SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA
“No os dejaré huérfanos: os
enviaré el Espíritu”. El discurso de despedida de Jesús, que leemos en este
tiempo de la Ascensión, se hace oración. Antes de dejar a los suyos, Jesús
invoca al Padre por aquellos que ha recibido de su mano.
Recibirán el Espíritu. La
Iglesia va a recibir su constitución: no ya un código de mandamiento, sino una
ley interior incesantemente reescrita y puesta al día por el Espíritu. De edad
en edad, la Iglesia nacerá del Espíritu y será llamada a reencontrar la fuente
de su existencia. Vivirá del Espíritu, abandonándose a la pasión de amar que la
abrasa.
Los discípulos van a
recibir el Espíritu. De siglo, la Iglesia será la caja de resonancia de la
Buena Nueva sobre el escenario del mundo; prefigurará la unión de todas las
cosas en el amor al Padre.
“¡No os dejaré
huérfanos!”. El Espíritu, que hace a la Iglesia, es el don pascual del Señor
Jesús. Por tanto, no vamos a celebrar Pentecostés como algo distinto a la
Pascua, sino, más bien, como la eclosión de lo que Jesús ha sembrado venciendo
a la muerte. Los cincuenta días del tiempo de Pascua no habrán sido demasiados
para acoger al Espíritu de Cristo, vivo para siempre.
En este sentido, somos
invitados también a hacer un retiro en el cenáculo esta semana, con María, la
madre de Jesús, y los apóstoles, para pedir la efusión del Espíritu. En el
curso, a menudo monótono, del tiempo, la celebración litúrgica permite que
irrumpan los tiempos de Dios, para que se renueve el gran don pascual. Pedir
con insistencia el don del Espíritu durante esta semana que precede a la fiesta
de Pentecostés tiene, pues, mucho sentido; repetir incansablemente: “Ven,
espíritu Santo”, es profesar en la fe que ciertamente vendrá (nuestra oración
no es un grito insensato), pero que su venida depende necesariamente de nuestra
petición y de nuestra sumisión a él.
En el
Cenáculo estaba presente María. Discretamente. Está con la Iglesia para
siempre, como icono de acogida y de fecundidad. En ella, la Palabra se ha hecho
carne por el Espíritu, pues “nada es imposible para Dios”: también en la
Iglesia la Palabra se hará carne de los hombres, por la fuerza del Espíritu.
20 DE MAYO: DOMINGO
SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
JORNADA DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
PALABRA DEL DÍA
Marcos: 16,15-20
1ªLectura: Hechos
1,1-11
Salmo: 46
2ªLectura:
efesios 4,1-13
“En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Id al mundo
entero y proclamad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se
salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les
acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas
nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les
hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos”. Después de
hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos
se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba
confirmando la palabra con las señales que los acompañaban”.
REFLEXIÓN
La Ascensión del
Señor, quiere significar: cercanía al Padre, igualdad de poder y de gloria.
Pero en vez de Ascensión podríamos
hablar de comunión. Que Jesucristo suba al Padre quiere decir que se abraza en
comunión perfecta con el Padre. El Padre y yo somos uno, decía Jesús. Pero aquí
se añade la dimensión humana del Hijo, que vive también en comunión trinitaria.
En la Ascensión se destaca la
glorificación de la naturaleza humana, divinizada de Jesucristo. El Hijo de
Dios se despojó del manto divino para asumir la humanidad y vivir entre los
hombres.
Y ahora, en la Ascensión, el Hijo del Hombre se adorna
con el manto de Dios para vivir eternamente en Él. Lo humano y lo divino se
suman, no se contrarrestan. Dios se ha hecho hombre, el hombre se ha hecho
Dios.
La realización plena de este
dinamismo se encuentra en Jesucristo. Pero alcanza de una manera u otra a todos
los hombres. Dios se hizo hombre. Pero el misterio de la encarnación se
prolonga indefinidamente.
Dios se hizo hombre en el hijo de
María, pero se sigue haciendo hombre en los pobres, en los enfermos, en todos
los que sufren. Se hace hombre en los hermanos, en todos los que están llamados
a ser hermanos.
Dios se humaniza en el amor humano.
En los que se quieren, en los que viven en común, en los que rezan en común, en
los que tienen entrañas de misericordia.
Dios se humaniza
en los que creen en Jesús y guardan su palabra, en los que se dejan guiar por
el Espíritu, en los que transforman sus vidas viviendo en Jesucristo.
Y el hombre se hace Dios. Hay una
semilla divina en todo ser humano, porque estamos hechos a imagen y semejanza
de Dios. Esta semilla debe desarrollarse en plenitud.
Es camino es salir de sí, no vivir
para sí, sino en relación solidaria, en comunión.
Jesús sube al cielo.
El cielo no es un lugar, sino una
manera de estar, otra manera de ser. El cielo está donde se vive y cuando se
vive en amor. El cielo es experimentar la presencia de Dios.
Hay fuerzas que nos ayudan a llegar
al cielo:
· El deseo, hijo del amor y de la
esperanza.
· La oración, que es diálogo y
encuentro, que es apertura a Dios.
· El servicio desinteresado y
alegre, que es un camino directo hacia Dios.
· La pobreza, para aligerar el
equipaje.
· El esfuerzo, para poder llegar
a la cima.
· La fortaleza, para superar los
caminos y los momentos oscuros.
· La misericordia, para aprender
a sentir como Dios.
Todo se resume en el amor como nos recuerda la oración
litúrgica: “Tú que por el camino del amor descendiste hasta nosotros, haz que
nosotros por el mismo camino ascendamos hasta ti”
Alguien dijo que uno no está donde está sino donde
ama, donde tiene su corazón. Así de sencillo, pero así de verdad y así de
gratificante.
Uno está más donde anhela, donde piensa, donde sufre,
donde suspira, donde quiere, donde ama.
Y esto que es verdad ahora, es más verdad cuando se
vive más en el Espíritu. Porque el Espíritu, que es amor, está donde ama y
donde le aman.
Salimos ganando con la Ascensión del Señor:
· Porque nos garantiza su presencia: “ánimo, no temáis…”
· Porque está más dentro de
nosotros, en mayor intimidad.
· Porque puede estar con todos nosotros, sin limitación
de espacio.
· Porque puede estar siempre con
nosotros, sin limitación de tiempo.
· Porque está con nosotros en su Espíritu, la presencia
más lograda y más rica. Es una presencia divina que acompaña y transforma. Es
como si el mismo Cristo viviera en nosotros, hasta convertirnos en otros
Cristos. Presencia dinámica y transformadora.
· Porque está con nosotros en su
Palabra, presencia que se convierte en luz para el camino.
· Porque está con nosotros en el pan partido y en los
sacramentos, presencia real, que acompaña, consuela, fortalece y alimenta.
· Porque está con nosotros en los
hermanos, en los que le recuerdan y le aman, en los que comulgan, en los que se
unen, en los que se comprometen.
· Porque está con nosotros en los enfermos, en los
pobres y en los que sufren, presencia ardiente, llagas dolorosas del cuerpo del
Señor Jesús.
Jesús está presente en el hombre. ¿Qué tú no lo ves?
Es porque te falta fe y te falta amor. Grita como el ciego de nacimiento:
“Señor, que pueda ver, Señor, que pueda verte”.
ENTRA EN TU
INTERIOR
Jesús encontró el
modo de mitigar el dolor de la separación. Cierto que la ausencia de amor solo
se cura con la presencia, pero es que Jesús, nuestro gran amigo, no es un
ausente, él se hace presente de muchas y variadas formas.
Los que se aman nunca se separan,
porque uno está donde ama. Es una presencia, no corporal, sino espiritual, pero
real. El amor devora los espacios y los tiempos.
Cuando Salimos de nosotros mismos y
nos ponemos en camino solidario, ahí encontramos a Jesús. Él ha
Sacramentalizado a los pobres, y a los pequeños y débiles, a todos los que
sufren.
Donde hay comunidad, donde hay
familia, donde hay amistad, allí está Cristo, que convierte los encuentros en
sacramento. Cuando nos reunimos en su nombre, cuando nos querremos, cuando nos
perdonamos, ahí se hace presente al Señor.
Cuando oramos, cuando nos abrimos a
la presencia de Dios, cuando escuchamos su palabra. Entonces el nos habla al
corazón. Su palabra es también como un sacramento, y nos enciende el corazón.
ORA EN TU
INTERIOR
A ti, Cristo, que
estás con el Padre y que eres nuestro hermano, te pedimos: Señor Jesús,
intercede por nosotros.
· Mira a tu Iglesia, que sea
sacramento de tu presencia. Suscita en ella testigos de tu amor.
· Mira al mundo, que se abra a
los valores del Reino. Suscita trabajadores de la paz, la justicia y la
solidaridad.
· Mira a los más pequeños y a los
que más sufren, que sean respetados y ayudados.
· Mira a los niños y jóvenes que
reciben los sacramentos de iniciación. Que sean siempre tus amigos y tus
testigos.
· Míranos, Jesús, que vivamos
cada vez más unidos a ti. Suscita en todos anhelos de tu presencia.
ORACIÓN FINAL
Escúchanos,
Jesús, que lleguemos hasta ti por el camino del amor y de la entrega. Amén.
LUNES DE LA 7ª
SEMANA DE PASCUA
21 DE MAY0
· Hechos 19,1-8
“Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego”
Durante su estancia en Éfeso, Pablo se encuentre con algunos discípulos a
quienes pregunta si han recibido el Espíritu Santo. Y ellos muestran su
extrañeza, han recibido el bautismo de Juan, sí, pero no han oído hablar del
acontecimiento de Pentecostés.
¿Quiénes son? Probablemente, discípulos del bautista,
como Apolo. Han conocido a Jesús de Nazaret, pero no le han seguido en su
Pascua y, como los discípulos de Emaús, están perdidos por el camino, no
habiendo percibido el alcance profundo de lo sucedido en Jerusalén. Pablo les
abre los ojos. Les anuncia a Jesucristo muerto y resucitado y les da el
bautismo cristiano. Quedan iluminados. Es como un nuevo Pentecostés: reciben el
Espíritu, hablan en lenguas y profetizan.
· Salmo 67: “Reyes de la tierra,
cantad a Dios”.
El salmo 67 es difícilmente clasificable. Está
compuesto de antiguos poemas que evocan el poder y la gloria divinos, en los
que se arraiga la esperanza de los creyentes.
· Juan 16,29-33
Si queremos definir a ese gran desconocido que es el
Espíritu, con una expresión actual y bíblica, vital y única, tendremos que
decir: es el don de Cristo resucitado a la Iglesia, que es su cuerpo; es el
Espíritu de Jesús mismo en nosotros; en el “nosotros”trinitario y la conciencia
eclesial; ese amor que Dios nos tiene, difundido en nuestros corazones; es
nuestra nueva dimensión personal y comunitaria de discípulos de Jesús,
cristianos, hijos de Dios y hermanos de los hombres.
En nuestros días asistimos con gozo al
redescubrimiento del Espíritu en la Iglesia, que pone de relieve el
protagonismo decisivo del Espíritu en la renovación interna del pueblo de Dios
y en su misión evangelizadora del mundo. Los carismas y la llama de pentecostés
no se han apagado y son perceptibles en los constantes movimientos que de uno y
otro signo vivifican a la Iglesia, tales como comunidades que están
redescubriendo su bautismo con una nueva evangelización, comunidades
carismáticas, cursillos de cristiandad, equipos matrimoniales, grupos de
oración, hermandades, y otros grupos apostólicos que se esfuerzan y trabajan
por hacer una Iglesia cada vez más viva y visible por el testimonio de vida.
MARTES DE LA 7ª
SEMANA DE PASCUA
22 DE MAYO
· Hechos 20,17-27
Pablo ha partido el pan del Señor en Tróade. Ahora se
va a Jerusalén, donde quiere estar el día de Pentecostés; llegado a Mileto,
convoca a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso.
El apóstol presiente su fin próximo, pero esta
perspectiva no ralentiza su carrera, pues está seguro de ser conducido por el
Espíritu. Como Jesús, ha “endurecido su rostro” ahora que Jerusalén está en el
horizonte.
· Salmo 67: (Lunes de la séptima
semana).
· Juan 17,1-11
El Evangelio como la lectura de los Hechos, respira un
aire de despedida. Pablo reúne a los presbíteros de Éfeso para decirles adiós,
y Jesús se despide también de sus discípulos. En ambos casos flota una
atmósfera de oración. A partir de hoy, durante tres días, leeremos fragmentado
el capítulo 17 de san Juan, que es uno de los más sublimes del cuarto
evangelio, Jesús concluye su coloquio final con los discípulos dirigiendo su
oración al Padre. Una oración que resume el significado de toda su vida y que
trasciende el tiempo y el espacio para alcanzar a los discípulos de Cristo de
todos los tiempos. Te indicaré los textos de estos días y te invito a hacer una
lectura creyente y reposada del capítulo 17 del evangelio de Juan.
MIÉRCOLES DE LA
7ª SEMANA
DE PASCUA
23 DE MAYO
· Hechos 20,28-38
· Salmo 67
· Juan 17,11-19
JUEVES DE LA 7ª
SEMANA DE PASCUA
24 DE MAYO
· Hechos 22,30;23,6-11
· Salmo 15
· Juan 17,20-26
VIERNES DE LA 7ª
SEMANA DE PASCUA
25 DE MAYO
· Hechos 25,13-21
El proceso de Pablo se prolonga, pero, al igual que la
Ley, el derecho romano, a pesar de su imparcialidad, poco puede hacer por el
apóstol de Cristo. Claudio, Félix, Festo y Agripa reconocen la inocencia de
Pablo, pero deben inclinarse ante su apelación a la jurisdicción imperial. Para
evitar ser juzgado ante una jurisdicción judía. Pablo apela al Emperador.
· Salmo 102: “El Señor puso en el
cielo su trono”.
· Juan 21,15-19
En la
triple insistencia de Jesús en el amor de Pedro, le está diciendo que su
primado, será un primado de amor. El evangelio contiene dos partes. En la
primera de ellas Jesús confiere al apóstol Pedro una investidura pastoral
preeminente, y en la segunda le preanuncia su destino martirial. Subyace en
este evangelio la tradición neotestamentaria de una aparición del Señor
resucitado a Simón Pedro, y vemos también afinidad con el pasaje del primado
según Mt 16,18s.
SÁBADO DE LA 7ª
SEMANA DE PASCUA
26 DE MAYO
· Hechos 28,16-20.30.31
Pablo está en Roma, y allí se quedará dos años en
régimen de libertad vigilada. Como ha hecho siempre, el apóstol se dirige en
primer lugar a los judíos y les habla de la esperanza de Israel, es decir, de
la resurrección de los muertos, anticipada en la de Jesús. Los judíos se
dividen una vez más.
Con la etapa de Roma finaliza la proclamación del
evangelio a los judíos. Desde ahora se traza una nueva perspectiva: el tiempo
de las naciones. Ahí se encuentra, en definitiva, el verdadero juicio, la
palabra de gracia del Resucitado, que, a través de Israel, viene al encuentro
de todos los pueblos.
· Salmo 10: “Los buenos verán tu
rostro, Señor”.
· Juan 21,20-25
Concluimos la lectura continua que durante estas siete
semanas del tiempo pascual hemos venido haciendo del libro de los Hechos de los
apóstoles como primera lectura, y del evangelio según san Juan como segunda.
Los Hechos nos han mostrado la apasionante historia de los primeros pasos de la
Iglesia y el anuncio misionero de los apóstoles bajo la guía del Espíritu Santo
desde el día de Pentecostés, en cuya víspera estamos. A su vez, el evangelio de
Juan nos ha transmitido el testimonio del discípulo amado de Jesús sobre el
misterio y mensaje de la Palabra de Dios hecha carne.“Este es el discípulo que
da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su
testimonio es verdadero”.