“El que
quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me
siga…”
16 DE SEPTIEMBRE
DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
1ª Lectura: Isaías 50,5-9
Salmo 114: “Caminaré en presencia del Señor en el país
de la vida”.
2ª Lectura: Santiago 2,14-18
PALABRA DEL DÍA
Marcos 8,27-35
“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron
a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos:
-¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos le contestaron: -Unos, Juan Bautista;
otros, Elías; y otros, uno de los profetas. Él les preguntó: -Y vosotros,
¿quién decís que soy yo? Pedro le contestó: -Tú eres el Mesías. Él les prohibió
terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: -El Hijo del hombre
tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos
sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días. Se lo
explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a
increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro:
-¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: -El que quiera venirse
conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el
que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por
el evangelio, la salvará”.
REFLEXIÓN
Con el
texto de hoy, termina la primera parte del evangelio de Marcos que revela la
auténtica identidad de Jesús.
Marcos
ha tratado en esta primera parte, hacer que la respuesta a la pregunta
fundamental sobre la identidad de Jesús, cuyo nombre se había hecho famoso (Mc.
6,14), emerja. Ahora es el mismo Jesús quien explicita la pregunta: “¿Quién
dice la gente que soy yo?”.
La
pregunta de Jesús es para cada uno de nosotros. Nos inquieta y nos cautiva. Nos
exige y, al mismo tiempo, nos consuela. ¿Quién soy para ti?, ¿qué pinto en tu
vida?, ¿qué piensas de mí?, es la pregunta de Jesús a los discípulos y la
cuestión que nos dirige hoy a quienes escuchamos este evangelio. Una pregunta
que va más allá de un parecer o una opinión. La pregunta de Jesús va al centro
mismo de nuestro proyecto de vida. Es una pregunta que se responde con
palabras, sentimientos, con obras, con todo el ser. Nuestra respuesta se da en
la vida.
Nosotros
miramos la vida de Jesús y quedamos cautivados. Él no elude la dificultad, no
esquiva los problemas, no huye de las situaciones complejas. Lo vemos con los
enfermos, con los extranjeros, con los pecadores, con los niños y las mujeres,
con todos…, a cada cual le da lo que necesita: salud, inserción, perdón. Quien se
acerca queda transformado.
Él lo
da todo por los demás, aun a riesgo de su vida. A lo largo del evangelio vemos
los conflictos que tiene Jesús con las autoridades políticas y religiosas, con
aquellos que no entienden su quehacer e, incluso, con sus propios discípulos.
No entienden cómo puede vivir tan entregado a los demás. El secreto es que Jesús
confía, absolutamente, en Dios y, por tanto, se desvive totalmente por el
prójimo.
La pregunta definitiva es: ¿Qué quieres de mí?. Es la
pregunta que le hacemos a Dios, con la certeza de que responde. La que puede
orientar definitivamente nuestra vida y lanzarnos hacia el prójimo. La que nos
invita a cargar con la cruz y seguir sus pasos. La que determina nuestro hoy y
nuestro mañana. La que garantiza un sentido pleno a nuestra vida. La que nos hace
miembros adultos de la familia de los cristianos, la Iglesia. La que nos hace
ser testimonio suyo allí donde estemos. Hoy le podeos hacer esa pregunta… Estad
atentos porque siempre responde.
ENTRA EN TU INTERIOR
La misión de Jesús es anunciar el
plan de salvación del Padre para todos. Proclamar la vida que procede de Dios,
Inaugurar su reinado. Que todos conozcan a Dios y acepten su señorío. Que todos
vivan desde el amor y la entrega. Que el perdón sea una realidad. Que la
compasión sea habitual y todos tiendan la mano al prójimo. Evidentemente esto
solo es posible desde la experiencia de sentirse amado, elegido y enviado por
el mismo Dios.
Los
discípulos continúan su misión con la certeza de la cruz y la entrega. Los
cristianos seguimos los pasos de Jesucristo y sabemos que encontraremos dificultades.,
como las encontró Él. Pero también sabemos que, tras sus pasos, encontraremos
el sentido más pleno, el amor más sincero y la vida más entregada. Es la
garantía que Él nos da.
ORA EN TU INTERIOR
Perdóname, Señor Jesús: también
hoy he tenido miedo del rechazo y de la burla. No he conseguido seguirte en tu
camino y me he rebajado a pactos con los criterios que, en este mundo, permiten
estar de la parte de los vencedores. Tú elegiste el amor y fuiste escarnecido,
no te creyeron y, por último, te mataron. Nunca dejaste de amar ni de demostrar
amor: lo que decías lo ponías en práctica. Fuiste un derrotado para las
crónicas mundanas, pero en el silencio de una aurora de primavera, resucitaste
de la muerte. El amor, nos dijiste, es la única salvación, y creer en ti
derrota todo abuso, todo egoísmo tiránico.
Perdóname,
señor Jesús, cuando expreso mi fe sólo de palabra, cuando me refugio en el escondite
del “así hacen todos”, en vez de saborear los espacios abiertos de tus caminos,
a lo largo de los cuales se experimenta la alegría de dar la vida por los
hermanos.
ORACIÓN
Señor,
¿me preguntas quién eres tú para mí? Tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero;
eres mi Señor y mi Dios, mi Maestro y mi único Amigo de verdad, en quien puedo
descansar sin ningún temor. Quiero seguirte a donde quiera que vayas, negándome
a mí mismo, cargando con mi cruz a tu lado; así, hasta que dé el abrazo definitivo
que nos una para siempre al otro lado de esta vida.
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