lunes, 21 de enero de 2013

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)


“Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra”.
3 de Febrero
IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
1ª Lectura: Jeremías 1,4-5.17-19
Salmo 70: Mi boca contará tu salvación, Señor.
2ª Lectura: 1 Corintios 12,31-13,13
PALABRA DEL DÍA
Lc 4,21-30
“Comenzó Jesús a decir en la sinagoga: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: “¿No es este el hijo de José?”. Y Jesús les dijo: “Sin duda me recitaréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”. Y añadió: “Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naaman, el sirio”. Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba”.
Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es este el hijo de José?".
Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo'. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún".
Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra.
Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país.
Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio".
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron
y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino”.
REFLEXIÓN
¿NO NECESITAMOS PROFETAS?

«Un gran profeta ha surgido entre nosotros». Así gritaban en las aldeas de Galilea, sorprendidos por las palabras y los gestos de Jesús. Sin embargo, no es esto lo que sucede en Nazaret cuando se presenta ante sus vecinos como ungido como Profeta de los pobres.

Jesús observa primero su admiración y luego su rechazo. No se sorprende. Les recuerda un conocido refrán: «Os aseguro que ningún profeta es bien acogido en su tierra». Luego, cuando lo expulsan fuera del pueblo e intentan acabar con él, Jesús los abandona. El narrador dice que «se abrió paso entre ellos y se fue alejando». Nazaret se quedó sin el Profeta Jesús.

Jesús es y actúa como profeta. No es un sacerdote del templo ni un maestro de la ley. Su vida se enmarca en la tradición profética de Israel. A diferencia de los reyes y sacerdotes, el profeta no es nombrado ni ungido por nadie. Su autoridad proviene de Dios, empeñado en alentar y guiar con su Espíritu a su pueblo querido cuando los dirigentes políticos y religiosos no saben hacerlo. No es casual que los cristianos confiesen a Dios encarnado en un profeta.

Los rasgos del profeta son inconfundibles. En medio de una sociedad injusta donde los poderosos buscan su bienestar silenciando el sufrimiento de los que lloran, el profeta se atreve a leer y a vivir la realidad desde la compasión de Dios por los últimos. Su vida entera se convierte en "presencia alternativa" que critica las injusticias y llama a la conversión y el cambio.

Por otra parte, cuando la misma religión se acomoda a un orden de cosas injusto y sus intereses ya no responden a los de Dios, el profeta sacude la indiferencia y el autoengaño, critica la ilusión de eternidad y absoluto que amenaza a toda religión y recuerda a todos que sólo Dios salva. Su presencia introduce una esperanza nueva pues invita a pensar el futuro desde la libertad y el amor de Dios.

Una Iglesia que ignora la dimensión profética de Jesús y de sus seguidores, corre el riesgo de quedarse sin profetas. Nos preocupa mucho la escasez de sacerdotes y pedimos vocaciones para el servicio presbiteral. ¿Por qué no pedimos que Dios suscite profetas? ¿No los necesitamos? ¿No sentimos necesidad de suscitar el espíritu profético en nuestras comunidades?.

Una Iglesia sin profetas, ¿no corre el riesgo de caminar sorda a las llamadas de Dios a la conversión y el cambio? Un cristianismo sin espíritu profético, ¿no tiene el peligro de quedar controlado por el orden, la tradición o el miedo a la novedad de Dios?


José Antonio Pagola


ENTRA EN TU INTERIOR
            Siguiendo la lectura continuada del evangelio de Lucas, enlazamos con el domingo anterior, cuando Jesús tomó el volumen de Isaías y leyó el pasaje donde está escrito: “el espíritu del Señor está sobre mí… me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres…” Y Jesús añadió su comentario personal: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”. Aquel de quien habla la profecía es él. Jesús se presenta como aquel profeta. Y a la reacción de los habitantes de Nazaret, que tan bien le conocían, primero fue de admiración, pero al poco rato se convirtió en rechazo. Sobre este tema que, como vemos, también podría reflejar nuestra propia situación actual, se nos ha propuesto en la primera lectura, un texto del profeta Jeremías, en el cual éste aparece como un hombre elegido por Dios pero que, como Jesús, deberá soportar el rechazo de su pueblo. Por ello el salmo que sigue, destaca la protección que Dios ofrece a todos sus discípulos para que puedan soportar las condiciones adversas en las que deberán vivir.
            En los domingos ordinarios, la primera lectura trata, habitualmente, el mismo tema que el Evangelio, pero no nos podemos olvidar de la segunda lectura, que aunque toca otro tema, no por eso es secundario o menos importante.
            En los dos domingos anteriores Pablo nos ha hablado de los carismas, que son los dones que Dios concede a cada uno de nosotros, por medio de su Espíritu,  para que podamos ponerlos al servicio de toda la comunidad. Y los dones son diversos. No todos sabemos ni podemos hacerlo todo. Es necesario que tengamos conciencia de ser una comunidad, un cuerpo, en el cual todos los miembros trabajan con una misma finalidad y entre todos lo vamos cubriendo todo. Hoy nos llega aquel texto que hemos escuchado tantas veces, sobre todo en las celebraciones de bodas: el himno al amor.
            Entre todos los dones y carismas que podemos recibir de Dios, hay uno que es el más excelente de todos y, por tanto, lo hemos de valorar más que cualquier otro. Es el único que no sólo sirve durante el tiempo de nuestra permanencia aquí en la tierra, sino que atraviesa la barrera de la muerte y sigue siendo válido incluso en la etapa de nuestra vida en el cielo. Éste es el amor, acerca del cual Pablo enumera algunas de sus características para terminar diciendo: “el amor no pasa nunca”.
            Con tres palabras distintas, designa la lengua griega la palabra amor, según el sentido que se le quería dar: eros (que no aparece nunca en el N.T.), para el amor que cada uno tiene a personas y cosas en proporción a lo que espera obtener de ellas; filía (que solo aparece unas pocas veces en el N.T.), que significa la amistad, y ágape que, contrariamente al eros, significa lo que cada uno está dispuesto a hacer y a dar para hacer felices a aquellos que ama. En el Nuevo testamento siempre aparece ágape. Este es el amor que Cristo predicó. Un amor que está dispuesto incluso al sacrificio, cuando es necesario. Es así como hemos de amarnos unos a otros. Este es el amor que nunca se marchita.
 ORA EN TU INTERIOR

          Jesús no es una doctrina que se aprende de memoria pero no nos toca el corazón. Jesús es “alguien” de verdad que camina a nuestro lado, al lado de todo ser humano, y nos ofrece su amistad y su Reino. Jesús sigue siendo hoy el profeta del Reino, y las palabras del profeta Isaías siguen cumpliéndose en él. “Ha sido consagrado para llevar la buena Noticia a los pobres; ha sido enviado a anunciar libertad a los pobres; ha sido enviado a anunciar libertad a los presos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a anunciar el año favorable del Señor” (Is 61,1-2). ¿Cómo resuenan en mí estas palabras?.

Expliquemos el Evangelio a los niños
Imágenes proporcionadas por Catholic.Net





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