lunes, 12 de agosto de 2013

15 DE AGOSTO: SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA


 
-“¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”

15 DE AGOSTO

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
 
     Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo, que, consumado el curso de su vida en la tierra, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria de los cielos. Esta verdad de fe, recibida de la tradición de la Iglesia, fue definida solemnemente por el Papa Pio XII.
 

1ª Lectura: Apocalipsis 11;19ª; 12,1-6ª.10ab

Salmo 44: De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.

2ª Lectura: Corintios 15,20-26

PALABRA DEL DÍA

Lucas 1.39-56

“Unos días después, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuando Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: -“¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

-Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres – a favor de Abrahán y su descendencia por siempre.”

María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.

Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,

exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!

¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?

Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.

Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".

María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor,

y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,

porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz,

porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!

Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.

Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.

Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.

Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.

Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia,

como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre".

María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.”


REFLEXIÓN

Cuando María entró en casa de Isabel, lo primero que escuchó fueron palabras de felicitación, comprendió  el profundo significado de tales palabras, y sus labios se abrieron para magnificar la obra divina. Reconoció que se cumplía en ella la promesa hecha por Dios a Abrahán y, sobre todo, cantó lo que descubría en la historia de su pueblo: Dios está con nosotros, presente en la vida de los hombres en sus luchas: “Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”  

Una muchacha, convertida en madre por la fuerza del Espíritu, entona el canto de la revolución, y el hijo que lleva en sus entrañas será el profeta de semejante conmoción. El himno de los pobres toma cuerpo en María, y el Espíritu repite en ella la conmovedora fidelidad de Dios, que viene a exaltar a los despreciados de la tierra. Dios se inclina hacia su humilde sierva, en adelante todas las generaciones la proclamarán bienaventurada.

“A los hambrientos los colma de bienes” ¡Ah!, María conoce ese hambre, ese deseo, esa pasión de vivir. Sin embargo, no creo que dijera “sí” a Dios porque estaba cansada de luchar. Todo lo contrario, precisamente porque Dios sabía que iba a encontrar en ella un hambre y una sed suficientes, por eso le pidió que llevara en su seno a su Hijo.

Esta es la revolución de Dios. Y a mí me alegra que esta revolución haya empezado por una joven que dijo sí. Yo sé, Señor, que tu revolución va mucho más allá que mi pobre lucha de hombre sin aliento. “A los hambrientos los colma de bienes” “Dichosos los  pobres porque de ellos es el Reino de los cielos”.

Si la asunción es el triunfo de la vida sobre la muerte, no deja de ser interesante que hoy fijemos los ojos en el cántico que María eleva a Dios, al descubrir su plan redentor.

            Efectivamente, el Magníficat es un canto de esperanza, puesto en labios de María por Lucas, pero que en realidad es proclamado por toda la comunidad que se siente salvada por Dios.

            En el Magníficat podemos ya descubrir la mística de la resurrección y de la persona: Dios libera a su pueblo de las guerras de la esclavitud y de la muerte, y lo resucita por su misericordia, venciendo a los poderosos opresores y ensalzando al humilde oprimido.

            Podemos suponer que esta María que canta el Magníficat es la comunidad-madre que, reflexionando sobre toda la historia, descubre en ella los pasos del Dios de la vida.

Seguramente que en un instante se cruzaron por la imaginación de María las horas difíciles que había vivido y las que le tocará vivir; como asimismo la historia de su pueblo, cómo había emigrado a Egipto acosado por el hambre y cómo había  terminado siendo explorado por los faraones; recordó entonces la gesta liberadora del éxodo y la entrada del pueblo en la tierra prometida, anuncio de una vida nueva.

María es la humilde pobre y humilde, es el pueblo que descubre la fuerza de Dios en su propia debilidad; es el pueblo que hace surgir de su seno al salvador; que saca fuerzas de su debilidad, que no se achica frente al grande, que no se humilla delante del rico o del poderoso; que no vende sus derechos por misiles atómicos ni prostituye sus mujeres por crédito.

Esta es la María que canta el Magníficat, que se alegra en su Dios Salvador porque la mirado su pequeñez y ha hecho de ella el brazo poderoso que destruye la opresión.

ENTRA EN TU INTERIOR

SEGUIDORA FIEL DE JESÚS

 Los evangelistas presentan a la Virgen con rasgos que pueden reavivar nuestra devoción a María, la Madre de Jesús. Su visión nos ayuda a amarla, meditarla, imitarla, rezarla y confiar en ella con espíritu nuevo y más evangélico.

 María es la gran creyente. La primera seguidora de Jesús. La mujer que sabe meditar en su corazón los hechos y las palabras de su Hijo. La profetisa que canta al Dios, salvador de los pobres, anunciado por él. La madre fiel que permanece junto a su Hijo perseguido, condenado y ejecutado en la cruz. Testigo de Cristo resucitado, que acoge junto a los discípulos al Espíritu que acompañará siempre a la Iglesia de Jesús.

 Lucas, por su parte, nos invita a hacer nuestro el canto de María, para dejarnos guiar por su espíritu hacia Jesús, pues en el "Magníficat"    brilla en todo su esplendor la fe de María y su identificación maternal con su Hijo Jesús.

 María comienza proclamando la grandeza de Dios: «mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava». María es feliz porque Dios ha puesto su mirada en su pequeñez. Así es Dios con los sencillos. María lo canta con el mismo gozo con que bendice Jesús al Padre, porque se oculta a «sabios y entendidos» y se revela a «los sencillos». La fe de María en el Dios de los pequeños nos hace sintonizar con Jesús.

 María proclama al Dios «Poderoso» porque «su misericordia llega a sus fieles de generación en generación». Dios pone su poder al servicio de la compasión. Su misericordia acompaña a todas las generaciones. Lo mismo predica Jesús: Dios es misericordioso con todos. Por eso dice a sus discípulos de todos los tiempos: «sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso». Desde su corazón de madre, María capta como nadie la ternura de Dios Padre y Madre, y nos introduce en el núcleo del mensaje de Jesús: Dios es amor compasivo.

 María proclama también al Dios de los pobres porque «derriba del trono a los poderosos» y los deja sin poder para seguir oprimiendo; por el contrario, «enaltece a los humildes» para que recobren su dignidad. A los ricos les reclama lo robado a los pobres y «los despide vacíos»; por el contrario, a los hambrientos «los colma de bienes»  para que disfruten de una vida más humana. Lo mismo gritaba Jesús: «los últimos serán los primeros». María nos lleva a acoger la Buena Noticia de Jesús: Dios es de los pobres.

 María nos enseña como nadie a seguir a Jesús, anunciando al Dios de la compasión, trabajando por un mundo más fraterno y confiando en el Padre de los pequeños.

 José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            La María resucitada de las cenizas de la muerte es, sin embargo, más un símbolo que una realidad; o, si se prefiere, es una realidad que se abre paso lentamente a medida que crece la fe del pueblo en el Dios liberador.

            Contemplar a María triunfante, más que un grito de victoria, es el descubrimiento de todo el alcance y el significado de la fe en el mundo. La victoria que el hombre debe lograr sobre su egoísmo es posible; y es esta posibilidad la que hoy nos alienta.

            La Asunción de María, al igual que la resurrección de Cristo, subraya el optimismo cristiano: la paz es posible, la justicia es posible, el amor es posible… Pero también subrayan la lucha que supone todo proceso de liberación: nada se nos dará gratuitamente a espaldas de nuestra pereza.

            Optimismo esperanzador y responsabilidad liberadora: he ahí la síntesis de esta festividad.

            La Asunción es el triunfo de la fe sobre la muerte. Y por ese triunfo lucha la Iglesia, porque “para Dios nada es imposible”.

ORACIÓN FINAL

            Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que aspirando siempre a las realidades divinas lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo.

           

 

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