martes, 1 de enero de 2013

EPIFANÍA DEL SEÑOR

  

“Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra”.

DOMINGO 6 DE ENERO
SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
1ª Lectura: Isaías 60,1-6
Salmo 71: “Se postrarán ante ti, todos los pueblos de la tierra”
2ª Lectua: Efesios 3,2-6
LECTURA DEL DÍA
Mateo 2,1-12
“Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes.
Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
-“¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
-“En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:
-“Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo”
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino”.
 

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén
y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo".
Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén.
Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías.
"En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta:
Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel".
Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella,
los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje".
Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño.
Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría,
y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.
Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino”.

REFLEXIÓN
La fiesta de la Epifanía es la primera que empezó a celebrarse, después de la Pascua. Una fiesta que conserva toda su fuerza, especialmente en la Iglesia Oriental. Es más que la Navidad. Es la manifestación de Dios en el nacimiento, en la estrella a los Magos, en el bautismo y en las bodas de Caná, los primeros signos de la presencia de Dios entre nosotros.
            Los evangelios de la infancia, tanto en Mateo como en Lucas, tienen claras aperturas a la universalidad. Lucas las pone en labios de Simeón: Cristo es “salvación para todas las naciones, luz para todas las gentes”. Mateo lo plasma en el relato de la estrella –aparece en el lejano Oriente- y los Magos la siguen.
            Dios es para todos. El cielo, a la altura en que se fijan las estrellas, todavía no es propiedad de nadie. Todos puede ver la estrella y nadie puede apropiársela. Todos pueden gozar con la luz de la estrella, sin que nadie le estorbe. Todos pueden levantar sus ojos y sus pensamientos a la luz de la estrella, sin que nadie lo prohíba. Todos pueden embriagarse de belleza, llenarse de esperanza y encenderse en amor a la luz de la estrella, sin tener que pagar por ello.
            Nos viene bien esta fiesta con aires ecuménicos y con colores brillantes. A pesar de que el mundo se nos ha abierto en todos los sentidos, a pesar de que aún los pueblos más lejanos hoy, en cierto sentido, están cerca, a pesar de que las Iglesias y religiones han progresado en comprensión y apertura, seguimos moviéndonos en un mundo pequeño. Nuestro corazón sigue siendo pequeño, muy pequeño.
            Hoy, día de la Epifanía, de la manifestación amorosa de Dios a todas las gentes, le pedimos al Niño dinamismo ensanchador, la gracia de abrirnos a los límites del mundo.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR.
Unos magos de Oriente...

El mensaje central del relato evangélico de los magos es claro: el Salvador nacido en Belén es para todos los hombres y mujeres de la Tierra. La salvación que trae Cristo es para toda la humanidad.
Se dice que todos vivimos ya en una "aldea universal". Pero seguimos divididos en bloques, enfrentados en razas, pueblos y naciones. El amor universal que debería brotar de la fe en Jesucristo no logra unir divisiones, salvar distancias y curar rupturas.
¿Dónde ha quedado el carácter universal y católico del cristianismo? Porque hemos de reconocer que somos los cristianos quienes vivimos divididos por particularismos ideológicos y políticos, separados por discriminaciones y sectarismos de origen diverso.
 

Nuestro amor no es universal y sin fronteras, capaz de abrirse a todos lohombres y mujeres de la Tierra, y de buscar la justicia y el bien para todos los pueblos. Encerrados en nuestros propios intereses, seguimos invocando a Dios Padre de todos, de espaldas precisamente a los más necesitados.

¿Cómo caminar hacia esa fraternidad amplia y universal que exige la adhesión al Salvador del mundo?  ¿Cómo unir solidariamente a los hombres y mujeres de la Tierra, si, «ya no son éstos, días para vivir separados»? ¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué la fe cristiana no nos hace más universales? ¿Por qué seguimos interesados casi exclusivamente por lo nuestro?
Teilhard de Chardin escribía hace unos años estas palabras: «No es posible fijar habitualmente la mirada sobre los grandes horizontes descubiertos por la ciencia, sin que surja un deseo oscuro de ver ligarse entre los hombres una simpatía y un conocimiento crecientes, hasta que, bajo los efectos de alguna atracción divina, no existan más que un solo corazón y un alma única sobre la faz de la Tierra. »
El relato de los magos nos revela en el Niño de Belén esa "atracción divina " de la que habla Teilhard de Chardin. Ese Niño nos invita a los creyentes a ensanchar nuestro horizonte, vivir nuestra fe con amplitud universal y colaborar en la creación de una solidaridad real y efectiva entre todos los pueblos.
El relato evangélico sólo habla de unos magos o sabios. Más tarde, la tradición empezó a hablar de «tres magos», fundándose en el número de regalos que ofrecen al Niño: oro, incienso y mirra.
A partir del siglo octavo, se mencionan incluso sus nombres: Melchor, Gaspar y Baltasar. Más tarde, se los considera como representantes de las tres razas entonces conocidas: blanca, amarilla y negra. De manera ingenua pero inteligente, la tradición entendía que el cristianismo estaba llamado a unir a todos los pueblos de la Tierra.
Cayendo de rodillas, le adoraron 
El hombre actual ha quedado, en gran medida, atrofiado para descubrir a Dios. No es que sea ateo. Es que se ha hecho «incapaz de Dios».
Cuando un hombre o una mujer sólo busca o conoce el amor bajo formas degeneradas y cuando su vida está movida exclusivamente por intereses egoístas de beneficio o ganancia, algo se seca en su corazón.
Cuántos viven hoy un estilo de vida que les abruma y empobrece. Envejecidos prematuramente, endurecidos por dentro, sin capacidad de abrirse a Dios por ningún resquicio de su existencia, caminan por la vida sin la compañía interior de nadie.
El gran teólogo A. Delp, ejecutado por los nazis, veía en este «endurecimiento interior» el mayor peligro para el hombre moderno. «Entonces deja el hombre de alzar hacia las estrellas las manos de su ser. La incapacidad del hombre actual para adorar, amar, venerar, tiene su causa en su desmedida ambición y en el endurecimiento de la existencia».
Esta incapacidad para adorar a Dios se ha apoderado también de muchos creyentes que sólo buscan un «Dios útil». Sólo les interesa un Dios que sirva para sus proyectos privados o sus programas socio-políticos.
Dios queda así convertido en un «artículo de consumo» del que podemos disponer según nuestras conveniencias e intereses. Pero Dios es otra cosa. Dios es Amor infinito, encarnado en nuestra propia existencia. Y ante ese Dios, lo primero es adoración, júbilo, acción de gracias.
Cuando se olvida esto, el cristianismo corre peligro de convertirse en un esfuerzo gigantesco de humanización y la Iglesia en una institución siempre tensa, siempre agobiada, siempre con la conciencia de no lograr el éxito moral por el que lucha y se esfuerza.
Pero la fe cristiana, antes que nada, es descubrimiento de la Bondad de Dios, experiencia agradecida de que sólo Dios salva. El gesto de los Magos ante el Niño de Belén expresa la actitud primera de todo creyente ante Dios.
Dios existe. Está ahí, en el fondo de nuestra vida. Somos acogidos por Él. No sabemos a dónde nos quiere conducir a través de la muerte. Pero podemos vivir con confianza ante el misterio.
Ante un Dios del que sólo sabemos que es Amor, no cabe sino el gozo, la adoración y la acción de gracias. Por eso, «cuando un cristiano piensa que ya ni siquiera es capaz de orar, debería tener al menos alegría».

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR
                Una inmensa alegría, que es el fruto de la fidelidad. En cualquier momento vuelve a lucir la estrella, la buena estrella, la fiel estrella. Puede bastar una palabra, como la de Jesús resucitado a la Magdalena. Puede ser un cariñoso reproche. Puede ser una presencia de Dios. Puede ser una bendición o una respuesta a mi llamada. Puede ser una especial providencia o el cumplimiento de mis deseos. Puede ser la palabra de un hermano.
 
ORACIÓN

·         Qué la luz de Jesucristo, como la luz de la estrella, ilumine a todas las gentes.

·         Para que se multipliquen los testigos del amor de Dios a los hombres, misioneros que sean portadores de salvación, especialmente a los más necesitados. Para que todos los que sufren, los que buscan, los que dudan, los que han perdido la esperanza, vuelvan a encontrar la luz de la estrella. Amén.
 
Expliquemos el Evangelio a los niños
Imágenes proporcionadas por Catholic.net
 




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