“…todo el que se enaltece será
humillado;
Y el que se humilla será enaltecido”
1
DE SEPTIEMBRE
XXII
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©
1ª Lectura: Eclesiástico
3,17-20.28-29
Salmo 67: En tu bondad,
oh Dios, preparaste casa para los pobres
2ª Lectura: Hebreos
12,18-19.22-24ª
PALABRA
DEL DÍA
Lucas
14,1.7-14
“Entró Jesús un sábado en casa de uno de los
principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los
convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo: -cuando te
conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan
convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al
otro, y te dirá: Cédele el puesto a éste. Entonces, avergonzado, irás a ocupar
el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último
puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más
arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el
que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido. Y dijo al
que lo había invitado: -Cuando des una comida o una cena, no invites a tus
amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos; porque
corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a
pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te
pagarán cuando resuciten los justos”.
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los
principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente.
Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros
puestos, les dijo esta parábola:
"Si te invitan a un banquete de bodas, no te
coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra
persona más importante que tú,
y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que
decirte: 'Déjale el sitio', y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el
último lugar.
Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el
último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: 'Amigo,
acércate más', y así quedarás bien delante de todos los invitados.
Porque todo el que ensalza será humillado, y el que se
humilla será ensalzado".
Después dijo al que lo había invitado: "Cuando des
un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así
tengas tu recompensa.
Al contrario, cuando des un banquete, invita a los
pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.
¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte,
y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!".
REFLEXIÓN
En el evangelio de hoy,
Jesús vuelve a contraponer la postura farisaica ante el Reino de Dios y la de
los pobres y humildes que son los primeros en recibir los beneficios de una
acción de Dios abierta a todos, y principalmente a la parte más desheredada de
la sociedad.
La
actitud farisaica está caracterizada por
el cumplimiento de la ley por encima de la necesidad del prójimo.
La liturgia de hoy nos
invita a reflexionar sobre la actitud farisaica a la que Jesús contrapone, dos
actitudes fundamentales: la humildad y el desinterés.
“Todo el que se enaltece
será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
Al ver Jesús como los
invitados elegían los mejores puestos del banquete, convencidos de su propia
dignidad y valimiento, tuvo la oportunidad de resolver un problema que también
interesaba a sus discípulos: quién sería primero en el Reino de Dios o quién
merecería un premio más abundante.
El tema está relacionado
con el del domingo pasado: no sólo están los que preguntan quiénes se salvarán,
sino también los que se preocupan de salvarse más que los otros, repitiendo en
el Reino de Dios las categorías sociales que dividen a las personas en más
dignas y menos dignas.
Ante tal pretensión
Jesús afirma la primacía de la humildad, continuando con la más pura tradición
religiosa de su pueblo, como lo recuerda la primera lectura de hoy del libro
del Eclesiástico:
“Hijo mío, procede con
humildad..., hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de
Dios; porque es grande la misericordia de Dios y revela sus secretos a los
humildes”.
El concepto
correspondiente a la virtud de la humildad ha sido uno de los que más se han
deteriorado ante la mentalidad moderna y, debemos reconocer que, en gran
medida, justamente deteriorado.
Más que una virtud, la
humildad se presentaba como una antivirtud, porque disminuía al hombre y lo
empobrecía.
Hombres así de humildes
sin ningún destello de orgullo, poco podían servir para construir un mundo
nuevo que exige audacia, fuerza, ambición, empuje y, ¿por qué no?, cierto
orgullo de ser hombre.
Este concepto de
humildad, que aliena al hombre y le impide tener la fuerza suficiente para
afrontar los problemas que el día a día le presenta, muy difícilmente podría
ser aplicado al mismo Jesús, modelo supremo de humildad, si tomamos en cuenta
los datos evangélicos que nos lo presentan en los escasos años de su vida
pública como muy dueño de sí mismo, seguro frente a sus adversarios, duro y
hasta hiriente en sus ataques verbales, firme y recio ante un Pilato o un
Herodes.
Un Jesús que se llama
Hijo del Hombre, que se proclama camino, verdad y vida, luz de los hombres, pan
de vida, puerta de las ovejas, o que, como narra el evangelio de hoy, come con
los fariseos y allí mismo les echa en cara sus vicios sin muchos miramientos.
Sin embargo, Jesús parecía consciente de su humildad, pues llegó a decir:
“Aprended de mí que soy manso y humilde de
corazón”.
Santa Teresa decía que “la
humildad es la verdad”, y difícilmente encontraremos una mejor definición
de la humildad.
Porque la verdad es, que
lo más importante es cumplir la voluntad de Dios y Jesús fue siempre consciente
de la misión que el Padre le había confiado, una misión que exigía una humildad
absoluta : “Padre mío, si es posible, aparta de mí este cáliz, pero que no
se haga mi voluntad, sino la tuya”.
La humildad, por ser una
postura religiosa, define la situación del hombre ante Dios y el lugar que
ocupa en la creación.
La humildad es la postura interna que el hombre adopta
frente al Reino de Dios: simplemente, la de un hombre.
En el diálogo de Jesús
con el dueño de la casa, es interesante observar que mientras se critica a los
que acaparan los primeros puestos por su propia cuenta, se pone bien en claro que el dueño de la casa, y solamente
él, puede dar a cada uno el puesto que le corresponde. De otra manera; que cada
uno mire por sí mismo para hacer las cosas lo mejor posible; el juicio queda en
manos de Dios que conoce hasta lo íntimo de cada uno.
Que la humildad y la
rectitud en las intenciones deben ir juntas, es lo que parece sugerir Jesús
cuando le dice a su anfitrión: “Cuando des una comida o una cena, no invites
a tus amigos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos, porque corresponderán
invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres,
lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán
cuando resuciten los justos”.
El texto de hoy nos
dice, que estamos cerca del Reino de Dios cuando no actuamos en función del
premio o del castigo, sino por un amor puro y desinteresado. Porque eso es
obrar con humildad.
Finalmente, el texto de
Jesús tiene también una incidencia para la vida de la Iglesia y de cada
comunidad; no pueden ser las conveniencias sociales las que muevan las
relaciones de los cristianos, sino únicamente el servicio a los más
necesitados.
Dar y servir a los que
tienen para poder recibir de ellos después la paga correspondiente es un viejo
vicio en la historia de nuestra Iglesia. El acercamiento a los ricos y a los
poderosos tuvo su alto precio para la pureza de la fe cristiana y para la
evangelización de los pobres. Hoy lo vemos más claro, pero ya había sido dicho
por Jesús: Invitemos a los que no pueden pagarnos. Entonces sí que se pone de
manifiesto que esa invitación se hace en nombre de Jesucristo.
Una vez más llegamos a
una conocida conclusión: la evangelización de los pobres y su lugar de
privilegio dentro de la Iglesia son el signo más claro de que el reino de dios
ha tendido su mesa en medio de los hombres.
San Pablo lo entendió
perfectamente y así se lo pide a los cristianos de Filipos:
“Así pues, si hay una exhortación en nombre de Cristo,
un estímulo de amor; una comunión en el Espíritu, una entrañable misericordia,
colmad mi alegría, teniendo un mismo sentir, un mismo amor, un mismo ánimo, y
buscando todos lo mismo. Nada hagáis por ambición, ni por vanagloria, sino con
humildad, considerando a los demás como superiores a vosotros mismos, sin buscar el propio interés sino el de los
demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús....”
(Filipenses 2,1-5).
ENTRA EN TU INTERIOR
En
los años posteriores al Concilio se hablaba mucho de la «opción preferencial por
los pobres». La teología de la liberación estaba viva. Se percibía una nueva
sensibilidad en la Iglesia. Parecía que los cristianos queríamos escuchar de
verdad la llamada del Evangelio a vivir al servicio de los más desheredados del
mundo.
Desgraciadamente,
las cosas han ido cambiando. Algunos piensan que la «opción por los pobres» es
un lenguaje peligroso inventado por los teólogos de la liberación y condenado
justamente por Roma. No es así. La opción preferencial por los pobres es una
consigna que le salió desde muy dentro a Jesús.
Según
Lucas, éstas fueron sus palabras: «Cuando des una comida o una cena, no invites
a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos;
porque corresponderán invitándote y quedaras pagado. Cuando des un banquete,
invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden
pagarte; ya te pagarán cuando resuciten los justos».
¿Se
pueden tomar en serio estas palabras provocativas de Jesús? ¿Lo dice en serio o
es una manera de impactar a sus oyentes? Jesús habla de invitar a los
excluidos, marginados y desamparados. Son precisamente los desdichados a los
que él se está dedicando en cuerpo y alma por las aldeas de Galilea.
Sabe
bien que esto no es lo habitual. Los «pobres» no tienen medios para
corresponder con cierta dignidad. Los «lisiados, cojos y ciegos» sencillamente
no pueden. En Qumrán son precisamente los que están excluidos de la comida
comunitaria.
Jesús
habla en serio. Lo prioritario para quien sigue de cerca a Jesús no es
privilegiar la relación con los ricos, ni atender las obligaciones familiares o
los convencionalismos sociales, olvidando a los pobres. Quien escucha el
corazón de Dios, comienza a privilegiar en su vida a los más necesitados.
Una
vez de escuchar de labios de Jesús su opción preferencial por los pobres, no es
posible evitar nuestra responsabilidad. En su Iglesia hemos de tomar una
decisión: o no la tenemos en cuenta para nada, o buscamos seriamente cómo darle
una aplicación generosa.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
A Lucas le preocupaban las diferencias sociales de los
miembros de su comunidad. Sabía que no era tarea fácil vivir unas relaciones
fraternas según el evangelio entre personas que antes de formar parte de la
comunidad cristiana pertenecían a mundos tan diversos. En este contexto hemos
de situar la enseñanza de Jesús en un contexto de comida. El texto nos habla de
su vida, de lo que hizo, pero también nos habla de la vida de la comunidad de
Lucas, una comunidad asentada en una ciudad del Imperio romano donde la
cuestión de comer era decisiva: con quién se come, cómo se come… La enseñanza
de Jesús en la parábola nos recuerda la reflexión hecha por Ben Sirá en la
primera lectura del libro del Eclesiástico. Los que son importantes en la
sociedad y quieran vivir según el Reino deben pasar a ocupar voluntariamente
los últimos puestos y sentarse en el lugar de los más pobres e insignificantes.
Este es un paso para crear una comunidad de verdaderos hermanos. ¿Cuáles son
nuestras aspiraciones en la vida? ¿Cómo buscamos la grandeza del hombre? ¿Somos
capaces de humillarnos para levantar a tantos hermanos nuestros humillados por
el egoísmo y la injusticia de sus semejantes?
ORACIÓN
Dios
todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor
de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el
bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes proporcionadas por Catholic. net