3 DE DICIEMBRE
LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO
PALABRA DEL DÍA
Mateo 8,5-11
“Señor, no soy digno…”
“Al entrar Jesús en
Cafarnaúm, un centurión se le acercó rogándole: “Señor, tengo en casa un criado
que está en cama paralítico y sufre mucho”. Jesús le contestó: “Voy yo a
curarlo”. Pero el centurión le replicó: “señor, no soy quién para que entres
bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, mi criado quedará sano. Porque yo
también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno:
“Ve”, y va; al otro: “Haz esto”, y lo hace”. Al oírlo, Jesús quedó admirado y
dijo a los que le seguían: “Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie
tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con
Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos”.
REFLEXIÓN
Las palabras
de aquel centurión han quedado inmortalizadas para siempre. Poco podía él
imaginar que iban a ser repetidas cada día, en cada celebración de la
eucaristía, como acto de fe antes de comulgar. Cuando las pronunció no imaginó el
alcance universal; y que las mismas iban a ser norma de Fe y de humildad para
millones de personas cada día.
Para
aquel centurión, sus palabras fueron por aquel criado suyo gravemente enfermo,
impedido de parálisis, con grandes padecimientos. Fiel siervo debía ser, de
confianza, insustituible, querido y respetado como si de un familiar se
tratara. Buen amo que consternado por la grave enfermedad de su siervo,
entristecido por los sufrimientos de aquel acude al señor, al que conocía de
oídas y sabía de sus hechos. No espera a que Jesús pase cerca, sino que él sale
a su encuentro. “¡Señor, mi criado yace en cama paralítico, con terribles
sufrimientos”. No pide nada para él, pide para su siervo. Aquello no era muy
usual en la sociedad romana, que aceptaban la esclavitud. ¡Un amo pidiendo por
un siervo! ¿Qué hubieran pensado en roma si hubieran visto al centurión
pidiendo por un criado de la servidumbre? Los esclavos no tenían valor como
personas, no eran considerados como tales. Por ello adquiere más valor la
actitud del centurión.
“Yo
iré a curarle” le responde el Señor. ¡Señor, no soy digno que entres en mi
casa!, le dice el centurión, por considerar por muchos motivos, que su casa no
era lugar apropiado para un Hombre Santo. Pero el Señor le atiende por su fe y
por su humildad, dos premisas que conmueven a Jesús como se puede ver en los
cuatro evangelios. No mira que fuera un soldado que había invadido su país. El señor
ve las cualidades que posee y lee en su corazón.
Vemos
el efecto contrario, cuando fariseos le piden al Señor un milagro para creer.
La soberbia es rechazada por Jesús. ¡Necesitaban milagros para creer!
¿Pero
solo por la fe? Se puede apreciar otra actitud querida por el Señor, el amor al
prójimo. Aquel hombre gravemente enfermo no era de su familia; era un criado y
dado el clasismo de la sociedad romana, era de admirar que el centurión se
preocupara de aquellos que tenía a su servicio. Al Señor le agrada que nuestra
mirada no sea primero para nosotros, sino para los demás, en el que tenemos al lado,
en aquel que sufre, en el desfavorecido, en el enfermo. El centurión demuestra
ser portador de unos valores que no eran muy usuales en aquella sociedad
romana.
¡Señor
no soy digno que entres en mi alma, pero una palabra tuya servirá para sanarla!
Rezamos esa plegaria, mientras nos acercamos a recibir la comunión sacramental.
En actitud de paz, dejando todo fuera; con el respeto que merece el Señor, al
que vamos a abrirle las puertas de nuestra alma, que se convertirá en sagrario
viviente. ¡Qué honor!. La Virgen fue el primer sagrario viviente y el portal de
Belén, el primer templo donde moró el Señor. Ahora lo somos nosotros, cada vez
que comulgamos y también los sagrarios de los templos, donde nos espera a que
lo visitemos. Muchas veces tan solo, esperando que tú y yo lo visitemos.
Señor,
yo no soy digno…, repitamos mañana y pasado y siempre.
ENTRA
Y ORA EN TU INTERIOR
¡Ven, divino
Mesías…! El Adviento que empezamos es un grito, una oración y una espera. Sin
embargo, ¡no faltan los mesías en nuestros días! ¿Hay que esperar a otro que
triunfe donde han sido tantas las esperanzas frustradas? Mesianismos políticos,
sociales, económicos, religiosos: siempre se presentan como otras tantas
fuerzas, como poderes atractivos, como la solución al marasmo de los hombres.
Todos esos mesianismos reclaman para sí una obediencia total, sin condiciones.
Y uno tras otro van derrumbándose, asfixiados por su totalitarismo. Así
sucumbió en otro tiempo la soberbia Jerusalén.
Pero
el mesianismo cristiano no se apoya en una fuerza humana; tiene sus raíces en
la palabra de los profetas, que incansablemente fueron repitiendo:
“¡Convertíos, volved a vuestro Dios!” El
Mesías que nosotros invocamos es el de los pobres y el de la paz; Mesías para
el hombre que ha experimentado la vanidad del orgullo y de la suficiencia.
Mesías que recorre nuestros caminos y viene a salvar lo que estaba perdido: “Señor, no soy digno… pero basta una palabra
tuya…”.
Siempre
hay en el mesianismo una parte de utopía. De nosotros depende que esa utopía se
haga realidad: ¿tendremos humildad suficiente para considerarnos pobres, sin
derecho, sin poder? De ser así, ese día “¡no
alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra!”.
ORACIÓN
Sí, te
damos gracias, Dios, justicia nuestra, esperanza del mundo. Tú creaste al
hombre para que compartiera con sus hermanos el amor, la paz y la dicha. Y
cuando él se aparta de ti, preso de las inquietudes de la vida, tú le das a tu
Hijo, entregado para remisión de los cautivos.
Por
eso nosotros alzamos nuestras cabezas cuando ya el alba se anuncia en el
horizonte y cantamos con todos los santos: “’¡Ven Señor Jesús!”, y te aclamamos
sin cesar.
4 DE DICIEMBRE
MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO
PALABRA DEL DÍA
Lucas 10,21-24
“Lleno de alegría del
Espíritu Santo, exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las
has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el
Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere
revelar”. Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: “¡Dichosos los ojos
que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes
desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo
oyeron”.
REFLEXIÓN
Una loca esperanza se apodera de
nosotros: “He aquí que vienen días de
justicia y de paz”. Pero esos días ¿dónde están? ¿Qué es lo que va a
cambiar con este Adviento? “¡Dichosos los
ojos que ven lo que vosotros veis!” Pero ¿qué es lo que vemos?.
Otro
tanto sucede con la esperanza; si no tuviera algo de locura, ya no sería
esperanza… Los prudentes, los sabios, los jefes de Estado no la necesitan. En
cambio, para los pobres, un rayo de sol, una palabra de consuelo, una mano
tendida, valen más que mil tratados de paz. Saben descifrar lo invisible,
porque están habituados a vivir al nivel de lo imperceptible. Acaso se diga de
ellos que son demasiado crédulos, pero con Jesús ¡están en buena compañía!
¿Habéis
visto uno de esos árboles que, adelantándose excesivamente a la estación,
empiezan a echar brotes demasiado temprano? Si cae una fuerte helada, ese árbol
ya no dará fruto… Es verdad; pero su audacia es señal de una primavera que, no
obstante el invierno, al fin llegará. Necesitamos esperanza, ¡aun cuando sea un
poco loca!
“Saldrá un vástago del tronco de Jesé…,
juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados”. Vino
Jesús, y vino sin armas, servidor sin corona. Hoy viene al corazón de la gente
humilde y sencilla que le aguarda. El lobo habitará con el cordero; ¿y el
hombre con el hombre?
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
¿Y por qué no, hermanos y hermanos?
De ti depende que acojas al espíritu de dios. Aún está Jesús levantado en alto
en la cruz, como un estandarte para los pueblos. Dichoso el que camina poniendo
sus pies sobre las pisadas de Jesús para dar consistencia a la esperanza, débil
brote en tronco desnudo, aurora de una primavera en medio de la noche ¡que no
puede durar siempre!
En
realidad, los profetas sólo tuvieron un conocimiento velado de los tiempos
mesiánicos; la revelación del misterio estaba destinada a los herederos del Reino,
a “la gente sencilla”, Jesús puede dar gracias por ser sólo los “pobres de
Yahvé” los que leen los signos y tienen acceso cerca de dios. Por otra parte,
su acción de gracias recuerda la bendición de Dan 2,20-23: al igual que los
magos de caldea, los fariseos y los escribas, no obstante su ciencia, son
incapaces de descifrar los signos de la venida del Reino.
ORA EN TU INTERIOR
Bendito seas, Padre, señor de cielo
y tierra, porque mediante la sabiduría de la fe y del amor revelas a los
sencillos lo que se oculta a los sabios.
La
esperanza de tu venida nos va ganando, Señor, pues tu justicia despunta ya como
rosa de invierno, haciendo posible la utopía mesiánica del profeta.
Señor,
nosotros queremos preparar tus caminos siendo instrumentos de tu paz en
nuestros ambientes, para que donde imperan el egoísmo y el desamor sobreabunde
con Cristo paz, justicia, luz, fe, dignidad, optimismo, fraternidad y gozo en
el espíritu.
ORACIÓN
Señor Jesús, contigo doy gracias al
Padre porque ha elegido a la gente sencilla para revelarle la palabra de vida,
que eres tú. ¿Me ves entre los que te escuchan? Prefiero estar entre los
sencillos elegidos que entre los sabios y entendidos. Sí, quiero ser discípulo
tuyo, amigo tuyo, y, con tus apóstoles, ver lo que ellos vieron y escuchar lo
que tú decías. Hoy te pido que alejes de mi corazón el orgullo y me des la
mansedumbre y la humildad del corazón cristiano. AMÉN.
5 DE DICIEMBRE
MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO
PALABRA DEL DÍA
Mateo 15,29-37
“Me da lástima de la gente, llevan ya tres días conmigo y no tienen
qué comer…”
“Jesús, bordeando el
lago de galilea, subió al monte y se sentó en él. Acudió a él mucha gente
llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los echaban a
sus pies, y él los curaba. La gente se admiraba al ver hablar a los mudos,
sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y dieron
gloria al Dios de Israel. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Me da
lástima de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer.
Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen en el camino”. Los
discípulos le preguntaron: “¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes
suficientes para saciar a tanta gente?”. Jesús les preguntó: “¿cuántos panes tenéis?”.
Ellos contestaron: “siete y unos pocos peces. Él mandó que la gente se sentara
en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, dijo la acción de gracias, los
partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron
todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete cestas llenas”.
REFLEXIÓN
¡Sí, el Reino de Dios está cerca!
Jesús toma a su cargo las enfermedades y las dolencias humanas. Son borrados
los pecados y se pone la mesa para todos los hombres; para ocupar un puesto en ella
se requiere una sola condición: creer en Jesucristo. Así logró de él la mujer
cananea la curación de su hija.
Jesús
preside la mesa del Reino. Como en otro tiempo Yahvé alimentó a su pueblo en el
desierto, hoy Jesús da a comer su “carne”. Toma unos panes, da gracias y los
reparte. En este relato está presente la Pascua entera: Pascua del desierto
para las doce tribus y Pascua de la historia, que reúne a todos los hombres.
“¡Venid,
todo está preparado para el banquete!” Cuando Dios viene, lo hace para colmar
de bienes a los hambrientos, para dar plenitud de vida a los que ardientemente
aspiran a ella: ¡cojos, ciegos, lisiados, pobres! Para ellos toma Jesús los
siete panes y unos peces, y los multiplica hasta el infinito, a la medida del
hambre de aquella gente y de su propia generosidad. Para ellos prepara Dios un
banquete digno de las mayores festividades.
¿Os
ocurre con frecuencia que asociáis la idea de dios a la de suculentos manjares
y vinos generosos? O, lo que es lo mismo, cuando deseáis vivir a fondo, con
todo vuestro ser, ¿pensáis en Dios? ¡Es que Dios y la Vida son una misma cosa!
Dios
viene para los pobres. Lo decimos muchas veces, pero ¿aceptamos nuestra propia
pobreza? No ya la pobreza de ser pecadores, sino esa otra pobreza más radical de ser lisiados, de haber sido
heridos por una vida que exigimos con todo nuestro ser y que nunca se nos da
más que a medias. Una pobreza que nos envuelve como un manto de luto. Aceptar
esta pobreza es ponerse a clamar a Dios. Porque Dios viene a transformar
nuestro luto en danza, y nuestro desierto en mesa de privilegio. ¿Cómo vamos a
encontrar a Dios si no clamamos por la vida como el ciego clama por el sol?
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
Desear, esperar, y
después exultar, comulgar. Estas son las palabras de la pobreza. Jesús ha
dispuesto la mesa para los pobres: “¡Si alguno tiene hambre, que venga!” en el
camino de nuestros desiertos, la eucaristía es la mesa de la esperanza y la
fiesta de los pobres. ¡Dichosos los invitados a ella! ¡Dichoso el que abre las manos
con deseo ardiente de vivir! ¡Dichosos los que lloran cuando el Señor viene a
enjugar las lágrimas de los rostros! Este es el gesto de la ternura, el gesto
de Cristo cuando toma en sus manos el pan para poner en las nuestras su cuerpo
entregado. “¡Sí, ven, Señor Jesús!”.
ORA EN TU INTERIOR
Te damos gracias, oh Dios, nuestra
esperanza, por Jesucristo, tu Hijo amado, que vino a reunir a los que iban, sin
rumbo, al desierto del abandono.
Bendito
seas tú, oh Dios que colmas el deseo del hombre, Dios que haces brotar la vida
más fuerte que la muerte y más dulce que las lágrimas.
Ante
esta mesa de fiesta, preanuncio del banquete de tu Reino, te bendecimos, dios y
Padre de los pobres, con todos cuantos ponen en ti su esperanza.
ORACIÓN
Señor Jesús, te doy gracias, porque
no solo te ocupas de anunciar el Reino de Dios, sino que también te preocupas
de saciar el hambre física de hombres, mujeres y niños. También tu Iglesia
-también yo- estoy llamado a dar respuesta a los problemas temporales de mis
hermanos y a ser testigo de tu misericordia ante el mundo. AMEN
6 DE DICIEMBRE
JUEVES DE LA SEMANA PRIMERA DE ADVIENTO
PALABRA DEL DÍA
Mateo 7,21.24-27
“No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el Reino de los
cielos…”
“Dijo Jesús a sus
discípulos: “No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el Reino de los
cielos, sino el que el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre
prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos,
soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque
estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone
en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena.
Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra
la casa, y se hundió totalmente”.
REFLEXIÓN
La palabra de Jesús es palabra de
vida, y el hombre debe dejarla fructificar en su vida.
La
roca desnuda, la arena y el torrente de agua que se precipita sobre el reseco
lecho son otras tantas imágenes que le sirven a Jesús para ilustrar un pequeño
apólogo en alabanza del hombre previsor que construye su casa sobre valores
seguros. Pero ¿qué valor más seguro que la persona de Jesús, a quien el salmo
117 llama la piedra angular?
“¡Tenemos
una ciudad fortificada! ¿Quién podrá derribarla?... ¡Somos dueños de la mitad
del mundo! ¿Quién podrá igualarnos?” Extensa letanía del orgullo humano, en la
que van desfilando los títulos de seguridad, seguidos, como un estribillo, por
el eco de las guerras, el clamor de los explotados y la muerte de los
oprimidos. Basta que se produzca una inesperada devaluación del oro, y veréis
temblar en sus cimientos a esa gente que vive en nuestras ciudades cimentadas
sobre arena. ¿Acaso no se escribe la historia sobre la base de las
civilizaciones destruidas?
Pero
el hombre es incorregible, y media un abismo entre nuestros relatos de historia
y la Historia vista desde el lado de Dios, en ese reino inaudito en el que la
gente pobre goza de consideración y los humildes rebosan de alegría. No tenemos
aquí ciudad permanente… Nuestra morada está destinada a permanecer eternamente…
¿Construimos para cien años o construimos para siempre? ¿Cuál es nuestra
Jerusalén? ¿La que se jacta de tener muro y antemuro o “la que baja del cielo
engalanada como una novia ataviada para su esposo”? ¿Ciudad protegida contra la
guerra o ciudad inerme abandonada al amor? ¿Ciudad de los hombres o ciudad de
Dios? “Los que confían en el Señor son como el monte Sión”, dice otro salmo.
Pero un día, Sión fue, a su vez, arrasada… ¡El que pone su confianza en el
Señor no morirá jamás!
Hombre,
¿en qué tienes puesta tu confianza? ¿En el dinero, en el poder, en la
seguridad…? Sábete que tu derrumbamiento será total. Porque sólo hay un valor
seguro, y ese valor se llama “Dios”.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
Para conocer y cumplir la voluntad
del Padre hemos de meditar y orar la palabra de Cristo hasta hacerla eje y
quicio de nuestra vida cristiana, núcleo central de nuestra estructura
personal, y no un mero añadido de suplemento dominical.
Cristo
Jesús es el modelo de esta escucha y práctica, el gran servidor del Padre y del
hombre, el cumplidor fiel de la voluntad divina. Como él, nosotros sus
discípulos hemos de ser personas de oración, que es más que la súplica vocal,
para convertirla en la vida de comunión con Dios. Ésta se derramará luego sobre
nuestra existencia personal, la familia y el trabajo, la realidad comunitaria y
social en que vivimos, sin crear divorcio entre la fe y la vida.
Amar a
Dios y al hermano es el cuadro completo y el resumen de la voluntad de Dios.
Así construimos nuestra casa sólidamente. Pues Jesús no preconiza un activismo
pragmático y eficaz a cualquier precio; más bien lo condena, puesto que él no
reconoce como suyos a quienes aseguran haber profetizado y echado demonios
haciendo milagros en su nombre, pero sin haber llenado su vida personal y su
acción mundana con la obediencia de la fe a la voluntad de su Padre Dios.
ORA EN TU INTERIOR
Tú eres, Señor, nuestra roca de
refugio y es mejor confiar en ti que en los poderosos, porque es mayor la
seguridad de tu amor que la de las abultadas cuentas bancarias.
Queremos
escuchar tu palabra y cumplirla, sin contentarnos con decirte: ¡Señor, Señor!
Pero líbranos tú de nuestra inconstancia.
Te
pido por los responsables de la paz entre los pueblos, para que construyan el
futuro sobre la roca de la justicia; por los que poseen los bienes de este
mundo, para que abran a todos las puertas del bienestar; por los cristianos que
invocan tu nombre, para que traduzcan su fe en actos de amor y de solidaridad
con los más pobres.
ORACIÓN
Hoy
quiero hacer mía la oración de Carlos de Foucauld: “Padre,
me pongo en tus manos; haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las
gracias. Lo acepto todo con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus
criaturas. Necesito darme, ponerme en tus manos con confianza, porque tú eres
mi Padre”.
7 DE DICIEMBRE
VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO
PALABRA DEL DÍA
Mateo 9,27-31
“Qué os suceda conforme a vuestra fe…”
“Dos ciegos seguían a Jesús, gritando: “Ten
compasión de nosotros, hijo de David”. Al llegar a la casa se le acercaron los
ciegos, y Jesús les dijo: “¿Creéis que puedo hacerlo?” Contestaron: “Si,
Señor”. Entonces les tocó los ojos, diciendo: “Que es suceda conforme a vuestra
fe”. Y se les abrieron los ojos, Jesús les ordenó severamente: “¡Cuidado con
que lo sepa alguien!” Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la
comarca”.
REFLEXIÓN
La pregunta de Jesús nos explica el
porqué de la curación de los dos ciegos que se le acercaron pidiéndole a gritos
la vista para sus ojos en tinieblas: “¿Creéis
que puedo hacerlo?” Ante su respuesta afirmativa, Jesús concluye: “Que os suceda conforme a vuestra fe”. Y
se les abrieron los ojos. Así se cumplió el oráculo del profeta Isaías que
tenemos en la primera lectura, referido a los tiempos mesiánicos. Pronto, muy
pronto, los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad, y la salvación
de lo alto alegrará a los oprimidos y a los pobres de Dios.
Por
tanto, las fuentes de la palabra nos hablan hoy, elocuentemente, del adviento
como tiempo de fe y transformación, libertad y justicia, esperanza y gozo en el
Señor. La clave secreta de este cuadro maravilloso está en la fe. La necesidad
y eficacia de la misma es una constante en la biblia y en la vida cristiana de
cada día.
Como
en el caso de los ciegos, la historia de los milagros realizados por Jesús
coincide con el itinerario de la fe de los pobres de Dios. Era la fe de los
enfermos lo que desencadenaba a su favor la acción del poder divino que residía
en Jesús de Nazaret. Una y otra vez repite él a las personas agraciadas con una
intervención milagrosa: tu fe te ha curado, tu fe te ha salvado; hágase como
has creído. El dicho popular “la fe hace milagros” es de una certera exactitud
evangélica. Hasta tal punto era la fe presupuesto esencial y condición
indispensable, que donde Jesús no encontraba fe no “podía” obrar ningún
milagro. Fue el caso de sus paisanos (Mc 6,5).
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
Unos ciegos ven y unos hombres
levantan la cabeza. La muerte y las tinieblas, son vencidas, así como la
tiranía que ejercían sobre la humanidad. Cuando unos hombres y mujeres
reconocen en Jesucristo al Hijo de David, una comunidad se eleva a la vida de
la gracia.
¡Qué fácil es hacer que se condene a
los pobres y a los sencillos que ni siquiera conocen sus derechos! Les arrojas
un poco de polvo a los ojos y quedan cegados y entregados en manos de quienes
no buscan más que hacer caer a los inocentes. Ya se puede recitar ante ellos el
libro de la ley: para ellos no pasa de ser letra muerta. ¿Quién les dará la
clave para poder orientarse? Generación tras generación, así se burlan de Dios
y de los hombres los tiranos. Tiranía que aquí y allí reviste aspectos
gigantescos, en los que pueblos enteros son humillados; pero tiranía asimismo
insidiosa que, en pequeña escala, se conforma con hacer tropezar, uno a uno, a
los pequeños. “¡Mentid, mentid…, siempre queda algo!”.
ORA EN TU INTERIOR
“Un poco de tiempo todavía, dice el
profeta, y todo eso va a cambiar”. Pero los pobres se preguntan: ¿cuándo va a
ser eso? Y su noche se alarga…, hasta un día en que por el camino pasa alguien
que les dice simplemente: “¿Crees que puedo hacer eso por ti?”. Entonces
Jesucristo abre los ojos a los ciegos. Es el final de los tiranos. ¿Cómo?
Jesucristo explica a cada hombre la dignidad de serlo, y basta con que un
hombre alce la cabeza ante el opresor para que quede derrotada la tiranía, pues
ésta no ha alcanzado su objetivo, que no era otro que degradar al hombre.
Jesucristo explica al mundo el amor de Dios, y bastas un vislumbre de amor para
que el poder y la maldad sean vencidos.
“Un
poco de tiempo todavía, muy poco tiempo, dice el Señor”. Hermano, déjale a Dios
abrir tu corazón, y verás cómo tu pobreza es un manantial de felicidad. Sólo
que no vayas a contárselo a todo el mundo: ¿quién te comprendería? Hace siglos
que los tiranos creen que dirigen el mundo: pobres ciegos… con los ojos
abiertos cuanto pueden, no ven más que tiniebla. Pero para nosotros ha
despuntado el día; el día de una luz
interior.
ORACIÓN
Te
bendecimos, Padre, por el corazón de Cristo, que supo compadecerse de los dos
ciegos del camino, imagen viva de la humanidad necesitada de tu luz.
Hacemos
nuestros sus gritos de fe y de súplica: Nos invaden, Señor, las tinieblas de la
increencia y nos atenaza nuestra rutina y supuestas seguridades.
Haz,
Señor, que tu amor cure nuestra innata ceguera, despertando nuestra fe dormida,
para poder verlo todo con los ojos nuevos que nos das: los criterios de Jesús.
Cólmanos
de alegría y paz en este tiempo de adviento, que es oportunidad de conversión a
ti y a los hermanos. AMEN.