jueves, 3 de enero de 2013

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR



“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.


DOMINGO 13 DE ENERO
FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

1ª Lectura: Isaías 42,1-7
Salmo 28: “El Señor bendice a su pueblo con la paz”
2ª Lectura: Hechos 10,34-38
PALABRA DEL DÍA
Lucas 3,15-22

“En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomo la palabra y dijo a todos: -Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el espíritu santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo; -Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.




Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías,
él tomó la palabra y les dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.
Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo
y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".



REFLEXIÓN

            El Bautista habla de manera muy clara: “Yo os bautizo con agua”, pero esto solo no basta. Hay que acoger en nuestra vida a otro “más fuerte”, lleno del Espíritu de Dios: “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”.
            Son bastantes los “cristianos” que se han quedado en la religión del Bautista. Han sido bautizados con “agua”, pero no conocen el bautismo del “Espíritu”. Tal vez lo primero que necesitamos todos es dejarnos transformar por el Espíritu que desciende sobre Jesús. ¿Cómo es su vida después de recibir el Espíritu de Dios?
            Jesús se aleja del bautista y comienza a vivir desde un horizonte nuevo. No hemos de vivir preparándonos para el juicio inminente de Dios. Es el momento de acoger a un Dios Padre que busca hacer de la humanidad una familia más juta y fraterna. Quien no vive desde esta perspectiva no conoce todavía qué es ser cristiano.
            Movido por esta convicción, Jesús deja el desierto y marcha a galilea, a vivir de cerca los problemas y sufrimientos de la gente. Es ahí, en medio de la vida, donde hemos de sentir a Dios como un Padre que atrae a todos a buscar juntos una vida más humana. Quien no siente así a Dios no sabe cómo vivía Jesús.
            Jesús abandona también el lenguaje amenazador del Bautista y comienza a contar parábolas que jamás se le hubieran ocurrido a Juan.  El mundo  ha de saber lo bueno que  es este  Dios  que busca y acoge a sus hijos perdidos porque solo quiere salvar, nunca condenar. Quien no habla este lenguaje de Jesús no anuncia su buena noticia.
            Jesús deja la vida austera del desierto y se dedica a hacer “gestos de bondad” que el bautista nunca había hecho. Cura enfermos, defiende a los pobres, toca a los leprosos, acoge a su mesa a pecadores y prostitutas, abraza a niños de la calle. La gente tiene que sentir la bondad de Dios en su propia carne. Quien habla de un Dios bueno y no hace los gestos de bondad que hacía Jesús desacredita su mensaje.
            Jesús vivió en el Jordán una experiencia que marcó para siempre su vida. No se quedó con el Bautista. Tampoco volvió a su trabajo en la aldea de Nazaret. Movido por un impulso incontenible comenzó a recorrer los caminos de Galilea anunciando la buena Noticia de Dios.
            Como es natural, los evangelistas no pueden describir lo que ha vivido Jesús en su intimidad, pero han sido capaces de recrear una escena conmovedora para sugerirlo. Está construida con rasgos de hondo significado: “Los cielos se rasgan”: ya no hay distancias; Dios se comunica íntimamente con Jesús. Se oye “una voz venida del cielo: “Tú eres mi Hijo querido. En ti me complazco”.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

                Ya no hay distancias; Dios se comunica íntimamente con Jesús. Se oye “una voz venida del cielo”: “Tú eres mi Hijo querido. En ti me complazco”.
            Lo esencial está dicho. Esto es lo que Jesús escucha de Dios en su interior: “Tú eres mío. Eres mi Hijo. Tu ser está brotando de mí. Yo soy tu Padre. Te quiero entrañablemente; me llena de gozo que seas mi Hijo; me siento feliz”. En adelante, Jesús solo lo invocará con este nombre: Abbá, Padre.
            De esta experiencia brotan dos actitudes que Jesús vive y trata de contagiar a todos: confianza increíble en Dios y docilidad incondicional. Jesús confía en Dios de manera espontánea. Se abandona a él sin recelos ni cálculos. No vive nada de forma forzada o artificial. Confía en Dios. Se siente hijo querido.
            Por eso enseña a todos a llamar a Dios “Padre”. Le apena la “fe pequeña” de sus discípulos. Con esa fe raquítica no se puede vivir. Les repite una y otra vez: “No tengáis miedo. Confiad”. Toda su vida la pasó infundiendo confianza en Dios.


EL ESPÍRITU DE JESÚS

            En tiempos de crisis de fe no hay que perderse en lo accidental y secundario. Hemos de cuidar lo esencial: la confianza total en Dios y la docilidad humilde. Todo lo demás viene después.
Jesús apareció en Galilea cuando el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa. Llevaban mucho tiempo sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban “cerrados”. Una especie de muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era capaz de escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por su Espíritu.

Lo más duro era esa sensación de que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los problemas de Israel. ¿Por qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente muchos recordaban la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios: “Ojalá rasgaras el cielo y bajases”.

Los primeros que escucharon el evangelio de Marcos tuvieron que quedar sorprendidos. Según su relato, al salir de las aguas del Jordán, después de ser bautizado, Jesús «vio rasgarse el cielo» y experimentó que «el Espíritu de Dios bajaba sobre él». Por fin era posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret.

Ese Espíritu que desciende sobre él es el aliento de Dios que crea la vida, la fuerza que renueva y cura a los vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la vida, a curarla y hacerla más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por Jesús con su Espíritu.

Sin ese Espíritu todo se apaga en el cristianismo. La confianza en Dios desaparece. La fe se debilita. Jesús queda reducido a un personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra muerta. El amor se enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa más.

Sin el Espíritu de Jesús, la libertad se ahoga, la alegría se apaga, la celebración se convierte en costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el Espíritu la misión se olvida, la esperanza muere, los miedos crecen, el seguimiento a Jesús termina en mediocridad religiosa.
 
Nuestro mayor problema es el olvido de Jesús y el descuido de su Espíritu. Es un error pretender lograr con organización, trabajo, devociones o estrategias diversas lo que solo puede nacer del Espíritu. Hemos de volver a la raíz, recuperar el Evangelio en toda su frescura y verdad, bautizarnos con el Espíritu de Jesús:
 
No nos hemos de engañar. Si no nos dejamos reavivar y recrear por ese Espíritu, los cristianos no tenemos nada importante que aportar a la sociedad actual tan vacía de interioridad, tan incapacitada para el amor solidario y tan necesitada de esperanza.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

                Son bastantes los hombres y mujeres que un día fueron bautizados por sus padres y hoy no sabrían definir exactamente cuál es su posición ante la fe. Quizá la primera pregunta que surge en su interior es muy sencilla: ¿para qué creer? ¿Cambia algo la vida por creer o no creer? ¿Sirve la fe realmente para algo?
            Estas preguntas nacen de su propia experiencia. Son personas que poco a poco han arrinconado a Dios de su vida. Hoy Dios no cuenta en absoluto para ellas a la hora de orientar y dar sentido a su existencia.
            Dios no les dice nada. Se han acostumbrado a vivir sin él… No experimentan nostalgia o vacío alguno por su ausencia. Han abandonado la fe y todo marcha en su vida tan bien o mejor que antes. ¿Para qué creer?
            Esta pregunta solo es posible cuando uno “ha sido bautizado con agua”, pero no ha descubierto qué significa “ser bautizado con el Espíritu de Jesucristo”.
            ¿Para qué creer? Para vivir la vida con más plenitud; para situarlo todo en su verdadera perspectiva y dimensión; para vivir incluso los acontecimientos más triviales e insignificantes con más profundidad.
            ¿Para qué creer? Para atrevernos a ser humanos hasta el final; para no ahogar nuestro deseo de vida hasta el infinito; para defender nuestra libertad sin rendir nuestro ser a cualquier ídolo; para permanecer abiertos a todo el amor, la verdad, la ternura que hay en nosotros. Para no perder nunca la esperanza en el ser humano ni en la vida.

ORACIÓN

                Jesús, tú vas en la fila de los que acuden a bautizarse, como un pecador más que busca su purificación: estás asumiendo mi lugar, porque soy yo el pecador necesitado de perdón, y tú eres el único Justo. Gracias, Jesús, por tu Bautismo y por mi Bautismo, en el que recibí de tu generosidad mi mayor tesoro.

ANUNCIO DE LAS FIESTAS DEL AÑO

                La gloria del Señor se ha manifestado en Belén y seguirá manifestándose entre nosotros, hasta el día de su retorno glorioso.
            Por eso os anuncio con gozo, hermanas y hermanos, que así como nos hemos alegrado en estas fiestas de la Navidad de nuestro Señor Jesucristo, nos alegremos también en la gran celebración pascual de la Resurrección de nuestro Salvador.
            Así pues, recordemos que este año el ejercicio de la Cuaresma, que nos prepara para la Pascua, comenzará el día 13 de Febrero, Miércoles de Ceniza, y del 24 al 30 de Abril, celebraremos la Semana Santa.
            Del 28 al 30 de Abril celebraremos con fe el Triduo Pascual de la muerte, sepultura y resurrección del Señor Jesús.
            El día 31 de Marzo será la Pascua, la fiesta más grande del año, que la comenzaremos con la Solemne Vigilia Pascual.
            Y al cabo de cincuenta días, como culminación de la cincuentena pascual, el domingo 19 Mayo, celebraremos la Solemnidad de Pentecostés, el don que Jesús resucitado hace a su Iglesia: su Espíritu Santo.
 
 
 
 Expliquemos el Evangelio a los niños
Imágenes proporcionadas por Catholic.net


 

COMIENZA EL TIEMPO ORDINARIO


 



LUCAS, EL EVANGELISTA DEL CICLO (C)
José Antonio Pagola

                El evangelio de Lucas es sin duda el más atractivo. El primero que hemos de leer para descubrir con gozo a Jesús, el Salvador enviado por Dios “para buscar y salvar lo que estaba perdido”. Al mismo tiempo, el más accesible para captar el mensaje de Jesús como buena Noticia de un Dios compasivo, defensor de los pobres, curador de los enfermos y amigo de pecadores.
            No sabemos con certeza el nombre del autor. Se le atribuye tradicionalmente a un médico cristiano, compañero de Pablo, llamado Lucas. Ha sido escrito fuera de Palestina, probablemente en Roma, entre los años 80 y 90. El autor se dirige a lectores de cultura griega. Su escrito no parece destinado a una comunidad claramente identificable. El libro está dedicado a un cristiano llamado Teófilo, para que lo difundiera entre cristianos provenientes del paganismo.
            Lucas es el primer escritor cristiano que narra una especie de “historia de la salvación” siguiendo un cierto orden. Compone su obra en dos partes. La primera está constituida por el evangelio, y está centrada en Jesús; después de la infancia de Jesús se narra su trayectoria desde Galilea a Jerusalén, donde culmina con su crucifixión, su resurrección y la escena de la ascensión. La segunda parte se llama Hechos de los Apóstoles, y está centrada en la primera Iglesia. En este escrito se observa una dirección inversa al evangelio; comienza en Jerusalén con la ascensión y se narran luego los primeros pasos de los discípulos de Jesús, que serán sus testigos “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra”.
EL EVANGELIO DE LA ALEGRÍA
                + El evangelio de Lucas es el “evangelio de la alegría”. A lo largo de sus páginas se nos invita a acoger a Jesús con gozo. No hemos de salir a su encuentro con miedo, preocupación o recelo, sino con alegría y confianza. La primera que escucha esta invitación es María: “alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo” (1,28). Ya antes de nacer, Lucas presenta a Jesús difundiendo alegría mesiánica desde el seno de su madre (1,44). Su nacimiento en Belén es motivo de alegría. Así lo anuncia el enviado de Dios: “No tengáis miedo. Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (2,11).
            Más tarde, Lucas presenta a Jesús irradiando alegría allí donde se hace presente. Las curaciones que lleva a cabo en las aldeas de Galilea despiertan la alegría y la alabanza a Dios. En sus parábolas, Jesús les habla de la alegría que experimenta Dios cuando un pecador se convierte (15,7.10.32). Al entrar en Jerusalén, “toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios con grandes voces” (19,37). Al subir Jesús al cielo, sus discípulos vuelven a Jerusalén “con gran gozo” y “estaban siempre en el templo alabando a Dios” (24,53). Este evangelio de Lucas nos ayudará a descubrir a Jesús como algo nuevo y bueno, que puede llenar nuestra vida de gozo y agradecimiento a Dios.
            En el origen de esta alegría está la gran noticia de la salvación que Dios nos ofrece en Jesús. Por eso Lucas lo presenta como Salvador.
EL EVANGELIO DE LA SALVACIÓN
                + Lucas insiste en que Jesús es el “hoy de la salvación”. En Cristo, Dios nos está ofreciendo su salvación hoy, ahora mismo, que estás leyendo esto, siempre: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador” (2,11). En casa de Zaqueo Jesús dice: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (19,10). En la cruz promete al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (23,43). El evangelio de Lucas nos invita a acoger a Jesús, el Cristo, que viene a nuestras vidas a salvar lo que estaba perdido.
            Esta salvación que Lucas anuncia es fruto de la misericordia de Dios. En Jesús se nos revela la bondad, el perdón y la gracia de Dios. Ya en el canto de Zacarías se nos anuncia que “por las entrañas de misericordia de nuestro Dios nos visitará la luz que nace de lo alto, para iluminar a los que se hallan en tinieblas y en sombras de muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (1,78-79). Toda la actuación salvadora de Jesús revela la misericordia de Dios y se manifiesta de formas diversas.
            En primer lugar, en el perdón que ofrece a los pecadores. Jesús es como el “padre” de la parábola, que acoge a los hijos perdidos y celebra con ellos comidas festivas; como el “pastor” que busca a las ovejas perdidas y, al encontrarlas, hace fiesta con sus amigos; como “la pobre mujer” que busca y encuentra su pequeña moneda perdida y lo celebra con sus vecinas (15,1-32). En Lucas encontramos dos inolvidables escenas en las que Jesús ofrece el perdón de Dios a una prostituta (7,36-50) y a Zaqueo, el publicano (19,1-10). Y lo veremos morir pidiendo perdón (23,34).
            La misericordia de Dios se revela también en las curaciones de Jesús, que Lucas presenta como gestos de misericordia más que como manifestación de su poder (17,11-19).
EL EVANGELIO DEL ESPÍRITU
                Según el evangelio de Lucas, la salvación de Dios nos llega por la fuerza del Espíritu. Jesús es el “portador del Espíritu de Dios”. En él se hace presente en el mundo el Espíritu Santo, dador de vida. El Bautista (1,15). Incluso él es concebido por obra del Espíritu Santo (1,35), y es este mismo Espíritu el que desciende sobre él cuando estaba en oración después del bautismo (3,22).
            Este Espíritu “lo conduce al desierto” (4,1) y lo guía “con su fuerza” por los caminos de Galilea (4,14). Ungido por ese mismo Espíritu, vive anunciando a los pobres, oprimidos y desgraciados la buena Noticia de su liberación (4,7-20).
EL EVANGELIO DE LOS POBRES
                + Lucas es el “evangelio de los pobres”. Su relato de Jesús viene preparado por dos textos programáticos de gran importancia. En primer lugar, el canto de María proclama un Dios revolucionario, el Dios del reino que anuncia Jesús: un Dios “que derriba de sus tronos a los poderosos y exalta a los humildes; colma de bienes a los pobres y despide a los ricos si n nada” (1,52-53). En segundo lugar, el programa trazado por un texto de Isaías, que Jesús se aplica a sí mismo en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Noticia” (4,18).
            Por eso Jesús es el Profeta pobre que “no tiene donde reclinar la cabeza” (9,58). El profeta indignado que advierte a los ricos: “No podéis servir a Dios y al dinero” (16,13). Y podríamos multiplicar los textos.
            Recorriendo el evangelio de Lucas aprenderemos a vivir de manera sana en la sociedad del consumo sin vivir esclavos del dinero, sin caer en la obsesión del bienestar, aprendiendo a convivir de manera más solidaria, compartiendo los nuestro con los más necesitados.
EL EVANGELIO DE LA ORACIÓN
            + Lucas es “el evangelio de la oración”. Nos presenta a Jesús como alguien que vive todo desde dentro, invocando al Padre, abriéndose al espíritu, dando gracias y alabando a dios. En los momentos más importantes y decisivos, Jesús aparece en oración, comunicándose con el Padre en el bautismo en el Jordán (3,21), al elegir a los Doce (6,12); antes de preguntar a sus discípulos “¿Quién decís que soy yo?” (9,18); antes de enseñarles la oración del Padrenuestro (11,1); en el episodio de la transfiguración (9,28-29). Jesús bendice a Dios porque se revela a los pequeños (10,21-22); intercede por Pedro para que su fe no desfallezca (22,31-32); ora en Getsemaní para acoger la voluntad del Padre y muere perdonando a los que le ajusticiaban.
EL EVANGELIO DE LA MUJER
                + El Evangelio de Lucas presta una atención especial a la mujer. En su relato aparecen personajes femeninos de una fuerza extraordinaria: María, la madre de Jesús; Isabel, Ana, la viuda de Naín, la pecadora de la casa de Simón, sus amigas Marta y María, María de Magdala, la muer anónima que alaba a su madre… Lucas tiene un interés especial en presentar a Jesús curando a mujeres enfermas (la suegra de Simón, la mujer que padecía pérdidas de sangre, la anciana encorvada, María de Magdala. También subraya su compasión y su ternura con la mujer pecadora y con las mujeres que salen llorando a su encuentro camino de la cruz.
EL VERDADERO PROTAGONISTA DEL EVANGELIO DE LUCAS.
                + El protagonista del evangelio de Lucas no es sólo un personaje histórico. Es el Señor resucitado, que sigue vivo en la comunidad de sus seguidores. Así es presentado desde el comienzo.
            De esta manera Lucas nos recuerda que estamos leyendo la Buena Noticia de alguien que sigue vivo, pues ha sido resucitado por Dios. Sus palabras no son el testamento de un maestro difunto; son palabras vivas de alguien que nos sigue hablando ahora con palabras de vida eterna. Los hechos que se nos narran no son la biografía de alguien que ya pasó; son los gestos salvadores de alguien que está sanando y salvando nuestras vidas. Hemos de leer el evangelio de Lucas no como algo de ayer, sino como algo de hoy y para nosotros.

 

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