos".
Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el
otro a su izquierda.
Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían:
"¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar,
sálvate a ti mismo y baja de la cruz!".
De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se
burlaban y decían entre sí: "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí
mismo!
Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz,
para que veamos y creamos!". También lo insultaban los que habían sido
crucificados con él.
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la
tarde;
y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: "Eloi, Eloi,
lamá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?".
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
"Está llamando a Elías".
Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la
punta de una caña le dio de beber, diciendo: "Vamos a ver si Elías viene a
bajarlo".
Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró.
El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él,
exclamó: "¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!".
Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos.
Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de
José, y Salomé,
que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en
Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.
Era día de Preparación, es decir, víspera de sábado. Por eso,
al atardecer,
José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también
esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para
pedirle el cuerpo de Jesús.
Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al
centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto.
Informado por el centurión, entregó el cadáver a José.
Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió
en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una
piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo
habían puesto.”
REFLEXIÓN
UNCIÓN Y
TRAICIÓN: Se abre el capítulo de la Pasión con
una escena llena de belleza y de fuerza significativa, pero en contraste. Una
mujer, quizá María, la hermana de Lázaro, expresa su devoción y su amor a
Cristo rompiendo para él un frasco de alabastro y ungiendo su cabeza con nardo
auténtico. Llama la atención la generosidad de este gesto. Si se midiera el
valor por el precio, sería grande. No
siempre es así, claro. Dos reales también pueden significar muchísimo amor. Dos
mil millones pueden estar vacíos de amor.
Cristo interpreta la unción como un
anticipo de su muerte, La mujer,
intuitiva, se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Es
un homenaje a mi muerte y un
agradecimiento a mi vida. Todos la aplaudirán por los siglos.
SACRAMENTO Y
PROFECÍA: En la Cena Jesús instituye el
sacramento del amor. Es signo de comunión y de entrega. El pan partido y el vino
ofrecido sirven para realizar la mayor unión entre Cristo y sus discípulos;
sirven asimismo para significar su muerte, el cuerpo roto y la sangre
derramada. Nadie tiene amor más grande.
Pero la Eucaristía anuncia el
banquete del Reino de Dios. Es una
profecía o anticipo del día en que podamos comer con Dios y comer enteramente a
Dios, la comunión de la gloria.
Pedro significa roca, que habla de
fortaleza. Pedro era fuerte en su fe y su entusiasmo por Cristo, lo que pasaba
era que se le iba la fuerza por la boca. Aunque todos se escandalicen de ti, yo
nunca… Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré… “Estoy dispuesto a ir
contigo hasta a la cárcel y la muerte”. Y era sincero en sus manifestaciones.
Realmente Pedro creía y amaba con todas sus fuerzas a Jesús. Y no sólo eran
sentimientos y palabras, sino que en ocasión echó mano de la espada para defender
a su maestro. Huye con todos, poco después lo va siguiendo y se mezcla con sus
enemigos.
EN UN HUERTO
COMENZÓ EL DRAMA: Getsemaní es lucha del alma. El Hijo
lucha con el Padre, como antiguamente Jacob. Lucha hasta dejarse vencer. Pero
¡qué duro! Es noche cerrada. Todas las luces se apagan. Agitado por los vientos
fríos de la duda, del miedo y la tristeza. ¿Por qué y para qué? El tentador
jugaba todas sus bazas. Y los discípulos no pueden ayudar, duermen, incapaces
de sintonizar con el Maestro. ¡Qué distancia!. Y aunque el Padre parece estar
sordo, Jesús grita.
PASIÓN.
SILENCIO: Llueven sobre Jesús los golpes y las
condenas. Golpes en la cara, en la cabeza, en todo su cuerpo. Bofetadas,
escupitajos, azotes, espinas, clavos. Condenas: el sanedrín, Pilato y Herodes,
el pueblo.
• Pero él callaba, sin dar respuesta.
• Jesús no contestó más.
ENTRA EN TU
INTERIOR
EL GESTO
SUPREMO
Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo.
Sabía a qué se exponía si seguía insistiendo en el proyecto del reino de Dios.
Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los «pobres» y
los «pecadores», sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesaba
cambio alguno.
Ciertamente, Jesús no es un suicida. No busca la crucifixión. Nunca quiso
el sufrimiento ni para los demás ni para él. Toda su vida se había dedicado a
combatirlo allí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en
el pecado o en la desesperanza. Por eso no corre ahora tras la muerte, pero
tampoco se echa atrás.
Seguirá acogiendo a pecadores y excluidos aunque su actuación irrite en
el templo. Si terminan condenándolo, morirá también él como un delincuente y
excluido, pero su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza
total en un Dios que no excluye a nadie de su perdón.
Seguirá anunciando el amor de Dios a los últimos, identificándose con los
más pobres y despreciados del imperio, por mucho que moleste en los ambientes
cercanos al gobernador romano. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz,
reservado para esclavos, morirá también él como un despreciable esclavo, pero
su muerte sellará para siempre su fidelidad al Dios defensor de las víctimas
Lleno del amor de Dios, seguirá ofreciendo «salvación» a quienes sufren
el mal y la enfermedad: dará «acogida» a quienes son excluidos por la sociedad
y la religión; regalará el «perdón» gratuito de Dios a pecadores y gentes
perdidas, incapaces de volver a su amistad. Ésta actitud salvadora que inspira
su vida entera, inspirará también su muerte.
Por eso a los cristianos nos atrae tanto la cruz. Besamos el rostro del
Crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas palabras…
porque en su crucifixión vemos el servicio último de Jesús al proyecto del
Padre, y el gesto supremo de Dios entregando a su Hijo por amor a la humanidad
entera.
Es indigno convertir la semana santa en folclore o reclamo turístico.
Para los seguidores de Jesús celebrar la pasión y muerte del Señor es
agradecimiento emocionado, adoración gozosa al amor «increíble» de Dios y
llamada a vivir como Jesús solidarizándonos con los crucificados.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Estas realidades no son cosa del pasado. La Pasión y la Pascua se
prolongan. Miramos al Cristo del siglo I y al Cristo del siglo XXI. La historia
se repite, pero multiplicada por millones. “Masas dolientes y hambrientas a
causa de la injusticia humana reclaman la victoria de la vida, la resurrección,
la exaltación en el Reino de Dios, que está en marcha”.
Está en marcha. El triunfo se ha
anticipado en Jesucristo, pero no se ha completado. Seguimos, no recordando,
sino celebrando y viviendo el drama. Porque sí, “en esperanza fuimos salvados”
(Rom 8,24).
ORACIÓN
Cristo Jesús, comienzan los
misterios. Y entre los misterios, el gran misterio de la sin razón de la masa, que hoy te vitorea como rey y el viernes pedirá a
gritos tu crucifixión. Pero el misterio principal es tu obediencia hasta la
muerte, tu aceptación de ser un rey crucificado por el amor infinito que me
tienes. Al pensar en las gentes que te aclaman hoy, quiero estar entre ellas,
pero no seguirlas el viernes ante Pilato. Te doy gracias de corazón y te adoro
como mi único Señor y Dios: esta Semana Santa te acompañaré en el Cenáculo,
Getsemaní y el Calvario, y contigo espero celebrar tu triunfo sobre el pecado y
la muerte, la Pascua definitiva que no pasa nunca.
Expliquemos
el evangelio a los niños.
Imagen de Fano.
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