miércoles, 24 de julio de 2013

28 DE JULIO: XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)




“Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre…”

28 DE JULIO

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: Génesis 18,20-32

Salmo 137: Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste.

2ª Lectura: Colosenses 2,12-14

PALABRA DEL DÍA

Lucas 11,1-13

“Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: -Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos: El les dijo: -Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.” Y les dijo –Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la medianoche para decirle: “amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes: la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados: no puedo levantarme para dártelos,” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama, se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el espíritu Santo a los que se lo piden?

Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".

El les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".

Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle', y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'.

Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.

También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.

Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.

¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?

Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan".

REFLEXIÓN

            Durante estos domingos la liturgia pone el acento en el tema de la vigilancia cristiana. Para conservar el don precioso de la vida nueva, el evangelio del domingo pasado nos alertaba sobre la necesidad de reforzar nuestra vida interior y la escucha serena de la palabra de Jesús. Hoy nos encontramos con el segundo elemento de esta vigilancia: la oración.

            ¿Qué quiere decir orar? ¿Cómo orar? ¿Para qué orar?

            Lucas es el evangelista de la oración y ve a Jesús como el gran orante en permanente diálogo con el Padre. Sobre todo en los momentos importantes de su vida, nos muestra a Jesús que se retira a algún lugar solitario para orar a su Padre. Así ora en su bautismo, en el desierto, antes de la elección de los Doce, en la transfiguración, antes de la multiplicación de los panes, en la noche de la traición, en la cruz: “Orad para no caer en la tentación”

            Pero, ¿cómo rezar? Los apóstoles sabían por supuesto las oraciones de todo piadoso judío, pero temían quedarse en puras fórmulas. Además, necesitaban una oración que los caracterizara como discípulos y comunidad de Jesús.

            Siguiendo a Lucas, vamos a tratar de descubrir no sólo lo que significa el Padre Nuestro, sino todo lo que lleva implícito como auténtica oración. El Padre Nuestro no sólo es una oración digna de ser puesta en nuestros labios, sino que también nos da los criterios para que cualquier oración sea auténtica. Por eso, más que una reflexión, esto quiere ser una oración que desglose el sentido de la oración del Señor.

            Tengamos en cuenta que la fórmula que comúnmente empleamos no es la de Lucas sino la de Mateo, un poco más ampliada y extensa con siete invocaciones en lugar de cinco.

            Padre. Es hermoso comenzar así: “padre”; no es un título honorífico ni majestuoso. Es la invocación confiada del hijo.

            Debemos tomar conciencia de quienes somos nosotros y quién es Dios. Somos hombres, hijos suyos y hermanos en la misma fe. El es el Todo, lo Absoluto en nuestra vida.

            Santificado sea tu nombre. Con esta invocación le estamos pidiendo a Dios que se manifieste a nosotros, que se muestre como nuestro Dios, que no se quede oculto, pues queremos verlo y conocerlo tal cual es, sin desfigurarlo con fantasías e imaginaciones burlas.

            En este sentido, Jesús ha santificado el nombre de Dios porque nos ha revelado su verdadero rostro, sin desfigurarlo como hacemos a menudo cuando proyectamos en Dios nuestros pobres y miopes esquemas.

            Por eso, el creyente se obliga a santificar el nombre de Dios, reconociéndolo como lo que es: Padre, Señor, Vida, Amor y Salvación.

En la plegaria del Padre Nuestro el cristiano, por una parte, pide a Dios que se le manifieste con su amor y salvación. Por otra, lo alaba, lo reconoce como su Señor, le agradece y le promete fidelidad. Santificar su nombre es manifestar el deseo de vivir en esa misma santidad, con su mismo espíritu que obra en nosotros el cambio del corazón.

            Venga tu Reino. El Reino no es un lugar geográfico o cosa parecida, sino que es el mismo Dios en cuanto reina o vive manifestándose en medio de los hombres. Como agrega Mateo, ésta es la voluntad de Dios: que toda la humanidad se haga partícipe del Reino.

            Como Jesús, el creyente comienza su oración pidiendo no algo para sí, sino poniéndose al servicio del reino de Dios, como vimos en domingos anteriores con los Doce y con los Setenta y dos discípulos. Por eso, su oración es comprometida.

            Danos cada día nuestro pan del mañana. El lenguaje bíblico del pan significa todo lo que el hombre necesita para vivir: alimento, techo, cultura, educación, salud, trabajo, libertad, etc.

Y decimos “danos”, porque no puede haber verdadera oración mientras que no incluyamos a toda la humanidad en la mesa del pan. ¡Qué triste ver a tantos cristianos que rezan de noche el Padre Nuestro mientras especulan con los precios, acaparan productos básicos, trafican con el hambre de los necesitados, con la venta de armas a gobiernos dictatoriales, etc., para llenar sus arcas al precio del hambre y de la miseria de pueblos enteros!.

            Por eso mismo, al pedir el pan, decimos “cada día”, porque el pan que hoy compartimos con los que no lo tienen es el signo evidente y practico de que ya viene el reino de Dios y su justicia… ¡Cuántos padrenuestros menos rezaríamos si solamente hiciéramos realidad esta breve frase que tanto repetimos con los labios: danos el pan cada día…!

            Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo. Nuevo compromiso en esta invocación. Cada vez que pecamos faltamos al amor a la comunidad, por lo que quedamos en deuda con ella. Por tanto, recibir el perdón de Dios significa devolver a la comunidad lo que le hemos sustraído, sin contentarnos con un superficial arrepentimiento que deja las cosas como están. El perdón se produce en el mismo momento en que se compromete el cristiano que reza el Padre Nuestro. Nadie puede arreglar sus cuentas con Dios si no las arregla con el hermano. El perdón reconstruye, rehace, repara.

            Y no nos dejes caer en tentación. En sentido bíblico la palabra tentación significa todo obstáculo, peligro, trampa o lazo tendido en el camino del hombre en marcha hacia su crecimiento. Esos obstáculos o tentaciones ponen a prueba al caminante que no debe dejarse sorprender, vigilando constantemente.

            El cristiano no presume de sus fuerzas ni tienta a Dios colocándose en la boca del león. Consciente de su fragilidad, vigila sobre sí mismo y abre sus ojos porque cada día es una prueba a nuestro amor y a nuestra fidelidad al evangelio.

 
 
 
 
ENTRA EN TU INTERIOR

APRENDER LA CONFIANZA

Lucas y Mateo han recogido en sus respectivos evangelios unas palabras de Jesús que, sin duda, quedaron muy grabadas en sus seguidores más cercanos. Es fácil que las haya pronunciado mientras se movía con sus discípulos por las aldeas de Galilea, pidiendo algo de comer, buscando acogida o llamando a la puerta de los vecinos.

Probablemente, no siempre reciben la respuesta deseada, pero Jesús no se desalienta. Su confianza en el Padre es absoluta. Sus seguidores han de aprender a confiar como él: «Os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá». Jesús sabe lo que está diciendo pues su experiencia es ésta: «quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre».

Si algo hemos de aprender de Jesús en estos tiempos de crisis y desconcierto en su Iglesia es la confianza. No como una actitud ingenua de quienes se tranquilizan esperando tiempos mejores. Menos aún como una postura pasiva e irresponsable, sino como el comportamiento más evangélico y profético de seguir hoy a Jesús, el Cristo. De hecho, aunque sus tres invitaciones apuntan hacia la misma actitud básica de confianza en Dios, su lenguaje sugiere diversos matices.

«Pedir» es la actitud propia del pobre que necesita recibir de otro lo que no puede conseguir con su propio esfuerzo. Así imaginaba Jesús a sus seguidores: como hombres y mujeres pobres, conscientes de su fragilidad e indigencia, sin rastro alguno de orgullo o autosuficiencia. No es una desgracia vivir en una Iglesia pobre, débil y privada de poder. Lo deplorable es pretender seguir hoy a Jesús pidiendo al mundo una protección que sólo nos puede venir del Padre.

«Buscar» no es sólo pedir. Es, además, moverse, dar pasos para alcanzar algo que se nos oculta porque está encubierto o escondido. Así ve Jesús a sus seguidores: como «buscadores del reino de Dios y su justicia». Es normal vivir hoy en una Iglesia desconcertada ante un futuro incierto. Lo extraño es no movilizarnos para buscar juntos caminos nuevos para sembrar el Evangelio en la cultura moderna.

«Llamar» es gritar a alguien al que no sentimos cerca, pero creemos que nos puede escuchar y atender. Así gritaba Jesús al Padre en la soledad de la cruz. Es explicable que se oscurezca hoy la fe de no pocos cristianos que aprendieron a decirla, celebrarla y vivirla en una cultura premoderna. Lo lamentable es que no nos esforcemos más por aprender a seguir hoy a Jesús gritando a Dios desde las contradicciones, conflictos e interrogantes del mundo actual.

José Antonio Pagola

 


ORA EN TU INTERIOR

Orar es pedir, buscar, llamar a la puerta. De día y de noche. Sin cansarse nunca. Siempre hay que orar, y hasta tal punto que la oración se convierte en un estado y no sólo en una práctica ocasional. Orar es un modo de ser delante de Dios. ¡Pero hay dos maneras de insistir en la petición: la del importuno y la del enamorado! El primero sólo piensa en sí mismo; el otro está fascinado, y lo daría todo por el tesoro que ha descubierto. ¿Qué puerta se le cerrará? Si Dios espera de nosotros esta oración, es porque él se presenta como el tesoro de los tesoros, como el amigo más fiel. ¡Un amor de segunda mano, que se da por nada, no es amor!.

            Nuestra actitud orante debe ser “confianza”, “pedid y se os dará”, porque es Dios Padre quién nos conoce y escucha. Pero apunta también a nuestra propia disponibilidad, a nuestro esfuerzo: “Buscad y hallaréis” Y es que muchas veces en la oración tomamos conciencia de nuestra responsabilidad, medimos nuestras posibilidades, encontramos caminos de actuación. Además, Jesús nos abre a la colaboración con los demás en un doble sentido: “Llamad y se os abrirá” –salir de nuestra cerrazón solitaria-; y “tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. Una oración así nunca falla. Si falla, nos enseña san Agustín a examinar a ver si no se debe a que “no pides como debes o pides lo que no debes.

Dios es tan bueno con nosotros que nos da aun lo que no pedimos, ni muchísimo menos merecemos: la Eucaristía. A manos llenas nos reparte el Señor el pan con el que comulga con nosotros y nos hace comulgar con todos los hermanos.

Pero hay que pedir sin desfallecer, pues quien capitula demasiado pronto demuestra que no tiene verdadera confianza. Dios quiere que se busque, porque siempre está más allá de lo que esperamos. Tenemos que llamar a su puerta durante mucho tiempo, porque dicha puerta se abre sobre un infinito que nunca se alcanza del todo. La verdadera actitud ante Dios –la oración en la vida- es la actitud del mendigo… un mendigo que se sabe amado y llamado a la Vida.

ORACIÓN FINAL (Sobre el Salmo 137)

Dios que te llamas Amor, amor eterno, amor fiel y poderosa ternura, ¡te damos gracias de todo corazón!

¡A ti debemos lo que somos, y tu promesa asegura nuestro porvenir! ¡Señor, no abandones la obra de tus manos! Dios que lo conoces todo, Dios único, nunca se ha oído decir que hayas rechazado al que te implora. ¡Bendito seas tú, a quien buscamos, porque te adelantaste tú a venir hasta nosotros!
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes proporcionadas por Catholic.net
 
 




 

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