miércoles, 31 de julio de 2013

4 DE AGOSTO:. XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)




“Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque

uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”

4 DE AGOSTO

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: Eclesiastés 1,2; 2,21-23

Salmo 89: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

2ª Lectura: Colosenses 3,1-5.9-11

PALABRA DEL DÍA

Lucas 12,13-21

“En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: -Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia, El le contestó: -Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Y dijo a la gente: -Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. Y les propuso una parábola: -Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos. ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: “Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe, y date buena vida:” Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?” Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.”

Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".

Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?".

Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".

Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho,

y se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha'.

Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,

y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida'.

Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?'.

Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios".

REFLEXIÓN

            El evangelio nos trae un caso real y una parábola que generaliza el caso.

            Ante el requerimiento de alguien que le pedía a Jesús que lo ayudara con su prestigio para la solución del litigio que mantenía con su hermano por la herencia, Jesús se negó rotundamente, ya que –según explicó- no había sido enviado para ser árbitro o juez de conflictos económicos, jurídicos o sociales.

            Sin forzar el significado de este hecho, resulta evidente, a la luz de cuanto ya hemos reflexionado sobre la misión de Jesús y de sus discípulos, que es solamente el interés del Reino de Dios lo que mueve a Jesús y lo que debe mover a la Iglesia, que debe dejar a la propia gente interesada la solución concreta de sus problemas y conflictos. Jesús renuncia a cualquier forma de paternalismo y demagogia.

            Esta negativa de Jesús no debe entenderse en el sentido de que estas cuestiones no tengan ninguna relación con el Reino de Dios, dicho de otra manera: la predicación de Jesús constituye un fundamento para la ética social, pero no es un código para resolver cualquier problema particular.

            La parábola de Jesús que explica por qué hay que cuidarse de la codicia, nos da el criterio del reino de Dios frente a la posible adquisición de bienes, vengan éstos  por herencia o por trabajo personal.

            Jesús desarrolla y perfecciona el criterio del Eclesiastés –libro escrito unos doscientos años antes de Jesús- con su característico pesimismo sobre la vida. Hoy no podemos pensar sin más que el trabajo no tiene sentido, ni siquiera que la adquisición de bienes o dinero no lo tenga. La reflexión sobre los valores humanos, sobre el cuerpo y sobre las realidades físicas relacionadas con el hombre, ha avanzado lo suficiente como para que, por no caer en un crudo materialismo, no nos vayamos al extremo opuesto de un angelical misticismo.

            Por eso Jesús contrapone dos tipos de riqueza: La riqueza que se transforma en objetivo final del hombre, alienándolo y embruteciéndolo, y la riqueza del hombre en sí mismo que emplea todo cuanto tiene y es al servicio de la riqueza del espíritu. Por este motivo se habla de la “codicia” que es la alienación total de la actividad humana.
 
            Los cristianos afirmamos genéricamente que Jesucristo da sentido a nuestra vida, o, como decía Pablo: “Para mí, la vida es Cristo, Sin embargo, no basta esta genérica expresión para que las cosas cambien mucho. Se necesita la reflexión de cada uno para preguntarse si se refiere al Cristo del Evangelio, por un lado, y para ver qué implica vivir hoy y aquí conforme a Cristo, imagen del Padre y prototipo del hombre nuevo, por otro. Siguiendo con el caso de hoy, podríamos preguntarnos qué debiera hacerse para que tanto los bienes materiales, como los culturales, artísticos, científicos, etc., constituyan un bien de cada hombre, como una forma práctica y concreta de vivir aquello de “amar al prójimo como a uno mismo”.

            En fin, que si sacáramos todas las consecuencias de estas breves reflexiones evangélicas, tendríamos motivo suficiente para afirmar nuestra confianza en la proyección humana del evangelio y para iniciar ese cambio que nuestra sociedad tanto requiere.

ENTRA EN TU INTERIOR

Contra la insensatez

Cada vez sabemos más de la situación social y económica que Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Los campesinos se quedaban sin tierras y los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes.

En un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No narra esta parábola para denunciar los abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.

Un rico terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. “¿Qué haré?”. Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los necesitados.

El rico de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar:”túmbate, come, bebe y date buena vida”. De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: “Imbécil, esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.

Este hombre reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.

En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano: ”los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres” (Zygmunt Bauman).

Este hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de la Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.

Desde la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana.

José Antonio Pagola
 
 

ORA EN TU INTERIOR

            Hermanos: “Despojados de la vieja condición humana, con sus obras, y revestidos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo.”

            El apóstol Pablo nos invita hoy a centrarnos en la consideración de lo que es esencial en nuestra vida, para que todo lo que hagamos esté regido por el testimonio y las palabras de Jesucristo que “es la síntesis de todo y está en todos.”

            Sólo así podremos vigilar el don maravilloso de la nueva vida a la que hemos sido iniciados por la fe.

ORACIÓN FINAL

            Señor, que nos has resucitado con Cristo, haz que, buscando los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a tu derecha, aspiremos a los bienes que nos enriquecen interiormente y que crean en el mundo un orden de paz y de justicia.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes proporcionadas por Catholic.net
 
 
 
 
 
 
 

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