lunes, 26 de agosto de 2013

1 DE SEPTIEMBRE: XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)



“…todo el que se enaltece será humillado;

Y el que se humilla será enaltecido”

1 DE SEPTIEMBRE

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: Eclesiástico 3,17-20.28-29

Salmo 67: En tu bondad, oh Dios, preparaste casa para los pobres

2ª Lectura: Hebreos 12,18-19.22-24ª

PALABRA DEL DÍA

Lucas 14,1.7-14

“Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo: -cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: Cédele el puesto a éste. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido. Y dijo al que lo había invitado: -Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente.

Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola:

"Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú,

y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: 'Déjale el sitio', y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.

Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: 'Amigo, acércate más', y así quedarás bien delante de todos los invitados.

Porque todo el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".

Después dijo al que lo había invitado: "Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.

Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.

¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!".

REFLEXIÓN

En el evangelio de hoy, Jesús vuelve a contraponer la postura farisaica ante el Reino de Dios y la de los pobres y humildes que son los primeros en recibir los beneficios de una acción de Dios abierta a todos, y principalmente a la parte más desheredada de la sociedad.

            La actitud farisaica está caracterizada por  el cumplimiento de la ley por encima de la necesidad del prójimo.

La liturgia de hoy nos invita a reflexionar sobre la actitud farisaica a la que Jesús contrapone, dos actitudes fundamentales: la humildad y el desinterés.

“Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Al ver Jesús como los invitados elegían los mejores puestos del banquete, convencidos de su propia dignidad y valimiento, tuvo la oportunidad de resolver un problema que también interesaba a sus discípulos: quién sería primero en el Reino de Dios o quién merecería un premio más abundante.

El tema está relacionado con el del domingo pasado: no sólo están los que preguntan quiénes se salvarán, sino también los que se preocupan de salvarse más que los otros, repitiendo en el Reino de Dios las categorías sociales que dividen a las personas en más dignas y menos dignas.

Ante tal pretensión Jesús afirma la primacía de la humildad, continuando con la más pura tradición religiosa de su pueblo, como lo recuerda la primera lectura de hoy del libro del Eclesiástico:

“Hijo mío, procede con humildad..., hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios y revela sus secretos a los humildes”.

El concepto correspondiente a la virtud de la humildad ha sido uno de los que más se han deteriorado ante la mentalidad moderna y, debemos reconocer que, en gran medida, justamente deteriorado.

Más que una virtud, la humildad se presentaba como una antivirtud, porque disminuía al hombre y lo empobrecía.

Hombres así de humildes sin ningún destello de orgullo, poco podían servir para construir un mundo nuevo que exige audacia, fuerza, ambición, empuje y, ¿por qué no?, cierto orgullo de ser hombre.

Este concepto de humildad, que aliena al hombre y le impide tener la fuerza suficiente para afrontar los problemas que el día a día le presenta, muy difícilmente podría ser aplicado al mismo Jesús, modelo supremo de humildad, si tomamos en cuenta los datos evangélicos que nos lo presentan en los escasos años de su vida pública como muy dueño de sí mismo, seguro frente a sus adversarios, duro y hasta hiriente en sus ataques verbales, firme y recio ante un Pilato o un Herodes.

Un Jesús que se llama Hijo del Hombre, que se proclama camino, verdad y vida, luz de los hombres, pan de vida, puerta de las ovejas, o que, como narra el evangelio de hoy, come con los fariseos y allí mismo les echa en cara sus vicios sin muchos miramientos. Sin embargo, Jesús parecía consciente de su humildad, pues llegó a decir:

 “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.

Santa Teresa decía que “la humildad es la verdad”, y difícilmente encontraremos una mejor definición de la humildad.

Porque la verdad es, que lo más importante es cumplir la voluntad de Dios y Jesús fue siempre consciente de la misión que el Padre le había confiado, una misión que exigía una humildad absoluta : “Padre mío, si es posible, aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

La humildad, por ser una postura religiosa, define la situación del hombre ante Dios y el lugar que ocupa en la creación.

La humildad es la postura interna que el hombre adopta frente al Reino de Dios: simplemente, la de un hombre.

En el diálogo de Jesús con el dueño de la casa, es interesante observar que mientras se critica a los que acaparan los primeros puestos por su propia cuenta, se pone bien  en claro que el dueño de la casa, y solamente él, puede dar a cada uno el puesto que le corresponde. De otra manera; que cada uno mire por sí mismo para hacer las cosas lo mejor posible; el juicio queda en manos de Dios que conoce hasta lo íntimo de cada uno.

Que la humildad y la rectitud en las intenciones deben ir juntas, es lo que parece sugerir Jesús cuando le dice a su anfitrión: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos, porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.

El texto de hoy nos dice, que estamos cerca del Reino de Dios cuando no actuamos en función del premio o del castigo, sino por un amor puro y desinteresado. Porque eso es obrar con humildad.

Finalmente, el texto de Jesús tiene también una incidencia para la vida de la Iglesia y de cada comunidad; no pueden ser las conveniencias sociales las que muevan las relaciones de los cristianos, sino únicamente el servicio a los más necesitados.

Dar y servir a los que tienen para poder recibir de ellos después la paga correspondiente es un viejo vicio en la historia de nuestra Iglesia. El acercamiento a los ricos y a los poderosos tuvo su alto precio para la pureza de la fe cristiana y para la evangelización de los pobres. Hoy lo vemos más claro, pero ya había sido dicho por Jesús: Invitemos a los que no pueden pagarnos. Entonces sí que se pone de manifiesto que esa invitación se hace en nombre de Jesucristo.

Una vez más llegamos a una conocida conclusión: la evangelización de los pobres y su lugar de privilegio dentro de la Iglesia son el signo más claro de que el reino de dios ha tendido su mesa en medio de los hombres.

San Pablo lo entendió perfectamente y así se lo pide a los cristianos de Filipos:

“Así pues, si hay una exhortación en nombre de Cristo, un estímulo de amor; una comunión en el Espíritu, una entrañable misericordia, colmad mi alegría, teniendo un mismo sentir, un mismo amor, un mismo ánimo, y buscando todos lo mismo. Nada hagáis por ambición, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás como superiores a vosotros mismos, sin  buscar el propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús....” (Filipenses 2,1-5).

ENTRA EN TU INTERIOR

En los años posteriores al Concilio se hablaba mucho de la «opción preferencial por los pobres». La teología de la liberación estaba viva. Se percibía una nueva sensibilidad en la Iglesia. Parecía que los cristianos queríamos escuchar de verdad la llamada del Evangelio a vivir al servicio de los más desheredados del mundo.

Desgraciadamente, las cosas han ido cambiando. Algunos piensan que la «opción por los pobres» es un lenguaje peligroso inventado por los teólogos de la liberación y condenado justamente por Roma. No es así. La opción preferencial por los pobres es una consigna que le salió desde muy dentro a Jesús.

Según Lucas, éstas fueron sus palabras: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedaras pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; ya te pagarán cuando resuciten los justos».

¿Se pueden tomar en serio estas palabras provocativas de Jesús? ¿Lo dice en serio o es una manera de impactar a sus oyentes? Jesús habla de invitar a los excluidos, marginados y desamparados. Son precisamente los desdichados a los que él se está dedicando en cuerpo y alma por las aldeas de Galilea.

Sabe bien que esto no es lo habitual. Los «pobres» no tienen medios para corresponder con cierta dignidad. Los «lisiados, cojos y ciegos» sencillamente no pueden. En Qumrán son precisamente los que están excluidos de la comida comunitaria.

Jesús habla en serio. Lo prioritario para quien sigue de cerca a Jesús no es privilegiar la relación con los ricos, ni atender las obligaciones familiares o los convencionalismos sociales, olvidando a los pobres. Quien escucha el corazón de Dios, comienza a privilegiar en su vida a los más necesitados.

Una vez de escuchar de labios de Jesús su opción preferencial por los pobres, no es posible evitar nuestra responsabilidad. En su Iglesia hemos de tomar una decisión: o no la tenemos en cuenta para nada, o buscamos seriamente cómo darle una aplicación generosa.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            A Lucas le preocupaban las diferencias sociales de los miembros de su comunidad. Sabía que no era tarea fácil vivir unas relaciones fraternas según el evangelio entre personas que antes de formar parte de la comunidad cristiana pertenecían a mundos tan diversos. En este contexto hemos de situar la enseñanza de Jesús en un contexto de comida. El texto nos habla de su vida, de lo que hizo, pero también nos habla de la vida de la comunidad de Lucas, una comunidad asentada en una ciudad del Imperio romano donde la cuestión de comer era decisiva: con quién se come, cómo se come… La enseñanza de Jesús en la parábola nos recuerda la reflexión hecha por Ben Sirá en la primera lectura del libro del Eclesiástico. Los que son importantes en la sociedad y quieran vivir según el Reino deben pasar a ocupar voluntariamente los últimos puestos y sentarse en el lugar de los más pobres e insignificantes. Este es un paso para crear una comunidad de verdaderos hermanos. ¿Cuáles son nuestras aspiraciones en la vida? ¿Cómo buscamos la grandeza del hombre? ¿Somos capaces de humillarnos para levantar a tantos hermanos nuestros humillados por el egoísmo y la injusticia de sus semejantes?

ORACIÓN

Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves.
 
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes proporcionadas por Catholic. net
 
 

 
 

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