miércoles, 10 de julio de 2013

14 DE JULIO: XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda

tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser.

Y al prójimo como a ti mismo”

14 DE JULIO

XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: Deuteronomio 30,10-14

Salmo 68; “Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón”

2ª Lectura: Colosenses 1,15-20

PALABRA DEL DÍA

Lucas 10,25-37

“En aquel tiempo, se presentó un letrado y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: -Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Él le dijo: -¿Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella? El letrado contestó: -“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”. Él le dijo: -Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida. Pero el letrado, queriendo aparecer como justo, preguntó a Jesús: -¿Y quién es mi prójimo? Jesús dijo: -Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba él, y al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: -Cuida de él, y lo que gastes de más ya te lo pagaré a la vuelta. ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? El letrado contesto: -El que practicó la misericordia con él. Díjole Jesús: -Anda, haz tú lo mismo”.

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?".

Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?".

Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".

"Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida".

Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?".

Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.

Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.

También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.

Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.

Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.

Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: 'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'.

¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?".

"El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera".

REFLEXIÓN

            El hombre es un peregrino; viajero que no conoce el inmovilismo. Aunque las apariencias le den la sensación de reposo o quietud, jamás respira el mismo aire. Camina por el desierto buscando siempre, aun cuando encuentre, como si avanzara de espejismo en espejismo hacia una meta que no sabe si está dentro o fuera de sí mismo.

            Pero, ¿qué busca?... O mejor: ¿qué buscamos?

            Se lo preguntó para ponerlo a prueba, porque quien sepa responder es un sabio y profeta; de lo contrario de nada sirve su filosofía o su religión. Sin darse cuenta, aquel hombre había puesto el dedo en la llaga. Vivía inmerso en una aparatosa estructura religiosa, tenía toda la experiencia y sabiduría de la ley de los profetas, pero, ¿servía eso para vivir?

            En efecto, ¿de qué nos sirve todo lo que tenemos y somos, si en ese todo no está incluida la vida, una vida con sentido, una vida que trascienda el espejismo de hoy y el de mañana?

            Por extraño que parezca, pocas veces la teología cristiana ha hecho una pregunta tan concreta. Y si recordamos los años de nuestra formación religiosa, comenzando ya desde el primer catecismo, qué poco se nos dijo de la vida y cuán pocas veces se enfocaron los problemas desde la perspectiva de esto tan urgente y tan universal: vivir.

            Jesús, como auténtico sabio, no dio una respuesta nueva ni original. Simplemente apeló a la vieja sabiduría humana, a veces corriente vital que recorre a menudo subterráneamente la historia, que a veces desborda y otras se sumerge, permitiendo una y otra vez encontrar sentido al largo caminar. Por eso le preguntó: ¿Qué hay escrito por allí? ¿Qué dice la experiencia de tu pueblo?

            La originalidad de Jesús no está en la respuesta que dio al letrado, sino en la conclusión final: “Anda, haz tú lo mismo.” Como si le dijera: Nadie puede hacerte vivir, ni siquiera la religión o la Biblia. Si quieres vivir, camina, construye, recrea. Sé tú mismo. Lo demás son palabras. Y eso lo explico mejor después con esa preciosa parábola “del buen samaritano”.

            Jesús no le dijo nada “nuevo”, sino que cumpliera aquello del amor. Que ame a Dios y que ame al prójimo. Eso es vida. Lo demás es muerte, aunque parezca vida.

 

 
ENTRA EN TU INTERIOR

Para no salir malparado de una  conversación con Jesús, un maestro de la ley termina preguntándole: «Y ¿quién  es mi prójimo?». Es la pregunta de quien sólo se preocupa de cumplir la ley.  Le interesa saber a quién debe amar y a quién puede excluir de su amor. No  piensa en los sufrimientos de la gente. Jesús, que vive aliviando el  sufrimiento de quienes encuentra en su camino, rompiendo si hace falta la ley  del sábado o las normas de pureza, le responde con un relato que denuncia de  manera provocativa todo legalismo religioso que ignore el amor al  necesitado.

En el camino que baja de Jerusalén a  Jericó, un hombre ha sido asaltado por unos bandidos. Agredido y despojado de  todo, queda en la cuneta medio muerto, abandonado a su suerte. No sabemos quién  es. Sólo que es un «hombre». Podría ser cualquiera de nosotros. Cualquier  ser humano abatido por la violencia, la enfermedad, la desgracia o la  desesperanza. «Por casualidad» aparece por el camino un sacerdote.

 El texto indica que es por azar, como si nada tuviera que ver allí un hombre  dedicado al culto. Lo suyo no es bajar hasta los heridos que están en las  cunetas. Su lugar es el templo. Su ocupación, las celebraciones sagradas. Cuando  llega a la altura del herido, «lo ve, da un rodeo y pasa de  largo». Su falta de compasión no es sólo una  reacción personal, pues también un levita del templo que pasa junto al herido  «hace lo mismo».

 Es más bien una actitud y un peligro que acecha a  quienes se dedican al mundo de lo sagrado: vivir lejos del mundo real donde la  gente lucha, trabaja y sufre. Cuando la religión no está centrada  en un Dios, Amigo de la vida y Padre de los que sufren, el culto sagrado puede  convertirse en una experiencia que distancia de la vida profana, preserva del  contacto directo con el sufrimiento de las gentes y nos hace caminar sin  reaccionar ante los heridos que vemos en las cunetas.

 Según Jesús, no son los  hombres del culto los que mejor nos pueden indicar cómo hemos de tratar a los  que sufren, sino las personas que tienen corazón.

 Por el camino llega un samaritano.  No viene del templo. No pertenece siquiera al pueblo elegido de Israel. Vive  dedicado a algo tan poco sagrado como su pequeño negocio de comerciante. Pero,  cuando ve al herido, no se pregunta si es prójimo o no. Se conmueve y hace por  él todo lo que puede. Es a éste a quien hemos de imitar. Así dice Jesús al  legista: «Vete y haz tú lo  mismo». ¿A quién imitaremos  al encontrarnos en nuestro camino con las víctimas más golpeadas por la crisis  económica de nuestros días?

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            La parábola nos dice que el amor al Dios que no vemos debe hacerse realidad en el prójimo a quien vemos. Hoy diríamos que es una parábola de “denuncia” porque pone al descubierto la falsedad de una religión que se contenta con adorar a Dios en el templo, rezar y ofrecerle lo que la ley manda.

            En efecto, la ley judía no inculcaba el amor entre judíos y samaritanos; al contrario, preconizaba el desprecio de los heréticos y odiados hermanastros de raza y fe. Pero para amar hace falta hacerse prójimo del otro, sin mirarle la cara, sin preguntarle por sus opiniones. Y esto es más duro que amar a Dios. Por eso aquel letrado tuvo que escudarse en la pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”

            Como cristianos estamos llamados a tomar la iniciativa en esto: hacernos prójimo del otro; crear proximidad afectiva allí donde no la hay.

            Al fin y al cabo, cualquiera ama al prójimo. Eso lo cumplen hasta los paganos, decía Jesús. El cristiano es invitado a crear proximidad, a romper barreras, a destruir el odio y la indiferencia.

            Es el camino de la vida. Lo demás es muerte.

ORACIÓN

            Señor, que has puesto en nuestra boca y en nuestro corazón el gran mandamiento del amor que nos da la vida eterna, haz que caminemos cada día en la luz de tu palabra.

Expliquemos el Evangelio a los niños

Imágenes proporcionadas por Catholic.net

           


 


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