“He venido a prender fuego en el
mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”
18
DE AGOSTO
XX
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©
Primera Lectura: Jeremías
38,4-6.8-10
Salmo 39: Señor, date prisa en
socorrerme.
Segunda Lectura: Hebreos 12,1-4
PALABRA
DEL DÍA
Lucas
12,49-53
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: He
venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que
pasar por un bautismo, ‘y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he
venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de
cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el
padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la
hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.
Versión
para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo
desearía que ya estuviera ardiendo!
Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento
hasta que esto se cumpla plenamente!
¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la
tierra? No, les digo que he venido a traer la división.
De ahora en adelante, cinco miembros de una familia
estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres:
el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la
madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la
nuera contra la suegra".
REFLEXIÓN
Los domingos anteriores, centrados en el tema de la
vigilancia, pusieron de relieve la seriedad con que el hombre debe asumir su
vida; seriedad que no se opone a la alegría sino a la pereza y a la
inconsciencia.
Hoy, continuando con esta tónica de reflexión, Jesús
afirma la seriedad con que él mismo asume su papel en la salvación humana. A
medida que camina, el sendero se vuelve cada vez más estrecho y la hora del
fuego se acerca.
“He venido a prender fuego en el mundo…”
En la predicación de Jesús el fuego ha sido relacionado
casi siempre -refiriéndose a los tiempos mesiánicos- con el espíritu y con el
bautismo, como si los tres elementos “espirituales” de la naturaleza: el
viento, el agua y el fuego representarán, por sus propias características, la
destrucción del mundo viejo y pecador y la instauración de un mundo nuevo. Por
ello mismo, los tres elementos se relacionan simbólicamente con la muerte y con
la regeneración, con el nacimiento y con la muerte. Ya el Bautista había
predicado que Jesús traería un bautismo de fuego y espíritu, y hoy nos
encontramos con un texto que, aunque breve, recoge esta interesante simbología
relacionada con la obra y misión de Jesús en el mundo.
El fuego mesiánico de Cristo no es otro que el mismo
Reino de Dios que conlleva en sí un elemento destructor, no de la obra del
hombre, sino del pecado. No puede surgir una nueva estructura de vida sí,
previa o simultáneamente, no se destruye la estructura que oprime al hombre por
dentro y por fuera.
Bien nos lo recuerda hoy la Carta a los Hebreos: “Quitemos lo que nos estorba y el pecado que
nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos
el el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que renunciando al gozo
inmediato, soportó la cruz, sin miedo a la ignominia… Todavía no habéis llegado
a la sangre en vuestra lucha contra el pecado.”
También Jesús tiene que sufrir ese bautismo de fuego; es
la muerte en la cruz, allí quedará crucificado el pecado del mundo para que se
sepulte bajo las cenizas la estructura de la ignominia, del vicio, del odio y
de la muerte.
¿Y qué sucede si no se enciende este fuego? ¿Cuándo no
está encendido?
Cuando el cristianismo no es vivido como novedad original
sino como un agregado más de la
sociedad, cuando convive sin oponerse con las estructuras que crean en la
humanidad un estado de injusticia, de hambre, de violación de los derechos
humanos, de violencia sobre los débiles, de cercenamiento de las libertades… No
hay fuego cuando la Iglesia comparte calladamente el poder que oprime, que
divide o que aplasta las conciencias. No hay fuego cuando todo sigue igual: con
bautismo o sin bautismo; cuando los sacramentos de la confirmación, de la
eucaristía, del matrimonio no significa más que un acto social, un papel
sellado, una fiesta mundana.
Bien lo recordaba Pablo: “No extingáis el fuego del
Espíritu… Jesús ha encendido el fuego y suspira porque arda intensamente.
Jesús ha encendido el fuego y hoy se nos invita a
mantenerlo encendido. Un fuego que si está prendido dentro de la Iglesia
debiera quemar tantas cosas viejas, tantos trastos inútiles, tantos organismos
estériles, tanas palabras vacías.
No he venido a
traer la paz, sino división…
Como muchas otras expresiones de Jesús, también ésta
puede ser vista desde el contexto histórico y desde una perspectiva más
universal.
En el segundo caso, de mayor interés para nosotros, la
expresión semita de Jesús, atrevida como todas las paradojas, pone de relieve
la radicalidad del reino de Dios, que se constituye en el único absoluto en la
vida del creyente.
En efecto, si hay algo que une a los seres humanos entre
sí, son los lazos de la sangre y de la raza. Tan cierto es esto, que la
estructura social de todos los pueblos se cimenta sobre la íntima relación
entre los miembros de cada familia y de las familias que tienen un mismo
destino histórico entre sí. Como se suele decir: Patria y familia.
ENTRA EN TU INTERIOR
SIN FUEGO NO ES POSIBLE
En un
estilo claramente profético, Jesús resume su vida entera con unas palabras
insólitas: “Yo he venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya
ardiendo!”. ¿De qué está hablando Jesús? El carácter enigmático de su lenguaje
conduce a los exegetas a buscar la respuesta en diferentes direcciones. En
cualquier caso, la imagen del “fuego” nos está invitando a acercarnos a su
misterio de manera más ardiente y apasionada.
El fuego
que arde en su interior es la pasión por Dios y la compasión por los que
sufren. Jamás podrá ser desvelado ese amor insondable que anima su vida entera.
Su misterio no quedará nunca encerrado en fórmulas dogmáticas ni en libros de
sabios. Nadie escribirá un libro definitivo sobre él. Jesús atrae y quema,
turba y purifica. Nadie podrá seguirlo con el corazón apagado o con piedad
aburrida.
Su palabra
hace arder los corazones. Se ofrece amistosamente a los más excluidos,
despierta la esperanza en las prostitutas y la confianza en los pecadores más
despreciados, lucha contra todo lo que hace daño al ser humano. Combate los
formalismos religiosos, los rigorismos inhumanos y las interpretaciones
estrechas de la ley. Nada ni nadie puede encadenar su libertad para hacer el
bien. Nunca podremos seguirlo viviendo en la rutina religiosa o el
convencionalismo de “lo correcto”.
Jesús
enciende los conflictos, no los apaga. No ha venido a traer falsa tranquilidad,
sino tensiones, enfrentamiento y divisiones. En realidad, introduce el
conflicto en nuestro propio corazón. No es posible defenderse de su llamada
tras el escudo de ritos religiosos o prácticas sociales. Ninguna religión nos
protegerá de su mirada. Ningún agnosticismo nos librará de su desafío. Jesús
nos está llamando a vivir en verdad y a amar sin egoísmos.
Su fuego
no ha quedado apagado al sumergirse en las aguas profundas de la muerte.
Resucitado a una vida nueva, su Espíritu sigue ardiendo a lo largo de la
historia. Los primeros seguidores lo sienten arder en sus corazones cuando
escuchan sus palabras mientras camina junto a ellos.
¿Dónde es
posible sentir hoy ese fuego de Jesús? ¿Dónde podemos experimentar la
fuerza de su libertad creadora? ¿Cuándo arden nuestros corazones al
acoger su Evangelio? ¿Dónde se vive de manera apasionada siguiendo sus pasos?
Aunque la fe cristiana parece extinguirse hoy entre nosotros, el fuego traído
por Jesús al mundo sigue ardiendo bajo las cenizas. No podemos dejar que se
apague. Sin fuego en el corazón no es posible seguir a Jesús.
José
Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Liberar
a esos oprimidos, anunciar a esos pobres la buena Noticia, proclamar a un Dios
de gracia, serán las señas mesiánicas de Jesús. A lo largo de la historia, han sido
muchos los seguidores fieles de Jesús que, con su vida y palabras proféticas,
han prolongado el deseo de su señor, y les ha ardido el corazón en la tarea de
construir el reino. Hacen posible que el mundo arda en llamas de amor, libertad
y solidaridad hacia los últimos, hacia la periferia del mundo.
Con esos deseos Jesús, con su vida entera, queremos
comulgar quienes participamos en la eucaristía.
ORACIÓN FINAL
Oh
Dios, que has preparado bienes inefables para los que te aman, infunde tu amor
en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas
consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo.
Expliquemos el Evangelio a los niños
Imágenes proporcionadas por Catholic.net
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